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miércoles

CRIATURAS SALVAJES. EL DESORDEN DEL DESEO por JACK HALBERSTAM. Reseña EDUARDO NABAL

Criaturas Salvajes. Jack Hallbestam

 
¿Hay algo más estadounidense que un grupo de blancos persiguiendo a un negro para despedazarlo? se pregunta Jack Halberstam en su último ensayo “Criaturas salvajes. El desorden del deseo” cuando hace referencia al filme de culto de George A. Romero “La noche de los muertos vivientes”. Pero, aunque su trabajo acaba con la figura del zombi -como alteridad y posibilidad-, nos encontramos ante una mirada optimista que se deshace de las connotaciones negativas y colonialistas que se atribuían al término “salvaje” para multiplicar las subjetividades donde las sexualidades, las razas, las formas de vida, las corporalidades reclaman un espacio propio y una renovada visibilidad.

jueves

TRANS* por JACK HALBERSTAM. Reseña de EDUARDO NABAL

 

Trans*. Por Jack Halberstam. Editorial Egalés

“Empecé a escribir este libro el día que murió David Bowie”. Una frase así pertenece al universo a la vez lúdico y riguroso de Jack Halbestam uno de los activistas y teóricos sobre la transexualidad y el transgenerismo más importantes de las últimas décadas.

Vídeo de la presentación del libro "El arte queer del fracaso" de Jack Halberstam


Presentación del libro "El arte queer del fracaso", de Jack Halberstam. MACBA Barcelona, 26 de mayo de 2018. Con Jack Halberstam, Lucía Egaña y Javier Sáez (Traductor).

lunes

Entrevista a JAVIER SÁEZ traductor de “EL ARTE QUEER DEL FRACASO” de JACK HALBERSTAM por EDUARDO NABAL

Javier Sáez, activista marica y traductor. Autor del ensayo "Teoría queer y psicoanálisis"


 -Eduardo Nabal:Tú ya habías traducido “Masculinidad femenina” de Halberstam
(Ed. EGALES), un libro importante y referencial. ¿Qué lugar crees que ocupa este autor y su trayectoria en los actuales estudios sociales, queer y de género y sexualidades?
-Javier Sáez: Jack Halberstam es un referente en los estudios queer y trans*. Tiene una gran habilidad para localizar los problemas actuales sobre las identidades de género y sexuales, y ha aportado ideas muy innovadoras sobre la masculinidad ejercida por las mujeres y sobre los hombres trans*. Además mantiene una actitud política crítica, anticapitalista, e inconformista, y tiene en cuenta a las minorías raciales en todos sus análisis.
Por cierto, Halberstam acaba de publicar un nuevo libro, Trans*, donde aporta ideas muy innovadoras sobre los retos actuales de las comunidades trans*. Precisamente lo acabé de traducir ayer, saldrá en un par de meses en EGALES.

viernes

MASCULINA FEMENINO PLURAL por JACK HALBERSTAM

Si una chica hace pis como “los varones”, ¿sigue siendo una chica? ¿Un vestidito significa obligatoriamente coquetería femenina? ¿Los pechos jóvenes son necesariamente eróticos? Las fotografías de Cass Bird no responden a estas preguntas sino que las formulan a gritos. Las imágenes y el texto crítico de la teórica queer Jack/Judith Halberstam forman parte del libro Rewilding (que se traduce algo así como “Salvajizar”) que todavía no ha llegado a estas tierras.


Si encontráramos una silla de madera parada en un bosque, ¿los árboles la reconocerían como propia? Si dos arco iris se cruzaran frente a un portal, ¿formarían un puente o una barrera? Si una figura solitaria se sentara con los brazos sobre su cintura en forma de jarra, la cabeza ligeramente recostada en éxtasis, bañándose al calor de una luz filtrada entre listones de madera, ¿se vuelve ésta quieta en lo salvaje o salvaje en la quietud? Estas y otras preguntas se ven planteadas pero no respondidas en el libro de fotografías de Cass Bird, Rewilding. Yuxtaponiendo imágenes de cuerpos hermosamente ambiguos con pinceladas de paisajes dramáticos, las fotografías de Bird se estiran hacia una serie de hilos narrativos entre rangos de cuerpos, algunos humanos, algunos vegetales, permitiendo diálogos visuales entre lo visible y lo inexpresado, el silencio y la pasión, la serenidad y el dinamismo de espacios e identidades indefinidas. La obra de Cass Bird lleva al género hacia lo salvaje y lo deja correr sin pretender encadenar su significado a la idealización de la naturaleza, pero a la vez sin la implicancia de un campo de significación completamente abierto. Deliberada y metódicamente, las imágenes aquí incluidas exigen que consideremos no ya el significado de ser salvaje sino de volver a serlo: resalvajizarse.

Sólo los hombres son salvajes

La narrativa típica de volverse salvaje es la narrativa masculina acerca del retorno a la naturaleza, la del instinto de supervivencia que presupone un individualismo de autosuperación que lo fuerza a competir contra la maleza. El relato de John Krakauer, “Into the Wild”, es un típico ejemplo. El libro, llevado al cine por Sean Penn, cuenta la historia de Christopher Candless, un egresado universitario que apenas graduado en 1990 se aventura en una travesía hasta Alaska haciendo dedo, para finalmente desaparecer en la selva con una mínima reserva de alimentos, un libro sobre plantas comestibles y un rifle cargado. Ambos, Candless y las historias que la gente quiere contar sobre él, suponen un viaje dentro de la selva como un antídoto viril contra lo afeminado de la vida moderna; y en esta historia del hombre en la naturaleza, del “hombre oso” como lo definiera la película de Werner Herzog, nos topamos con una romántica y a la vez totalmente infantil oda a la lucha masculina por la supervivencia: Candless aguantó cien días para morir en soledad, enfermo, congelado y perdido.
La narrativa heterosexual del hombre solitario y de una masculinidad en busca de crudos desafíos y soledad en igual medida, encuentra su contraparte homosexual en Secreto en la montaña, que igual apela a los Hombres Oso, los tradicionales hombres solitarios del tipo de Christopher Candless, pero dándole un giro queer con la apropiada compañía masculina y logrando que el amor gay entre de otra forma en la comunión con el hombre y la naturaleza. Particularmente Ennis, en Secreto en la montaña, representa al sujeto masculino y silencioso, que se vuelve parte de la tierra, fusionándose con ésta con precisión, abandonando el lenguaje y las relaciones, y quien encuentra con Jack Twist una impredecible porción de deseo salvaje y conexión humana.
El prototipo de representación de mujeres en la salvaje naturaleza no ha hecho uso de esta tradición “supervivencialista”, una tradición de hombre blanco –de más está decir– plagada de relatos de conquista y violencia; en su lugar, generalmente se nos plantea a la mujer blanca como presencia contradictoria en la naturaleza. Se le otorga en la cultura del siglo XIX el símbolo de domesticidad, como marcador de tradición, virtud y pureza. Su lugar está en el hogar. Las mujeres dentro del marco de la naturaleza se presentan como nativas, y las blancas que se han vuelto salvajes se describen como inapropiadamente sexuales o masculinas (Calamity Jane, por ejemplo).

