Paul B. Preciado |
Durante una entrevista infinita, Hans–Ulrich Obrist me pide que haga una pregunta a la que tanto artistas como movimientos políticos deberían responder con urgencia. Digo: “¿Cómo vivir con los animales? ¿Cómo vivir con los muertos?”. Alguien más pregunta: “¿Y el humanismo? ¿Y el feminismo?”.
Señores, señoras y otros, de una vez por todas, el feminismo no es un humanismo. El feminismo es un animalismo. O por decirlo de otro modo, el animalismo es un feminismo expandido y no-antropocéntrico.
Las primeras máquinas de la revolución industrial no fueron ni la máquina de vapor, ni la imprenta, ni la guillotina, sino el trabajador esclavo de la plantación, la trabajadora sexual y reproductiva y el animal. Las primeras máquinas de la revolución industrial fueron máquinas vivas. El humanismo inventa otro cuerpo al que llama humano: un cuerpo soberano, blanco, heterosexual, sano, seminal. Un cuerpo estratificado y lleno de órganos, lleno de capital, cuyos gestos están cronometrados y cuyos deseos son el efecto de una tecnología necropolítica del placer. Libertad, fraternidad, igualdad. El animalismo desvela las raíces coloniales y patriarcales de los principios universales del humanismo europeo. El régimen de la esclavitud y después el del salario aparecen como el fundamento de la “libertad” de los hombres modernos; la guerra, la competencia y la rivalidad son los operadores de la fraternidad; y la expropiación y la segmentación de la vida y del conocimiento el reverso de la igualdad.
El Renacimiento europeo, la Ilustración, el milagro de la revolución industrial reposan sobre la reducción de los cuerpos no blancos y de las mujeres al estatuto de animal y de todos ellos (esclavos, mujeres, animales) al estatuto de máquina (re-)productiva. Como el animal fue un día concebido y tratado como máquina, la máquina se vuelve poco a poco un tecno-animal que vive entre los animales tecno-vivos. La maquina y el animal (migrantes, cuerpos farmacopornográficos, hijos de la oveja Dolly, cerebros electronuméricos) se constituyen poco a poco como los nuevos sujetos políticos del animalismo por venir. Nosotros somos con la máquina y el animal homónimos cuánticos.
Puesto que la modernidad humanista no ha sabido sino hacer proliferar las tecnologías de la muerte, el animalismo necesita inventar una nueva manera de vivir con los muertos. Vivir con el planeta como cadáver y fantasma. Es decir: transformar la necropolítica en necroestética. El animalismo debe ser una fiesta fúnebre. La celebración de un duelo. Un rito funerario. Un nacimiento. En consecuencia: una relación con la muerte y una iniciación a la vida. Una asamblea solemne de plantas y de flores en torno a las víctimas de la historia del humanismo. El animalismo es una separación y un abrazo. El indigenismo queer, pansexualidad planetaria que trasciende las especies y los sexos, y el tecnochamanismo, sistema de comunicación interespecies, son sus dispositivos de duelo.
El animalismo no es un naturalismo. Es un sistema ritual total. Una contra-tecnología material de producción de conciencia. La conversión a una forma de vida sin soberanía alguna. Sin jerarquía alguna. El animalismo instituye su propio derecho. Su propia economía. El animalismo no es un moralismo contractual. Rechaza la estética del capitalismo como captura del deseo a través del consumo (de bienes, de información, de cuerpos). No reposa ni sobre el intercambio ni sobre el interés individual. El animalismo no es el culto de un clan sobre otro clan. Por tanto, el animalismo no es un heterosexualismo, ni homosexualismo, ni transexualismo. El animalismo no es ni moderno ni posmoderno. Puedo afirmar sin reír que el animalismo no es un holllandismo. Ni un sarkosismo ni un azul-marinismo. El animalismo no es tampoco un patriotismo. Ni un matriotismo. No es un nacionalismo. Ni un europeismo. El animalismo no es un capitalismo ni un comunismo. La economía animalista es una prestación total de tipo no-antagónico. Una cooperación fotosintética. Un goce molecular. El animalismo es el viento que sopla. El animalismo es la manera a través de la que el espíritu del bosque de átomos decide sobre la suerte de los ladrones. Los humanos, encarnaciones enmascaradas del bosque, deberán desenmascararse de lo humano y enmascararse de nuevo con el saber de las abejas.
El cambio necesario es tan profundo que parece imposible. Tan profundo que es inimaginable. Pero lo imposible es lo que viene. Y lo inimaginable es lo debido. ¿Qué fue más imposible o más inimaginable: el esclavismo o su abolición? El tiempo del animalismo es el tiempo de lo imposible y de lo inimaginable. Nuestro tiempo: el único que tenemos.
Texto traducido por Paul B. Preciado