Superluminal, de Vonda N. Mcintyre. Kaótika Libros |
Hace años, a finales de la década de los ochenta del siglo pasado, yo trabajaba en la Biblioteca de Mujeres de Madrid, un proyecto feminista para la creación de una biblioteca sobre y para mujeres. Al mismo tiempo, estaba terminando mi carrera de Filología Hispánica. En la asignatura de Teoría de la Literatura tenía que hacer un pequeño trabajo de investigación y decidí elaborarlo sobre escritoras de ciencia ficción españolas y latinoamericanas. Esto me llevó, después, a comenzar una bibliografía más amplia, incluyendo a las autoras anglosajonas o europeas del género publicadas en nuestro país.
Gracias a ese trabajo universitario y a los fondos de la biblioteca, llegó a mis manos el libro Mujeres y maravillas (Women of wonder, 1974). Se trataba de una antología de autoras anglo- sajonas de ciencia ficción, seleccionada y prologada por Pamela Sargent. En España se tradujo, por la editorial Bruguera, en 1977.
Aquella antología era justamente una maravilla en sí misma. El extenso prólogo de Sargent me abrió no solo a ese inmenso continente de lo posible que es la ciencia ficción, sino, especialmente, a la presencia de autoras en él. Me sentí deslumbrada por las narraciones de escritoras tan importantes como Judith Merrill, Anne McCaffrey, Marion Zimmer Bradley, Chelsea Quinn Yarbro, Kate Wilhelm, Joanna Russ o Ursula K. Le Guin. Y Vonda N. McIntyre. La narración de esta se titulaba «Bruma, Hierba y Arena» (“Or Mist, and Grass, and Sand”). Había obtenido en 1973 el Premio Nébula a la mejor novela corta. El premio Nébula es uno de los más importantes y prestigiosos para los autores de ciencia ficción estadounidense. Me gustó mucho la historia y me sorprendió que me gustara tanto. La protagonizaba una sanadora que, en un mundo postapocalíptico, se sirve de serpientes para curar. Lo hace pese al miedo que sus pacientes tienen a esos reptiles, las bi- chas, como las llamaba mi tía abuela. Yo también le tengo una fobia insuperable a las serpientes, inculcada desde mi niñez por las mujeres de mi familia. Sé qué hay personas, mujeres incluidas, por supuesto, a quienes las serpientes les fascinan.
¿Por qué me gustó tanto una narración donde esos animales que detesto se volvían criaturas benefactoras para la salud humana? Por su calidad literaria, por su originalidad, por su otra protagonista, la sanadora, una mujer valiente, aventurera, entrañable y, a la vez, de gran fortaleza psicológica.
Tantos años después, tengo la oportunidad y el placer de prologar una novela de McIntyre, Superluminal (1983, en su publicación original en inglés, con el mismo título). En España hubo una primera edición, de 1985, en el sello editorial Acervo, traducida por Francisco Arellano.
Ahora, Kaótica Libros emprende la aventura de reeditar, con traducción nueva, esta obra. Una traducción valiente que busca caminos asimismo nuevos.
Me alegra la apuesta de Kaótica Libros, se la agradezco y aplaudo. Me han dado la posibilidad de leer no solo esta traducción nueva de Superluminal, sino de retornar a otras obras de McIntyre y disfrutarlas una vez más. Es una aventura que no defrauda, aunque nos lleve por territorios que, al principio, tal vez nos resulten extraños. Pero en lo desconocido hallaremos prodigios.
Y es que Superluminal es una novela extraña, oscura, fascinante. Posee y ofrece ese sentido de la maravilla que no siempre resulta fácil de encontrar, ni siquiera en la ciencia ficción. Además, McIntyre era una gran creadora de atmósferas, a veces un tanto turbias y opresivas, pero, en todo caso, muy envolventes.
