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ANIMAL QUEER por TXUS GARCÍA

Txus Garcia. Imágen: Pepa Vives

Soy una señora rara. Un peculiar animal queer que ha elegido la educación y la poesía
escénica para vivir su activismo. Trabajo en favor de los derechos y libertades de las
personas, independientemente de su especie, pero con el eje común de sabernos
atravesadas por la opresión, la ausencia de privilegios o la violencia. Entretejo en todos
mis discursos, formaciones y actividades dos fundamentos que favorecen la convivencia,
alentando a la búsqueda de la felicidad personal y colectiva: la empatía y el respeto a
todas las formas de vida que nos acompañan en esta existencia.

Me gustaría situar estos conceptos porque contienen cargas no deseadas de desgaste
new age, banalización mrwonderfulera o manipulación religiosa. En primer lugar,
definimos empatía como la capacidad de conectar directamente con los sentimientos,
necesidades y emociones ajenas en cualquier situación. Para ello activamos la escucha
activa, relacionando los signos que emite el otro ser vivo (lenguaje no verbal, demandas
no expresadas o pedidos directos), con aquello que hayamos podido experimentar
personalmente. Al fin y al cabo, como reza el versículo jainista: “Todos los seres aman la
vida, desean placer y temen al dolor; no desean ser lastimados; todos desean la vida y
para cada ser, su propia vida es muy preciada”.

Tras la empatía debería generarse la compasión solidaria, que se traduce en un
acompañamiento consciente del sufrimiento ajeno para tratar de aliviarlo o remediarlo en
lo posible. La empatía, si no es activa y moviliza a personas y sociedades a mejorar las
condiciones de vida de todos los seres sintientes, es inútil y un simple acto patriarcal de
paternalismo que tiene mucho de clasista, racista, especista y machista. Así pues, es
urgente aplicarnos en aquello que decía Albert Schweitzer “Mientras el círculo de su
compasión no abarque a todos los seres vivos, el ser humano no hallará la paz por sí
mismo”. No hay excusa. Yo no concibo un amor sano hacia nuestra especie sin incluirlos
a ellos. Cuanto menos valoremos cualquier forma de vida, menos valdrá la nuestra.

Mahoma escribía: “Aquel que se apiade, aunque sea de un gorrión y le salve la
vida, Allah será misericordioso con él en el día del juicio”. Sea por cuestiones religiosas,
morales, éticas o por pura sensibilidad militante, no nos resta más opción para liberar a
esta tierra maltrecha y herida, que dejar de sacarnos las pelusas del ombligo y dirigir una
mirada hermana hacia el sufrimiento de otros seres. Y es que, en lugar de entender a las
otras especies como vecinas de planeta y vivir la espiritualidad como un espacio de amor
incondicional, nos vinimos arriba con lo señorear la Creación. No hemos detenido
nuestras ansias destructoras y despóticas en ningún momento. Según la FAO,
aproximadamente 70 mil millones de animales terrestres bajo explotación humana son
matados cada año y como apuntan la Lista Roja de IUCN “Actualmente hay más de
28,000 especies en peligro de extinción, incluido el 40% de los anfibios, el 34% de las
coníferas, el 33% de los corales constructores de arrecifes, el 25% de los mamíferos y el
14% de las aves.”

Estas cifras me obligan a cuestionarme, sobretodo porque mi parte queer se apoya en la
Q de questioning, sobre la cantidad de vidas ricas, diversas, maravillosas y únicas que
nos estamos llevando por delante. Es un absurdo que confirma que el canal de
comunicación interespecie es inexistente. Nos volvemos indiferentes hacia otros seres, y
con ello nos tornamos peores personas, depredadores implacables. La respuesta está en
parte en esta disparatada normalización del maltrato animal. Enseñamos a nuestrxs hijxs
que las otras especies son inferiores, que están bajo nuestra tutela y mando, que
podemos hacer con ellos lo que queramos y usarlos como un juguete sin emociones. Las
actividades familiares o escolares estrella consisten todavía en contemplar el encierro, la
cautividad y la manipulación de este pueblo animal. A las criaturas les permitimos ver
corridas y festejos crueles, a participar del escarnio y la muerte con una actitud festiva.
Les mostramos que es divertido manosearlos, causarles dolor u obligarles a realizar
conductas antinaturales. Son también esclavos de tiro, carga y monta, herramientas que
una vez usadas y rotas, se tiran.

Es lícito divertirse en familia, pero aprender que vejar y cosificar a los animales está
justificado por tradición o “necesidad”, debería ser delito, y vulnera directamente los
derechos fundamentales de la infancia. Alentar a las criaturas a perseguir palomas, pisar
caracoles, patear perros si molestan, asustar a los gatos, y exponerlas a la violencia de
festejos sangrientos, es destruir completamente su innata capacidad de amar, dar y recibir ternura y estar a la escucha. Eso es arrebatarles la inocencia y la bondad. Nuestra
prepotencia adulta les aplasta contra el suelo, patologiza la diversidad y los encadena
junto a nosotras. Estamos mostrándoles que son seres todopoderosos con derechos
ilimitados, y que la empatía, el respeto y la compasión no tienen cabida en su cotidianidad como centros de la Creación. La falta de conciencia y la inexistente educación para la no violencia y el respeto es terrorífico. Seamos felices, libres y amorosas como personas educadoras, modelo o vínculo. Eso es nuestra responsabilidad, hagamos bien nuestro único trabajo: amarles y dejar que amen y comprendan.

Urge, pues, la integración transversal de contenidos en centros educativos que
favorezcan la consideración hacia todos los sintientes, sin distinción. Si conocemos y
compartimos la diversidad, seremos incapaces de dañarla, porque ya no será una
otredad, si no parte de nosotrxs. El resultado es que sentiremos, junto a nuestras
criaturas, la pertenencia a un todo que nos acoge, enseña y cuida: la Naturaleza, nuestro
hogar, nuestra esencia. Siempre he abogado por la ternura, el sentido del humor y la
escucha como claves para transitar por la vida sin excesivas amarguras y con un sentido
claro. Ahora añado un último término clave: acción. Debemos movernos cada día hacia
aquellos que sufren y buscar su protección y liberación en la medida que nos
corresponda. Si nos dejamos empapar por la delicadeza, si las amamos de este modo,
empapándonos de escucha, empatía y acción, nos alejaremos automáticamente de la
rutina, de la ira, del egoísmo y de la estulticia que nos convierten en islas desiertas.
Practiquemos, pues, la escucha activa, la solidaridad en acción y la mirada amorosa. Así
seremos más felices y libres todas, lo prometo. Palabra de animal queer.


Txus García. Rapsoda y poeta cuir. Más información y poesía en txusgacia.com
Autora de "Poesía para niñas bien" y "Este torcido amor"


Este artículo ha sido publicado en el nuevo
 Parole de Queer-AntiespecistaDiciembre 2019. Otros artículos escritos para este nuevo Parole de Queer:

-Volverse más queer por Pattrice Jones


-Travestismo animal. Apuntes sobre la huída humana por Analú Laferas y Val Trujillo R.