La masculinidad está en el aire

La obra de Cass Bird no intenta posicionar a la mujer en lo salvaje, ni de volverlas salvajes, ni de representarlas como salvajes: por el contrario, sus imágenes hacen uso del tradicionalismo de la naturaleza salvaje y racial, intentando forjar algo novedoso de la colisión entre cuerpos de mujer masculinos y el paisaje de naturaleza salvaje.
Una ancha espalda masculina enfrenta la cámara, siendo el cabello rubio trenzado el único indicio del género del cuerpo. Cuatro figuras varoniles miran reciamente a la cámara, la insinuación de senos en una de las figuras sugiere presencia de mujer, pero no sustentada en el porte, las expresiones faciales, la musculatura, ni las actitudes reflejadas y pasadas entre los cuerpos. Una figura varonil enfundada con enterito de jean mira fijamente la cámara desde una verde y frondosa arboleda, la cara abierta, la mandíbula cuadrada, el pecho marcado. Estas figuras no son niñas jugando a ser niños, ni niños jugando a ser hombres, ni machonas en vestidos, o simplemente cuerpos andróginos en la maleza. Estos cuerpos son símbolos, funcionan como letras sobre papel y tienen significado, pero no de forma obvia. No significan “el género es fluido” o “el género se volvió salvaje”. Expresan que los cuerpos se resignifican cuando se quitan la ropa, los contextos, los accesorios que maquillan a través y entre los cuerpos y las cosas, cuerpos y sociedad, cuerpos y paisajes.
Su decisión de vestir a sus modelos con vestidos de algodón en algunas fotografías pudo haber amenazado con estropear su merecidamente lograda masculinidad. Pero no, los vestidos, en concierto con sus cabellos revueltos y cuerpos semidesnudos, en realidad acaban por confirmar su masculinidad. Aquí, la masculinidad es la relación entre cuerpos. Aparece en el espectáculo de dos cuerpos forcejeando, de tres cuerpos jugando en el agua, de dos cuerpos escalando sobre cañas de bambú, de cinco cuerpos formando una perversa pirámide de animadoras. La masculinidad que circula entre estos cuerpos no se ancla al cuerpo asumido de hombre o mujer enfundados en ropajes masculinos sino que da un salto desde la imagen como un género emergente. La masculinidad se ha vuelto salvaje nuevamente.
El género, en el ámbito re-salvajizado que la cámara de Cass Bird encuentra y fabrica, emerge no sólo de los cuerpos, vehículos, refugios y ropas, sino que reside en todos los espacios que intermedian. Parte de la belleza de esta colección se desata por el silencio en medio del ruido, lo estático dentro del movimiento, el vacío detrás del marco repleto. Y así vemos los cuerpos, pero también su ausencia. También nos recuerda que el género es, en sí mismo, una serie de oposiciones entre presencia y ausencia, y sutil (y gentilmente nos incita a comenzar a leer las imágenes para otras interpretaciones, otras narrativas advertidas a medias). Si la lluvia pinta una figura sobre la madera, entonces se nos requiere ver al clima no como un telón para el cometido humano sino como espacio de arte, un erotismo barométrico. Intercambiando entre tomas de hermosos y lujuriosos colores con negros y blancos granulados, Cass Bird utiliza un amplio rango de métodos fotográficos para describir al género como contraste de sí mismo. ¿Qué significa esto? ¿Género como contraste? Significa que el género no es únicamente un asunto de blanco y negro sino un escenario matizado de claroscuros entre la musculatura y un vestido, la desnudez y un campo, verde y azul, luz solar y oscuridad, largas cabelleras y mandíbulas cuadradas, vapor y calor. Algunas de las imágenes muestran a los regenerados cuerpos como románticos y heroicos, pero otras reducen al cuerpo a sus funciones abyectas (orinando, forcejeando, transpirando). Las partes del cuerpo se vuelven salvajes en el contexto de que carecen de un marco normativo dentro del cual usualmente tienen sentido. Y así, mientras sabemos que estamos viendo “mujeres”, también sabemos que no estamos viendo mujeres.

Qué es ser salvaje

Salvajismo puede significar muchas cosas indomesticadas, feroces, azarosas, desencadenadas, animales, caóticas, descontroladas. Generalizando, en la era de la hegemonía mediática manipuladora, la era que Michel Foucault llamó “gubernamentalidad”, muy poco sobre lo humano puede reclamarse como salvaje. Según Foucault, en la Historia de la Sexualidad. Volumen 1. Una Introducción sugiere que médicos y abogados a fines del siglo XIX prestaron atención al sexo y al deseo, estudiándolos y catalogándolos con el propósito de domar los últimos remanentes de salvajismo que quedan en el humano. La parte nuestra que se siente indisciplinada, indómita, se ha transformado en una identidad, una modalidad, una subjetividad, y así lo que la modernidad denomina como deseo, es también llamado con muchos otros nombres, y canalizado en interacciones socialmente aceptables, con la esperanza de reducir el disturbio potencial que el deseo siempre despierta.
Estas fotos no reflotan ningún tipo de salvajismo premoderno, pero tampoco pretenden predecir una crisis de género post-urbana. La obra flota entre la memoria y la reconstrucción, soñando y temiendo, jugando y re-jugando. Efectivamente, como alguna vez remarcó Diane Arbus: “Nada será siempre como alguna vez dijeron que había sido”. Y es así que Bird no imagina a sus sujetos como salvajes, ni retornando a lo salvaje, o como aisladas en un Paraíso Ecléctico o como atracadas en un mundo perdido. Esto no es utopía, no es distopía, pero da la impresión de ambas. Los cuerpos están inmersos en agua pero no se bautizan, se pierden en un sauna de vapor pero no renacen, gotean con la lluvia pero no se lavan. Rewilding no es renacimiento, nos acerca un paso más hacia la ausencia.
Un cuerpo luciendo ruleros rosados en su cabellera se congela entre el swing del bate que el/ella realiza y la lata que el/ella golpeó. Sus ojos y los nuestros se enfocan sobre el objeto en movimiento; su mano queda a mitad de recorrido desde que golpeó la lata hasta llegar a cubrir su rostro como protegiéndose, todo al mismo tiempo. ¿Qué está ocurriendo en esta foto? Como ocurre con otras imágenes en este libro, este cuerpo queda atrapado entre la cruda materialidad del presente (ruleros plásticos, lata de cerveza) y la posibilidad de otra cosa de la cual ella pareciera percatarse en el espacio futuro hacia el cual golpeó el objeto. Varias de las fotografías de Cass Bird se desprenden de temporalidades, no congeladas en el tiempo, no perdidas en el espacio, pero señalizando hacia un mundo diferente que podríamos en realidad no reconocer como el futuro. Muchos teóricos queer se han interesado últimamente en temporalidad queer: Bliss Lim escribe acerca de paisajes de tiempo fantásticos repletos de espectros queer; Elizabeth Freeman habla de relaciones confundidas entre el pasado y el futuro, dentro de los cuales cesamos de seguir adelante desde el pasado, pero sentimos el tirón que continúa ejerciendo sobre noso-tros. Lee Edelman rechaza el futurismo de primera mano, considerándolo una herramienta del símbolo heteronormativo que constantemente acusa a lo queer de retrasado, atrofiado, estéril y chato. Y José Esteban Muñoz ha escrito sobre la utopía queer como una forma de “idealismo crítico” que la comunidad queer no se puede dar el lujo de abandonar. La gente queer se ve obligada a ocuparse de cuestionamientos sobre tiempo y espacio, fundamentalmente porque a menudo se las acusa de “anacrónicas” y “fuera de contexto”. La respuesta convencional a este tipo de caracterizaciones ha sido literalmente la de “visibilizarse” (insertarse dentro del flujo normativo de tiempo y espacio, y dentro de las geografías convencionales de identidad y ser).
El cuerpo que fija su mirada en la lata mientras ésta es lanzada desde su mano, es el mismo cuerpo que envuelve su larga cabellera con ruleros, incorporándose a la vez al cuerpo que batea en dirección a la arboleda, elevando su mano hacia la cámara, y dirigiendo su mirada al recorrido del proyectil, y soñando con lo salvaje. Los tiempos salvajes para los cuerpos queer en esta obra no apuntan a orgías ni a fiestas únicamente, aunque se nos proponga una fugaz mirada a los cuerpos jugueteando, descansando, en el sauna, acicalándose entre sí. Aquí, los tiempos salvajes son las temporalidades a las que las fotografías nos dan acceso, mostrando a rebeldes jóvenes veinteañeras jugando en medio del campo.
Las fotografías de Bird introducen los cuerpos en lo salvaje, para luego trazar el impacto de la presencia humana sobre el paisaje, y el paisaje sobre cuerpos humanos. Y mientras los bosques parecieran explotar de vitalidad, la gente también viene a embriagarse con lo salvaje, desbordando con agua, pis, alegría. Y en el medio de este furioso intercambio, del dar y recibir entre sujeto y objeto, entre figura y tierra, de pronto aparece dramáticamente una silla, solitaria y vacía en medio del bosque. Lo frenético se volvió espacio de reposo, lo que jugueteaba se volvió mortalmente serio, lo que se encontró ahora se perdió, y lo que era salvaje es salvaje nuevamente. Resalvaje. Resalvajizado.