El título nos remite a los viajes siderales más rápidos que la luz, y al tránsito. El tránsito es una experiencia, un proceso que viven (o sufren) las y los pilotos y tripulantes de una nave espacial que alcanza velocidades superlumínicas. Ni ellos mismos logran explicar en qué consiste y qué sienten durante ese período de tiempo. Las pilotos permanecen despiertas en el tránsito, mientras que los tripulantes son hibernados y lo superan en estado de inconsciencia. Pero, para que las pilotos sean capaces de resistir esa experiencia sobrenatural (en el sentido estricto del término) deben pasar antes por toda una serie de pruebas físicas y psíquicas, y de modificaciones corporales a las que solo cabe calificar como sumamente invasivas. Así, se transforman en personas muy especiales y valoradas, a las que se considera superiores a las demás. Sin embargo, esa diferencia acaba convirtiéndose también en un espacio de marginación ajena y propia. Si se las llama aztecas no es gratuitamente. Este apodo, que muchas de ellas detestan, se debe a lo que ocurre con su corazón. Nada más puedo decir.
McIntyre nos brinda, en Superluminal, una novela de space- opera, de aventuras más allá de nuestro planeta. Aventuras como las que leímos en nuestros libros de infancia y que transcurrían en lo profundo de la selva africana, en las estepas remotas de Asia, en los polos, en los océanos. Durante siglos hubo personas que se adentraron en lo desconocido: para buscar qué había en las zonas en blanco de los mapas, para comerciar, por necesidad económica, por desarraigo social o por afán de gloria. Eso seguirá sucediendo en el futuro si la humanidad se expande por esta u otras galaxias. Así, la novela de Vonda N. McIntyre especula, como buena ciencia ficción que es, sobre lo que puede depararnos el porvenir a la hora de explorar el espacio. Las leyes conocidas de la física no detienen su imaginación, por supuesto, nunca lo han hecho. Ya he dicho que las protagonistas son gentes un tanto marginales/das, que causan admiración, pero también sufren un estigma, y cuyos tiempos vitales no discurren paralelos a los de quienes habitan los distintos planetas. No solo deben aceptar su condición cíborg y transhumana, sino también que el paso del tiempo cronológico no será igual en sus naves que en los mundos a los que pertenecen, que visitan y van dejando atrás.
Lo que puedo asegurar es que, aquí, la exploración no resulta aburrida ni abunda en detalladísimas descripciones de los desarrollos técnicos necesarios para los viajes siderales o la colonización planetaria. No obstante, la lectura debe ser activa y requiere de cierta atención, hasta que nos familiaricemos con los términos y experiencias narradas. Para mí, esa extrañeza, tan propia del género futurista, resulta muy positiva, porque nos invita a releer y detenernos en estos días donde todo es vertiginoso y efímero.
Otro elemento sorprendente en la obra (o no tanto) es que parte de la historia se ubica en el mar. Pero ocurre que los grandes océanos y el vacío estelar tienen algo en común, que explica la propia Vonda N. McIntyre en otro relato, «Aztecas»:
«[…] pues el mar aún contenía misterios quizá tan profundos como cualquiera que se pudiera encontrar en el espacio o en tránsito».
Superluminal nos habla sobre cyborgs y, por tanto, sobre pos/transhumanismo, sobre quienes son considerados monstruos y hasta se sienten tales. La narración especula también sobre dimensiones de nuestro Universo más allá de las tres conocidas. Hay una cuarta, quinta y sexta dimensión. Y una séptima. Esta última nos permitiría trasladarnos por el universo salvando las leyes físicas que limitan los viajes a la velocidad de la luz y a los recorridos, digamos, lineales. En ese sentido, la ciencia ficción no se queda en la pura fantasía donde todo puede suceder gracias a la magia, sino que presenta posibilidades, aunque no estén acreditadas por la ciencia. No siempre hay que tomarlas en sentido literal, porque no nos hallamos ante obras pseudocientíficas, sino ante literatura con una enorme capacidad simbólica que nos enseña a abrir nuestra mente a lo distinto y lo nuevo. Ver más allá de las dimensiones conocidas no vale sólo para el espacio estelar, sino también para la psique humana y el ámbito social.
La historia transhumana creada por McIntyre no pierde su humanidad, sin embargo. Las pilotos, orgullosas de su soledad, están acostumbradas a su diferencia y aislamiento, a la admiración, envidia y desconfianza de la gente común y de los tripulantes. Tripulantes y pilotos se aman, se odian, rivalizan, tienen miedo unos de otras, establecen relaciones sexuales y de amistad, se buscan, se pierden, se reencuentran. Hay una historia de amor entre Laenea Trevelyan y Radu Dracul, que no debían enamorarse ya que la primera es una piloto y el segundo, tripulante, y no solo son razones de casta social las que los separan. Esta imposibilidad para el vínculo vertebra la novela de un modo desolador, pero también necesario para que algo más importante acontezca.
