Es un hecho probado que existe una infrarrepresentación de las contribuciones de las mujeres o, mejor dicho, de las contribuciones de todas las identidades que no se corresponden con la del hombre, tanto en el mundo académico como en otros ámbitos, tanto laborales como de activismo y, por supuesto, también en el activismo por los otros animales.
A medida que las personas que no somos hombres vamos avanzando en nuestros caminos, –o en el caso que nos ocupa hoy, concretamente en la senda de nuestra militancia por los otros animales– vamos reduciendo nuestra presencia, si la comparamos con respecto al espacio que ocupan los hombres. Este fenómeno se conoce como leaky pipelineo tubería con fugas. Uno de los factores que contribuye a este desgaste de las mujeres es, según varios estudios científicos, la falta de modelos visibles de referentes. Y a partir de aquí hablaré en ocasiones de mujeres y ya no de personas que no son hombres, pues las referencias científicas que he encontrado son, en su totalidad, binaristas (es decir, dividen sus estudios exclusivamente en dos identidades posibles: mujeres y hombres).Entornos muy diferentes (el laboral, el de la militancia, el mundo de la academia...) guardan una cuestión en común: una infravisibilización de las mujeres y de sus aportes a diferentes disciplinas y cuestiones. Y esta falta de referentes para las siguientes generaciones contribuirá negativamente a una proporcionalidad en el desempeño de hombres y mujeres.
The leaky pipeline of women in STEM. The leaky pipeline often depicts women passively |
A menudo, cuando las personas que no somos hombres denunciamos este tipo de problemas, hay personas –que frecuentemente se encuentran en una posición privilegiada al no compartir nuestra discriminación por género– que no pueden evitar comentar un "bueno, en nuestro movimiento/en nuestros días/en nuestras coordenadas cardinales/insert otro ejemplo aquí, la cosa no está tan mal". Es verdad que puede ser tentador –sobre todo cuando te posicionas en lo alto de tu montañita de privilegios– decir que la desigualdad de género pronto formará parte del pasado. Sin embargo, algunos estudios nos dicen que esta problemática es persistente y que las disparidades aún siguen ahí. Es decir, que no es una problemática que se solucione por sí sola, sino que hay que ser proactivas para lograr un cambio. Por ejemplo, si hablamos de la producción académica, los hombres están sobrerrepresentados en términos de autoría, especialmente principal y única, y los artículos de los hombres son citados con más frecuencia. Esta citación desigual de los trabajos de mujeres y de hombres se explica, por una parte, por el hecho de que los hombres se citan a sí mismos con más frecuencia que las mujeres. Por otro lado, es relevante también que los hombres citan a otros hombres más de lo que citan a mujeres.
Esto en cuanto a publicaciones en el mundo académico, que representan una forma de visibilidad conceptual. Pero hay otras muchas formas más literales de visibilización. Por ejemplo, dinámicas que se pueden dar en conferencias: Las mujeres imparten menos charlas y contribuyen más con alternativas menos prestigiosas como pósters. Las mujeres rechazan más dar charlas. Cuando las invitan, y cuando sí las imparten, sus conferencias suelen ser más breves. Los estudios corroboran, de hecho, que solo del 15% al 35% de las ponentes clave de las conferencias son mujeres. Por cierto, esa abrumadora presencia de hombres como conferenciantes tiene nombre ya, últimamente se le está llamando manel, o como alternativas preferidas por la Fundéu: panel masculino o machopanel.
En cuanto a nuestra visibilidad en las conferencias como oyentes, cuando acudimos a conferencias, las mujeres preguntamos menos que los hombres. Al explicar por qué no hicieron preguntas cuando hubieran querido hacerlo, las mujeres, más que los hombres, hacen referencia a factores internos (es decir, "quería preguntar, pero no me armé de valor"). En el mismo estudio sobre la participación de las mujeres en las conferencias también descubrieron que los factores estructurales juegan un papel. Así, por ejemplo, cuando un hombre era quien abría el turno de preguntas, las mujeres hacían proporcionalmente menos preguntas que cuando es una mujer la que inicia la rueda de participación. En sus conclusiones, las autoras de este artículo proponían, por ello, intentar que sea una mujer la que haga la primera pregunta. También recomiendan que se dé prioridad a mujeres de color, y a aquellas personas atravesadas por diferentes opresiones.
¿Y qué pasa cuando estas personas que no son hombres deciden –al parecer contra todo pronóstico– dar el paso y hablar? Lo que sucede es que somos más interrumpidas cuando hablamos. Las investigaciones afirman que los hombres son quienes más interrumpen (aproximadamente el doble de veces que las mujeres), e interrumpen el triple a las mujeres que a los hombres. Las mujeres también interrumpen más a otras mujeres que a los hombres. Y las más interrumpidas son aquellas que están atravesadas por otras opresiones, por ejemplo, mujeres racializadas, que a menudo ni siquiera llegan a hablar. Y no digamos otras identidades no-hombres, de cuya participación no he llegado a encontrar estudios.
