"Hubo un tiempo en que no eras una esclava, acuérdate de ello. Andabas sola, te reías, te bañabas con la tripa al aire. Dices que has perdido todos los recuerdos de aquello, recuerda […] Dices que no hay palabras para describir ese tiempo, dices que no existe. Pero recuerda. Haz un esfuerzo por recordar. O si eso falla, inventa."
MONIQUE WITTIG, Las guerrilleras
"Nosotras [las lesbianas] somos esclavas fugitivas […] desertoras de nuestra clase".
1- SIN WITTIG NO HABRÍA SIDO IGUAL
El de Monique Wittig es un nombre que escuché hace ya unos cuantos años, no sabría decir cuándo exactamente, debió ser hacia la mitad de los noventa. Sí recuerdo que ya estaba yo participando (lo que antes decíamos «militando») en algún grupo de lesbianas autónomas, radicales, en Madrid, con algunas compañeras activistas con las que posteriormente devine queer. Nos reuníamos en la casa okupada de mujeres «La Eskalera Karakola», que probablemente a la propia Wittig le habría encantado: no sólo éramos autónomas sino muy guerrilleras. Lo que me contaron o leí en algún fanzine (no en un texto «académico», de eso estoy segura), fue que Wittig era una escritora y activista lesbiana que había emigrado a Estados Unidos; algunos relatos explicaban que se había autoexiliado (con esa expresión) en Arizona, después de algunos conflictos con el movimiento heterofeminista francés, como lo llamaba ella. Sólo con aquello, para mí ya era un referente: nosotras también estábamos inmersas entonces en los debates y las batallas frente a las actitudes lesbófobas de algunas feministas, incluidas las de la propia casa okupada. Aquellas batallas en las que, todavía hoy, de vez en cuando, nos volvemos a encontrar. La idea de que «las lesbianas no son mujeres» era toda una declaración de guerra, y eso, unido a su peripecia vital, era imposible que no nos atrajera, a mí por lo menos. Desde aquel momento me gustó todo de ella: hasta el nombre, francés, no podía ser más sugerente. Leer a Wittig suponía y supone una invitación a pensar, escribir, vivir de manera radical; la fascinación que produce es de las que difícilmente se abandona.
Cuando leí The Straight Mind fue curiosamente en el país en el que se exilió, Estados Unidos (era el año 2001 y yo andaba por la Universidad de Nueva York: por fin tenía tiempo, un año, y dinero -de una beca- para poder sumergirme en las lecturas deseadas y pensar en mi tesis sobre el movimiento de lesbianas en el Estado español). Con la obra de Wittig sucedía lo mismo que con otros importantes trabajos (como Gender Trouble, de Butler, publicado en inglés en 1990), algo que a mí me dejaba más que perpleja, y todavía me sigue sucediendo: ¿cómo era posible que esas obras fundamentales de la teoría feminista y queer no se hubieran traducido al castellano todavía? Años después, dos activistas y escritores de la noventera Radical Gai, Javier Sáez y Paco Vidarte, tradujeron el trabajo de Wittig con el título El pensamiento heterosexual y otros ensayos. No hay que perder de vista un dato: la traducción fue realizada por activistas autoproclamados queer y publicada en una editorial, Egales, de temas maribollotrans, no en una para «todos los públicos». Era 2005, trece años después de que se hubiera publicado en inglés.
Y aquello de «las lesbianas no son mujeres» pertenece a un texto que Wittig había publicado en Feminist Issues en el verano de 1980. El Género en disputa de Butler tuvo que esperar once años (la primera traducción fue en 2001, publicada en México, gracias a la colaboración de la Universidad Nacional de aquel país, la UNAM), y así podríamos continuar con la lista de referencias fundamentales para las teorías feministas, queer, postcoloniales, analizando cuántos años se han necesitado para que se pudieran leer en castellano. No es el objetivo de este texto analizar esos lapsos de tiempo en las traducciones, pero creo que no es una cuestión trivial y que no deberíamos dejar de analizarla. Tampoco creo que sea casualidad que Teresa de Lauretis, una de las teóricas feministas queer que más acertadamente han analizado, a mi modo de ver, las propuestas de Wittig, comparta con ésta varios desplazamientos: el geográfico desde su Italia natal, a Estados Unidos; el cultural de la vieja Europa a la Academia anglosajona; y el vital: ambas son fugitivas de la heteronormatividad y escriben desde los márgenes, desde el afuera del mainstream (incluida la Academia).