Texto compartido de Página 12. Y traducido por Karen Bennett

miércoles

ENTREVISTA a JUDITH/JACK HALBERSTAM


JAGOSE: Es obvio que la eficacia crítica de la frase "masculinidad de MUJER (*)" proviene fundamentalmente del alarde de su efecto oximorónico. Con toda la movilización crítica, política y subcultural casi universal que se ha suscitado a partir de los análisis de Judith Butler de que el género es performativo, existe otro sentido en el que el asalto a la coherencia de los opuestos de género cosificados durante mucho tiempo implícito en tu noción de "masculinidad de MUJER" parece casi inevitable, un momento necesario para la teoría del género de finales del siglo veinte y todo lo que ello comporta. ¿Cómo desarrollaste el concepto de masculinidad de MUJER como un concepto crítico? 

HALBERSTAM: "La masculinidad de MUJER" se me ocurrió como un término que estaba implícito en muchos de los diversos debates sobre el género, la performatividad de género, el constructivismo, etc, pero que nunca se mencionaba como tal. Lo que en realidad quiero decir en mi libro es que a pesar de que se está casi universalmente de acuerdo que el haber nacido MUJER no produce automáticamente la femineidad ni el haber nacido varón la masculinidad, parece que muy poca gente se está dando cuenta o está pensando sobre los efectos materiales que conlleva el disociar el sexo del género y esto ha sido particularmente obvio en la esfera de la masculinidad. Al significar la femineidad en general el efecto del artificio, la esencia de la "performatividad" (si se puede decir que lo performativo tiene esencia), nos resultará más fácil entender que es transferible, móvil, fluida. Pero la masculinidad tiene una relación totalmente diferente con la performance, lo real y lo natural y parece que es mucho mas difícil fisgonear y desmontar lo masculino y las características asociadas a los varones que lo femenino y las características asociadas a las MUJERES. 

JAGOSE: ¿Podríamos considerar que lo que pretendes cuando hablas de masculinidad de MUJER como concepto, proviene de que crees que este término puede contribuir a desestabilizar esa pareja, la masculinidad y la femineidad? 

HALBERSTAM: El término "masculinidad de MUJER" representa varios tipos diferentes de intervenciones en la teoría y práctica de la teoría del género. En primer lugar, desafía la idea de que los géneros son simétricos; en otras palabras, decir que el género es "performativo" puede resultar de mucha ayuda cuando hablamos de la femineidad pero resulta menos útil en relación a la masculinidad. De hecho, la masculinidad se presenta con frecuencia como no-performativa o anti-performativa (piensa por ejemplo en los roles lacónicos de Clint Eastwood). En segundo lugar, la masculinidad de MUJER altera las narraciones de los estudios culturales contemporáneos donde la masculinidad siempre se reduce a algo así como "los efectos sociales, culturales y políticos de la corporeidad y el privilegio masculino". Espero que mi libro oblige a que los estudios sobre la masculinidad rompan radicalmente con los estudios sobre los hombres blancos. A este respecto yo creo que mi trabajo se encuentra en una intersección con los trabajos sobre la masculinidad negra queer de Philip Brian Harper y José Muñoz entre otros. En tercer lugar, la masculinidad de las MUJERES nombra una corriente alterada en la historia del feminismo y el lesbianismo. El feminismo de los años setenta en alguna de sus variantes señaló un territorio de conducta proscrita utilizando el término "identificada con el varón". Este término normalmente se utilizaba para describir a "mujeres heterosexuales que se identificaban con o a través de sus parejas masculinas" y lesbianas butch que no eran "mujeres identificadas-con mujeres" sino "mujeres identificadas-con-varones". El efecto de ese término "identificadas-con-varón" creo que se formó para castigar a las mujeres gays más visibles y fuera del armario por su masculinidad y condujo a que el feminismo fuera el estudio de la femineidad. Por esta razón, la historia de la masculinidad de MUJER se solapa sólo ligeramente con la historia del feminismo lesbiano, es, por decirlo de forma más apropiada, la historia de las mujeres identificadascon-varón. En mi libro comienzo la historia con la dama del s.XIX Ann Lister, una mujer travestida que escribió extensos diarios sobre sus deseos e identificaciones y continúo esta historia con Radclyffe Hall, los estudios sexológicos de invertidas, las stone butches de los años cincuenta y los drag kings de los noventa. Esta historia no es exactamente una historia lesbiana, ya que la palabra "lesbiana" se ha utilizado como una palabra que se refiere a la historia de las mujeres identificadas con mujeres. Creo que otros trabajos que se están llevando a cabo en la actualidad por Lisa Duggan, Laura Doan entre otras se añadirán a estas "otras" historias de no-lesbianas acerca del deseo por el mismo sexo en el siglo XIX y XX. 1 

JAGOSE: Por lo tanto, si la forma en la que utilizas el término masculinidad de MUJER distingue de manera escrupulosa entre las categorias históricas que han tendido, en manos menos cuidadosas, a ser recuperadas para la historia del lesbianismo, ¿Se podría anticipar que tus análisis sobre la masculinidad de MUJER en la cultura contemporánea continúan complicando y afinando puntos de vista actuales sobre las posibilidades sexuales y de género?

HALBERSTAM: Así es. La génesis de mis ideas sobre y a partir de la masculinidad de MUJER problablemente proviene del deseo que tuve a principio de los años noventa de señalar un lugar para las mujeres travestidas que no se ajustaban perfectamente a los modelos de transexualidad de la comunidad y a los modelos médicos. En la medida que "los transexuales FTM (de mujer a varón)" se hicieron más numerosos y visibles en las comunidades queer urbanas, inevitablemente hubo una vuelta a barajar las categorías y las etiologías. A la gente joven que salió del armario en esta década se le puede perdonar el que no acaben de entender lo que sus experiencias travestidas querían decir. Si "lesbiana" en este contexto se convierte en el término que se utiliza para designar a las mujeres que se consideran mujeres y desean a otras mujeres y si el términos "transexual FTM" se convierte en el término para las personas que habiendo nacido mujeres, experimentan una prolongada identificación masculina y se consideran varones. ¿Qué es lo que ocurre entonces con las personas que habiendo nacido MUJERES, se identifican con lo masculino pero no necesariamente con los varones y ciertamente tampoco con las MUJERES? Utilizamos el término "butch" para esta última categoría pero yo intento extender el término butch más allá de su contexto de los años cincuenta y su inevitable emparejamiento con "femme" y lo sitúo en un terreno más amplio, la masculinidad de MUJER. Mis ideas en este campo se han enriquecido notablemente al leer el trabajo de teóricos transexuales FTM tales como Jacob Hale y Jay Prosser. El libro de Prosser Second Skins: the Body Narrative of Transsexuals, se encuentra muy en sintonía con mi trabajo. 

Para mí, el término masculinidad de MUJER también deja constancia de lo que tan sólo puede llamarse un "impulso taxonómico". Mi libro defiende una mayor complejidad taxonómica en nuestras historias queer. A diferencia de una teórica como Butler que ve las categorías como algo perpetuamente sospechoso, yo soy partidaria de la categorización como una manera de crear espacios para actos, identidades y formas de ser que de otro modo serían innombrables. También pienso que la proliferación de categorías ofrece una alternativa a la reivindicación humanista trivial de que las categorías inhiben al yo único y crean compartimentos para lo que sería, de no existir estas, un espíritu indomable. La gente que considera que no vive dentro de categorías, generalmente se beneficia de no nombrar donde se ubican. Yo intento ofrecer algunos nombres nuevos para aquellos espacios que anteriormente eran inhabitables. De hecho, mi inspiración taxonómica procede de la introducción al libro Epistemología del armario de Eve Sedgwick en la que se ofrece una lista acerca de las maneras en las que las personas pueden cartografiar las sexualidades y los deseos. Su lista rechaza la banalidad de los compuestos binarios homo-hetero y sugiere que nuestras limitaciones provienen no sólo de la ley sino también de fallos de la imaginación. Espero que mi obra pueda ayudar a imaginar de nuevo el complejo conjunto de relaciones que existe entre la sexualidad, el género, la raza y la clase social. 

