miércoles

VALERIE SOLANAS LEHENBIZIKO BALA (1)


Itziar Ziga. Foto de Rodrigo Van Zeller.

Valerie Jean Solanas nació el 9 de abril de 1936 en una pequeña localidad costera del estado de Nueva Jersey llamada Ventnor. Su padre abusaba sexualmente de ella. Su madre tras divorciarse, se volvió a casar y envió a Valerie con sus abuelos para que no les diera problemas. En el colegio católico las cosas tampoco le iban bien, se enfrentaba a las monjas y fue amonestada por golpear a un compañero que había atacado a una chica más joven. Su abuelo borracho le pegaba cuando se negaba a ir a clase. Así comenzó todo para Valerie Solanas.

Asfixiada por su entorno familiar, se vio en la calle con quince años. Parió un niño que fue entregado en adopción. Aunque nunca volvieron a encontrarse, David Blackwell reivindica hoy la figura de su madre. Valerie fue siempre una lesbiana evidente, al margen de sus relaciones con hombres y de que durante toda su vida se prostituyó para subsistir. Incluso en los años 50, cuando la sociedad estadounidense se volvió fanáticamente heterosexual y excluía con saña a las ovejas descarriadas, ella jamás renunció a visibilizarse como la bollera marimacho que era. Valerie Solanas, igual que Sylvia Rivera, era una marginada irreductible. Ninguna tenía nada que perder, menos aún la posición social o el futuro profesional. Hoy, a menudo se pone en duda la integridad de su lesbianismo arguyendo que a menudo folló con hombres, no siempre por dinero. Valerie demuestra mejor y más tempranamente que nadie que no es lesbiana aquella que no intima con hombres, sino la que manifiesta su vínculo sexual con otras mujeres arriesgándose al castigo social.

A pesar de la precariedad y del desamparo familiar, siendo una adolescente logró graduarse y acceder a la Universidad de Maryland, donde estudió sicología. Costeaba la carrera gracias a su trabajo como puta callejera y a las becas que obtenía por ser una alumna brillante. Continúo en la Universidad de Minnesota donde trabajaba en el laboratorio investigando los impulsos nerviosos de los ratones hembra. Por último, asistió a clases en la Universidad de Berkeley, donde comenzaría a escribir el Manifiesto SCUM. Ya entonces publicaba una columna en un periódico universitario donde instaba a las mujeres a desechar a los hombres incluso para reproducirse.

A mediados de los 60 llega al Greenwich Village, el barrio neoyorkino donde se cobijaban y explayaban hordas de disidentes sexuales venidas de todo el país. En las calles de Manhattan, la tenaz Valerie no cesaba de interpelar a la gente que pasaba por su lado en busca de dinero, combinando mendicidad creativa con servicios sexuales, sin perder la oportunidad de propagar su mesiánico hembrismo antisistema con su labia incontenible. También vendía, incluso regalaba, a mujeres y hombres viandantes copias del Manifiesto SCUM que autopublicó en 1967 y que arranca con esta inolvidable declaración:

“Vivir en esta sociedad significa, con suerte, morir de aburrimiento, nada concierne a las mujeres, pero, a las dotadas de una mente cívica, de sentido de la responsabilidad y de la búsqueda de emociones les queda una, sólo una única posibilidad: derrocar al gobierno, eliminar el sistema monetario, instaurar la automatización total y destruir al sexo masculino.” 