Monique Wittig, pensadora, activista, escritora murió el 2 de enero de 2003. Tenía 67 años. Vivía en Tucson, Arizona, donde daba clases en la universidad. Por aquella época le habían hecho un homenaje en Francia, con el título de «Porque las lesbianas no son mujeres» -haciendo referencia a su famosa frase de 1978, que supuso la apertura a nuevos territorios de debate y análisis sobre las categorías de sexo y género-, y no llegó a otro que se le iba a hacer en la Universidad de Harvard (Epps y Katz, 2007, p. 423). Había escrito, entre otros, El opoponax (1964), por el cual recibió el premio Medicis; Las guerrilleras (1969); el irreverente El cuerpo lesbiano (1973); el Borrador para un diccionario de las amantes (con Sande Zeig, 1976), tras el que se marchó a Estados Unidos, y El pensamiento heterosexual y otros ensayos (1992 en inglés, y 2001 en francés). Sus trabajos literarios, escritos todos ellos en francés (el inglés lo dedicaría a los ensayos), son más que brillantes, e incluso escribió el guión de la película The girl, que rodaría su compañera, Sande Zeig. Fue, sin embargo, con la publicación de El pensamiento heterosexual cuando Wittig logró una mayor audiencia: la revolución conceptual que contiene este ensayo influyó enormemente –y sigue haciéndolo- en los activismos y teorías feministas a lo largo y ancho del planeta. Lesbiana materialista, anti esencialista, analizó las categorías de sexo y género como construcciones sociales, poniendo en cuestión lo que ella denominó el «régimen heterosexual». Sus escritos literarios y sus ensayos políticos han tenido asimismo una gran influencia en figuras destacadas del ámbito de las teorías queer, como Teresa de Lauretis, Eve Kosofsky Sedgwick y Judith Butler. Wittig es, de hecho, considerada una de las precursoras de esas teorizaciones.
En este texto recorreré el legado de Wittig a las teorías y activismos feministas (y) queer rastreando sus huellas, a modo de análisis, y también de homenaje a una escritora que combinaba constantemente lo teórico con la lucha política, y viceversa, como refleja el siguiente párrafo: «hay que llevar a cabo una transformación política de los conceptos clave, es decir, de los conceptos que son estratégicos para nosotras […] Y ya no podemos dejárselo al poder del pensamiento heterosexual o pensamiento de la dominación» (Wittig, 1992/2006, p. 54)
2- NI SE NACE MUJER, NI HAY QUE LLEGAR A SERLO
Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo en 1949. En este conocido trabajo la filósofa francesa defendía que la diferencia entre sexos no es algo natural: frente a las explicaciones basadas en la biología, Beauvoir abrió el horizonte del análisis al peso de la cultura (la «civilización»): «No se nace mujer, se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es la civilización como un conjunto la que produce esa criatura, intermedia entre el hombre y el eunuco, que se describe como femenina» (Beauvoir, 1949, p. 240).
Beauvoir desarrolló en este trabajo, desde la perspectiva de la influencia hegeliana y del humanismo existencialista, la idea de que la Mujer está definida, en relación con el hombre (el sujeto, el absoluto), como «el otro» (el objeto, condenado a la inmanencia). Ambos, el sujeto y el objeto, se relacionan por una necesidad recíproca (la sexualidad, la reproducción) y similar a la existente entre el amo y el esclavo. La obra de Beauvoir fue muy influyente en la segunda ola de la movilización feminista, surgida en los años sesenta y setenta, en el contexto de la emergencia de los denominados «nuevos movimientos sociales» en los países occidentales. Fue a partir de las propuestas de esta autora cuando el feminismo comenzó a teorizar acerca de la división entre sexo (material) y género (aquello construido culturalmente) y a analizar la configuración de ambos géneros. El libro de Robert Stoller Sex and Gender, editado en 1968, supuso el origen de un debate terminológico y filosófico que todavía continúa; ya el título del libro, Sexo y género, evidenciaba la separación entre ambos conceptos.
El movimiento por la liberación de la mujer se articuló, en sus inicios, en torno a un sujeto político de carácter universal (la Mujer), que perseguía aglutinar los elementos de subordinación y discriminación de las mujeres como grupo social, y para el que se quería conseguir representación política. El discurso feminista se construyó sobre la base de las diferencias existentes entre mujeres y hombres, lo que se vino a denominar diferencia de género. Ese fue el punto de arranque de los denominados feminismos de la igualdad y de la diferencia-, que tenían - y mantienen- planteamientos diferentes. El segundo sexo, al analizar y defender que la opresión y desigualdad que sufren las mujeres no se explica atendiendo a las diferencias biológicas entre los sexos sino que es un proceso sociocultural e histórico (en el que a las mujeres no se las reconoce como sujetos autónomos y libres, sino dependientes de los varones) habría potenciado, sobre todo, las ideas del discurso igualitarista.
Para Wittig, una de las cuestiones centrales, desde la perspectiva del feminismo materialista radical, es que la mayoría de las teorizaciones feministas (y lesbianas) están atrapadas en lo que Beauvoir había llamado el Mito de la Mujer:
"Nuestra primera tarea, me parece, es siempre tratar de distinguir cuidadosamente entre las “mujeres” (la clase dentro de la cual luchamos) y “la-mujer”, el mito. Porque “la mujer” no existe para nosotras: es solo una formación imaginaria, mientras que las “mujeres” son el producto de una relación social". (Wittig 1992/2006, p. 38)
Las dos teóricas comparten asimismo la crítica a la idea de «”la mujer” como concepto esencialista, y a la trampa familiar de que “ser mujer es maravilloso”» (Wittig, 1992, p. 36). La «diferencia sexual», esto es, el «rescate», por una parte del feminismo, de los aspectos que se consideraban más positivos de la construcción sociocultural del «ser mujer» no podía ser, argumentó Wittig, el punto de partida de ninguna lucha de liberación: «La ideología de la diferencia sexual opera en nuestra cultura como una censura, en la medida en que oculta la oposición que existe en el plano social entre los hombres y las mujeres poniendo a la naturaleza como causa» (Wittig, 1992, p. 22).