Hoy en día, existen herramientas digitales para conocer cuánto acaparan la conversación los hombres respecto a las personas con otras identidades. Una de estas herramientas es el contador de tiempo, disponible online en http://arementalkingtoomuch.com, que cuenta el tiempo en el que hablan los hombres y quienes no lo son, mediante dos sencillos botones, dándote el porcentaje total acaparado en cada caso. Yo la he utilizado para medir las asambleas de mi trabajo y de otros colectivos. El resultado es deprimente: grupos que tratan de ser feministas, y en los que hay una presencia similar de personas que son hombres y de personas que no lo son, los hombres suelen acaparar más del 70% de la conversación. Os animo a que hagáis el ejercicio y me escribáis para contarme.
Y hablando de escribir. Hace tiempo apareció una acción interesante de esas que se producen en Twitter. En esta ocasión la etiqueta era #ThanksforTyping. A través de estas publicaciones, la gente se dedicó a mostrar el fenómeno de autor que es que agradecen a 'su esposa' [sin nombre] por mecanografiar. 'Mecanografiadoras' que escriben, reescriben, editan, traducen y por supuesto aportan ideas, en la sombra y sin cobrar. Este fenómeno se ha dado incluso en obras conocidísimas; a veces hasta en célebres tomos de carácter político (ver historia de Jenny von Westphalen).
La infrarrepresentación de las personas que no son hombres en casi todos los ámbitos nos puede crear una falsa sensación de que los hombres escriben más, mejor y sobre temas más relevantes que las mujeres y otras identidades. De aquí se derivan problemas como que firmar con nombre de hombre te da ocho veces más posibilidades de ser publicada por una editorial.
Detrás de las bambalinas, parece ser que este ejército de mujeres mecanografiadoras no pagadas es apto para responsabilizarse de grandes publicaciones. Pero si firmas con un nombre de mujer... Error. No en vano existe el fenómeno de las mujeres que escriben bajo seudónimos masculinos, entre otras cosas también porque en estos días de las redes sociales y los comentarios anónimos, también te hace menos proclive a ser ciberacosada.
En Internet también estamos menos representadas y participamos menos, en ocasiones por miedo. Del mismo modo que tradicionalmente se nos ha echado de los espacios públicos, eso se traslada ahora a algunos espacios públicos en línea, en los que no estamos, y donde las que están más activas o las que son más críticas aguantan un acoso específico por ser feministas que hablan.
Si se da una infrarrepresentación y peyorativización habituales en escritura literaria y en divulgación (para más info, leed el libro de Joanna Russ Cómo acabar con la escritura de las mujeres [del año 1983]), qué no pasará en la escritura académica y, sobre todo, qué no pasará en el mundo del activismo por la liberación animal, que es a donde estaba intentando llegar hoy.
Hoy en día, las personas más visibles en el movimiento por los animales no humanos son hombres cisgénero, y además blancos. Las mujeres, las trans, personas no binarias, personas de color... también son activistas en este movimiento, pero realmente sus nombres y sus caras nos suenan menos, salvo excepciones. Sin embargo, Estela Díaz Carmona nos dice que el 71% del total de las activistas por la liberación animal en España son mujeres, y esta misma autora también nos cuenta que ellas muestran un mayor nivel de involucración, al menos inicialmente, en el movimiento. Inicialmente, claro. Recordemos ahora esa tubería con fugas de la que hablaba al principio. Por diversos motivos, desde el manterrupting y mansplaining diarios y constantes ninguneos, hasta temas muy serios como agresiones físicas y sexuales, las mujeres y otras identidades no-hombres van abandonando el movimiento, hartas de personalismos que no llevan a nada.
Sin embargo, las voces de las personas que no son hombres también deben ser escuchadas, no solo porque, por supuesto, también tenemos buenas ideas que compartir (es decir, por una cuestión de eficacia), sino porque es sencillamente lo correcto en un movimiento que trabaja contra la opresión (es decir, por una cuestión de justicia), y porque como hemos visto, esto fomentaría la participación igualitaria de las siguientes generaciones. Hasta ahora he podido ver muy pocos intentos de visibilizar las contribuciones de las personas que no son hombres al movimiento antiespecista. Una es el amplio listado presente en la página web de Corey Lee Wren: veganfeministnetwork.com. El blog de Collectively Free es un ejemplo de visibilización de cuestiones interseccionales.
Otra es mi propia propuesta, un índice de nombres y obras de construcción colaborativa disponible en bitly.com/Antiespecismos que tiene la edición abierta para que cualquiera pueda añadir.
Para terminar, como ejemplo, voy a hablaros de un par de señoras cuyas referencias están recogidas en mi índice bitly.com/Antiespecismos. Lamentablemente, a lo largo de la historia en general y de la historia del veganismo, hay infinitos ejemplos de cómo se excluye a las mujeres y las otras identidades no-hombre que también contribuyen a la lucha por los derechos animales.