JAGOSE: Tu obra reciente ha vuelto a considerar y quizás ha reinventado de forma significativa categorías de identidad de género. Me parece que esto es un movimiento crítico provocador ya que much*s teóric*s queer y, se podría argumentar, los efectos más resistentes de la misma teoría queer, trabajan contra la taxonomización identificatoria, quizás particularmente contra las taxonomías sexuales supuestamente ligadas al género. Yo leo tu libro sobre la masculinidad de MUJER como un trabajo que simpatiza con los gestos tendentes a deconstruir el concepto de "lo natural" que están en el centro de tales proyectos queer. A la vez, al oponerte a lo que denominas humanismo trivial, dices, en una expresión idiomática que no se escucha mucho en esta época, "soy partidaria de la categorización". Me interesa la forma en la que tomas partido, la manera en la que resistes el supuesto que da cada vez más miedo de que recurrir a categorías acerca del yo o categorías de corporeidad sexual está necesariamente ligado al esencialismo o a proyectos conservadores. Y aún así, me parece que el consenso casi unánime que existe sobre este tema se basa, no sólo en los principios humanistas que tu señalas, sino en el axioma postfoucaltiano de que las categorías identificatorias se encuentran al servicio de las tecnologías de la regulación, incluso en su forma más banal. ¿Se encuentra esta distinción registrada en tu articulación de nuevos "actos, identidades y formas de ser" en relación a la masculinidad de MUJER?

HALBERSTAM: Esto es obviamente una pregunta compleja pero recoge importantes preocupaciones sobre una táctica de "clasificación productiva". Por supuesto que como tu dices la teoría queer ha estado muy preocupada por las relaciones existentes entre la identidad y regulación postfoucaultiana, y que como sugieres, reconocemos que aceptar la categorización puede formar parte simplemente de un reverso del discurso dentro del cual a las categorías construidas por la medicina se les presta el peso de lo real ya que hay gente con deseos de ocupar tales categorías. 
Sin embargo, pienso que hemos permitido que esta idea foucaultiana redirija los debates sobre las identificaciones fuera del tema de las categorías en sí mismas. El término "discurso reverso" en la Historia de la Sexualidad vol. 1 identifica y rechaza las formulaciones tradicionales de la lucha política gay y lesbiana como fundamentalmente de oposición. Ya que ciertos discursos sobre la liberación sexual, reproducen los mismos términos de los opuestos binarios homo/hetero que nos oprimen en primera instancia; más tarde, estos discurso forman parte de la instalación de la misma jerarquía sexual a la que buscan oponerse. Sin embargo, Foucault también entiende que las luchas emancipatorias son estratégica e históricamente necesarias; además, un "discurso reverso" no es de ninguna manera lo mismo que darle la vuelta al discurso. Por el contrario, su deseo de darle la vuelta es un deseo de transformación. 
Por consiguiente, no veo la necesidad de rechazar simplemente todos los discursos reversos por sí mismos (salir del armario, organizar, producir nuevas categorías) pero sí creo que es limitado pensar en ellos (en salir del armario, por ejemplo) como un punto final. Foucault claramente cree que la resistencia tiene que ir más allá del nombrarse ("Yo soy lesbiana") y debe producir formas nuevas y creativas de resistencia al asumir y potenciar una toma de posición marginal. 

JAGOSE: ¿En qué tipo de toma de posición marginal estás pensando en la actualidad? 

HALBERSTAM: Bueno, al igual que el historiador George Chauncey, estoy menos interesada en las categorías producidas por expertos ("homosexual", "invertido" "transexual") y mucho más interesada en las sexualidades vernáculas o en las categorías que se producen y sostienen dentro de las subculturas. Obviamente, un proyecto como éste se origina con el trabajo de Gayle Rubin que ha hablado de forma convincente sobre los límites de los discursos de l*s expert*s en la sexualidad (como el psicoanálisis) y sobre la importancia de preguntarnos sobre la "etnogénesis sexual" o sobre la formación de las comunidades sexuales. Considero que los discursos científicos han tendido a reducir nuestra capacidad de imaginarnos la sexualidad y el género de otra manera y en general los debates que han tenido lugar en las comunidades médicas sobre la corporeidad y el deseo pueden estar muy a la zaga de los debates que tienen lugar en listados de correo eléctronico, en grupos de apoyo o en clubs de sexo. L*s médic*s utilizan las categorías de manera muy diferente a cómo las utilizamos quienes estamos buscando compañer*s sexuales. Pienso que deberíamos apoderarnos de la prerrogativa de ponerle nombre a nuestras experiencias e identificaciones. 
En ningún lugar este hecho se ha evidenciado en los últimos años más claramente que en relación a la experiencia que llamamos "transgenérica". Trasngenérica es fundamentalmente un término vernáculo desarrollado dentro de las comunidades de género para nombrar a las experiencias de cambio en la identificación sexual que quizás no adopten los protocolos y constricciones de la transexualidad. Estas personas entienden dicho cambio identitario como una parte crucial de su yo genérico pero pueden escoger entre las opciones de modificación del cuerpo, presentación social y reconocimiento legal que están a su disposición. Por ello, podemos encontrarnos que un varón transgenérico es una persona nacida MUJER que no se ha sometido a cirugía de reasignación de sexo, toma tetosterona (con o sin supervisión médica) y vive como un hombre en general, pero al que su comunidad le reconoce como un hombre transgenérico en particular. En este contexto, el término "trasngenérico" rechaza la estabilidad que el término "transexual" puede ofrecerle a alguna gente y se alinea con posibilidades más híbridas de corporeidad e identificación. A la vez creo que el término "transexual" se está reconstruyendo mediante el trabajo de transexuales que se identifican públicamente como tales como Kate Borstein. En otras palabras, transexual no es simplemente el término médico conservador con respecto al vernáculo y transgresor transgenérico; más bien ambos términos, tanto el término transexual como transgenérico cambian y modifican su significado y aplicación en su relación mutua más que en relación a un discurso médico hegemónico. 
Finalmente, si producimos categorías diferentes, obligamos a que la gente las utilice y un uso amplio de estas categorías cambia totalmente el panorama de las políticas de género. Anoche, por ejemplo, ví un programa excelente titulado "La Revolución Transgenérica"en una programa de televisión por cable de mucha audiencia que se transmite a las diez de la noche. Este programa empezó como siempre con una introducción sensacionalista mostrando a esos raros transexualillos enfrentándose contra el resto de "nosotr*s", pero cuando el programa fue centrando su atención en personas transgenéricas (a algunas de las que era más fácil de identificar como transexuales que como transgenéricas), el centro de atención del programa se fue modificando y la narrativa del mismo fue cambiando. La transexual MTF (de varón a mujer) Nancy Nangeroni planteó su necesidad de tomar estrógenos y vivir como una mujer pero sin necesitar someterse a cirugía de reconstrucción genital y habló de una manera muy emocionante sobre el ser híbrido. El efecto de esas "vidas reales" consistió en encarnar la categoría "transgenérica" de tal forma que se alteraba el significado de la masculinidad y la femineidad profundamente. También había un cambio y se ponía el acento en la especificidad de los crímenes que se cometen contra las minorías sexuales en lugar de ponerlo en la extrañeza del cuerpo transgenérico. 

JAGOSE: Quizás una de las cosas que convendría resaltar ahora es la forma en la que el concepto de "masculinidad de MUJER" no es en sí mismo una categoría identificatoria sino que es un término que sirve para describir algo que puede producir cortocircuitos en el sistema sexo/género. Es decir, doy por hecho, a no ser que me digas otra cosa, que experimentar una masculinidad de MUJER como un término autodescriptivo contundente no es lo mismo que identificarse con algo tan formal y coherente como una identidad. Por el contrario, una de las características de la masculinidad de MUJER que hay que tener en cuenta es la de describir de manera diferente e incompleta subculturas sexuales tan diversas como algunas de las que ya has mencionado: es decir, drag kings y butch por ejemplo. ¿Podrías completar el espectro de actos e identidades que reúnes bajo la firma de la historia de la masculinidad de MUJER? 

