Alba Pons Rabasa y Eleonora Garosi |
Introducción
En la presente entrada proponemos una lectura crítica y feminista de lo trans, y de las categorías de sexo, género y sexualidad que lo sustentan, basada en un desplazamiento epistemológico fundamental. No nos interesa analizar lo trans en cuanto fenómeno social ahistórico, ni mucho menos reducirlo a categorías identitarias estables como transexual, transgénero y travesti entre otras geopolíticamente situadas. Nuestro propósito es investigar su genealogía, los dispositivos y tecnologías que lo han ido produciendo y reconfigurando en cuanto categoría diagnóstica e identitaria. La versión de lo trans como condición identitaria patológica, frecuentemente denominada transexualidad o transexualismo, se configura como dominante en la mayoría de los contextos occidentales, pero es importante recalcar su polisemia y su multiplicidad localizada.
Una vez planteado esto, pretendemos ofrecer herramientas para la aprehensión de estas experiencias sexo-genéricas de una forma comprometida, crítica, rigurosa y, sobre todo, situada. Este propósito nos obliga a historizar los términos mediante los cuales se representa la experiencia, tomando las categorías de análisis como contextuales, disputadas y contingentes (Scott, 1992). Entendemos la experiencia como un “proceso continuo por el cual se construye semiótica e históricamente la subjetividad”, efecto de la interacción con el mundo. Se trata de un “engranaje continuo del yo sujeto con la realidad social”, de la subjetividad y la práctica, del mundo interior y el exterior, cuyos efectos son entonces recíprocamente constitutivos (de Lauretis, 1992: 251-294).
En un primer momento, y partiendo de estas premisas, presentaremos una genealogía crítica de lo trans, que a día de hoy sigue estando patologizado. En esta genealogía lo que se aborda no son las experiencias trans, sino las conceptualizaciones de la misma que ha producido la medicina en tanto que tecnología fundamental de producción de subjetividad, así como los costos sociales, políticos, subjetivos y corporales que supone esta forma de objetivación de la experiencia.
En un segundo momento de esta entrada vamos a abordar lo que hemos nombrado como “otros discursos de lo trans”, otros campos desde los cuales se han definido estas experiencias, como el discurso activista en EEUU y la Campaña Internacional por la despatologización de las identidades trans.
Hemos privilegiado estos campos tomando en cuenta el impacto global que han tenidos en términos sociales y políticos. Estamos convencidas de que el día de hoy la mayor parte de las experiencias trans que se dan en las ciudades están atravesadas de alguna forma particular por todos los discursos aquí analizados que, además, circulan globalmente por Internet. Por eso es importante conocerlos e intentar ver cómo se articulan con otros discursos locales de lo trans.
A continuación de estos dos puntos vamos a presentar los debates feministas que ha habido en torno a lo trans. Sin lugar a dudas, tales debates, que finalmente tienen una relación directa con cómo se ha ido definiendo el género desde las ciencias sociales, pueden arrojar luz sobre la forma en que desde la investigación se puede abordar lo trans y con qué objetivos.
Ahora bien, otras de las referencias teóricas imprescindibles dentro del abordaje analítico de lo trans son las que provienen de los estudios transgénero (Trangender Studies). Es por eso que el siguiente apartado lo hemos dedicado a describirlos e historizarlos, y a plantear algunas de las grandes aportaciones de esta rama de estudios. Estamos convencidas de que van a ser de gran utilidad, pero invitamos a que sean leídos críticamente, teniendo en cuenta la dimensión geográfica, histórica y políticamente situada del género. De hecho, parte de la vigilancia epistemológica que creemos necesaria cuando trabajamos esta cuestión tiene que ver con el riesgo de solamente abordarla con referencias teóricas anglosajonas.
Por este motivo añadimos a continuación una mirada a lo trans desde América Latina, comentando algunas referencias teóricas relevantes y situándolas en su contexto político. A pesar de no ser numerosos los trabajos en habla hispana, es de destacar el papel de Latinoamerica en relación a la lucha por el reconocimiento de la identidad de género desde una perspectiva no patologizante.
Finalmente, vamos a terminar esta entrada con una propuesta concreta que comprende ciertas premisas fundamentales para entender y abordar lo trans sin objetivar, universalizar u homogenizar estas experiencias, sino asumiendo su heterogeneidad, complejidad y multidimensionalidad.
Genealogía crítica de lo trans
Es posible encontrar los orígenes de la transexualidad en el proceso histórico de construcción de la normalidad sexual y sus desviaciones en Occidente, el cual data a partir de finales del siglo XVII. De acuerdo con Foucault (1998), se produce, en diversos ámbitos (medicina, biología, política, moral, etc.), una multiplicación de discursos sobre el sexo. Esto origina la creación de una “verdad sobre el sexo” que, por un lado, establece lo que se considera normal y lo que se considera patológico, y, por el otro, instituye el “dispositivo de sexualidad”, el cual pretende producir sujetos conformes a los cánones hegemónicos de la sexualidad.