McIntyre escribió y publicó ciencia ficción en los mismos años en que lo hicieron Joanna Russ (autora de El hombre hembra, 1975), Ursula K. Le Guin (La mano izquierda de la oscuridad, 1969; Los desposeídos, 1974) o Alice B. Sheldon-James Tiptree, Jr. (En la cima del mundo, 1978). Fue una nueva generación de autoras (no la primera, desde luego, antes estuvieron creadoras como Leigh Brackett o Catherine L. Moore, entre otras) y tienen en común el interés por la experimentación literaria y el feminismo. Vonda N. McIntyre será abiertamente feminista, al igual que sus colegas, lo que no le impedirá tampoco optar por una literatura popular en sus libros basados en series televisivas y cinematográficas.
Encuentro algunas semejanzas entre la visión del mundo de la autora de Superluminal y mi también adorada Sheldon- Tiptree (Russ fue mucho más rabiosamente combativa y Le Guin poseía la luz de la esperanza). Hay en ambas una cierta tristeza, quizás producto del reconocimiento de su condición subalterna como mujeres en la sociedad donde han nacido, además de una tendencia a lo oscuro, extraño y monstruoso, esos monstruos en la tradición del Frankenstein de Mary Shelley, que son un reflejo de sus inventoras. Por añadidura, tanto McIntyre como Tiptree manejan un lenguaje difícil de traducir del inglés estadounidense al castellano, aparte de su opción por presentar historias sin explicar los antecedentes y dejándonos al final frente a un texto abierto. De hecho, solo nos han mostrado algunas escenas y nos piden participación activa como lectoras para completar lo narrado.
Según se nos cuenta en el prólogo a la edición española de Serpiente del sueño (Ediciones B, 1989), en una entrevista de 1979 para la revista Future Life, McIntyre decía: «Si yo quisiera escribir sobre una sociedad sexista, escribiría literatura general, no ciencia ficción. […] Creo que sería un desperdicio de la ciencia ficción. Creo que muchos escritores reconstruyen nuestra sociedad en la ciencia ficción porque se sienten a gusto con la actual vida de cada día. No es mi caso. Estoy interesada en el cambio, en otras posibilidades». Precisamente ahí ha estado el gran valor de la ciencia ficción. Puede ser una literatura de mero entretenimiento, lo cual no tiene nada de malo. O muy cercana a lo científico. Pero existe una ciencia ficción de tipo social, que o bien refleja las sociedades existentes, incluso llevando sus problemas y conflictos hasta sus peores consecuencias (distopías), o bien propone alternativas y nuevos territorios posibles, más o menos utópicos. O lo intenta, indicándonos rutas a tomar.
Leamos lo que Donna Haraway escribió sobre McIntyre en su Manifiesto cíborg (Kaótica Libros, 2020):
«Estoy en deuda con escritores como Joanna Russ, Samuel R. Delany, John Varley, James Tiptree Jr., Octavia Butler, Monique Wittig y Vonda Mcintyre» (p. 93).
Y en esa misma página, en nota, añade:
«Una lista abreviada de ciencia-ficción feminista que aborda temas relacionados con este trabajo: Octavia Butler, Wild Seed, Mind of My Mind, Kindred, Survivor; Suzy Mckee Chamas, Motherliness; Samuel R. Delany, la serie de Neveryon; Anne McCaffrey, The Ship Who Sang, Dinosaur Planet; Vonda Mcintyre, Superluminal, Dream- snake; Joanna Russ, Adventures of Alix, The Female Man; James Tiptree, Jr., Star Songs of an Old Primate, Up the Walls of the World; John Varley, Titan, Wizard, Demon» (p. 93, nota).
