Hace pocos meses, sufrí una de las situaciones más amenazantes de mi vida. El tío era de nivel muy alto en peligrosidad, lo supe nada más cruzármelo en la villavesa nocturna. No había ni un alma en la calle. Como preveía, se bajo en mi parada. Iba con un amigo, al menos no me siguieron los dos. Decidí rápido: primero intentaré librarme de él encarándome a gritos. Si va en serio, conozco mi barrio, ya no tendré escapatoria. Y no pienso oponerme de manera que aumente su violencia y el daño hacia mí.
Volví
sobre mis pasos como una furia y él señaló: tú ve por ahí, yo iré por
aquí. De haber querido cazarme, hubiera continuado
con mi plan B. Y sé que no estaría escribiendo algo muy diferente ahora
mismo. Tengo 43 años y me he enfrentado a la violencia machista desde
que nací: tengo memoria, tengo resistencia, tengo estrategia, tengo
inteligencia feminista. Y llevo muy adentro la
superación. La mía, la de mi amatxo, la de mi género, la de la gente
asaltada. La de mi amiga Isa, que logró escapar de un depredador que ya
la tenía desnuda y atrapada en su casa, en medio de la noche y del
Raval. Y que, muy probablemente, no solo pretendía
violarla. En aquel instante terrible, recordó lo aprendido en un taller
de autodefensa feminista. Hoy Isa sigue siendo feliz.
También
llevo muy adentro a tantas que no pueden contarlo con la boca grande, o
que no pueden contarlo. Hay otra amiga, cuyo
nombre protejo y acaricio, para quien la vida quedó muy condicionada
tras un terrible asalto en su adolescencia. Pero ella ríe, baila, folla,
y da gusto verla. Llevo muy adentro y acaricio la memoria y la luz de
Nagore Laffage. Y la de Diana Quer, fuera de
ese pozo.
Sé
que la víctima de la violación quíntuple de sanfermines va a tener una
vida plena, lo he sabido desde el principio. Las mujeres
atesoramos atávicamente cierta capacidad de salirnos con la nuestra
frente a esta violencia sistémica de la que nunca tuvimos opción de
librarnos. Reforzada en las últimas décadas por nuestro feminismo
organizado. Pocas cosas en este mundo me hacen sentir
tan orgullosa. Ni tan posible.