En este contexto surge la categoría médica “homosexual”. Así mismo, a finales del siglo XIX, se va definiendo en el ámbito psiquiátrico una específica “desviación sexual” que se caracteriza por la identificación de los pacientes con el “sexo opuesto”. Las primeras representaciones de lo trans como patología se pueden rastrear en los trabajos del psiquiatra Krafft-Ebing quien, en 1877, en sus estudios sobre la “homosexualidad”, identifica una categoría especial de homosexuales que sufren de “metamorfosis sexualis paranoica”: se identifican fuertemente con el sexo opuesto y quieren alterar sus características sexuales.
El sexólogo Magnus Hirschfeld es otro de los expertos que contribuyen a crear un campo de estudios sobre la transexualidad cuando investigan las experiencias de los travestidos y utiliza por primera vez, en la década de 1920, el término “transexualismo del alma” (seelischer transexualismus), haciendo referencia a personas que sienten íntimamente “pertenecer al otro sexo”. El término “transexual” aparece por primera vez en un artículo publicado por David Caldwell en 1949, Psychopathia Transexualis. Pero será a partir de la década de 1960 cuando se asista a la invención del “fenómeno transexual”, con un cambio de paradigma en las prácticas de disciplinamiento de lo trans debido a la introducción de tecnologías de modificación corporal, como las terapias hormonales y las operaciones de reasignación sexual (Preciado, 2008). Harry Benjamin es reconocido como el padre de las modernas teorías médicas sobre la transexualidad. En 1966 publica su famoso texto The Transsexual Phenomenon, donde define a la persona transexual como el sujeto que quiere vivir física, sexual y mentalmente como si perteneciera al sexo opuesto. Criticando la ineficacia de la terapias psicológicas y psiquiátricas para tratar a las personas transexuales, propone el uso de hormonas del “sexo opuesto” para obtener la masculinización de las hembras y la feminización de los varones. El psicólogo y psicoanalista Robert Stoller es otra de las figuras clave en la construcción de la transexualidad. Publica en 1975 Sex and Gender. Vol. 2. The Transsexual Experiment, introduciendo la distinción entre sexo (dimensión biológica), género (dimensión social) e identidad de género (dimensión psicológica). En su trabajo sostiene que la identidad de género constituye un núcleo inmutable del ser humano y que, en el caso de las personas transexuales, dada la imposibilidad de modificar su identidad de género, es necesario aplicar tratamientos quirúrgicos y/u hormonales que modifiquen el cuerpo para restablecer la “natural” correspondencia entre cuerpo sexuado e identidad de género. Finalmente, a partir de la década de 1980, la transexualidad es codificada como un trastorno mental por una de las instituciones médicas más poderosas a nivel mundial: la Asociación Americana de Psiquiatría, que publica periódicamente el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales. En 1980 se introduce por primera vez en el DSM-III el diagnóstico de “transexualismo”, definido como un trastorno en la esfera sexual que se caracteriza por un persistente malestar en el sexo asignado y una constante preocupación por modificar las características sexuales primarias y secundarias, adquiriendo las del otro sexo, a través de tratamientos hormonales y quirúrgicos. En la década de 1990, los sistemas internacionales de clasificación de patologías mentales, en específico el DSM-IV-R y la CIE-10, Clasificación Internacional de Enfermedades (elaborada por la Organización Mundial de la Salud), sustituyen el término “transexualismo” por el de “trastorno de la identidad de género”. La última versión del DSM —el V, publicado en mayo 2013— modifica nominalmente la definición psiquiátrica del “trastorno de identidad de género” por el desorden de “disforia de género”, sin cambios sustanciales. Es más, se incluyen nuevos criterios diagnósticos, diferenciados en función de la edad —niños, niñas y adolescentes, adultos/as— en los que también se pueden llegar a incluir a personas diagnosticadas con DSD (disorder of sexual development), nombradas en ocasiones como intersex.
El discurso dominante en el campo médico construye como natural y normal la correspondencia entre cuerpo sexuado e identidad de género; todas las experiencias que no encajan en este esquema son definidas, de alguna forma, como patológicas, y se vuelven objeto de procesos de normalización con la finalidad de restablecer el “orden natural” entre sexo y género. Debido a la legitimidad social de la medicina se produce una verdad hegemónica sobre lo trans: por un lado, se presentan estas experiencias como un estado patológico que puede ser diagnosticado (y curado) y, por el otro, se construye lo trans como una condición identitaria esencial e inmutable (transexual, transgénero y travesti 1 ).