HALBERSTAM: Es cierto que la "masculinidad de MUJER" no describe una identidad aunque quizás ofrece un espacio de identificación. La masculinidad de MUJER cubre una multitud de identificaciones travestidas en mi libro: marimachos, butch, mujeres heterosexuales masculinas, safistas y tríbades del siglo XIX, invertidas, transgenéricas, stone butch y soft butch, drag kings, cyber butch, atletas, mujeres con barba, y la lista no se para ahí. 
Utilizo el término como una firma general que evita la especificidad histórica del término "butch" y permite agrupar una cantidad de afiliaciones y expresiones de género diferentes de una manera diacrónica. En relación a las mujeres de identificación travestida anteriores al s.XX, por ejemplo, los términos "lesbiana" y "butch" son de muy poca ayuda. Si decimos que una mujer masculina del s.XIX era "lesbiana" damos por hecho que su deseo y su presentación de género se organizaba y se reconocía según modelos contemporáneos de sexualidad y género. Si la llamamos butch le estamos otorgando una palabra vernácula que ella no habría utilizado y a la que no habría tenido acceso. Además, el dar por hecho que esa mujer era una "prelesbiana" o lesbiana a la que le faltaba el acceso al lenguaje de la identidad, conlleva creer que todas las organizaciones del género y de la sexualidad del pasado solamente han progresado de forma lenta e inevitable hasta las organizaciones que hoy conocemos. Si reconocemos a una mujer travestida del s.XIX bajo la firma de "masculinidad de MUJER" podemos preguntarnos qué es lo que su masculinidad podría haber significado para ella, para sus amantes y para la sociedad. 
Ya que considero que una clasificación precisa es arte y parte de un proyecto sobre "la masculinidad de MUJER", el libro intenta establecer unas diferencias incluso más detalladas sobre las diferentes formas históricas y culturales de la masculinidad de MUJER.
También intento diversificar la categoría "butch" al reconocer que mujeres distintas expresan su masculinidad de distinta manera y que esa variable puede tener mucho que ver con la clase social, la etnia y la orientación sexual. 

JAGOSE: Es verdad, tu identificación de la masculinidad de MUJER como un fenómeno de carácter singular se amplifica por la insistencia con la que planteas en tu libro que estas formas diferentes no son sinónimos. Es decir que valoras un método crítico que sea sensible a las redes de la masculinidad de MUJER como una serie de categorías de identificación especificamente históricas, mientras que también mantienes una aguda presión crítica sobre la persistencia de la masculinidad de MUJER, en realidad, de su total visibilidad, como queda reflejado en las fotos de Del La Grace y Catherine Opie. 

HALBERSTAM: Creo que la "masculinidad de MUJER" es algo eminentemente legible: la gente me pregunta a menudo que significa la palabra "masculinidad" en el término "masculinidad de MUJER" y la otra pregunta que se repite con más frecuencia es "pero no te estarás refiriendo solamente a la apariencia..." Y mi respuesta normalmente es. "¿Qué significa "solamente" en esa oración?". ¿Desde cuándo la apariencia física es una parte insignificante de cómo la gente se mueve y se comunica en el mundo? Cuando hablamos de la masculinidad de MUJER, y me doy cuenta de que lo que voy a decir suena ridículamente postmoderno, la apariencia lo es todo. Esto no quiere decir que las mujeres masculinas no experimenten su masculinidad como un efecto identitario profundo o interno, ni tampoco quiere decir que la masculinidad de MUJER trate sólo de la apariencia física. Lo que quiere decir es que en esa oración "sólo" es imposible. A las mujeres masculinas se les reconoce como tales durante amplios periodos de su vida. Pueden haber camuflado su masculinidad, pueden haberla controlado, pueden pavonearse de ella pero parte de lo que quiere decir ser una mujer masculina tiene que ver con el ser reconocida como no-femenina o inapropiada como mujer. Las marimachos, por ejemplo, se construyen a sí mismas en parte como chicas rebeldes o deportistas y en parte se construyen como "no-chicas" dentro del contexto de la infancia, un periodo de la vida muy sometido a escrutinio. Cuando era pequeña, me confundían casi todos los días con un chico. Me parece que esa confusión añade algo y al final, o incluso inmediatamente, se convierte en parte del propio sentido del yo de la niña (o del niño). La marimacho puede ser una persona joven para la que la confusión (la suya propia y la de otra gente) forma parte de su sentido del yo. Existen otras muchas formas de confusión que están asociadas a formaciones de la identidad, algunas patológicas, (la anorexia, por ejemplo, que impide reconocer el peso del cuerpo) y algunas placenteras, pero la masculinidad de MUJER se refiere a una consecuencia en concreto, a la repetida confusión de género. 

JAGOSE: Me interesan esas ideas de reconocimiento y confusión y la forma variada con la que refuerzan y socavan el sentido del género como algo inmanente. Como alguien que está acostumbrada y a pesar de ello, se sorprende siempre, de que se me tome por un hombre en los baños de mujeres, el tema al que te refieres más sucintamente en tu libro como "el problema del cuarto de baño", a mí me parece que hablas de una experiencia, que incluso estableces una diferencia crítica útil entre esos momentos en los que la masculinidad de MUJER se maneja y se representa activamente, por los drag kings, por ejemplo y, esos momentos que ocurren con mayor frecuencia en los baños públicos como señalas, (pero quizás también podamos incluir todas esas industrias de servicios cuya medida de profesionalidad se basa en atribuirle un género a la interfaz del cliente: "¿Desea beber algo, señor?"), esos momentos en los que las clasificaciones de género te pillan desprevenida, quizás incluso las que una utiliza y que pueden estar en total disparidad con la propia percepción sobre una misma. ¿Nos puedes comentar un poco sobre esta distinción en relación al proceso de la formación de la identidad que mencionabas antes? 
HALBERSTAM: Vale. Me parece que el que me tomen por un hombre en el baño no me coge de sorpresa. Lo que en realidad me sorprende es que haya gente que llame al servicio de seguridad (como me ha ocurrido con bastante frecuencia), ya que si yo no me presento a mí misma de forma activa como una "mujer" ¿Por qué me tendrían que tomar por una? Creo que cuando se es muy joven la confusión puede ser un factor muy difícil al que hay que enfrentarse, es difícil de aclarar esa confusión cuando no se dispone de un nombre para toda esa variedad de género. Pero más adelante la confusión quizás sea una respuesta a la masculinidad de MUJER con la que una se las ha tenido que arreglar. ¿Cómo te sientes cuando te confunden con un tío? ¿Te dá verguenza? ¿Te enfadas? ¿Tienes una respuesta preparada? ¿Utilizas a veces los baños de hombres? 

JAGOSE: No tengo una respuesta preparada. Siempre me siento atrapada en una emboscada cuando se me confunde. Me imagino que la gama de respuestas de cómo me puedo sentir en ese momento oscila entre morirme de verguenza y enfadarme, además de sentir cierta superioridad despreciativa que estoy segura no confesaría jamás, junto con una vertiginosa sensación de que algo divertido me ha sucedido, que una parte de mi rutina se ha abierto de nuevo a este extraño encuentro que ya está en mi cabeza convirtiéndolo en una anécdota.

HALBERSTAM: Me interesa tu comentario de que el que se te confunda con un hombre en los servicios te genera inmediatamente convertir ese hecho en una anécdota. La confusión realmente necesita de una narración, bien de una narración que corriga el error, una narración que denomine los efectos de los desacuerdos de género o una narrativa que sea capaz de arreglárselas con la verguenza del encuentro.  