Pero Wittig da un paso más allá de Beauvoir, incluyendo algunas cuestiones que no aparecen en la obra de la autora de El segundo sexo. La primera es que, para Wittig, el género no tiene nada de «natural», es decir, no existe a priori, antes de que exista una sociedad, ni está fuera de ésta, pero tampoco el sexo. «Porque no hay ningún sexo. Sólo hay un sexo que es oprimido y otro que oprime. Es la opresión la que crea el sexo, y no al revés» (Wittig, 1992, p. 22). Las mujeres (y los hombres) no constituyen un «grupo natural» sino que se trata de una categoría política y económica (y, como tal, puede ser modificada), establecida para subordinar las mentes y los cuerpos de un sexo al otro. ¿Qué hacer entonces? Es necesario «destruir política, filosófica y simbólicamente las categorías ahistóricas de “hombres” y “mujeres”» (Wittig, 1992, p. 15), que se han presentado históricamente como «naturales». La crítica a la imposición de los binarismos -dos géneros, dos sexos-, tampoco estaba en los trabajos de Beauvoir:
"Al admitir que hay una división “natural” entre mujeres y hombres, naturalizamos la historia, asumimos que “hombres” y “mujeres” siempre han existido y siempre existirán. No sólo naturalizamos la historia sino que también, en consecuencia, naturalizamos los fenómenos sociales que manifiestan nuestra opresión, haciendo imposible cualquier cambio". (Wittig, 1992, p. 33)
La destrucción de las categorías existentes es, defiende Wittig, la estrategia de liberación que tienen que poner en marcha las mujeres si quieren pensar y cambiar, de manera radical, las cosas. La autora además señala, y esta es la tercera aportación más allá del trabajo de Beauvoir, que la heterosexualidad es el régimen político que facilita la opresión de las mujeres por los hombres. Wittig arremete contra la idea de que existen dos sexos por naturaleza y que las relaciones heterosexuales son las «naturales» (y, por tanto, legítimas) (1992, pp. 31-43). La heterosexualidad, más allá de la práctica sexual concreta, es el sistema que promueve la idea de la diferencia entre los sexos, y hay que destruirla si queremos acabar con esa lógica de dominación. La ruptura del contrato heterosexual es lo que hacen las lesbianas, fugitivas de su clase social (la de las mujeres) y de la dominación heterosexista. En El cuerpo lesbiano (1973) Wittig muestra en clave literaria que otras sexualidades son posibles: no heterosexuales, y no centradas en los órganos reproductores, sino en todas y cada una de las partes del cuerpo. Volviendo a El pensamiento heterosexual:
"Lesbiana es el único concepto que conozco que está más allá de las categorías de sexo (mujer y hombre), pues el sujeto designado (lesbiana) no es una mujer ni económicamente, ni políticamente, ni ideológicamente. Lo que constituye a una mujer es una relación social específica con un hombre, una relación que hemos llamado servidumbre, una relación que implica obligaciones personales y físicas y también económicas (asignación de residencia, trabajos domésticos, deberes conyugales, producción ilimitada de hijos, etc.), una relación de las cual las lesbianas escapan cuando rechazan volverse o seguir siendo heterosexuales". (Wittig, 1992, p. 43)
Esta idea de superación de ambos géneros está también presente en el trabajo de teóricxs transexuales como Kate Bornstein, quien, en 1994, publicó Gender Outlaw, en el que defendía:
"Al examinar las supuestas diferencias inherentes a los hombres y a las mujeres ignoramos y aún negamos la existencia misma del sistema de los géneros. De este modo en último término lo mantenemos en su lugar. Pero el sistema de género en sí mismo -la idea misma de género- debe ser abolido. Una vez abolido, las diferencias caerán por sí mismas […] El blanco ideal de una rebelión transexual triunfante sería el sistema de género en cuanto tal […] La trampa para las mujeres es el sistema en sí: no son tanto los hombres los enemigos, sino el sistema bipolar de género, que deja a los hombres en un lugar de privilegio […] Un tercer género es el término que pone en cuestión el pensamiento binario e introduce la crítica". (Echavarren, 2011, p. 10) [Énfasis mío]
Seguir leyendo este capítulo en ACADEMIA.EDU
*Extracto del capítulo: Y NO, NO SOMOS MUJERES. LEGADOS E INSPIRACIONES PARA LOS FEMINISMOS QUEER de Gracia Trujillo Barbadillo.
**Este texto es el capítulo VI, del libro : "Las lesbianas (no) somos mujeres. En torno a Monique Wittig", Beatriz Suárez Briones (ed.) , Editorial Icaria.