Desde nuestro posicionamiento crítico y feminista, ponemos en cuestión este discurso que no solo patologiza las experiencias trans, sino que tiende a borrar la multiplicidad y la fluidez de las experiencias de género. La adscripción subjetiva y corporal a estos discursos científicos ofrece a las subjetividades interpeladas una suerte de “promesa de normalización” que obviamente contiene ciertas ventajas en términos sociales, pero a su vez oculta sus costos subjetivos, corporales y políticos, entre los cuales está la subordinación identitaria a través de lógicas como la patologización, la estigmatización, la invisibilización y la infantilización.
Es por ello que proponemos utilizar el término “trans” como una estrategia inclusiva de la variabilidad humana en el campo del género, ya que: 1) permite preservar la multiplicidad de las experiencias subjetivas y corporales de género, haciendo referencia más a un movimiento, un proceso, o un “ir más allá de”, que a una condición o identidad pre-existente pues “el tránsito no es esencia” (Preciado, 2002: 68); 2) no recalca las definiciones médicas patologizantes; 3) no tiene por qué asumir como referencia el sistema binario de sexo-género; 4) se configura como un posicionamiento crítico desde donde analizar los procesos de producción de ficciones identitarias; y 5) constituye un lente a través del cual analizar la realidad social. Cabe resaltar la propuesta de utilizar el término trans con un asterisco [trans*], que fue aportación del activimos trans, en concreto, de Mauro Cabral (2009), cuyo objetivo es remarcar la variabilidad y pluralidad de experiencias situadas cultural y políticamente que se pueden enmarcar dentro de lo trans.
Otros discursos sobre lo trans
Además del ámbito médico, en otros espacios también se han abordado las experiencias trans. Es importante recalcar que difícilmente podemos realizar cortes radicales entre discursos producidos dentro de unos campos y dentro de otros, porque son narrativas que de alguna forma se tocan, se contagian, se articulan, y son utilizados estratégicamente en términos individuales y colectivos por las mismas subjetividades a las que interpelan.
La emergencia del concepto transgénero (trangender) en EEUU data de la década de 1970. Varios autores estadounidenses reconocen a Virginia Prince la autoría del término transgenderist que se adjudicaba a sí misma y que definía como una “tercera vía” entre la transexualidad y el travestismo. Para ella, ser transgenderist era vivir plenamente en el género contrario al asignado a la hora del nacimiento —el género registral— sin necesidad de recurrir a lo que la medicina nombra como las cirugías de reasignación genital o sexual. De hecho, fue en 1979, cuando ella ya había estado en tratamiento hormonal y realizado electrólisis para eliminar su vello facial, que usó este concepto para autonombrarse. Antes de ese año, Prince había utilizado diferentes categorías como femmiphile, true transvestite o Femme Personator. Es de destacar todo el trabajo de investigación, difusión y organización comunitaria que llevó a cabo entre la comunidad TV (abreviatura de transvestite) y en relación con médicos clave, como Harry Benjamin. Su definición de transgenderist se refería solamente a aquellos sujetos varones heterosexuales que experimentaban un fuerte amor a lo femenino y deseaban vivir como mujeres. De todos los proyectos que Virginia Prince llevó a cabo, como revistas (Transvestia, Femme Mirror) o incluso organizaciones sociales como la Foundation For Full Personality Expression, excluyó tanto a personas homosexuales como a transexuales. Sería en la década de 1990, en el contexto académico y activista de Estados Unidos que el término transgénero se reformularía por varias activistas y teóricas fundamentales de los estudios transgénero. En la redefinición del mismo se destacaría su potencial crítico hacia posturas esencialistas y binarias en relación al género, como las que habían definido históricamente la transexualidad. De hecho, a través de trabajos como los de Holly Boswell (1991), Sandy Stone (1991) y Leslie Feinberg (1996) el concepto transgénero se convirtió en una especie de paraguas el cual acogía la pluralidad de experiencias que cuestionaban la coherencia, la estabilidad y la correspondencia entre género, cuerpo y deseo en la que se sustenta el binarismo de género significado culturalmente por la matriz heterosexual. Sin duda, la definición se pensó como crítica a la mirada biomédica, pero la extensión de su uso y mediatización provocó que fuera asimilada de nueva cuenta por el dispositivo médico y reformulada en sus propios términos. De hecho, hoy en día, el protocolo médico más utilizado a nivel internacional para atender los procesos de reasignación de género es el de los Standards of Care de la World Association of Transgender Health (WPATH), anteriormente Harry Benjamin International Gender Dysphoria Association (HBIGDA) .
A finales de la década del 2000, en el contexto europeo, emerge la Campaña Internacional por la Despatologización de las identidades trans, Stop Trans Pathologization 2012, influenciada por los discursos activistas que en su momento entendieron que las experiencias trans eran plurales, heterogéneas y tan difícilmente objetivables como lo son las experiencias de hombres, mujeres y otros géneros. Tanto la construcción de este “otro” discurso sobre lo trans como la internacionalización de esta campaña han sido posibles gracias a la emergencia de Internet, que ha sido la principal herramienta de difusión y coordinación que ha utilizado la campaña pero que a su vez permitió conocer puralidad de maneras de vivir las experiencias trans en otros contextos.
