miércoles

TODOS LOS HIGOS PARA SYLVIA PLATH por ITZIAR ZIGA

La colosal poeta y escritora Sylvia Plath en las playas de Benidorm. Verano de 1955 

"Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí, como la higuera verde. De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era E Ge, la extraordinaria editora, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesiones poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente. Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de la higuera, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.”


La poeta colosal que escribió estas líneas, se llamaba Sylvia Plath. Y acabó metiendo su maravillosa cabeza en el horno. No soportaba que su existencia fuera tan frustrante, y tan diferente a la de los hombres. Tras subir el desayuno a sus dos criaturas, selló con trapos la cocina para salvarles. Cuando las mujeres empezamos a batallar por salir de nuestras cocinas, a ser posible vivas, primero una a una y luego todas a la vez, se nos condenó al agotamiento o a la renuncia. Me ha divertido saber que aquel hombre que la traicionó, a ella y a muchas más, se sintió acosado por feministas justicieras hasta el fin de sus días. Sylvia eligió la asfixia final a la asfixia cotidiana en 1963, faltaba poco para la revolución de las mujeres.

Sylvia Plath en las playas de Benidorm. Verano de 1955 


En pleno éxtasis, mientras ella me comía el higo, expandida como un pulpo exultante en una higuera, mirando al cielo de Montserrat, te honré, amada Sylvia Plath. Y lloré, dichosa, tremendamente dichosa, después de correrme. Tendida ya sobre la tierra.