Itziar Ziga |
Mujer, demuestra que no consentiste. Con uñas y dientes. Tampoco te van a creer. Si estás muerta, creerán que estás muerta, ¡algo es algo! Pero ni 38 golpes en tu maravilloso cuerpo, antes de ser asfixiada, mutilada y abandonada en un bosque, servirán para que estos jueces infames reconozcan que fuiste asesinada. Tenía marcas de cuando su violador, torturador y asesino, Diego Ylllanes, le arrancó las bragas. Soy de moratón fácil, no quiero ni pensar lo que fue aquello. Pero lo de Nagore Laffage, fue un homicidio. Un poquito involuntario por parte de él, un poquito provocado por ella. Los machos cuya violencia sexual denunciamos las mujeres, serán condenados con la versión más indulgente que contemple la ley. Tiemblo al pensar en la sentencia contra los chavales de Altsasu, no puede haber nada más diametralmente opuesto. Cinco maromos penetrando en un portal por todas partes a una chica contra su voluntad, no es violación. Una pelea de bar entre vascos y guardia civiles, es terrorismo. De los primeros hacia los segundos, claro.
Cuando las mujeres denunciamos ante los tribunales haber sido violadas, es porque no hubo consentimiento. Por tanto, ¡hubo violencia! Si yo ahora mismo, a las dos de la tarde, bajo a la plazoleta que hay delante de mi casa, con sus terrazas de bar animadas y sus vecinas transitando o quizás asomadas a los balcones, no acabaré en los juzgados denunciando que he sido violada. Sin embargo, en la misma plazoleta, a las cinco de la madrugada de una noche cerrada del pasado mes de julio, tuve suerte de librarme de un agresor que, probablemente, haya violado a otras. ¡Machos cobardes de mierda, nos violáis cuando creéis que no pagareis por ello! Y hoy, como siempre, sabéis que pagaréis menos. No creo ni en la pena ni en la cárcel. Pero este maldito sistema, tan judicial como patriarcal, os sigue protegiendo, machos cobardes de mierda.
Cerraste los ojos, preciosa. Me alegra tanto que te saliera de dentro cerrar los ojos. Te protegiste en una situación horrible. Por ti, por todas. Para que no nos destruyan siempre. Ahora, nos toca gestionar esta rabia, esta impotencia, esta injusticia. Pero sabemos cómo: llevamos siglos alzadas contra el patriarcado.