Recorro una serie que la está petando, llamada como aquella canción de expiación marica: “It’s a sin”. Fabulosos Pet Shop Boys. Gente que nació cuando el SIDA ya no era mortal encandilada con nuestra anterior y silenciada pandemia. Londres, euforia sexual en una comunidad gloriosamente torcidica a principios de los ochenta. Y vuelvo a ver retratadas, como en “Pose”, como en “Veneno”, como entre mis amigas de todo pelaje, la preciosa capacidad de cambiar, aceptarse y mejorarse, o de no hacerlo, que tienen las familias. Todo vínculo se transforma, porque está vivo. Incluso la familia patriarcal.
He aprendido muchísimo de las madres y padres de mis
compinches queers, de sus complejidades familiares, de sus evoluciones
positivas a lo largo de las décadas. Antes juzgaba más a las familias ajenas:
me he quitado de esa horrible costumbre, gracias a ellas. Alguna vez presioné a
una amiga bollera para que saliera del armario en Nochebuena, después me
disculpé. Ahora, me derrito de amor y posibilidad revolucionaria al contemplar
que fueron a su ritmo, y se encontraron. Al final, éramos las pervertidas
quienes salvaríamos la familia.
Itziar Ziga