BajoRufián está formado por María Bajo y Marta Rufián, investigadores y artistas multidisciplinares del margen. Se reconocen como un ente simbiótico butch no binario que basa su trabajo en la experiencia en torno al género, el sexo y la sexualidad desde una perspectiva transfeminista y queer/cuir. Fluyen entre lo institucional y lo periférico, utilizando las prácticas artísticas como herramientas de investigación en su metodología carroñera, con la que proponen nuevas realidades críticas. Este texto pertenece a Diálogos BDSM, un proyecto de muchos brazos sobre las problemáticas de algunas prácticas kink y de género.
Quebrantando las fronteras de la piel.
Fotografía perteneciente a Diálogos BDSM, 2021- En proceso
El collar es un elemento que comúnmente utilizan los humanos para sus "mascotas", ya sean perros, gatos e incluso cerdos o caballos. Es un acto de dominación hacia el ser que recibe el collar, y comúnmente se entiende que es una especie de pacto de pertenencia hacia la persona humana. Pero en nuestra experiencia (y la de muchas otras personas), el collar no es un elemento esencialmente jerárquico (más allá de la ficción de un juego de rol), y parece haber una creciente mirada que diferencia este concepto del de dominación-sumisión.
BDSM (Bondage-Disciplina-Dominación-Sumisión-Sado-Masoquismo) es un acrónimo que agrupa diferentes prácticas basadas en un intercambio consentido de poderes. Pero Susan Stryker define la jerarquización como el acto de “[...] privilegiar a algunos tipos de personas sobre otros tipos de ellas, beneficiándose las anteriores de la explotación de estas últimas.”(1) Y es que la persona dominante no tiene por qué ostentar un privilegio sobre la sumisa y encarnar el poder es un acto demasiado complejo como para poder dividirlo entre quien azota y quien es azotado, o quien lleva un collar y quien sujeta la correa. Si bien el privilegio y el poder están relacionados entre sí, no tienen por qué darse simultáneamente, y el hecho de que el BDSM tenga como base el consentimiento así lo demuestra.
˃ Rugoso, firme pero flexible. He buscado por muchos sitios el flogger perfecto y aun no lo he encontrado, así que decidí fabricarme el mío propio y utilicé unas cuerdas de nylon que tenía por casa. Al unirlas, cosiendo unas a otras, he logrado un flogger que es de mi agrado y del de mi pareja. Al apretar mi puño a su alrededor a veces sus rugosidades se clavan en la palma de mi mano. Muevo el objeto por el cuerpo de mi perra, suave y lentamente, recorriendo con sus tiras todas sus zonas sensibles. Y de repente ZAS: el primer golpe. Ella se mueve en un espasmo involuntario y yo me diluyo de mi cuerpo físico. ZAS: golpeo de nuevo. Agito mi muñeca rítmicamente haciéndola estremecer. Con este acto no siento poder; no lo tengo, tan solo soy ese ser no humano que da los golpes a quien quiere recibirlos. Me siento libre, conectamos física, emocional y psicológicamente en un espacio completamente de las dos: nuestra habitación. ˂
˃ Nunca pensé que entregarme a mi dominante fuera darle mi poder en su totalidad; y mucho menos jerarquizar nuestra relación sexoafectiva. Es más, me parece que cuanto más dejo que controle la situación más poder tengo sobre mí misma. Quizás sea por una especie de rebeldía sobre lo establecido, una que nunca conseguí experimentar previamente de otras formas. O puede que por la intensidad de la práctica; que me hace conectar con mi cuerpo abyecto, y la afectividad que nos tenemos; que me ayuda a encontrar el valor de mi identidad butch, trans y pluridentitaria. ˂
Las formas de experimentar el BDSM son plurales, y por lo tanto el poder y su intercambio también lo son. En palabras de Miguel Vagalume:
"[...] no hay ninguna práctica que, por sí misma, sea BDSM [...] sino que depende de la manera en que se vivan esas prácticas, del significado que se le dé a esa situación o del acuerdo entre quienes participan.” (2)
˃ Su piel es cálida, huele a casa y me relaja al mismo tiempo
que enciende en mí algo que ni yo comprendo lo que es. Me encanta comenzar
desde un extremo a acariciar cada surco de su piel, cada arruga que se forma en
su carne, cada lunar. Recorrer todo su cuerpo, hundir mi nariz en el pelo de
sus piernas, en su axila o besarla suavemente. Adorarnos de forma lenta,
mientras nuestras pieles se acarician y se funden dejando de ser cuerpos y
convirtiéndose en masas maleables y cambiantes. ˂