Manifiesto SCUM vocifera contra la apariencia de conformidad de la sociedad estadounidense de los años sesenta atacando sus roles de género. “Nuestra sociedad no es una comunidad, es una colección de unidades familiares aisladas”. Ataca a los hombres por dominar a las mujeres y propone su exterminio. “El hombre por naturaleza es una sanguijuela, un parásito emocional y, por lo tanto, no es apto éticamente para vivir, pues nadie tiene derecho a vivir a expensas de otro”. Pero también a las mujeres que son cómplices de su propia dominación, a las que denomina certeramente Hijas de Papá, es decir, hijas del patriarcado. “La Hija de Papá, pasiva y cabezahueca, deseosa de aprobación, de una palmada en la cabeza, del respeto del primer montón de basura que pasa”. Revela la espantosa debilidad de los machos y el deseo insoportable de los hombres de ser mujeres al que se refiere como “envidia del coño”. “Los hombres esperan que las mujeres adoren aquello que los petrifica de horror: ellos mismos”. Desgrana la mezquindad de las relaciones sociales y de la cultura que resultan de esa hegemonía masculina que ella considera contra natura. “Los hombres poseen el don de Midas negativo: todo cuanto tocan se convierte en mierda”. Maldice tener que vivir aburrida en semejante despropósito social. “Cuanto más estúpida es una mujer, más profundamente encaja en la cultura del hombre”. Predice una súbita y violenta revolución a manos de una élite de mujeres valientes, las SCUM, que en pocas semanas restaurarán el orden benigno de las cosas. “Cuando dé por el culo al sistema, saquee, separe parejas, destruya y asesine, SCUM GANARÁ RECLUTAS”. Todo reventará en pedazos irrecomponibles. “SCUM nace para destruir el sistema, no para lograr derechos dentro de él”. Valerie lo tenía todo previsto respecto a las mujeres que se opondrían. “Unas pocas de las más veletas lloriquearán, se enfurruñarán y arrojarán sus juguetes y trapo de cocina al suelo, pero SCUM, su apisonadora, pasará imperturbable sobre ellas”. Y era misericordiosa con los hombres que iban a ser mayoritariamente eliminados. "Los pocos hombres que queden en el planeta podrán arrastrar sus días mezquinos. Podrán hundirse en las drogas o pavonearse travestidos, observar a las mujeres poderosas en acción, como espectadores pasivos, intentando vivir por delegación. También podrán ir al centro suicida del vecindario más próximo y amistoso para morir allí, en las cámaras de gas, de muerte serena, rápida, sin dolor".

Mucho se ha escrito desde entonces sobre si Valerie Solanas era irónica cuando escribió Manifiesto SCUM o si hablaba totalmente en serio. Creo que hay diatribas que sólo expresan nuestra incapacidad para comprender. Es imposible leerlo sin reír, sin asentir, sin aplaudir y también sin perderse, sin desconcertarse, sin enloquecer. Y su vigencia hoy, casi medio siglo de feminismo después, sólo puede ser sobrecogedora.    

Valerie estaba desatada a finales de los 60, igual que la ultraconservadora sociedad estadounidense que empezó a reventar por todas sus costuras. La imparable lucha por los derechos civiles, la hora de la población negra que ya no estaba dispuesta a soportar más sin rebelarse la pobreza, la discriminación y la violencia a las que le tenía sometida un sistema supremacista blanco, el grito de las mujeres desposeídas de todo poder social tras la Segunda Guerra Mundial, el creciente antimilitarismo de una población sacrificada en una contienda demasiado lejana y demasiado larga (Corea, Vietnam) para defender el modelo capitalista que les estaba decepcionando y explotando a la vez, el anhelo colectivo de un mundo mejor. Valerie estaba en el epicentro de la revolución social. Y no pensaba conformarse con una tentativa.  

Multitudes iconoclastas se hacinaban en la Gran Manzana, parecían compartir objetivos comunes, era fácil confundirse en aquel instante febril. Incluso la fugaz confluencia entre Valerie Solanas y Andy Warhol era posible entonces. Como señala Mary Harron, la directora de Yo disparé a Andy Warhol. esa película que descubrió para el gran público a la perpetradora del Manifiesto SCUM, “Valerie era una revolucionaria mientras que Warhol no tenía ningún deseo de cambiar el status quo”. Andy sólo quería seducir al mercado capitalista, Valerie ansiaba verlo reventar por los aires. Ella creía en la revolución y él creía en su ilimitada capacidad de transformar cualquier cosa en un producto, incluso a la tremenda y abyecta Valerie Solanas. Ella empezó pecando de ingenuidad, él de arrogancia. Hasta que ella invirtió aquella relación de poder.  

