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LA GUERRA ESTÁ EN LAS PLAYAS por ITZIAR ZIGA

Itziar Ziga

El júbilo por mi viaje y un charco invisible en el lustroso suelo del Prat, me hicieron despatarrarme justito en la puerta de embarque. Ro me dijo que parecía una de las forzadas caídas de las Drag Queens que compiten en la academia de Ru Paul: no hay mayor halago. Mi coño y una de mis tetas quedaron al descubierto, hace muchos años que no siento ni la necesidad ni el deseo de ponerme bragas. Ya verticalizada, con el innombrable cubierto de nuevo, la azafata me ordenó: cúbrase el pecho, señora. En otro siglo, te mandaba a la hoguera. Un azafato me preguntó por lo bajini: se ha hecho daño. ¡En el pundonor!, clamaron mis entrañas. Así de avergonzada me despidió Europa.

Nunca he pasado tanto calor como en Nueva Orleans, afortunadamente parábamos en una decadente mansión con piscina de agua entre pasada de cloro y turbia que añoraré siempre. Protegida por plataneros, faroles de gas y cuervos. Me mantuve fiel a mi misma, jamás me cubro las tetas. Muy raramente tapo mis bajos, no en Nueva Orleans. Si a algún huésped le molesta, su vergüenza jugara a mi favor. Así fue. Nos echamos una amiga encantadora, su nieta adolescente nos la cedió gustosa. Ella se bañaba con mallas y camiseta, nuestra diferencia indumentaria no impidió la complicidad flotante. Nunca lo hace, la tela nunca domina nuestras mentes, ni siquiera a las inconstantes mujeres.
Me vine arriba en el Nuevo Mundo y, al leer que en unas piscinas gabachas mujeres reivindicaban el burkini y la desnudez pensé: por fin se han unido, mi viejo sueño. Ingenua de mí. Las supremacistas laicas francesas reclamaron el derecho a ir desnudas solo para oponerse a las moras que se bañaron triunfantes, en burkini y en vikini, saltándose la prohibición del primero. El alcalde verde ha hecho justicia: no hay piscina para nadie. La guerra está en la playa, señoras. Liberemos Francia de esa ridiculez mesiánica que les poseyó con Napoleón. Que alguien quite la Marsellesa de la gramola, lleváis dos siglos en bucle. Nadie cree que seáis las iluminadas del mundo, nunca lo creímos.