Más de 350.000 personas firmaron contra la visita de Judith Butler a Sao Paolo, solo cuarenta fueron a recibirla y tres o cuatro fueron a agredirla al aeropuerto donde se defendió con ayuda de su compañera. Los fundamentalistas ultras de diferentes sectas del cristianismo o el catolicismo han oído campanas y creen saber dónde. Lemas sonrojantes y con resabios fascistoides como menos–Butler y + Familia o “No a la Ideología de Género” u otros copiados del imaginario del Klu-Klu-Klan como “Pervertidos al infierno” han calado en la extrema derecha brasileña que los ha propagado entre una base cristianoide, rancia y más cegata y confudida que nunca. Así están las cosas. Los travesticidios en Latinoamérica que Butler ha denunciado, su política en el Ocuppy Wall Street en New York y su posicionamiento anti-Israel ya la han convertido en una figura pública.
Pero lo que estos fundamentalistas más odian o dicen odiar son sus incendiarias teorías del género o más bien lo que han oído sobre ellas ya que no es difícil adivinar que ninguno de ellos se ha molestado en abrir un libro de Butler antes de echarlo en la hoguera de la Inquisición. Creen que el pensamiento de Butler pone en peligro sus frágiles creencias y propaga las ideas del libertinaje abocando a la disolución de los géneros binarios. Me temo que aunque Butler pretendiera eso la cosa no es tan fácil en ninguna parte del mundo. Los fundamentalistas garrulos pueden estar tranquilos, que sus familias catequéticas están a salvo así que dejen viajar, hablar y opinar a Butler en paz en aras de una libertad de expresión que tanto cuesta conquistar en países como Brasil, amenazado una y otra vez por la derecha totalitaria, la desestructuración social, el machismo, la transfobia y los golpes de estado políticos e ideológicos.
Texto de Eduardo Nabal