JAGOSE: Sí, y quizás el hecho de que esas narraciones sean todas muy diferentes en términos del efecto que consigen, me permite volver a donde estaba intentando ir con mi anterior preguna sobre la confusión. Me estaba preguntando si tienes la sensación de que la masculinidad de MUJER funciona de manera productiva tanto como una categoría de autoidentificación, como una categoría de atribución al otro y, aún más, como una categoría que a veces nos permite negociar un hueco entre el propio sentido del yo y su legibililidad pública que está en desacuerdo con el género asignado.  

HALBERSTAM: Creo que en el pasado la masculinidad de MUJER tendía en realidad a no funcionar como una categoría de autoidentificación sino como algo que se le podía decir a una mujer, "es una mujer masculina", "es hombruna" y que se encontraba a un paso de que se le llamara lesbiana. Cuando se ha identificado como masculinas a las mujeres normalmente se ha hecho de forma negativa como Esther Newton señaló en "The Mythic Mannish Lesbian". La mujer hombruna es mítica porque es omnipresente y transhistórica pero también es mítica porque es el estereotipo contra el que se juzga a otras lesbianas. Intento ocupar la categoría de masculinidad de mujer, hacerme una casa dentro de ella y hacer de ella un lugar hospitalario para otras personas que se han sentido excluidas, que se han sentido "excluidas siendo de allí" (en palabras de Elspeth Probyn) o a las que se ha penalizado por su masculinidad. 

JAGOSE: Tu utilización de la metáfora de la casa me recuerda un debate que hay en tu libro Female Masculinity sobre las diferentes metáforas de la migración en los discursos sobre la transexualidad. Por supuesto el subtítulo del relevante capítulo "Butch Transgenéricas. Guerras fronterizas butch/FTM y el continuo masculino" se refiere precisamente a los tensos debates que acompañan a los conceptos sobre la identidad y de los que se habla en términos de disputas territoriales. ¿Puedes señalar cuales son en tu opinión los aspectos centrales para pensar en lo transgenérico, lo transexual y en la masculinidad lesbiana? 
HALBERSTAM: Permíteme primero decir unas palabras sobre sobre el uso de la metáfora de la frontera. Hace unos años me dí cuenta de que "las guerras de fronteras" habían aparecido como un término que describía los conflictos entre los transexuales FTM (de MUJER a varón) y las butch sobre lo que para cada comunidad significaba su masculinidad y la narración de sus vidas. Muchos transexuales FTM querían insistir en que los relatos de sus vidas era radicalmente diferente de los relatos de las vidas de las butch y muchas butch querían negar tal diferencia para indicar que existe un elemento de elección en relación sobre si hacer o no la transición de mujer a varón. La gente quería identificar el lugar donde la identidad butch o el autorreconocimiento terminaba y donde empezaba la autoidentificación transexual y me parece que de forma predecible se trazaron líneas divisorias seguidas de batallas entre comunidades. Las fronteras se utilizaban metafóricamente para describir la diferencia en el contexto de vidas en transición, pero, por supuesto, utilizar el término "frontera" como metáfora tiene sus límites. Yo vivo en una ciudad fronteriza, San Diego; y empecé a sentirme preocupada por un discurso transexual FTM que hablaba específicamente de volver "a casa" cuando se refería al género propio y hablaba de "cruzar" la frontera cuando se refería a recorrer el camino de MUJER a varón. Estas referencias a la "casa" y al sentimiento de "pertenencia a un lugar", creo que se desarrollaron como si los debates sobre el sentirse en casa y el sentimiento de pertenencia a un lugar no hubieran ocurrido en todas partes en relación con los debates postcoloniales sobre las migraciones y la economía global. Cuando los transexuales FTM se referían a tales debates, con frecuencia lo hacían para adoptar conceptos postcoloniales para un proyecto totalmente diferente: ratificar las transmasculinidades blancas. Aunque considero que esto no queda lo suficientemente claro en mi capítulo, creo que la metáfora de la frontera estaba siendo adoptada por proyectos trans que en realidad no prestaban atención a los movimientos de capital y de privilegio que eran centrales en otros debates fronterizos. 
Hoy en día, creo que los conflictos basados en la identidad no son omnipresentes y la gente interesada en una política transgenérica no está utilizando el término "frontera" solamente como metáfora. En su lugar estamos empezando a pensar en las formas en las que las identidades raciales, las distintas procedencias de clase social y las historias personales sobre la inmigración tiene un impacto profundo en la experiencia de la transexualidad, el acceso a los servicios de salud y a la comunidad de que se dispone, el papel social post-transición que se tiene. Mientras muchos de los primeros debates que llamamos "guerras fronterizas" tuvieron lugar dentro de y entre la comunidad transexual y gay/lesbiana blanca, entre las comunidades queer de color han tenido lugar recientemente más debates. Este año, por ejemplo, el Proyecto Audre Lorde "Mundotrans: La cuarta ciudad de Nueva York" (un grupo queer para gente de color) organizó "Mundotrans", la "Cuarta Conferencia Anual de la ciudad de Nueva York para potenciar la salud transexual y transgenérica" Esta conferencia tuvo un éxito notable y auspició sin ningún problema mesas redondas sobre la globalización, la inmigración y el trabajo sexual bajo el encabezamiento de políticas transgenéricas. Los temas centrales para el futuro a la hora de pensar en masculinidades lesbianas y transexuales/transgenéricas llevarán consigo el prestar atención de una manera mucho más rigurosa a los muy diferentes significados de masculinidad producidos en lugares muy diversos. He asistido a un par de mesas redondas sobre temas butch/FTM durante el año pasado que han consistido siemprede forma inevitable en tres o cuatro butch y FTM contando sus propias narraciones personales y discutiendo posteriormente el significado de las mismas. Creo que el desafío para las butch blancas consiste en ir más allá del testimonio personal y de las batallas identitarias, repensar las producciones de la masculinidad blanca y aprender de los debates sobre la masculinidad de color. 

JAGOSE: Para ser un poco más específica acerca de cómo podría ser este debate o qué tipo de trayectorias de aprendizaje comportarían, vamos a hablar un poco de tu trabajo sobre los drag kings, que trata de la interacción teatralizada de las masculinidades blancas y las masculinidades de color. Al mirar las fotos de Del La Grace junto a tu texto sobre drag kings, el ajuste entre ciertas formas específicas de masculinidad y la identidad racial o étnica de las perfomers drag kings se refuerza o incluso se hace posible por la coherencia aparente de la raza y la identidad como una práctica significante. ¿Cómo podría esta mezcla de género y etnicidad hacer posible volver a pensar sobre la masculinidad? 