No me resisto a añadir una última cita de Haraway, que sirve para corroborar una lectura feminista, queer y decolonial de Superluminal:
«Superluminal de Vonda Mcintyre, ya que es especialmente rica en transgresiones limítrofes, puede cerrar este catálogo truncado de monstruos prometedores y peligrosos que ayuda a redefinir los placeres y la política de la encarnación y de la escritura feminista. En una ficción donde ningún personaje es «simplemente» humano, lo humano es bastante problemático. Orca, un buzo genéticamente alterado, puede hablar con ballenas asesinas y sobrevivir en aguas profundas, pero anhela explorar el espacio como piloto y necesita implantes biónicos que ponen en peligro su relación con los buzos y con los cetáceos. […] Laenea se hace piloto aceptando un implante cardiaco y otras alteraciones que permiten la supervivencia en tránsito a velocidades que exceden la de la luz. Radu Dracul sobrevive a una plaga causada por un virus en su planeta de otros mundos para encontrarse a sí mismo con un sentido del tiempo que cambia las fronteras de la percepción espacial de toda la especie. […] Superluminal […] encarna textualmente la intersección de la teoría feminista y del discurso colonial en la ciencia ficción […]. Se trata de una conjunción con una larga historia que muchas feministas del «Primer Mundo» –incluida yo misma en mi lectura de Superluminal antes de que Zoe Sofoulis me abriera los ojos– hemos tratado de reprimir, cuya localización diferente en el sistema mundial de la informática de la dominación la pone muy alerta al instante imperialista de todas las culturas de la ciencia-ficción, incluyendo la femenina. […]. «Los monstruos han definido siempre los límites de la comunidad en las imaginaciones occidentales. […] En la ciencia ficción feminista, los monstruos cíborg definen posibilidades políticas y límites bastante diferentes de los propuestos» (p. 110-111-112-113).
El Manifiesto cíborg de Donna Haraway es uno de los textos fundacionales del pensamiento y la teoría queer. Ahora que en España nos encontramos con un intenso y, al parecer, irreversible conflicto entre un sector feminista y el activismo trans y queer, y también dentro del propio movimiento feminista, quiero plantear la importancia de la ciencia ficción como herramienta de enorme utilidad para ayudar a resolver este conflicto: nos serviría para hacernos preguntas, pensar, repensar y vislumbrar otras posibilidades más allá de sesgos y posturas inamovibles.
Los años que llevo aplicando la crítica literaria feminista a las obras de narrativa, en especial de ciencia ficción y gótico fantástico, me han enseñado que la literatura permite mirar y discutir los problemas desde una perspectiva menos sesgada. He tenido la suerte de leer a muchas grandes autoras como la británica Angela Carter y la española Pilar Pedraza, ambas dedicadas al género gótico y con un contenido feminista y queer que explica mejor estos pensamientos que muchos discursos teóricos. Carter, por cierto, publicó también en la década de los setenta y ochenta, adelantándose como feminista, en muchos aspectos, a su tiempo. Pedraza es una de las y los mejores escritores de lo fantástico en nuestro país, además de muy buena ensayista.
En el caso de McIntyre, esta, como buena creadora de ciencia ficción, intuyó cambios que iban a darse décadas después y los plasmó en sus narraciones cortas o largas. Superluminal es un magnífico ejemplo de ello. Lo hizo vinculando elementos científicos y tecnológicos con componentes sociales, feministas, queer y decoloniales, tal como señala Haraway.
Haraway habla de monstruos. El monstruo es aquel ser que excede los límites de lo natural (los límites conocidos en cada momento histórico), ya sea de manera negativa o positiva, pues no siempre hay por qué asociar lo monstruoso a lo feo y perverso.
En ese sentido, el cíborg, híbrido entre humano y máquina, pero básicamente un humano con implantes artificiales, se convierte en un monstruo, ya que se salta esas coordinadas naturales que aceptamos. Además, es una criatura transhumana.
El transhumanismo puede consistir en la implantación cí- borg de elementos artificiales (prótesis, por ejemplo) en el cuerpo humano para mejorarlo, hacerlo más sano, longevo, fuerte, resistente o rápido: desde implantes dentales, marca- pasos o huesos de titanio, hasta piernas artificiales que permi- tirían, en su caso, que los atletas alcanzaran mayores veloci- dades. Otro objetivo puede ser lograr nuestra adaptación a condiciones extremas y entornos hostiles como, lo veremos en Superluminal, las profundidades oceánicas, el espacio interés- telar y otros planetas. Asimismo, lo transhumano puede ba- sarse en la experimentación y manipulación genética para conseguir que los cuerpos nazcan ya con esas mejoras y adap- taciones. Incluso pretende la inmortalidad mediante el tras- paso de la mente a un soporte más duradero que el cuerpo de carne y hueso que envejece, enferma y siempre, por ahora, es mortal.