En 2006, en Barcelona, el colectivo la Guerrilla Travolaka denunciaría públicamente el tratamiento psiquiátrico para el Transtorno de Identidad de Género o Disforia de Género, apostándole así a la despatologización de la transexualidad mediante la visibilización de cuerpos trans no normativos, experiencias trans que no se definían a través del diagnóstico, influenciado por las luchas del movimiento de la antipsiquiatría y articulado con colectivos feministas y transfeministas autónomos. En 2007 se realizó la primera marcha de lucha transexual, transgénero e intersex que marcaría el inicio de la que se organizaría como la “Red Estatal por la Despatologización Trans”, a la cual se unirían colectivos de diferentes ciudades de la geografía española. En 2009, cuando este colectivo ya había cambiado de nombre y era Transblock-Piratas del Género, esta red lanzó una convocatoria a nivel internacional que tuvo un éxito rotundo, pues 40 ciudades se unieron a la reivindicación y fue así que se creó Stop Trans Pathologization 2012. El año hace referencia a la previsión que la Asociación Americana de Psiquiatría tenía respecto al lanzamiento de su nueva versión del DSM, que sería la quinta.
Lo que se solicita por parte de la campaña es la retirada de la categoría diagnóstica del T.I.G. —que en la actualidad ha sido sustituida por el “desorden de disforia de género”— así como el respeto al derecho a la atención a la salud transicional sin necesidad de un diagnóstico psiquiátrico. El impacto internacional de la campaña ha supuesto un cuestionamiento de la hegemonía de la definición médica y psiquiátrica de la transexualidad, un recurso de reinvidicación en ámbitos locales y la difusión de otras formas no patologizantes de entender lo trans.
Una de las críticas que se le han hecho es que, si bien ha sido y es un recurso que se puede utilizar para la reivindicación del derecho al propio cuerpo, a la autonomía y a una identidad de género no definida ni biológica ni médicamente, esta utilización conlleva riesgos. Entre ellos se encuentran: 1) la homogenización de la experiencia y la invisibilización de las múltiples formas que tiene de ser vivida, encarnada, sentida y presentada; 2) la universalización de una representación específica —europea, blanca y occidental— de lo trans, y 3) el desplazamiento de una experiencia particular enmarcada en contextos geográficos y culturales específicos a una categoría identitaria fija y globalizada (como la gay).
De hecho, si entendemos lo trans como experiencia que va más allá de las categorías identitarias de hombre y mujer en relación al género, encontramos que en diferentes culturas ha habido conceptos que intentan representar vivencias subjetivas y corporales diferentes al binarismo de género. Desde la antropología se han estudiado contextos en los que los sistemas de género incluyen otras categorías además de las de hombre y mujer, como muxe en la población zapoteca del istmo de Tehuantepec en Juchitán (OaxacaMéxico), omeggid en el pueblo kuna de Panamá, hijra en la India, o two spirits en pueblos amerindios de EEUU y Canadá, entre otras. Consideramos que sería importante rastrear cómo estas categorías y las vivencias que intentan representar se articulan con el flujo de información globalizada existente sobre diversidad sexual y de género. Obviamente, asumiendo siempre la tensión existente entre representación social y experiencia, y la pluralidad y heterogeneidad de esta última.
Tanto la genealogía crítica planteada como los otros discursos que hemos presentado, los cuales definen de determinadas formas lo trans, muestran la polisemia de los conceptos/representaciones y la pluralidad y complejidad de las experiencias particulares. Esto nos obliga a ser extremadamente cuidadosas con los términos que utilizamos —que deben estar geográfica y políticamente contextualizados— y con los conceptos teóricos que usamos en la investigación, que deben permitirnos mostrar esta pluralidad y complejidad corporal y subjetiva que las experiencias trans —como todas las experiencias de género— conllevan.
Debates feministas en torno a lo trans
Lo trans no ha sido históricamente un tema clave del feminismo, sino hasta tiempos recientes, y no deja de ser una cuestión controvertida en el marco de los debates contemporáneos sobre sexo, género y sexualidad. Está en juego la legitimidad de lo trans como sujeto político del feminismo.