Tal y como nos recuerda un artículo de Sarah Fox en la web de Collectively Free, existe una creencia popular que asegura que fue Donald Watson quien fundó la Vegan Society y que él solo acuñóla palabra “veganismo”. Pero Fox nos explica que esto solo es verdad en parte. Donald Watson fue el primer secretario de The Vegan Society, y fue el primer
editor del Vegan Magazine, roles con los que continuaría por los dos primeros
años de existencia del colectivo.
Lo que no es tan mencionado es que había unas siete personas en la reunión fundacional,
incluyendo a Elsie Beatrice Shrigley, también conocida como Sally por su apellido de soltera, que era Salling. Sally fue también otra de las cofundadoras de la Vegan Society, y varias fuentes la citan como co-acuñadora del término “vegan”. Aún así, siempre que mencionamos la definición original, citamos a Watson y no siempre a Sally.
Elsie Beatrice Shrigley-Sally |
Se dice que Sally y Watson tuvieron la idea de fundar la Vegan Society en unas vacaciones a las que ambos asistieron con la Vegetarian Society, cuando se percataron que ninguno de los dos consumía leche o huevos. En la reunión fundacional del 44 encontraron una palabra para etiquetar su forma de vida, vegan, diferenciándola de “vegetarian” que se utilizaba para quienes incluían algunos productos animales en su dieta.
Un artículo de Samantha Calvert, nos cuenta que Sally fue presidenta también de la Vegan Society a principios de la década de los 60, y que ocupó en varias ocasiones casi todos los puestos oficiales. Elaboró además el Animal Free Shopper, que fue uno de los primeros listados para difundir diferentes productos veganos que se podían encontrar en la época.
Por otra parte, Brigid Antonia Brophy fue una novelista, ensayista, crítica, biógrafa y dramaturga inglesa. Era una feminista y pacifista que expresaba opiniones controvertidas sobre el matrimonio, la guerra de Vietnam o sobre el sexo, siendo abiertamente bixesual, ya en aquella época. Era defensora de los derechos animales y del vegetarianismo. El 10 de octubre del 65, Brophy publicó un ensayo titulado The Rights of Animals, en el London Sunday Times. En la imagen se puede ver el artículo en su edición de libelo una década después.
Antes, en el 64, ya había escrito la obra de ficción Hackenfeller's Ape, que habla de Percy, un simio enjaulado en el Zoo de Londres. Brophy lamentablemente fue diagnosticada con esclerosis múltiple en el 84, y murió 11 años después. Su hija ha abierto una web sobre su madre en la que explica que “algunas de las causas por las que luchó, que entonces se consideraban algo extraño, como los derechos animales o la paridad para las relaciones entre personas del mismo sexo, son hoy en día temas populares”.
Brigid Brophy y Darius en la portada de su artículo convertido en folleto |
Si dibujamos una línea en el tiempo, nos encontraríamos que, en
1964, otra autora de la que no he hablado aquí, Ruth Harrison, publicó el importante
libro Animal Machines. Un año después, en 1965, Brigid Brophy escribió
en el London Sunday su artículo Animal Rights. No fue hasta 1970 que
Richard R. Ryder acuñó el término especismo y, cinco años más tarde, Peter
Singer publicó Animal Liberation (en 1975). Es decir, las pioneras fueron
ellas, pero se les recuerda a ellos.
Hablando de referentes, no puedo cerrar este artículo sin mencionar otro nombre, el de Kimberlé Crenshaw, quien fue la persona responsable de acuñar el término “interseccionalidad”. En mi opinión, sería una buena costumbre que siempre que utilicemos la palabra interseccionalidad citemos su nombre. Este concepto no la inventó una mujer blanca; Kimberlé Crenshaw es una mujer negra y es conveniente que esto sea visibilizado también, en gran parte porque lo hizo para denunciar el racismo y el perjuicio que supone ser una mujer negra. El hecho de que esta palabra ahora se utilice, en ocasiones, sin mucha reflexión previa, creo que termina por menoscabar el hecho de que las mujeres negras siguen estando absolutamente discriminadas, en una doble opresión que no duplica simplemente el mal, sino que potencia su opresión. Por cierto, la dra. Crenshaw está viva, sigue trabajando, sigue escribiendo, usa twitter y hasta tiene un podcast. Hoy puede ser un buen día para conocer su trabajo.
María R. carreras, trabaja en el medio de comunicación cooperativo El Salto (puedes leer lo que escribe aquí y seguirla en twitter aquí -DM abiertos-) y está haciendo un doctorado en comunicación en la Universidad Pompeu Fabra enmarcado en los Estudios Críticos Animales. Pertenece al Consejo Científico del CAE y al grupo de investigación CRITICC.