El cíborg es un híbrido, un mezclado, no puro y, en ese sentido, se puede comparar con la persona mestiza étnicamente, intersexual o trans. Importa señalar que también se con- vierte en monstruo porque su diferencia y otredad lo llevan a la abyección por parte de quienes se consideran normales, naturales.
Por supuesto, los cíborgs van siendo aceptados en la sociedad si su diferencia no resulta demasiado notable o si su número aumenta paulatinamente y no son vistos como amenaza.
Así, a nadie se le ocurriría considerar, ahora, como cíborg monstruoso a un enfermo que necesita un marcapasos, pero cosa muy distinta hubiera podido suceder en otras épocas. El monstruo encarna lo horrible, detestable, perverso, pero también lo subversivo y transgresor, lo potencialmente peligroso si intenta acceder al núcleo prohibido del que se le ha expulsado, o, algo más amenazante aún, pretende destruirlo y transformarlo en otro radicalmente distinto.
Regreso a Haraway y a una de las citas anteriores, en la que se refiere «al instante imperialista de todas las culturas de la ciencia ficción, incluyendo la femenina». Esto me hace refle- xionar de nuevo sobre cómo un sector del movimiento femi- nista, una vez conseguidos una serie de derechos, se blinda ante la posible entrada de otras personas a su núcleo-sujeto político, sirviéndose de argumentos tantas veces escuchados en sectores sociales muy retrógrados. El lógico temor a perder lo conseguido se convierte en reticencia a compartir la hege- monía alcanzada, por pequeña que esta sea, y en el victimismo de ver en todo una amenaza, en especial cuando viene por parte de aquellas a quien se excluye.
Casi siempre, la lectura de varias obras de una misma autora sirve para comprender mejor su temática fundamental. Por ello, voy a mencionar muy brevemente otras dos obras de Mc- Intyre relacionadas con Superluminal. La primera es Serpiente del sueño (Dreamsnake, 1978), una novela de viaje y aventuras, fe- minista y ecologista. La curadora Serpiente usa el veneno de los ofidios para sanar a los enfermos. La pérdida de una de sus serpientes, a causa del temor de los familiares de un niño, la obliga a buscar una sustituta del animal perdido. Se ha inter- pretado que McIntyre, en esta historia, quiere mostrarnos cómo no solucionaremos los problemas destruyendo, por miedo, determinados instrumentos, sino que tenemos que aprender a comprenderlos y usarlos bien.
Su colección Torrente de fuego y otros relatos (Edhasa, 1981) ofrece narraciones que son ejemplos de lo que, basándome en Haraway, me atrevería a denominar narrativa cíborg: en algunos de estos cuentos, los protagonistas son híbridos derivados de humanos mediante cambios genéticos, por ejemplo, criaturas voladoras o que pueden vivir bajo la superficie de la tierra o incluso dentro de volcanes. Hay también prisioneros en plane- tas-campos de concentración e individuos tristes y solitarios, viejos, feos y enfermos, expulsados por ello de la sociedad a la que pertenecieron.
¿Tiene sentido –he escuchado preguntar muchas veces en los últimos años, casi siempre por personas que no leen ciencia ficción– que perdure este género literario cuando ya estamos en el siglo que soñaron los escritores del XIX y XX ¿Merece la pena reeditar obras como esta novela de Vonda N. McIntyre? Yo creo que sí, que la ciencia ficción sigue siendo una literatura tan válida como la realista. No para darnos soluciones proféticas ni remedios definitivos que no existen, sino para ayudarnos a ver posibilidades y caminos. Y para continuar reflexionando sobre la globalización, el capitalismo extendido a prácticamente todo el planeta, las crisis económicas y las nuevas precariedades, el agotamiento de los combustibles fósiles, los flujos migratorios, los populismos y la amenaza del renacimiento de la ultraderecha y el fascismo, las pandemias, la posverdad y las conspiranoias, la gestación subrogada y la ectogénesis. Y, también, la posible abolición del género sexual que pretende un sector del feminismo versus la diversidad de género que busca el movimiento queer, y que quizás lleguen al mismo destino sin saberlo. Así pues, leamos, escribamos y editemos. Y disfrutemos de ello.
Superluminal, de Vonda N. Mcintyre. Prólogo Lola Robles.
Traducción Rosa María García
Edita Kaótika Libros