Lo que para mucha gente puede ser sumisión podría ser lo contrario para otras personas y viceversa. En este sentido, los significados de las prácticas y los complementos dependen mucho de la autoidentificación y los pactos. En algunos casos, el collar puede ser la representación matérica de un ritual de renuncia de lo humano, no solo por quien lo lleva puesto, sino por todas las personas que participan en el acto. Algunas prácticas como la adoración o el spanking conllevan abandonar las relaciones de poder tal y como las conocemos; y empezar una búsqueda de nuevas formas de interrelacionarnos como seres vivientes. Hemos presenciado interminables discursos con el objetivo de defender la humanidad de la gente trans (binaria y no binaria) y butch. Pero el concepto de “ser humano” es un constructo basado en el privilegio (de hecho, en algunos círculos, aún se sigue utilizando “el hombre” como sinónimo). Stryker continúa diciendo:
“Dado que la gran mayoría de gente tiene serias dificultades para reconocer la humanidad de la otra persona si no puede reconocer su género, los encuentros con personas que han cambiado de género o desafían el mismo puede parecer a algunas un encuentro con un ser inhumano monstruoso y aterrador.”(3)
˃ Pero si para ser una persona humana tengo que ser un hombre blanco, cisgénero, heterosexual, neurotípico y normativo en todos los sentidos, prefiero no serlo. Prefiero fracasar en mi condición humana (4) Querría, más que aferrarme desesperadamente a demostrarla, renunciar a ella para encontrar nuevas formas de relacionarme y estar en el mundo. Cuando me pongo un collar lo resignifico, encuentro un espacio para abandonar la idea de ser humano y convertirme en un ser más libre, ajeno a los estándares y las presiones. ˂
˃ Al ponerle el collar a mi perra (5), al mismo tiempo que ella entra en su propio mundo y comienza a convertirse en lo que desea ese día, yo comienzo una especie de despersonalización; un salir de mi cuerpo socialmente humano, encarnando otro ser deshumanizado, maleable y cambiante. Un elemento tan simple, como un collar de entrenamiento, nos conecta al momento y al espacio a través de la experiencia de dominar y ser dominada de forma consentida. Ese trozo de tela alrededor de su cuello representa esa escena y le da forma, permite enfocarse en una relación antisistemática y antijerárquica. ˂
Este objeto se coloca alrededor del cuello y puede ser de distintos materiales: nylon, goma, cuero, poliéster, algodón, etc. Uno de los más utilizados es el cuero, y el más famoso en la subcultura leather y BDSM. Personalmente, siempre nos produjo cierto rechazo utilizar la piel de un animal no humano para nuestro placer sexual. Y aunque hay culturas con una perspectiva espiritual sobre el hecho de vestirse con pieles, no es el caso de la leather. Aunque algunos espacios siguen resistiendo, el cuero ha quedado inevitablemente absorbido por el capitalismo en un intento de despojarlo de su carácter disidente. Se ha convertido en una banal estética sujeta al poder adquisitivo y vendida como fast fashion. En muchos casos, el acceso a ciertos espacios, como fiestas o locales con código de vestimenta, está dictado por el dinero que se tiene para conseguir cierto tipo de textiles o por la voluntad que se tenga de llevarlos. Esto crea una barrera social-económica atravesada por la raza y el género entre otras cuestiones. Muchas personas se ven despojadas de su derecho a las prácticas sexuales y más concretamente a los espacios públicos del sexo. Así expresa José Miguel Cortés un hecho que se puede trasladar a esta problemática en la esfera pública:
“Muchos de los habitantes de las grandes ciudades no son verdaderamente ciudadanos de pleno derecho, sus necesidades sociales, económicas, políticas o vivenciales no están atendidas. Sus prácticas son anuladas, sus espacios negados, sus proyectos ninguneados y sus identidades amordazadas" (6)
˃ Me niego a aceptar que el BDSM debe ser de cierta manera porque unos hombres cis han decidido que las bolleras no sabemos follar, como si ellos tuvieran el poder de elegir quién encarna la libertad sexual. Me niego a aceptar que solo quienes tienen dinero para una entrada puedan acceder a un espacio kink, o que seamos capaces de ladrar mientras llevamos en la cara una vaca muerta que simula un hocico de perro para nuestro disfrute. Me niego a seguir aceptando que las personas trans y los animales no humanos seamos el fetiche rancio de los bedesemeros que al mismo tiempo te niegan el derecho sobre tu cuerpo y vida. ˂
La problemática de la contaminación, el movimiento
ecologista-antiespecista o la reivindicación de los espacios trans han generado
cambios en las prácticas sexuales kink
