Imagen: Sebastián Freire |
¿Por ejemplo?
–La homonormatividad tiene que ver con, por ejemplo, la Corte Suprema, que en EE.UU. acaba de apoyar al matrimonio gay. Una lee lo que escribieron a favor: es para salvar a los pobres solteros de la miseria de ser solteros y para que los niños no pasen la humillación y el daño de tener padres o madres no casados. Entonces una se pregunta: ¿en qué siglo estamos que hablamos de niños no legítimos? El discurso usado para promover el matrimonio gay en los EE.UU. ha sido normativo acerca de lo que es una familia, una pareja o la monogamia.
¿Y qué pasaría con las personas que quedan fuera de esa estructura?
–Esas personas son vistas como promiscuas, son las que tienen una pareja atrás de la otra, las que no son monógamas o las que prefieren no tener pareja, todo eso cae fuera de la norma. Quienes entran en ella están marcando lo que esa norma significa. Quedan afuera las personas trans, las bisexuales, las poliamorosas y las trabajadoras sexuales. Eso también debería formar parte de un discurso de diversidad y de derechos sexuales, pero es todo para separarse de lo que se ve como algo no respetable o contaminado. Una quiere entrar a la norma y asimilarse, pero cuando se pone a ver cuestiones de género o racismo va notando quién entra y quién no. En los EE.UU. muchos de los estereotipos de raza tienen que ver con la sexualidad: las latinas somos más putas y atrevidas, los hombres negros son violentos, los latinos, bien machos. Estereotipos basados en una idea de sexualidad perversa y no normativa. El racismo y el prejuicio por diversidad sexual en los EE.UU. van muy unidos; comunidades que no encajan en la norma de cultura americana ya están vistos como queer y peligrosos. Hay muchas presiones internas también. Si una es lesbiana, su comunidad no admite que se acueste con un hombre, entonces se habla de un discurso queer, pero en la práctica es distinto. Tuve un novio y ahora estoy con una chica o un chico trans: esto no se vive tan fácil, es distinto de cómo se lo habla.
No sé si estás hablando en relación con EE.UU., pero la observación puede aplicarse también a otras culturas, como la nuestra.
–Creo que la cuestión de la bisexualidad se considera en todas partes como una característica propia de personas inmaduras, que no decidieron qué son, están engañando, tienen una falta de convicción política o carecen del valor de salir del armario. Ese discurso, para el cual las personas bisexuales son héteros experimentando o gays que no han salido del closet, tiene que ver con la insistencia en la monogamia. Y no se piensa, además, que una persona bisexual también puede ser monógama. Hay una idea de que si uno elige a alguien, lo hace para toda la vida. Y creo que al nivel que se está desarrollando un discurso acerca de lo trans, también empezamos a desarrollar un discurso sobre la bisexualidad. La idea de que solo sales con una persona basado en sus genitales es una estupidez. Creo que más y más vamos a tener ideas con la sexualidad que tienen que ver con el placer, los cuerpos, los gustos, la política. Pero aparte de lo que es ser hombre o mujer.
¿Esto qué relación tiene con la queer latinidad?
–En los EE.UU., en los movimientos de Stonewall había mujeres trans, personas de la clase obrera, mujeres de color, muchas trabajadoras sexuales que no tenían el miedo de perder un trabajo, entonces eran las que tenían el valor de salir a la calle y dar la cara porque no tenían nada que perder. La queer latinidad es una manera de insistir en ver los lazos históricos de opresión que sufrimos, lo que significa estar fuera del centro de una imagen nacional. Yo vivo en California donde hay comunidades que dicen: nosotros no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó a nosotros. California, Colorado, Nuevo México, todo esos estados del sureste antes eran México, por eso se llaman Los ángeles o San Francisco. Entonces ellos no son inmigrantes, como se les dice, ¡tienen raíces de hace 500 años, son de ahí! Por otra parte, los hijos y los nietos de inmigrantes nunca llegan a asimilarse a la sociedad. Y hay épocas en que por la mano de obra traen más inmigrantes. Abren las puertas y cierran las puertas. Este es un momento muy antiinmigrante, para mí la cuestión de los refugiadxs es un problema global y tenemos que pensarlo como un problema queer.
¿Por qué lo queer supondría una no identificación con algo así como la identidad nacional, por ejemplo?
–En primer lugar porque lxs queers nunca pertenecemos al Estado o a la Nación, sino que siempre estamos fuera. La idea queer hace pensar en la función de la Nación para crear normas, para mantener una ley, un centro, una legitimidad. Que la gente queer sea parte de esas olas de personas que van de un sitio a otro es algo que ha sido así por muchos años y va a seguir siéndolo.
¿Y cómo hacer para brindarles protección sin establecer sistemas de control?
–En EE.UU. existe el problema de la criminalización de todo, por ejemplo, hay movimientos para que no te puedas sentar en la acera, se lo considera un crimen. Unx piensa que es contra lxs desamparadxs, pero también es contra los actos políticos, la expresión popular. Cada vez que tienes una ley contra algo le estás dando a la policía otra excusa para registrarte. Y regreso a la situación de las trabajadoras sexuales: en algunas ciudades se está usando que si tienes más de 4 condones, eres trabajadora sexual porque es una evidencia, ¡puede ser un viernes cualquiera! Tantos años que estuvimos educando al pueblo para usar condones y las trabajadoras sexuales ahora no quieren usarlos y se ponen en riesgo. Y la policía, además, sospecha que toda persona trans es prostituta, la registran y aunque no acabe en la cárcel, pasa ese momento de humillación.
¿Cómo, según tu punto de vista, le correspondería actuar a la comunidad gay ante este tipo de circunstancias?
–La comunidad gay debe empezar a reaccionar a estos procesos de criminalizar todo, la marihuana, por ejemplo, la policía revisa al negro, al pobre, para ver si tiene un porro. Los niños ricos se están metiendo cocaína, pero no tienen ese momento de contacto con la policía. Yo lo veo como temas queer: controlar los cuerpos. ¿Cómo unx tiene control sobre el propio cuerpo? En mi último libro hablo de relaciones sadomasoquistas. De cierto modo el Estado es el único que tiene el derecho de castigarte, es el dominante mayor a quien todos debemos obedecer. Cuando la gente juega con esos papeles sexualmente, lo que hace es negarle ese papel al Estado y asumirlo para ellxs mismxs. Si tengo que entregarme al Estado, mejor me entrego a ti. Dentro de las comunidades queer, esto es algo más complicado que simplemente una cuestión individual. Estamos viviendo algo que sentimos.
Y lo que sentimos es la opresión, la persecución del sistema...
–Sí. Mis padres llegaron de Cuba siendo yo muy chiquita, tenía que traducirles, veía lo mal que los trataban, pensaba que porque éramos latinos éramos inferiores. El inmigrante es distinto porque se crió con la idea de tener un lugar, pertenecer. Mis padres sí tuvieron esa conexión, pero no yo. Si voy a Cuba, soy extranjera. No tengo sitio. Culturalmente es diferente, eres de los dos bandos y de ninguno, el espacio intermedio.
Artículo compartido de Página 12. Por Paula Jiménez España