martes

¿EL CORTO VERANO DEL TRANSFEMINISMO? por ITZIAR ZIGA


¿Sabes lo que fue más hermoso de aquella noche? 
Ver a todas las hermanas de pie como una gente unida. 
Sylvia Rivera sobre el 28 de junio de 1969 

Tengo el presentimiento de que llega la acción. 
Shakira 
Itziar Ziga y Maider Lazkano de fiesta por Iruñea

ME SIENTO EXTRAÑA APORTANDO CRÍTICAS a este manifiesto colectivo fundacional, soy del feminismo eufórico. Pero es vigorizante para una (y para todas) enclavarse en parajes nunca antes habitados. He resumido en tres peligros los derroteros hacia los que no me gustaría nada que se dirigiese el transfeminismo y que, a veces, asoman en nuestros debates y en nuestras prácticas políticas. Tres tristres trampas que elijo señalar para que no acabemos desactivando el prodigioso potencial emergente de los últimos años que late en estas páginas. ¡Larga vida al transfeminismo! 

Peligro nº 1: Superación del feminismo 

A la mínima, ya estamos otra vez reproduciendo las malditas dicotomías de las que pretendemos huir. Ardua labor descolonizarnos del pensamiento occidental binarista, muy ardua. Formularnos como transfeministas desde las Jornadas Feministas Estatales de Granada, en diciembre de 2009, fue la visibilización de un proyecto colectivo descabezado, supuso recuperar radicalidad, multiplicar las alianzas políticas y desesencializar para siempre la identidad sexogenérica. Pero no en oposición al resto de feministas, no dando por hecho arrogante e ignorantemente que el resto de feministas no son radicales y sí sectarias y biologicistas. No estableciendo una frontera entre nosotras y ellas, porque, al menos yo, siempre me he sentido nosotras, vosotras, ellas. 

Entender el transfeminismo como una superación del feminismo me horripila y aburre sobremanera. ¡Ay, el antagonismo sistemático, cuánto daño nos ha hecho históricamente y cómo cuesta renunciar a la asquerosa comodidad que nos aporta! Si nos autoerigimos soberbias como las feministas auténticas, arrollaremos a todas nuestras hermanas pasadas y presentes. Y sabotearemos desde el principio todas esas alianzas políticas que pretendíamos entablar. 

Una tarde escuché decir a Beto Preciado que la del feminismo era la historia de su propio autoborrado. Autodenorminarse transfeminista no puede servir de excusa para borrar todas las maravillosas genealogías de feminismos radicales que nos nutren, porque entonces el transfeminismo, queridas, será neomachista. Y le estaremos haciendo el trabajo al patriarcado, desarrollando propaganda antifeminista y dividiéndonos entre nosotras. Y, precisamente, si en este momento de la jugada hemos preferido aglutinarnos semánticamente como transfeministas más que como queers, ha sido, en parte y precisamente, para ahuyentar cualquier tentación antifeminista. Y no porque los activismos y multitudes queer –o kuir–, allá donde emergieron y por donde se han contagiado, hayan renegado jamás del feminismo que los posibilitó. 

El feminismo está cruzado desde su difuso origen (me niego a repetir que nació europeo e ilustrado) por la tensión permanente entre la radicalidad y el intento de desactivación de esa radicalidad. Ese tira y afloja incesante se da desde fuera, y también desde dentro. Aclaro, one more time, que cuando hablo de radicalidad me refiero a su sentido etimológico, no televisivo. Como ya señalaba a principios de los setenta nuestra amatxo transfeminista Angela Davis (lo escuché en el documental que acaba de estrenarse, Free Angela and All Political Prisoners), radical significa que busca la raíz de las cosas. Por lo tanto, si no eres radical, serás superficial. O, directamente, estúpida. 

Cualquiera que tenga un poquito de memoria, un centro de documentación de mujeres o conexión a la red sabe que desde hace décadas hablamos de feminismos, en plural. Y que al no haber aceptado jamás mando alguno entre nosotras, en cada instante conviven, se entremezclan, discuten, se retroalimentan y se mandan al carajo también multitud de colectivos e individualidades feministas. Nuestra historia no es ni unívoca ni lineal ni nominal ni resumible. Si afirmamos que en un momento dado el feminismo, así, como si fuera un ente, se institucionalizó y decidió priorizar los intereses de las mujeres burguesas, blancas y heterosexuales, estaremos negando a todas las feministas autónomas, obreras, radicales, putas, gitanas, bolleras que operaban en dicho momento. Por ello, prefiero formular el transfeminismo como una actualización más, aquí y ahora, de la radicalidad del feminismo. Una actualización efervescente, bulliciosa, prometedora, ilusionante, que está sucediendo y, por tanto, podemos presenciar y vivir. Y que ha atraído en los últimos años a multitud de criaturas de todo pelaje, bárbaras, listísimas, entusiastas que se identifican como feministas pegando una patada en los huevos al estigma. Porque si con diecinueve años ya has leído Teoría King Kong, tu vida será diferente. 

