«La conquista más importante de la revolución es la revolución misma». F. Engels
«Queremos amor y luchamos por todo el paraíso». María Galindo
Una no conoce por vieja, nos
decía nuestra madre coliza, nuestra musa porfiada. Conocemos por «afectos y
contagios», por amores y amistades, por memorias y genealogías familiares,
políticas, deseantes, populares. Aprendemos con las pieles y el cuerpo, en
asambleas y charlas con amigas, en acaloradas discusiones. Teorizamos desde las
axilas, cuando el miedo o el deseo nos invaden. Y contrariamente a lo que tanto
pregonaron los falofilósofos, el saber no se gesta en una atalaya aislada, sino
que se teje en común, en las cuevas subterráneas donde decidimos quedarnos
mientras otros van a la búsqueda de no se sabe qué idea salvadora del mundo.
Ahí, soterradas y revueltas, planificamos y organizamos la resistencia.
El libro que tienes en tus
manos, camarada, no es sino un testimonio de esas insurrecciones en los
sótanos. Por un lado, nos trae el eco «que conspira bajo esos pozos», los
susurros de todes aquelles que el sistema ha querido silenciar y acallar; los
cuchicheos atronadores de tanta loca, lunática, desviada y torcida, de tanta
perra ladradora que hace retumbar sus tacones en la casa del amo, ese amo en
pantuflas y batamanta que se creía autónomo, clarividente y cogitante. Por
otro, es memoria pura de otras genealogías, como si entraras en una casa
habitada por fantasmas, asediada por espíritus revolucionarios, testigos de
acontecimientos históricos que marcaron nuestra trayectoria insumisa. En sus
habitaciones oscuras, podrás encontrarte con las espectras de Mieli, Vidarte,
Kollontai o Lemebel
Carolina Meloni
En esta casa okupa, las
sombras que se proyectan en sus paredes son las de la Comuna de París o la de
Mayo del 68. Decorada con carteles desviados, pasquines y juegos
situacionistas, suenan en sus patios canciones milicianas que nos transportan a
otras utopías. Entra y no tengas miedo, camarada, todo aquí te invita a
realizar rituales alquímicos. Y convoquemos juntes nuestra imaginación
transfeminista. Esta anti-casa, búnker para disidentes del género y de la
familia, es también, como lo señala la propia autora, «un túnel de huida [del
esencialismo, del liberalismo trans, de la escasez impuesta]», pasadizo de
trastocamiento y fuga que nos permite viajar a contra-trama, creando otras
cartografías posibles.
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La propuesta de Ira Hybris
tiene cierto aire anacrónico. Mutantes y divinas es un libro teórico,
filosóficamente situado, que aborda conceptos a la antigua usanza en el
quehacer de esta vieja y apolillada disciplina. Se trata de una apuesta que no
tiene miedo a enfrentarse a los grandes señoros del conocimiento, desde las
falsas y elitistas promesas emancipatorias que trajo consigo la Ilustración, a
las contradicciones de la dialéctica hegeliana o las propuestas de algunos
autores de la teoría crítica. Pero, además, el libro se presenta como un
verdadero manifiesto de una praxis política. Tras su ropaje epistemológico,
encontramos una propuesta revolucionaria que rinde homenaje a toda una
tradición estilística del manifiesto político. Del Manifiesto comunista al
Libro rojo. Pasando por todo tipo de utopías transformadoras de mundos como
aquellas que nos legaron las hermanas negras, chicanas y xenofeministas.
No hay nada reactivo en esa
anacronía. Nada que nos ancle a un pasado de manera acrítica. Por el contrario,
en ese détour, en ese retorno a determinadas tradiciones teórico-políticas
reside su mayor potencial emancipador. Ira Hybris sabe tejer de manera extremadamente
lúcida un devenir revolucionario de la teoría, a la par que dota de contenido
filosófico a la praxis. Defiende rotundamente la necesidad de producir
conocimiento desde los márgenes, de romper con el rechazo que suele darse en
ciertos ambientes militantes a lo abstracto del pensamiento. Reafirma que la
episteme no es propiedad de unos pocos, sino que también las desviadas, las
subalternas y proletarias hacemos teoría desde la calle, el curro, la vida.
Mutantes y divinas okupa la tradición clásica de determinados conocimientos
teóricos y, desde ellos, construye pasadizos de fuga, entrelazando luchas y
saberes, cuerpos y conceptos, heridas y deseos con abstracciones epistémicas.
Asimismo, retoma vínculos bastardos, homenajea otras genealogías teóricas,
recuperando autores, lecturas, propuestas y linajes no patriarcales, haciendo
un tejido escritural promiscuo y sudado: queerificar la teoría, aseamblear y
hacer un corro chismoso con la pulsión académica de lo queer. Todo el libro se
transforma así en una teoría-nido, como la define su autora, en la que
abrazar-nos y encontrar-nos, para pensar juntas otros mundos posibles.