Valerie se acercó a La Factoria con la intención de que Warhol produjera la obra de teatro que acababa de engendrar, Up Your Ass, literalmente “qué te den por el culo”. Con ese fin le entregó una de las dos copias mecanografiadas que tenía de la misma. Él le aseguró que la leería. Valerie empieza a pasarse por La Factoría, a Andy Warhol y a su camarilla les divierte, a la vez que les repugna y les hastía. Ella comienza a impacientarse, llama por teléfono y se presenta con insistencia. Andy nunca hablaba claro, tampoco a ella, y le da largas. Ella le pide que le devuelva su obra. Finalmente le dicen que la han perdido sin disculparse ni darle mayor importancia. Andy Warhol pregonaba que en el capitalismo del espectáculo todo el mundo tendría derecho a quince minutos de gloria, los quince minutos de Valerie para él ya habían pasado. Ella comenzó a exigir dinero como compensación y Andy le propuso pagarle 25 dolares para que actuara en una de sus películas, I, A Man. Valerie lo hizo.

Mientras tanto, Valerie se había acercado a otro residente del Hotel Chelsea, el editor de Olympia Press, Maurice Girodias. Firmaron un contrato en el que ella se comprometía a darle su siguiente obra así como otros escritos y por el que recibió un adelanto de 500 dólares. Cuando Valerie leyó el contrato sola, creyó que el editor se la había jugado y que todo lo que ella escribiera a partir de entonces iba a pertenecer a Girodias. Entonces comenzó a sospechar que Warhol y Girodias conspiraban juntos para robarle su obra. Todo encajaba y ella no podía soportarlo. Decidió defenderse.

Valerie consiguió una pistola automática del calibre 32. El 3 de junio de 1968 a las 9 de la mañana y según Girodias, fue a por él pero no lo encontró, aunque esto hoy se pone en duda. Lo innegable es que apareció por La Factoria. Paul Morrisey, el socio de Warhol que ya estaba harto de ella le pidió varias veces que se fuera asegurándole que Andy no iba a aparecer. Pero Valerie insistía, como siempre. Lo esperó subiendo y bajando en el ascensor, ansiosa. Dicen que Andy Warhol felicitó a Valerie Solanas al verla porque ese día iba maquillada. Sonó el teléfono, mientras Warhol atendía la llamada Valerie le disparó tres veces. Las dos primeras balas fallaron, la tercera atravesó los pulmones, el esófago, el estómago, el hígado y el bazo de Andy Warhol. Después disparó en la cadera a un crítico de arte que se encontraba allí llamado Mario Amaya y la pistola se le encasquilló cuando encañonaba en la cabeza a Fred Hughes, el representante de Warhol. En ese momento llegó el ascensor a la planta y Valerie se fue. 


Portada Daily News

A las 8 de la tarde se entregó a un policía de tráfico novato en Times Square. Le dijo, “me están buscando, yo he matado a Andy Warhol. Él tenía demasiado control sobre mi vida”. En aquel momento Valerie no sabía que Warhol había sobrevivido milagrosamente. El Daily News titulaba al día siguiente: Actriz dispara a Andy Warhol. Valerie exigió una rectificación. En la edición de la tarde agregaron: “Soy una escritora, no una actriz”. Hay una foto grandiosa en la que Valerie grita y gesticula mientras blande en la mano ese periódico que la agraviaba tratando al reducirla a otra actriz de Warhol ante la mirada pasmada de un policía. “Tengo un montón de razones. Leed mi manifiesto y os dirá quién soy”, clamó ante una nube de periodistas. 