Peligro nº 2: La rebelión de los globos de helio 

Un feminismo no-binarista no puede invisibilizar las opresiones de género porque, entonces, simplemente, no será feminista, incluso servirá al patriarcado. Una cosa es que, para muchas, la genealogía queer haya supuesto una liberación al mostrarles lugares desde los que rebatir el género que les fue asignado médica y socialmente al nacer y con el que nunca se sintieron cómodas, y otra muy distinta que, por ello, las relaciones de poder de género desaparezcan. Una cosa es que sepamos que el género (la raza, la clase, la opción sexual…) sean socialmente construidos y otra, que no existan. Que las opresiones se cimenten en identidades que pueden cambiarse no significa que de hecho estemos derribando ni remotamente esas opresiones. 

El prefijo «trans-» no significa solo no-binario, sino, sobre todo, no-anquilosado, no-antagonista. Abierto, promiscuo, ágil, generoso, aventurero… Monto en cólera cuando escucho que no debemos seguir hablando de mujeres. Claro, a partir de ahora somos globos de helio suspendidos en el limbo social. No somos ni mujeres ni hombres. Ni blancas ni negras ni gitanas ni moras. Ni vascas ni palestinas ni somalíes ni alemanas. Ni ricos ni parados, ni bolleras ni maricas ni putas ni heteros. Ni gordas ni flacas ni sordas ni downs ni seropositivas ni cojas… Quienes andan siempre con esta monserga y parece molestarles más el binarismo que la opresión, que vayan a decirle a una mujer negra que, en realidad, no es ni mujer ni negra. Y que no se preocupe, que grite bien alto: «¡El género y la raza son construcciones sociales!». Y así el machismo y el racismo que han cruzado violentamente su vida desaparecerán para siempre como por arte de magia. Chica, ¡no ves qué fácil era! Venga, va, atreveros a decirlo: «¡Todxs somos personas!». Al final, las posturas que malentienden lo queer se asemejan peligrosamente al liberalismo. 

La desdramatización del género provocada por las insurgencias queer y por la noción butleriana de la performatividad han posibilitado más que nunca que las identidades sean estratégicas, no esenciales. Así, ser identificada socialmente como mujer pesa menos, son más fáciles las reapropiaciones y las rupturas y las alianzas con otras se multiplican. Pero tratar de desmantelar el sujeto político «mujeres» es un despropósito, un salto al vacío, un suicidio político. Y aguantar que otros me señalen a mí con un dedito aleccionador para corregirme porque me identifico como mujer o como bollera no solo es antifeminista y estúpido, sino que merece otra patada en los huevos, estén o no estén. 

Entremos en harina. ¿Cómo hostias detectamos y combatimos la violencia machista si no podemos hablar de mujeres?, ¿acaso no es precisamente el hecho de ser identificada socialmente como mujer en el seno de una sociedad androcéntrica que legitima la violencia machista lo que te pone en riesgo de ser asaltada por tu padre, tu novio, tu jefe, o cualquier desconocido?, ¿al agresor le va a disuadir de atacarte el hecho de que tú no te nombres en femenino?, ¿al transfeminismo solo le importan las vidas de quienes no se identifican ni como hombres ni como mujeres?, ¿para qué coño quiero un transfeminismo que no nos va a servir para defendernos de la violencia machista? 


Peligro nº 3: Fenómeno jornadista ombliguista blablabla 

Más que nunca, creo en el feminismo comunitario. En situarse en un lugar concreto, formarse políticamente en grupo, entablar diálogos con otros colectivos, desarrollar actividades abiertas que respondan no solo a las necesidades nuestras, sino también a las del vecindario y ofrecer asesoramiento, apoyo, cuidado, recursos, red, burbujas de bienestar. Y con intención de continuidad. Echo de menos el activismo hormiguita, pero mi vida nómada actualmente me lo impide. Recuerdo que era agotador, que te obligaba a ser operativa y a llegar a acuerdos, a entenderte, que era práctico, preciso y ahuyentaba los protagonismos desmesurados. Pasado un primer momento de fundación transfeminista, tiene que llegar la acción. Estoy cansada de debates interminables jornada tras jornada entre las mismas (yo incluida) donde se priorizan las declaraciones arrojadizas a lo Belén Esteban y no se propone nada. Hermanas, no nos convirtamos en transfeministas de salón, por mucho que sea el salón de una okupa. Agitemos un transfeminismo comunitario, contagioso. Encarnemos esas alianzas múltiples que hemos formulado y soñado tantas veces. Generemos una red de seguridad que nos defienda individual y colectivamente de este heteropatriarcado capitalista y supremacista blanco que nunca cesa de usurpar y violentar nuestras vidas. Porque el despojo a multitudes por parte del sistema nos asola más que nunca y los planes de ajuste estructural del neoliberalismo ya no son aquello terrible que les sucedía a las otras. Y aquí detecto el más precioso potencial del transfeminismo: puesto que nos aglutinamos desde el rechazo más radical e irrenunciable al capitalismo, a la democracia de partidos, al racismo, al control policial, al europeísmo, a las trampas de la modernidad, al desarrollismo, y no solo al patriarcado (única lucha común de todos los feminismos), nuestras voces y nuestras propuestas son hoy apremiantes e imprescindibles. Construyendo, hermanas, construyendo.

Transfeminismos. Epistemes, fricciones y flujos. Editorial Txalaparta

Artículo publicado en el libro Transfeminismos. Epistemes, fricciones y flujos. Editorial Txalaparta. Varies autores. Compilado por Miriam Solá y Elena Urko
Año publicación: 2013