Catia Faria |
En general, nos parece mal matar e infligir sufrimiento innecesario a les demás si podemos evitarlo. También nos parece que si podemos hacer algo para ayudarles cuando están en necesidad, debemos hacerlo. Sin embargo, matamos y usamos a les demás animales para alimentación, ropa y entretenimiento, como herramientas de trabajo y experimentación. Les erradicamos en cuanto «plagas», «invasores» o «sobrepoblades» y les abandonamos en catástrofes, en el dolor y en la enfermedad. Se podría preguntar: ¿qué tenemos en la cabeza? Dado que una forma privilegiada de acceder a la cabeza de les demás es a través del lenguaje, intentemos averiguar qué tenemos en la cabeza observando cómo hablamos.
Cómo hablamos de algo nos da información crucial sobre qué pensamos y sentimos, señalando nuestra predisposición para actuar de manera favorable o desfavorable hacia ese algo. Por ejemplo, si un padre dice a su hijo «Eso es cosa de chicas», su lenguaje nos da información sobre varias cosas. Entre ellas, su creencia en que hay cosas o comportamientos distintivos de chicos y chicas; su creencia en que ciertas cosas y comportamientos de chicas son malos o inapropiados para los chicos; un sentimiento de menosprecio hacia las cosas supuestamente de chicas, y una predisposición a aprobar los comportamientos de género estereotípicos y censurar los que no lo son. Además, nos da información relevante sobre cuáles son las representaciones de género dominantes en un determinado contexto. En la medida en que lo que pensamos y sentimos suele ser un resultado de nuestra experiencia y educación, el lenguaje del padre nos permite acceder tanto a su cabeza como a la cabeza más amplia que es su cultura.
Estas dos cabezas, una individual y otra colectiva, se retroalimentan de forma continua y, a menudo, inconsciente, encontrando en el lenguaje, su expresión más genuina. El lenguaje del padre resulta, así, preocupante, no solo por lo que revela de prejuicio individual, sino también, y sobre todo, por cómo, al interactuar con la cabeza colectiva, perpetúa y refuerza el sistema de discriminación y opresión por razón de género. La buena noticia es que el lenguaje es una vía de doble sentido. Lo que pensamos y sentimos impacta a cómo hablamos y cómo hablamos influye en lo que pensamos y sentimos. Por tanto, al cambiar nuestro lenguaje sobre el mundo, podemos esperar cambiar, al menos hasta cierto punto, lo que pensamos y sentimos sobre el mundo y, con ello, nuestro comportamiento. A eso aspira el lenguaje antiespecista.
El especismo es un tipo de discriminación injustificada que consiste en considerar o tratar peor a quienes no pertenecen a una determina especie, normalmente, a la especie humana**. El antiespecismo es la posición que rechaza este tipo de discriminación. Defiende que, dado que tanto humanes como no humanes poseen intereses fundamentales en vivir y en no sufrir, la manera en que sistemáticamente descartamos sus intereses está injustificada, tratándose, en realidad, de una injusticia similar a otras injusticias entre seres humanos y que debería preocuparnos en la misma medida que otras causas de justicia social.
Otra forma generalizada de especismo lingüístico consiste en la utilización de términos cosificantes para referirnos a les animales no humanes bajo explotación. Entre ellos, carne, pescado, marisco, y tantos otros productos animales. Este fenómeno, extensamente analizado por autoras como Carol Adams o Joan Dunayer (1), consiste en el proceso lingüístico mediante el cual se desposee a les demás animales de su individualidad, en cuanto sujetes con intereses propios (por ejemplo, vacas o peces) y se les transforma en un mero objeto de consumo (carne o pescado). Con ello, se invisibiliza la muerte y el sufrimiento de les animales no humanes bajo explotación y se camufla la opresión y la violencia inherente a su transformación de alguien en algo. Desde un enfoque antiespecista, debemos cuestionar el uso de estos términos, prefiriendo otros que visibilicen y traigan a nuestra consciencia les individues no humanes en un estado no cosificado. Dependiendo del contexto, ello pude implicar diferentes cosas. Por ejemplo: «¿No comes carne?». «No, no como animales.»
«¿Y pescado?» «No, tampoco como peces.» «¿Ni siquiera marisco?» «No, ningune animal marino.» «Ah, vale. ¿Ningún producto animal, entonces?» «Nada que apoye la explotación animal.» Este último punto es crucial, ya que supone un cambio de perspectiva radical, pasando de una visión centrada en las elecciones personales de consumo a una visión ética y de justicia sobre la cuestión (2).
Otras expresiones cosificantes son también comunes, como animales de granja, vacas lecheras o gallinas ponedoras, que buscan definir a les individues por la función que realizan en la industria de la explotación. De nuevo, un lenguaje antiespecista debe rechazar estas descripciones que confunden lo que les demás animales son con la situación en la que están. No hay animales de granja, sino en granjas; no existen las vacas lecheras, sino vacas usadas para la producción de leche; no hay gallinas ponedoras, sino gallinas explotadas por sus huevos. Adoptar estos matices contribuye a tirar por tierra la representación colectiva de les demás animales como si existieran con el único propósito de servir a los intereses humanos. Lo mismo ocurre con aquellas instancias de lenguaje derogatorio o idiomático que tergiversan nuestras percepciones de les demás animales como rastreres (rata), sucies (cerdo), cobardes (gallina) o sexualmente promiscues (zorra o perra) y trivializan la importancia de sus vidas (matar dos pájaros de un tiro). Desde el antiespecismo debemos rechazar estas expresiones de manera contundente y construir alternativas éticas con creatividad.
1. Adams, C,J., La política sexual de la carne, op. cit.; Dunayer, J., Animal Equality, Derwood (MD). Ryce, 2001
2.Challenge Speciesism, Language for Liberation:Animal Products, vídeo , 1 de junio de 2019: en https://www.youtube.com/watch?v=I6fDd2-TAx0.
3.Young; I. M., Five Faces of Oppression, Princeton (NJ), Princeton University Press, 2011, págs. 39-65.
*Este artículo ha sido revisado para incluir el lenguaje inclusivo. En particular se usa el “elle/elles” como pronombre genérico para referir a cualquier animal cuyo género sea desconocido o irrelevante para el contexto de uso. La revisión ha sido autorizada por la autora y es de su exclusiva responsabilidad. Este artículo forma parte del libro "Vegetarianos con más ciencia" de Lucía Martínez autora del Blog "Dime que comes" y editado por Editorial Paidós