Valerie Solanas con el Daily News en las manos


La internaron inmediatamente en el pabellón siquiátrico de Belleveu bajo observación. El 13 de junio comparecía ante el tribunal instructor. Fue defendida entonces por una abogada feminista llamada Florynce Kennedy que definió a Valerie como “una de las portavoces más importantes del movimiento feminista”. Valerie quedó imputada por intento de asesinato, asalto y posesión ilegal de un arma de fuego aunque se le declaró incompetente. Olympia Press publicaba Manifiesto SCUM en agosto, mientras ella se encontraba encerrada en Belleveu, donde permaneció un año. Se le diagnosticó esquizofrenia paranoide. En aquellas navidades del 68 llamó desde el psiquiátrico a Warhol. En junio de 1969 se celebró el juicio. La sentencia, tres años de prisión. Warhol se negó a declarar.

Valerie salió de la cárcel en 1971 pero fue detenida otra vez a los pocos meses por acosar a Warhol. Durante años, estuvo saliendo y entrando de prisiones y manicomios. Valerie siempre estaba muy cabreada y, aunque algunas de sus obsesiones eran paranoias, también se cometieron con ella agravios que nadie le reconocía. Se aprovecharon de su trabajo, nunca cobró derechos por las ventas de su manifiesto, le faltaron a promesas y cuando trató de pedir explicaciones, fue apartada. Debe costar bastante mantenerse serena y cuerda cuando casi toda la gente que te rodea y en quien has decidido confiar considera que no eres una interlocutora válida. Era fácil aprovecharse de una mujer tan vulnerable y fronteriza, negarle la realidad a una loca. Aunque a Andy Warhol le costó la salud y la tranquilidad de por vida.

Valerie Solanas no fue la única mujer que tras haber colaborado con Warhol se sintió utilizada por él, aunque sí fue la única que decidió hacer algo al respecto. Él repetía una y otra vez la misma jugada: elegía a una favorita, la encumbraba durante un tiempo hasta que era sustituida por una nueva estrella. Empeñado en demostrar que cualquier producto podía considerarse arte con una buena campaña de marketing, fomentaba el culto a su persona. Muchas de las chicas destronadas acabaron como juguetes rotos, el consumo indiscriminado de drogas tampoco les ayudaba a mantener una imagen nítida de si mismas ni a superar su despecho. Entre ellas destaca la cándida y malograda Edie Sedgwick, que había llegado a cortarse y teñirse el pelo como Warhol creyéndose su  alter ego. Siempre me ha intrigado que la única feminista conocida que ha tratado de eliminar físicamente a un hombre fuera lesbiana y disparase contra un gay.

De cualquier manera, una marimacho andrajosa como Valerie nunca deseó ni llegó a ser una favorita en aquella Factoria poblada por hombres gays y por mujeres heterosexuales y glamourosas. Más bien al contrario. Además, ella no era sensible a las adulaciones de los hombres ni adoraba a Andy Warhol. En enero de 2014 se ha publicado en Estados Unidos la primera biografía completa de Valerie, 47 años después del alumbramiento de Manifiesto SCUM, nada menos. Valerie Solanas, the defiant life of the Woman Who Wrote SCUM (and Shot Andy Warhol) de la profesora de estudios de género y psicóloga Breanne Fahs. La autora afirma que “las mujeres asociadas a La Factoria han sido mucho más críticas con el tratamiento de Andy hacia la imagen de la mujer, mientras que los hombres de La Factoria mantienen un culto fanático e irreflexivo hacia él”. Paul Morrisey gritó hace poco a Breanne Fahs por teléfono cuando ella le explicó que estaba escribiendo un libro sobre Valerie Solanas. Literalmente le vociferó “deberías escribir sobre Lady Gaga”. 