HALBERSTAM. Lo que me llamó originalmente la atención fué precisamente el que este hecho me posibilitó volver a pensar sobre la masculinidad y además de forma tal que hacía partícipe la performance sobre maculinidades de raza y de clase. A principio de los concursos drag king que describo en mi texto era tan evidente que había enormes diferencias en términos de teatralidad y performance entre los drag kings negros, blancos, asiáticos y latinos. La diferencia era evidente por lo menos en parte por lo que respecta a la respuesta del público. El público del bar HerShe de Nueva York, compuesto fundamentalmente por personas de raza negra y por personas latinas, respondía con gran entusiasmo a las actuaciones de rap y hip-hop de los drag kings negros y latinos mientras que mostraba poco entusiasmo con las representaciones de kings blancos con chaquetas y corbatas. Los kings blancos incluso se quejaban i de que con ese público jamás podrían ganar un concurso. Pero en los dos últimos años, el panorama drag king se ha hecho más complejo, los drag kings blancos se han teatralizado más, los drag kings negros no sólo hacen rap o funk. Por supuesto, Nueva York tan sólo ofrece un paisaje social para la cultura drag king y las culturas drag kings cambian profundamente de un lugar a otro. El espacio drag king más interesante en los Estados Unidos se encuentra sin duda en el Midwest, en Colombus, Ohio donde los Kings H.I.S. actúan cada mes para un amplio público de fans entusiastas. Los Kings H.I.S. son mas una especie de troupe teatral que una pandilla de club y cuentan con unos veinte drag kings activos que ofrecen actuaciones, pertenecen a diferentes grupos étnicos y proceden de clases sociales distintas. 
Y ya que lo has traído a colación, hablaré del uso de mi propia foto en Female Maculinity. Gracias por lo de "dandy". Creo que con la imagen del traje y la corbata buscaba una forma de masculinidad atrevida pero aceptable. La foto me la hizo Del La Grace, con quien entonces llevaba trabajando más de un año para The Drag King Book. Había visto como Del hacía fotos de drag kings y me quedé tan impresionada por la manera en la que poco a poco desarrollaba una proximidad con cada una de las personas y conseguía su confianza. En el momento en que Del estaba haciendo fotos de un drag king, ya era un amigo de confianza, un compañero de conspiración, nunca un extraño ni un intruso, siempre un ojo cercano. Cuando me hizo algunas fotos, aprendí un poco sobre su técnica, su capacidad para encontrar puntos de identificación entre su deseo y el de las personas que iba a fotografiar y sobre la manera de hacer visible estos puntos de identificación cuando crea las fotos. Como tema y sujeto fotográfico, te conviertes en una extensión de Del, te conviertes en su performance de la masculinidad así como de la tuya propia, encuentras nuevas maneras de expresar la identidad. Yo soy una persona que me muestro especialmente incómoda ante una cámara de fotos pero estaba muy contenta de tener esas fotos en el libro porque me daban un referente visual sobre mi propia masculinidad y eso le obliga al lector de mi libro a tenerme en cuenta en las narrativas de masculinidad que está leyendo. Las fotos no son sólo pura auto-promoción improductiva (aunque en parte puedan serlo). También son testamentos de la masculinidad de MUJER que llevo puesta y con la que vivo todos los días. 
JAGOSE: Es cierto, incluso la foto menos estudiada de las de Del apenas podría considerarse "improductiva" dada la forma en que registra una inversión sexual al hacer visible la masculinidad de MUJER. (La imagen 11 del cowboy en la colina) ¿Es esta manera de documentar la masculinidad de MUJER dentro del terreno visual una parte importante del proyecto The Drag King Book?

HALBERSTAM: Por supuesto. De hecho a Del y a mí nos costó mucho trabajo encontrar una editorial que quisiera hacer un libro híbrido entre fotografía y texto. L*s editor*s o bien querían un libro con mucho texto y unas cuantas fotos en blanco y negro, o un libro de fotos en color y en papel satinado sin texto. Cuesta trabajo creer lo mucho que le molestaba a las editoriales el formato fotografía/texto. Del y yo teníamos claro que lo queríamos así y finalmente nos encontramos con Serpent'sTail. Creo que el publicar textos largos sobre drag kings sin fotos es arriesgado porque los textos tienden a perderse ya que la atención de la gente se dirige a las fotos, pero presentar las fotos sin dotarlas de contexto conllevaba seguir alimentando la forma en que los medios de comunicación de masas presentan a los drag kings como una tendencia de marketing desprovista de las producciones artísticas y epistemológicas de la comunidad. 

JAGOSE: ¿Como registra The Drag King Book ese interés por la comunidad? 

HALBERSTAM: Bueno, The Drag King Book es un libro bastante diferente de Female Masculinity ya que no es un libro académico y va dirigido a un público más amplio. Incluye entrevistas con drag kings y descripciones de eventos basados en los puntos de vistas de los drag kings sobre sus actuaciones. El libro se divide en una sección de debates que se están desarrollando en Nueva York, San Francisco y Londres y hay unos capítulos sobre la raza, el género, Elvys y las masculinidades. Tenemos una entrevista fantástica con Dodge Bros, una banda drag king de San Francisco. Los dos miembros principales de Dogde Bros son Harry Dodge (artista de performance y mujer barbuda) Y Silas Flipper (guitarrista de la banda Tribe 8). Dodge Bros me interesan mucho porque se identifican como butch y ven al drag king como un espacio para celebrar el éxito de sus particulares presentaciones sobre la masculinidad, hablan de forma muy divertida sobre sus fans MUJERES, heterosexuales en su mayoría, que van a sus actuaciones con sus novios, ¡pero se marchan con los drag kings! Mientras que sus actuaciones se desarrollan dentro de las formas de competir masculina sobre mujeres más estereotipada, también reescriben lo "butch" como algo poderoso y atractivo no como algo feo y patético. Los Dodge Bros representan en mi opinión una corriente muy significativa de la estética butch drag king. Tambien se opone a a recientes representaciones de los drag kings como "mujeres sexy" que se visten de drag para ocultar su obvia femineidad y después se la quitan para mostrar a la mujer debajo del traje. En la reciente película de John Waters Pecker, por ejemplo, el drag king de Nueva York Mo B Dick hace de stripper al principio de la película, de drag king hacía el final y después en la escena final se quita el drag para revelar a la stripper de nuevo. Aunque me alegro de que Mo haya tenido toda la publicidad que se merece por este papel, creo que Waters deliberadamente desactiva la amenaza y el poder del acto drag king al insistir en desvelar el cuerpo de MUJER y convertirlo en un acto voyeurista para los hombres heterosexuales. Kings como los Dodge Bros no solicitan la mirada masculina. ¡Amenazan con hacer alarde de una! 



(*) Nota de la traductora. He optado por traducir los términos male/female por varón/MUJER porque dichos términos male/female hacen referencia a la biología y no a la construcción cultural incluída en el binomio sexo/género man/woman= hombre/mujer. Varón/MUJER sólo recoge parcial e imperfectamente esa diferencia semántica pero me parece la solución menos mala, se trataría de producir un cierto desplazamiento semántico al utilizar la palabra varón y producir el mismo desplazamiento semántico al utilizar el vocablo MUJER en mayúscula como traducción de female Y he descartado la traducción macho/hembra por sus conexiones demasiado estrechas con la biología animal y con una carga semántica muy fuerte en castellano que ha hecho que el término hembra desaparezca incluso del carnet de identidad. Como curiosidad comentar que el María Moliner da cuenta del vocablo varona y varonesa como sinónimos de mujer en una primera acepción y de mujer varonil en una segunda.

Entrevista realizada por Annamarie Jagose sobre su libro "Masculinidad Femenina" publicado en Egalés.
Traducción: Mª José Belbel Bullejos