A muy grandes rasgos, en este contexto se encuentran tres posiciones diferentes sobre lo trans, vinculadas a las distintas formas de definir el género y el sexo: 1) las feministas radicales que consideran la biología como destino y niegan la legitimidad de la experiencia trans (Raymond, 1979; Jeffreys, 2003); 2) las estudiosas que consideran la biología como soporte material para el desarrollo del género, entendido este como conjunto de elementos culturales, simbólicos y/o socialmente construidos a partir de la diferencia sexual; para ellas, lo trans hace evidentes los procesos sociales de producción del género (Kessler y MacKenna, 1978); y, finalmente, 3) las teóricas queer que consideran tanto el sexo como el género productos de la ideología binaria de género y de la matriz heterosexual, y promueven el cuestionamiento y apertura a lo trans como sujeto político del feminismo (de Lauretis, 1987; Butler, 1990, 1993; Haraway, 1995; Halberstam, 1998; Preciado, 2002, 2008).
En el marco del feminismo radical, Janice Raymond, en su controvertido The Transsexual Empire. The Making of the She-Male (1979), sostiene que la biología determina el género, y que las mujeres trans (que denomina male-to-constructed female), aunque se hayan sometido a modificaciones quirúrgicas y hormonales, siguen siendo hombres que quieren infiltrarse en los espacios de mujeres y feministas con el objetivo de ejercer poder sobre ellas, controlarlas y cuestionar el movimiento feminista. De la misma manera, las lesbofeministas radicales, como Sheila Jeffreys, critican a los hombres trans por traicionar su naturaleza femenina y su pertenencia a la comunidad lesbiana.
En la línea que comprende el género como construcción social, dentro del ámbito de las ciencias sociales, destaca el trabajo que publicaron en 1978 Kessler y MacKenna, Gender: an Ethnomethodological Approach, en el cual analizan los procesos de atribución y reproducción del género en el marco de la vida cotidiana, tomando como referente el trabajo etnometodológico de Harold Garfinkel.2 Las autoras, que no cuestionan aquí el binarismo de género, sino el determinismo biológico, se enfocan en las personas trans porque su transición de género hace visibles las prácticas cotidianas a través de las cuales los individuos construimos, a diario, el género como una realidad que tiene sentido para todos. El género no se considera una propiedad natural de los sujetos, sino un proceso de actuación constante y de reproducción de normas sociales naturalizadas.
Las tesis más innovadoras para reflexionar sobre lo trans vienen, quizá, de la teoría queer. Se trata de un conjunto de aportaciones que no necesariamente abordan de manera directa lo trans, pero ofrecen herramientas útiles para analizarlo. Esta propuesta teórica aporta una interpretación profundamente anti-esencialista no solo del género, sino también del sexo y de la sexualidad. Por un lado, la correspondencia entre sexo, género y deseo no es considerada como algo natural, sino como el producto de un discurso hegemónico que Monique Wittig (1992) define como “pensamiento heterosexual” y Judith Butler (2007) como “matriz heterosexual”. Por otro lado, sexo, género y deseo no son pre-discursivos y actúan, más bien, como tecnologías de producción de subjetividades que se definen a través de ficciones reguladoras (Butler, 2007) o bio-políticas (Preciado, 2002).
De Lauretis es reconocida como la primera en utilizar el término “queer” en el ámbito académico, concretamente en un Taller sobre “Queer Theory: Lesbian and Gay Sexualities”, en la Universidad de California, en Santa Cruz, en 1990. Retomando los análisis de Foucault sobre los procesos de subjetivación, considera el género como una tecnología con la función (que lo define) de construir individuos concretos como varones o como mujeres (de Lauretis, 1987).
Judith Butler publica algunos textos considerados como fundadores de la teoría queer: Gender Trouble (1990) y Bodies that Matter (1993), donde entiende lo trans/drag como una oportunidad para pensar el género en cuanto performativo, poniendo de manifiesto su estructura imitativa/citacional. Su tesis es que no existe algo que se pueda considerar “natural”, ya que todo sujeto entra en el mundo social a través del lenguaje, interpretándolo y siendo interpretado. Por lo tanto, sostiene Butler, no solo el género es la simbolización social de la diferencia sexual, sino que: 1) la misma diferencia sexual es el efecto de prácticas discursivas que construyen un orden “natural” de dos sexos; 2) el género es una “cita” —de la cual no hay original— de normas y actos que culturalmente simbolizan la diferencia sexual; 3) la identidad de género no es un espacio psíquico interior, sino el efecto de esa repetición de actos; se trata de una ficción reguladora que produce sujetos conformes a los mandatos de la matriz heterosexual.
La teoría queer se configura como una postura crítica hacia los procesos históricos y políticos de construcción de las identidades sexo-genéricas binarias (hombre/mujer; varón/hembra; masculino/femenino; homosexual/heterosexual; transgénero/biológico) así como de los procesos de normalización de las mismas. Esta perspectiva, en la que se detectan las influencias de cierto feminismo lésbico radical (Monique Wittig, Adrienne Rich), negro y chicano (Gloria Anzaldúa, Audre Lorde), critica la universalidad del sujeto “mujer”, abriendo espacios de legitimidad para otros sujetos políticos del feminismo, como lo trans, las mujeres negras o las lesbianas, y para formas de acción política no-identitarias.