A Valerie la fama que nunca buscó terminaría por sumirle en una mayor marginación. Envió cartas a hombres poderosos a los que ella llamaba “la mafia” asegurando que Valerie Solanas había sido secuestrada y que no iba a ser liberada hasta que hicieran que el Daily News publicase Manifiesto SCUM. Estaba convencida de que ese grupo de poderosos había logrado que le fuera colocado un radiotransmisor en el útero en una de sus hospitalizaciones forzadas para tenerla controlada. Hoy sabemos que a Valerie se le había practicado una histeroctomía encubierta en el centro Belleveu, un sanatorio con un historial terrorífico que realizaba tratamientos experimentales a sus pacientes. Entre 1781 y 1785 vivió en Phoenix, Arizona. Un agente de policía la recuerda “demacrada, delgada, de pie en una intersección con un camisón blanco que le llegaba hasta las rodillas”. En aquella época tenía el cuerpo cubierto de heridas que ella misma se había provocado tratando de librarse de esos transmisores que le obsesionaban y a través de los que estaba convencida trataban de controlarle. Gritaba a los transeúntes blandiendo el mismo tenedor que utilizaba para escarbar en su carne.

Pasó sus últimos años en San Francisco, donde seguía prostituyéndose. Algunas compañeras de puterío la recuerdan elegante y profesional, con un vestido plateado de lamé. Murió con 52 años de una neumonía en el Hotel Bristol el 25 de abril de 1988. Andy Warhol había fallecido un año antes. Su madre aseguró a los medios que Valerie había pasado sus últimos años de vida sobria, emparejada con un hombre y escribiendo tranquilamente en su casa. Nadie le creyó. En algo no mentía, el encargado del Hotel Bristol recordaba a Valerie tecleando encabritada en su máquina de escribir. Por si acaso, aquella madre que nunca quiso protegerla ni cuidarla, quemó todas las pertenencias de su hija, todos los escritos de los últimos años de vida de Valerie Solanas. Para entonces, Manifiesto SCUM ya era un texto imprescindible del feminismo en Occidente.

En 1977 y tras muchas conversaciones con la autora, la pionera Ediciones de Feminismo lograba publicar SCUM en castellano. Las responsables de la editorial barcelonesa recuerdan las llamadas de Valerie, en las que a menudo cambiaba la voz y se hacía pasar por su agente o por una amiga y cómo se esforzaba en no ser localizable. También su obsesión porque le confirmaran que había lesbianas en el colectivo editorial. Entonces, rematados prohombres como Francisco Umbral montaron en cólera. Por fin una mujer reconocía aquello de lo que los machos siempre nos han acusado a las feministas y que casi nunca nos hemos atrevido a formular: nuestra intención de acabar con ellos.   

Para colmo, Valerie Solanas no sólo había escrito ese panfleto que exhortaba al exterminio del género masculino, también lo había llevado a la práctica. Era una feminista homicida, la mayor prueba que podía ofrecer de que el Manifiesto SCUM iba en serio. Valerie Solanas jamás se arrepintió de disparar a Andy Warhol, aunque tampoco se vanagloriaba de haberlo hecho. Para ella fue una reacción inevitable. En 1977 afirmó, “lo que hice fue un acto moral, lo inmoral fue haber fallado. Tenía que haber realizado antes prácticas de tiro”. De cualquier manera, aunque el estupidizante sistema heteropatriarcal capitalista que ella tanto detestaba no fue derrocado ni por asomo en las décadas siguientes mientras ella mantenía su iluminada radicalidad, jamás volvió a atentar contra nadie.  

Cuando la autora de aquel manifiesto incendiario saltó a la fama en 1968 por disparar a Andy Warhol, asociando feminismo con violencia, el movimiento de mujeres en Estados Unidos se encontraba en un momento de emergente unidad. Por supuesto, Betty Friedan y otras líderes liberales que trataban de definir un feminismo reformista y moderado que sirviera a los intereses de las mujeres más privilegiadas simulando representar el beneficio para todas las mujeres, se espantaron con aquella chalada radical paupérrima prostituta lesbiana homicida e incontrolable que inesperadamente irrumpía en la opinión pública personificando lo más opuesto que se podía concebir a sus planes. Aunque también muchísimas activistas de la megaorganización NOW la apoyaron sin reservas, valentía que no deja de sorprenderme si recordamos que defendían a una mujer que había disparado a quemarropa y premeditadamente a dos hombres indefensos motivada por su rabia de género. 