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Literalmente, anacronía significa contra el tiempo, señalando cierto
salto o disyunción temporal. Out of joint. Vivimos desajustadas, en un mundo
fuera de sus goznes. Vivimos tiempos poco proclives a una revolución. Como si
nuestra imaginación política estuviese sumamente exhausta, agotada. Tras una
pandemia devastadora en la que se han multiplicado las jerarquías de clase,
raza y género, a las puertas de una crisis ecológica inminente, atravesamos un
panorama desolador. Se suma a todo este paisaje una ola reaccionaria que
recorre cual fantasma el mundo. Como en la época de los cercados de las tierras
comunales, que describió Marx para analizar la llamada acumulación originaria,
hoy asistimos a nuevos procesos de desmantelamiento de lo colectivo, pero no solo
en lo social, también en el interior mismo de nuestras subjetividades.
Asimismo, hoy ya sabemos que el capitalismo no solo acumula riquezas a base de
expropiar los bienes comunales; acumula por desposesión; acumula por
subjetivación; acumula en nuestros cuerpos, moldeados con las tijeras y
cinceles del sistema sexo/género y horneados a fuego lento en las cocinas de la
familia tradicional burguesa
La clásica pregunta leninista,
lanzada nada más comenzar el siglo XX, parece imponerse, como una eterna
cadencia que nos increpa: y ahora, ¿qué hacer? ¿Qué horizontes emancipatorios
podemos imaginar los cuerpos y sujetas subalternas? ¿Qué revoluciones podremos
tramar y soñar juntes?, cuando hasta la propia retorica revolucionaria se ha
mostrado insuficiente, reaccionaria, cishetera, racista y cómplice con el
poder, tal y como lo hemos podido comprobar en numerosos proyectos políticos
del pasado. Incluso el feminismo ha dejado de ser una casa para todas, para las
otras y diferentes, como nos propuso hace décadas Lorde. Es cierto que rezuma
en muchas de nosotras el cinismo antisistémico de Vidarte; que sobrevuela en
nuestros planteamientos el descreimiento travesti de Lemebel, ante la épica del
macho revolucionario. Las viejas estamos ya cansades de tanta retorica
emancipadora de una izquierda rancia y ciega, de esa izquierda que desempolva
sus pancartas cada 1 de mayo, junto a sus pantalones de pana. Estamos hasta el
coño de un feminismo blanco y binario que reivindica cada 8 de marzo todos
aquellos esencialismos biológicos que creímos superados. Y ahora, compañeras,
¿qué hacer? ¿Dónde retomar nuestros anhelos revolucionarios? ¿Dónde buscar
nuevas antorchas y estandartes?
En este desértico panorama,
este libro viene a traernos una bandera, bordada de pájaros, flores y
ruiseñores. Nos propone una anacronía soñadora que, como todo sueño, disloca y
rompe con el tiempo de los esclavos y los amos. Nos invita a imaginar un «futurismo
afectivo», para todo el mundo, para cada hija de vecina que se acerque a
nuestro patio. Nos hace pensar en primaveras emancipadoras, en las que florecen
travestis, cuyas risas acogedoras reemplazan los fusiles y las bombas. Este
libro nos lleva a la conquista de lo verdaderamente revolucionario, esto es, la
revolución misma, como señalaba Engels. Hay en la propuesta de Ira Hybris un
gesto de amor expandido, de ahí su universalismo, su pulsión de totalidad. Sus
páginas nos recuerdan a esa bella carta que nos legó Lohana Berkins, activista
trava argentina, en la que reafirmaba el amor como motor del cambio. Solo a
través de ese afecto ético-político, negado a tantas subalternas y cuerpas
diversas, podremos inventar otras pasiones revolucionarias. Por ello, su
torcitalidad tiene que ver con esa ternura incommensurable de las torcidas, con
la venganza feliz de las mutantes y degeneradas. Porque el amor y la ternura no
conoce medias tintas, ya nos lo enseñó Juan Gabriel, nuestra marica latina más
hiperbólica y romántica. Para empezar a pensar juntas e intentar dar respuestas
colectivas, las invito a entrar en estas páginas que se abren como un
prometedor horizonte al que asomarnos. Las invito a dejarse llevar de la mano
de tantas compañeras muertas y vivas en esta fiesta clandestina, en este ágape
colectivo del desacato. Las insto a trans-fugarse en cada página, en cada
propuesta fantasmática, en cada nota al pie que nos trae tantas voces feroces.
Abran sus cansados ojos y miren este pedacito de cielo rojo, esta constelación
transcomunista, cuyos destellos y relámpagos anuncian un tiempo nuevo.
Carolina Meloni
Otoño 2023
Prólogo Mutantes y Divinas. Elementos de crítica transgénero.