Estudios transgénero
Los estudios transgénero (transgender studies), desarrollados por académic*s y activistas trans a partir de la década de 1990, evidencian la urgencia para las personas trans de 12 “hacer” su propia historia, de visibilizarse, contrarrestando los efectos negativos de ciertos discursos feministas y médicos (Stone, 1991; Bornstein, 1994; Feinberg, 1996; Prosser, 1998; Stryker y Whittle, 2006).
Susan Stryker (2006) los define como un campo académico multidisciplinario que se enfoca en el análisis de la transexualidad y del travestismo, en las expresiones culturales de la “atipicidad” del género, y, en general, se interesa en la diversidad genérica humana. Como recuerda la misma autora, es oportuno tener en cuenta que se trata de un campo de estudios desarrollado en un contexto anglófono (América y Europa) y que la misma categoría transgénero difícilmente puede ser utilizada para explicar otros sistemas de género en contextos no eurocéntricos.
Entre las pioneras de los estudios transgénero cabe recordar a Sandy Stone, que publicó en 1991 el Post-transsexual Manifesto, en respuesta al texto de Janice Raymond. En particular, elabora una crítica de la práctica del passing (vivir y ser reconocid* como un miembro del “otro” género), promovida tanto por las personas transexuales como por el aparato médico y psicológico. El passing borraría las múltiples expresiones de género potencialmente expresables por las personas. Critica, entre otras cosas, el uso de expresiones como “nacer en el cuerpo equivocado”, ya que presupone solamente la legitimidad de los cuerpos conformes a las normas de género hegemónicas. Stone invita a ser “post-transexual”, es decir, a rechazar las praxis que definen el proceso de transición de género como conformidad con los modelos dominantes de feminidad (y masculinidad).
Otr*s autor*s que es necesario mencionar son Leslie Feinberg, autor* de Stone Butch Blues, Transgender Warriors y Trans Liberation, que impulsa un nuevo uso del término transgender, para significar el conjunto heterogéneo de sujetos que presentan alguna variación en relación al modelo dominante de género y sexualidad; y Kate Bornstein, autor* de Gender Outlaw: on Men, Women and the Rest of Us (1994), que defiende las experiencias de fluidez del género, rechazando ser categorizad* como mujer u hombre. Una de las aportaciones académicas más elaboradas es la de Jay Prosser, que publica en 1998 Second Skins: the Body Narratives of Transsexuality, en donde analiza los procesos de incorporación del género y construcción de identidad, a través de las narrativas de personas trans. En particular, contrasta la idea de la transexualidad como invención de la medicina, afirmando que antes de las prácticas tecnológicas y discursivas de construcción de l*s transexuales existían subjetividades activas que producían narrativas de “cambio de sexo”. En el texto presenta una articulada crítica a la teoría queer (en particular de Eve Sedgwick y Judith Butler) por su utilización de la figura del drag y del transgender para demostrar la performatividad del género y desestabilizar los confines de las categorías de sexo, género y sexualidad. Según la interpretación de Prosser, la teoría queer presenta la experiencia transgénero como práctica subversiva que pone en evidencia la no-necesidad de la matriz heterosexual, etiquetando implícitamente la figura del transexual como esencialista y conservadora, ya que reproduce las normas de género dominantes. Prosser argumenta, en cambio, que también los sujetos transexuales ponen de manifiesto los procesos performativos de producción del género. Critica, además, el concepto de performatividad de género porque parece implicar un acto voluntarista de elección del género; y el de matriz heterosexual porque, atribuyendo al lenguaje la producción de sexo, género y sexualidad, borraría la materialidad de los cuerpos.
Las reflexiones más recientes en el marco de los estudios transgénero ofrecen algunas novedades relevantes, mostrando cierta influencia de la teoría queer, en primis el giro anti-identitario que, en resumidas cuentas, entiende las identidades trans como producto de ficciones reguladoras y abre la posibilidad de agencia desde posicionamientos no-identiarios. Las experiencias trans ya no son tematizadas como identidades coherentes, sino entendidas como una lente a través de la cual analizar la realidad social, como una posición epistemológica desde donde producir conocimiento crítico. Otro tema central es la transnormatividad —que construye categorías de sujetos trans legítimos y abyectos— y los efectos que tiene en temas de reconocimiento de derechos y ciudadanía. Finalmente, se analizan los efectos disciplinarios —sobre las vidas de las personas trans— de otras tecnologías, como los sistemas legales y estatales (Stryker y Aizura, 2013).
