Itziar Ziga |
Desde Washington nos llegan conversaciones políticas de alto nivel. Donald Trump cree que las aspiraciones independentistas catalanas son una “tontería”. ¿Por qué marcharse de un país “histórico y hermoso”, como a él le parece España? Imagino que Rajoy le había explicado previamente aquello de que le molan los catalanes porque “hacen cosas”. Da la risa, hasta que recuerdas que uno lo mismo nos acaba metiendo en un fuego cruzado nuclear con su réplica tarada norcoreana y nos vamos al carajo planetario mientras el otro mantiene inamovible nuestro sufrimiento carcelario, contra la ley y contra la realidad.
A Felipe González, ese hombre de paz, ese demócrata, “la situación de Catalunya es lo que más le preocupa en los últimos cuarenta años”. ¡Conyo! Teniendo en cuanta la que nos montó por una preocupación menor, ¡lo mismo trata de convencer a Trump y a Kim Jong-un de que escenifiquen su duelo nuclear de a ver quien la tiene más larga en Barcelona!
La prensa imperial salivó con la reprobación de Serrat: catalán y españolista, ¡qué novedad! Su amigo Sabina salió a defenderle de la gente que no opina como él. ¿Qué pensará Miguel Ríos? Cuando Isabel Coixet se opone al derecho de autodeterminación de Catalunya, me lo tomo como algo personal. Era clienta de un bar del Gotic en el que trabajé: la gente altiva con las camareras no suele ser buena gente.
Me deleito viendo a ese país macho llamado España haciendo lo único que sabe, a parte de arruinarse, desertizarse y hacer el ridículo, que es dominar, pero tratando esta vez de parecer democrático. La Historia le sitúa de nuevo frente a su mayor pesadilla, la pérdida de sus últimas colonias ya entrado el siglo XXI. A los vascos, por las malas, no. A los catalanes, por las buenas, tampoco. El jaque catalán está siendo glorioso. Y me quedo con las palabras de Jorge Javier Vázquez, nacido en Badalona y deseoso de que Catalunya no se independice: a mí me dicen que hay algo que no puedo votar y eso es justo lo que quiero votar.