"FIFTY SHADES OF Zzzzzzz" by JACK HALBERSTAM

fifty-shades-of-grey-movieHalf way through the erotic snooze fest (no seriously, the woman next to me was snoring 10 minutes in!!), Fifty Shades of Grey (FSOG), our eponymous hero presents his lover to be with an offer she can’t refuse in the form of a multi page contract. While conventional courting material used to include roses and chocolates, in our neo-liberal world order, romance is now filed under “C” for “consent” or “contractual” depending upon your location. The contract that our heroine receives in FSOG, lists the sexual activities that Mr. Grey proposes for them to undertake along with check boxes in which she can indicate her preferences and disinclinations. Lawyers and bureaucrats might be salivating at this point, but for the rest of us, this seems like an emphatically decent proposal with very little frisson.
new-fifty-shades-of-grey-poster__oPtThe heroine of FSOG, Anastasia Steele played by a winsome if vacant Dakota Johnson, goes over the contract line by line while biting her lip—her signature (and only) sexy move—and, after putting her newly earned English literature degree to work in decoding the document in front of her, surface reading it if you like, she gives her suitor his answers. Yes, she will agree to light whipping, some bondage, the use of slings and even the use of some designated sex toys. But, and our respect for her is supposed to grow at this point, she has some very clear limits. Thinking back to readings from her Gender Studies classes, she remembers that in all negotiations around sex, there are trespassers and line drawers. She will draw the line, she tells Mr. Grey, at “anal fisting.” How about “vaginal fisting?” he counters. Heroine bites lips and makes her decision. No, that is also off limits, and she scratches the item off the list.
Somehow, of all the nasty, filthy, deliciously perverse things that human bodies can do to one another, fisting becomes the sign of going too far. Fisting, of course, has often been linked to queer sex and it indicates a phallic order that exceeds the penis and offers in its place a larger and more dexterous limb. When fisting is the furthermost limit that a sex film can imagine, you know you are in the gray zone alright – not the gray zone of limits pushed and desires tangled, but the gray zone of boredom, banality and avowedly vanilla sex. Having dispensed with the nasties – here represented, and it is worth repeating, as fisting — our sharp, shiny, heroine, Ms. Steele, has onlyFRANCE-ARTS-FIAC one more question: “what is a butt plug?” What is a butt plug? Really? That is your only question here? Not: wait, what? Does our sex really require a contract? Or, I don’t see anything here about water sports. Or, how about, how much are you paying me? No, the lovely and newly deflowered Anastasia Steele has only one remaining, lingering concern …what …is ….a…butt…plug? A butt plug, dear lady, is a plug you put…wait for it…in your butt!
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And so we are off and running in the race to drop a blockbuster smack into the middle of a long winter and a hyper commercialized valentine season (yes, it is now a season. But, Valentine, let’s not forget, was a saint who was killed for marrying Christian couples – hence our definition of romance is linked definitively to Christian marriage, not to mention male martyrdom and female subjugation!). But Fifty Shades of Grey also drops smack into the center of a highly charged national conversation about sexual assaults on campus, on which, more in a moment.
The movie version of Fifty Shades of Grey promised dynamic sex, the subjugation of a feisty if inexperienced woman, the allure of a dominant man, but it delivers only a series of pre-queer theory lectures on BDSM and has less effect, I am willing to bet, on the libidinal urges of its audience than an episode of The Golden Girls – and I mean no disrespect here to that glorious and lusty project of octogenarian girl power.
Fifty-Shades-Of-GreyBy the time Mr. Grey, played less winsomely and way too wholesomely, by Jamie Dornan, finally gets Ms. Steele into a kneeling position in his play room awaiting her punishment, we have dispensed with contractual foreplay, we have been teased with silk ties, perfectly laundered shirts and sex toy shopping in a hardware shop, and we feel as an audience that we too by now deserve something – pleasure, punishment, light torture, whatever it is, get on with it! But alas we get nothing close to the Pasolini style torture we have been promised. All that transpires…trigger and spoiler alerts in full affect…is a little spanking, a lot more lip biting, a few feathers, six (count them) pats with a paddle and a whole lot of cross cutting to make the whole deal seem energetic.
last-tango-ni-paris
Fifty Shades of Grey, one is tempted to say, is Last Tango in Paris without the butter, without the sex and without Brando and Maria Schneider…What it does have, however, are great aerial shots, lots of hard torsos and soft core lenses, some nice car porn and way too much chatter. But this is not a movie review, partly because FSOG is barely a movie! The question towards which I have inched, for anyone who cares to answer or is still reading, is this: what is the relationship between a widely shared and expressed, seemingly white, cultural fantasy of male domination and female submission, and the epidemic of sexual assault accusations on college campuses across the
U.S. right now?
Of course, it is entirely possible that the two phenomena, sexual assault charges, new laws aroundEntire-Playhouse consent in California, and fifty shades of sex play, have nothing at all to do with each other. One is, after all, about the violent and disastrously non-consensual interactions between young men and
women, and the other is about fantasy and a narrative of consensual engagements between a wealthy man and his aspirational and virginal lover. And yet…And yet, there is certainly more to our odd sexual climate in which a popular romance involving BDSM and selling 100 million copies worldwide sits uncomfortably along side statistics indicating that one in five women will be sexually assaulted in college! This weird historical juncture seems made up of part sex panic, part paranoia, part patriarchy, part Peewee Herman (I am not sure which part is Peewee but I sure hope he is in there somewhere).
In September 2014, California became the first state to adopt a law that requires college students to confirm that they have consent for sexual interaction. This law has been dubbed the “yes means yes” act counteracting the date rape rule of thumb that “no means yes and yes means anal” as some fraternity brothers have it. I would like to amend the nickname into “no means no, yes means yes, and maybe means pass the butt plug.” I would also like to designate February as the month for “inviting your fraternity boyfriend to provide oral sex on demand” and March as “take your boyfriend to your gender studies class” month. And as for April, the cruelest month, maybe in April we can begin the Anus Monologues and all think about why “anal” anything and everything has become short hand for punishment, pain and the yuck factor.
No, but seriously, what do we make of the trend for (misrepresented) BDSM in romance fiction and the multiplying charges of sexual assault among college women? As many letter writers to the New York Times Magazine noted in their responses a few weeks ago to a long article about a soured relationship between a male instructor and a female student at Stanford University, the article appeared online with ads for FSOG popping up in the margins. The article in question tells of a relationship that was once completely standard on college campuses (and I am not saying this approvingly necessarily), that of a young female student and a slightly older instructor/TA/professor. Many of those relationships in the past were quickly legitimized through marriage and whatever impropriety may have presented itself in the early moments of the relationship were swept to one side with the explanation of “true love” and so on. Until, that is, the professor replaces his once-student-now-wife with another student-soon to become-wife. In the NYT’s piece,The Stanford Undergraduate and the Mentor a 21 year old junior got involved with her 29 year old mentor, dated him on and off over the course of a year and then, when the relationship soured, she accused him of forcing her to have sex with him. The case, which involves lots of romantic texting, lots of he said/she said back and forth, and lots of accusations and counter-accusations (he assaulted me/she is mentally unstable) is still in the courts.
The New York Times’ piece, like the much ballyhooed Rolling Stone piece, “A Rape on Campus,” before it about accusations of sexual assault on the University of Virginia campus has no answers about sexual assault on campus, only more questions. I am willing to bet that the real problem in the US at any rate in relation to sex on campus has everything to do with limited sex education for high school students, lots of alcohol, and lots of very bad sex. No doubt there are guys who just don’t care whether the woman they are with actually wants to have sex with them, and no doubt there are women who consent and then regret their decision and make assault charges. But ultimately, the problem cannot be legislated one lawsuit at a time. What we need, IMHO, is a robust model of feminism for all genders, a clear program for sex education in high school and some kind of national discussion about what’s wrong with heterosexuality!
So, before wrapping up this rambling attempt to make sense of the confusing and treacherous terrain of sex in college, romantic fantasies and realities and the heterosexual fear of and fascination with the anus, let me just close with three arguments, ok, people always say three, so I will go for four:
Kink1. We should really be asking not what would I do under these circumstances, as either the accused or the accuser, but more importantly, what would James Franco do? I am surprised in fact that, despite his rumored homosex proclivities, his time spent taking queer theory courses at Yale and his role in many a Judd Apatow film, that Franco has not become the designated spokesperson for what’s up with college students and sex. No doubt once he is finished restoring sex scenes to various queer classic films, he will step up and offer us a book, a poem, an installation or even a film on Fifty Shades of Ass Play.
2. Could the real problem be not just bad people taking advantage of naïve people but sheltered people having lots of bad sex with lots of cheap alcohol thrown in for good measure? Can it really be true, as some have asked, that college women are the most vulnerable population when it comes to sexual assault? What do we leave out of the picture when we focus on college campus scenarios to the exclusion of say sexual assault in the home, sexual assault of sex workers, sexual assault of queers? I don’t know the answer to these questions but I think Professor Amy Adler, a law professor at NYU and a smart and creative commentator on sex and the law might – ask her!
3. What is a “butt plug”?
4. And finally, because four questions/conclusions are a bare minimum, can we all stop the violence now – no more horrendous clichés about virgins and powerful, rich, young and handsome men; stop propping up the worn out narratives of heterosexual love and sex; someone shut James Franco up or down; and next time, if you want me to pay lots of money for a two hour snooze fest, please let there by fisting.
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By the way folks, there is actually a pretty good BDSM film out there by Peter Strickland involving two women who play out a series of erotic fantasies of control, domination and submission. The Duke of Burgundy (2015) is beautifully shot and has a credit for the “lingerie manager” so you know it is on the right track. With scenes involving constraint, coffins, golden showers, stilettos, stockings, punishment and delay, the film makes BDSM less of a party trick, less about the equipment and more about repetition, waiting, suspense and reward. Ditch the hen parties on their way to FSOG and take your date to a real film.
And that’s all I have: no haters, just laters baby!

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Texto compartido de la web bullybloggers