Una mirada a lo trans desde América Latina y el Caribe
Si en el discurso académico lo trans ha llegado a funcionar como paradigma antiidentitario, en la arena política ha sido declinado a menudo como identidad estratégica para promover el reconocimiento de derechos para las personas trans, fenómeno que se ha dado de forma pionera en el contexto Latinoamericano, donde destacan el enfoque despatologizante de la identidad trans y el paradigma de lo derechos humanos.
Fue Argentina que, en el 2012, abrió un nuevo imaginario posible, promoviendo una ley nacional de reconocimiento de la identidad de género totalmente despatologizada, es decir, que desvinculaba el diagnóstico y tratamieto médico de lo trans, de los derechos de ciudadanía. A su vez, esta ley contempla la atención a la salud transicional así como la posibilidad de que dicho reconocimiento sea otorgado a personas menores de edad.
En el contexto de la capital mexicana, en febrero del 2015 se aprueba una reforma legislativa al Código Civil y de Procedimentos Civiles que modifica la norma aprobada en el 2008 que posibilitaba, a través de un juicio especial, el cambio de nombre y género en el acta de nacimiento. La modificación actual despatologiza y desjudicializa el cambio del género registral y del nombre así como la terminología utilizada, ya que desplaza “la reasignación por concordancia sexo-genérica” – paradigma biomédico - por el reconocimiento de la identidad de género – paradigma de los derechos humanos; además de eliminar el requisito de juicio y de peritages médicos. No es una reforma de alcance federal, solamente es aplicable en la Ciudad de México, tampoco reconoce la identidas de género a menores de 18 años y no existe legislación sanitaria que garantice la atención a la salud transicional, a pesar de que sí está tipificada la transfobia como delito desde el 2014.
En junio del 2015, en Colombia, el Ejecutivo emitió un decreto para desjudicializar y despatologizar el procedimiento para el cambio de nombre y género en los documentos oficiales. Dicho decreto es de alcance nacional.
El hecho de que sea Latinoamérica (y no EEUU o Europa) la región primera en reformular la cuestión de la “ciudadanía trans”, desde el paradigma de los derechos humanos y la despatologización, rompe con el imaginario imperialista que vincula respeto de los derechos humanos y desarrollo así como democracia y emancipación sexo-genérica.
En el terreno de la producción de conocimiento sobre lo trans en América Latina cabe recordar, en Argentina los trabajos del activista trans e intersex Mauro Cabral (2009), de las activistas travestis Lohana Berkins (2007) y Diana Sacayán 3 (2010) y de la académica feminista Josefina Fernández (2004) .
En México no son numerosas las investigaciones sobre lo trans pero destacan los trabajos pioneros de Erica Sandoval (2008) y María Fernanda Carrillo (2008), seguidos de las aportaciones de la antropóloga feminista Marta Lamas (2009). Cabe denotar que en este contexto la mayoría de las investigadoras/es no son activistas trans: no se trata de una crítica a su producción teórica, sino de una observación acerca de las dificultades de acceso a la formación superior y al ámbito laboral de este colectivo.
En Colombia encontramos los trabajos del latinoamericanista Manuel Roberto Escobar (2013) que ha trabajado la cuestión del “cuerpo trans” centrado en el análisis de ciertas lideresas transgénero de Ciudad de México y de Bogotá.
Finalmente, en la región se encuentran otras investigadoras especializadas sobre el tema de las que resaltan Berenice Bento (2006) en Brasil que ha realizado un análisis profundo de la patologización de la transexualidad y de la experencia transexual con la intención de interrogarse sobre cómo nos convertimos en hombres y en mujeres.
Apuntes feministas para el estudio de lo trans: de género(s) y experiencia(s)
Para estudiar lo trans es necesario un desplazamiento epistemológico radical relativo a una de las dicotomías clásicas que subyacen a la investigación: sujeto/objeto. Principalmente nos interesa promover el cuestionamiento a la oposición ficticia que separa a un sujeto investigador neutro de su objeto de investigación, a partir, por un lado, de la propuesta feminista del conocimiento situado. Y por el otro, de la asunción de que todo sujeto tiene género, sexualidad, y cuerpo, es decir, es encarnado, y como tal, mira desde un lugar concreto y específico al resto del mundo, lugar desde el que va a producir un tipo de conocimiento que, desde una perspectiva feminista, nos interesa potenciar.
Lo trans —entendido ya no tanto como identidad, sino en el sentido más literal de “ir más allá de” la identidad, del género, de lo normal— pone en evidencia la arbitrariedad de lo que entendemos como “normalidad” cultural, corporal y subjetiva; así como la naturalidad y la originalidad de la misma. Al mismo tiempo, nos permite observar de una forma clara cómo el género sujeta a los sujetos, es decir, los constriñe, pero a la vez, cómo los sujetos vamos elaborando estrategias, prácticas y resignificaciones que nos permiten cuestionarlo en tanto que representación, aunque sea de forma no consciente. De hecho, el estudio de cómo se ha ido configurando desde la medicina lo trans nos permite observar cómo hay una tensión constante entre la representación “objetiva”, “fija”, “estable”, que esta produce, y la experiencia de los sujetos, que están constituidos por esta representación, pero que, a su vez, la tuercen, la subvierten, e inevitablemente la reformulan.
