Internet nos ha abierto la puerta a un nuevo espacio-tiempo, con una nueva organización, un flujo constante de información y la continua posibilidad de comunicación. Esto ha producido severos cambios a nivel antropológico y social, introduciendo nuevas (auto)concepciones del ser humano y de su interrelación con los otros.
Así pues, el ciberespacio[i] -ese no-lugar virtual en el que el tiempo se vuelve “real”- propone una nueva sistematización: la negación de ésta por la estructura “rizoma” que propusieran Deleuze y Guattari. Esta nueva asociación de conceptos, datos y contenidos, supone su horizontalidad y, por tanto, la desjerarquización total y, en fin, la emancipación del individuo. Esta tecnotopía propuesta en los noventa -ya ensombrecida por una tecnofobia llegada de la mano de Baudrillard, Debord o Virilio que temían el alejamiento de lo real por la superficialidad y la rapidez alienantes a las que nos conducían los medios digitales- a principios del nuevo siglo se había disipado, no sin antes dar a luz diversas propuestas especialmente interesantes.