Si La mística de la feminidad, publicada en 1963 por Betty Friedan, arquetipo de la mujer blanca burguesa y heterosexual a ultranza es la biblia del feminismo liberal, el Manifiesto SCUM, autoeditado por Valerie Solanas en 1967, es el libro maldito fundacional del feminismo radical. En realidad, ambos textos retratan el mismo orden social, sólo que uno desde dentro y otro desde fuera. Betty Friedan es reformista; Valerie Solanas, revolucionaria. La primera quería transformar sólo las relaciones de poder de género para que las mujeres como ella a las que sólo les afectaba el machismo ampliaran sus oportunidades vitales. Pero como burguesa privilegiada que era, jamás atacó al sistema capitalista y como mujer casada con un hombre y, por tanto, validada por la heterosexualidad obligatoria, trató de apartar las reivindicaciones de las lesbianas de la agenda y del discurso feminista. Betty Friedan era una transformadora de las relaciones de género, pero una reaccionaria respecto a las relaciones de clase y, sobre todo, respecto a la libertad sexual. Valerie Solanas, como bollera indigente que era, necesitaba que todo el sistema de poder reventase. 

A pesar de que me enerva lo sobrevalorada y poco cuestionada que sigue estando Betty Friedan, sinceramente, creo que las feministas mayoritariamente hemos comprendido, reconocido y dado valor a Valerie Solanas, sin justificarla ni condenarla, como una de las nuestras, quizás como nuestra hermana más osada. Y, sobre todo, Manifiesto SCUM, esa lúcida barbaridad, es un clásico del feminismo occidental. Aunque detestaba la acumulación monetaria por encima de casi todas las cosas (suya es la frase “nada, humanamente, justifica el dinero ni el trabajo”), si hoy Valerie Solanas cobrase el 10% como derechos de autora de las reproducciones de SCUM, sería millonaria.   

Manifiesto SCUM sigue acertando como una bala en la conciencia: cabrea a quien tiene que cabrear y enaltece a quien tiene que sublevar. Sigue desplegando una inusitada clarividencia que revela la raíz de la injusticia y desata, además, una carcajada libertadora. Pero sobre todo, Manifiesto SCUM nos incita a las mujeres a permitirnos algo que se nos ha prohibido patriarcalmente y que acaba oprimiéndonos más que nada porque frustra la expresión de nuestra inconformidad como oprimidas: la rabia. Ahí radica su grandeza, casi medio siglo después. El feminismo pragmático que sabe negociar con el sistema para ir ampliando nuestras posibilidades poquito a poco nos puede ser imprescindible, pero nunca suficiente. ¿Dónde metemos tanto cabreo? Manifiesto SCUM sigue abrazando a las mujeres que gritan. Creo que nadie, a parte de Valerie Solanas, puede explicarlo mejor que Vivian Gornick en la introducción al Manifiesto SCUM que editó Olympia Press en 1971,  

“El Manifiesto SCUM es la voz de una criatura, de una criatura del mundo occidental, una criatura de nuestra época, perdida y herida. Voz salvaje y desalentadoramente glacial, cruel, sin indulgencia para con el mundo que ha querido privarle de vida, es una voz situada más allá de la razón, más allá de la decencia burguesa. Es la voz de alguien a quien han empujado a llegar más allá del límite, de alguien que ha perdido sus cargas psicológicas, que nunca más podrá satisfacerse con otra cosa que no sea sangre. Desde este estado de ánimo, Solanas revela los auténticos sentimientos de la feminista, su quintaesencia; y tales sentimientos están regidos por una rabia atroz. Rabia hasta la muerte. La rabia que habita el inconsciente racial, acumulación de experiencias de siglos, y con la que nace cada mujer. Una rabia que no todas las mujeres se han atrevido a descubrir en su interior, a aprender y a aceptar.”


(1) La primera bala, canción emblemática de Negu Gorriak.



"Valerie Solanas. Lehenbiziko bala", es un capítulo del libro. "Malditas. Una estirpe transfeminista" de Itziar Ziga y publicado por la editorial Txalaparta.