Adoptar la categoría y definición de lo transgénero, proveniente de la medicina, o incluso la que se propone desde el movimiento transgénero de EEUU, por ejemplo, sería imponer una representación al campo que investigamos, a no ser que este campo sea justamente la definición médica de lo transgénero o el movimiento transgénero de EEUU. Hablar de lo trans como algo coherente, homogéneo, estático, al margen de la norma, o incluso, que la transgrede, es simplificarlo, re-alterizarlo y objetivarlo. Pensemos en la categoría identitaria a la cual nos adscribimos y hagámonos las mismas preguntas. ¿Corresponde mi experiencia como mujer a la categoría identitaria mujer y su definición social? ¿Responde mi manera de pensar, sentir y actuar en el mundo a las características sociales adjudicadas a esta representación? ¿Somos todas las mujeres iguales? ¿Cómo atraviesan la sexualidad, la clase, la racialidad, las capacidades corporales y la edad a estas definiciones sociales de las categorías identitarias?
A partir estas preguntas es desde donde podemos afirmar que es necesario recuperar el potencial cuestionador de la teoría queer. Consideramos fundamental la crítica que realiza a los procesos de normalización y de asimilación de lo trans que se dan en los contextos occidentales y occidentalizados, así como las herramientas que nos ofrece para entender que las experiencias sexo-genéricas están atravesadas por la clase, la racialidad, la edad y las capacidades corporales y, por tanto, moldeadas de formas particulares.
De hecho, este marco feminista post-estructuralista es el que nos ofrece una mirada teórica crítica con la identidad de género en tanto concepto analítico y político, mirada que deviene cardinal para abordar lo trans desde la investigación, pero que también ha dejado abiertas ciertas preguntas importantes en torno al carácter político de la representación. ¿De qué manera podemos articular una lucha por el reconocimiento si no construimos una representación colectiva de lo trans? ¿Qué otras herramientas de lucha podemos activar? Quizá apelar a una identidad como estrategia de lucha, pero desde un lugar crítico con la misma y consciente de los costes que implica, puede ser una opción, aunque obviamente porta implícita una paradoja difícilmente resoluble y que ha sido largamente debatida dentro de los feminismos en la reflexión sobre el sujeto político de dichos movimientos.
Consideramos los estudios transgénero como referentes imprescindibles para trabajar lo trans, sin embargo estamos convencidas que es necesario aunar esfuerzos para impulsar la producción teórica desde América Latina. A la vez, creemos que no hace falta ser trans, en el sentido más extendido del término, para investigar lo trans, pero sí hace falta pensarnos desde lo trans para estudiar lo trans. Por eso proponemos enfáticamente la perspectiva parcial y el conocimiento situado (Haraway, 1995) como forma de abordar las experiencias trans desde la investigación, asumiéndonos como sujetos encarnados, para así también desafiar las fronteras disciplinarias, y, a la vez, desestabilizar las fronteras del género.
1 También la categoría de travesti es codificada como trastorno mental. En el DSM-V es definida como una parafilia, un trastorno sexual, y se refiere a aquellas personas que utilizan prendas del género opuesto para obtener placer sexual. El termino transgénero, surgido en el marco de los movimientos sociales, ha sido apropiado por la medicina y, en el DMS-V, indica a todas las personas que no se identifican con el género que les fue asignado al nacer.
2 Harold Garfinkel, en su famoso artículo “Passing and the Managed Achievement of Sex Status in an ‘Intersexed’ Person” (1967), hace explicito el proceso a través del cual Agnes (que nació varón y fue paciente de Robert Stoller) desarrolla su pertenencia al género femenino. El estudio muestra los esfuerzos de Agnes para aprender a ser mujer, reproduciendo las normas sociales dominantes (en su tiempo) sobre la feminidad. Garfinkel trata el género como un performativo, que se hace continuamente a través de la repetición de narrativas y prácticas compartidas (por ejemplo, el hecho de que por ser mujer una tiene que tener una vagina es una narrativa compartida entre Agnes y los médicos que la operaron).
3 Diana Sacayán fue torturada y asesinada en su domicilio del barrio de Caballito en Buenos Aires el 13 de octubre del 2015. La comunidad trans, travesti y feminista de Argentina lo denuncia como un crimen de odio y todavía se está investigando.
"Trans" artículo de Alba Pons Rabasa y Eleonora Garosi.
Publicado en 2016 en Conceptos clave en los estudios de género. Coordinado por Eva Alcántara y Hortensia Moreno. Editado por el Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM, México
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