(algunas relacionadas con el cuero) y han provocado la iniciativa de
desarrollar nuevos espacios alternativos. Los animales son rebajados a seres no
vivientes. Como muchas personas disidentes, no tienen acceso a comida, cobijo o
cuidados sobre sus cuerpos y mentes. Son explotados, discriminados y, por
supuesto, no son reconocidos como parte de nuestra sociedad. Actualmente hay
cada vez más gente produciendo complementos de materiales veganos, pero el
imaginario normativo alrededor de la piel está tan interiorizado que muchas
personas siguen negándose a llevar puestas otras alternativas. No es extraño
encontrarte con gente que se atreve a señalar lo mucho que hueles a plástico o
lo arrugada que está la “piel” de tu collar, incluso a negarte la entrada a una
fiesta por no llevar “auténtico” cuero. Como apunta Constanzx Alvarez Castillo:
“[…] el mundo del BDSM está lleno de burguesía, de cuero, de especismo […], no
por sentir simpatía o
interés en el sadomasoquismo significa que tengo que
reproducirlo tal y como me lo plantea el colectivo oficial BDSM" (7)
Fotografía de proceso perteneciente a Diálogos BDMS, 2021- en proceso
˃ Cuando abro el armario y
los cajones para elegir lo que quiero llevar en una sesión, miro las diferentes
opciones de colores y telas, e imagino cómo será su textura en contacto con mi
piel. Entonces, recuerdo el roce de las cuerdas de algodón y el olor que se
expande en el ambiente al rozar con mi coño ese trozo de tela suave pero firme,
que se enreda en mi cuerpo. Lo adorna hasta vestirme con un arnés que lejos de
lo que podría parecer no tapa nada a la vista de quien me ata. No huele a
cuero, pero tampoco a plástico, el único olor que puedo percibir es el de mi
propio cuerpo. ˂
Llegados a este punto la pregunta es cómo posicionarse
cuando el BDSM es una estética de Netflix, los chokers de perro son llevados por otakus y tu armario no tiene ni una sola prenda de cuero de vaca.
Arrastramos la problemática de cómo podemos crear espacios para el BDSM
realmente libres y que puedan expandirse más allá de la frontera de nuestra
habitación. Las lesbianas, las personas trans o butch-femme, que históricamente han estado relegadas al ámbito de
lo privado, ya están intentando hacer esto en diferentes contextos (LGTBIAPQ+
y/o prosex). En estos espacios de
producción, tan comunes en las comunidades queer,
se utilizan materiales reciclados, veganos y/o ecológicos, teniendo como
objetivo la sostenibilidad al mismo tiempo que crean complementos considerados
estéticos para el placer sexual. Aunque, como ya comentábamos anteriormente,
cada vez son más comunes (no solo en espacios disidentes) las producciones de
complementos veganos. Sin embargo, nos seguimos preguntando si es suficiente
solo con sustituir un material por otro, cuando al final del día seguimos
intentando reproducir el mismo efecto textil. Grandes empresas están
confeccionando materiales veganos que aún así siguen pasando por la explotación
de otros seres o de la misma tierra. ¿Qué hacer cuando el capitalismo lo ha
inundado todo? Deseamos poder imaginar futuros en los que los complementos no
tengan que imitar el cuero, en los que las texturas y las sensaciones sean
otras y no parecidas a las normativas, donde tengamos una mirada sobre el BDSM
como herramienta constructora de relaciones consentidas y afectivas entre
cuerpos plurales.
˃ Pero sigo escondida en mi
lugar privado, aún no he encontrado ese espacio en el que sentirme lo
suficientemente segura como para salir de mi cuerpo a los niveles que lo hago
en mi habitación. Muchos clubs siguen sin aceptar a las personas trans, sobre todo
en las prácticas genitales. De hecho, aunque pudiera tampoco querría habitar
estos espacios, así que sigo buscando ese lugar construido para la gente que no encajamos.
Pero lo que me pregunto es si realmente existe ese lugar, si podemos encontrar
una manera de estar en este mundo sin pasar por la discriminación de otros
seres. He estado en espacios trans que han resultado ser tremendamente
racistas, en espacios mayoritariamente con personas racializadas que eran
homófobas, he conversado con personas que se llenaban la boca dando lecciones
sobre veganismo y que después cuidaban mal a los animales no humanos de su
familia. A estas alturas no creo que exista ese espacio que estoy buscando, ni
siquiera en mi propio interior. Pero esa no me parece una gran excusa como para
no seguir adelante. Porque toda revolución pasa por imaginar ese lugar en el
que queremos estar, incluso aunque no seamos nosotres quienes lo lleguemos a
percibir con nuestros propios sentidos. ˂