Hay años que son simples trozos de tiempo, instantes homogéneos en una línea que promete ser continua. Pero éste no fue uno de esos años. Éste fue el año del rayo, el año de los ocho infiernos fríos y calientes. El año-falla, el año-brecha. Este fue el año en el que aprendí a viajar en el interior de mí mismo a la velocidad de la luz. Este fue el año en el que el mapa del mundo se abrió frente a mí como un cóndor que extiende sus alas dejando al descubierto una herida mortal en el pecho. Este fue el año-rito, el año-investidura. El tiempo se partía y lo que quedaba antes y después de la grieta no podía volver a unirse. Sin embargo, el espacio (el mundo, el cuerpo) que antes estaba escindido se hizo por primera vez transitable. Fue necesario cortar el tiempo en dos para habitar el espacio, para reconstruir el cuerpo.
Un año-túnel nunca empieza un uno de enero. El año-acelerador-de-partículas empieza un junio de 2014 en una cocina anónima de un apartamento turístico del Raval de Barcelona. Acabamos de volver del Museo Oral de la Revolución: cuarenta artistas interpretan en la oscuridad los lenguajes de las luchas minoritarias, desde la revolución anti-colonial de Haití hasta las luchas de los movimientos autistas. El calor hace que la noche sea más lenta: el tiempo se esponja y cabe lo innombrable. De repente, ella dice: he conocido a alguien. Yo dijo: está bien. Ésa es la primera escena en nuestro propio museo oral de la revolución. Los dos oímos el sonido de un dron pasando por encima de nuestras cabezas. El tiempo se disloca. Así comienza el ciclo de la pérdida: ése es el golpe de voz que empuja la primera ficha. Las restantes irán cayendo poco a poco de forma imparable. Caerá la casa, caerá el despacho, caerán los libros, caerá la perra, caerá el trabajo. Caerá París. Caerá Nueva York. Caerá el pronombre personal y el artículo posesivo. Caerá el nosotros. Caerá el rostro. Caerá la anatomía. Caerá la piel. Caerá el nombre.
Éste fue el año en el que perdí todo lo que tenía. O más bien en el que comprendí que nada se posee, que la propiedad, no el objeto, sino el afecto que reduce la relación a objeto, es la modalidad más persistente de la ideología capitalista. La propiedad es robo. Yo habría querido ser un ladrón, pero sólo era un loser. Éste fue el año del rayo, el año de los ocho infiernos fríos y calientes. Una chamana dijo: dejarás un alma, ganarás un alma. Dejarás un cuerpo, ganarás un cuerpo. Dejarás un nombre, ganarás un nombre. Yo pregunté: ¿qué alma?, ¿qué cuerpo?, ¿qué nombre? Sentí que era un árbol y que ella, convertida en serpiente, subía por mi tronco y entraba por mi boca convirtiéndose en mi savia. Luego sentí que era un cóndor. No fue un pensamiento, sino una certeza física. Quise volar, pero estaba dentro de un bar. Dicen que en las montañas de Bolivia, cuando los españoles lograban capturar un cóndor, le ataban una cadena a la pata para que no pudiera alzar el vuelo. La chamana añadió: tu alma ya está viajando hacia ti: sal a su encuentro. Tu cuerpo caerá sobre ti como un manto. Tu nuevo nombre vendrá en tus sueños: recíbelo.
Éste fue el año en el se me acusó de deslealtad institucional por haberme negado a retirar de una exposición pública una escultura de Ines Doujak que representaba al ex rey de España, Juan Carlos I, desnudo, vomitando flores. Éste fue el año en el que los políticos de la Generalitat se pusieron de acuerdo con la Fundación MACBA para echarnos en directo por la televisión local a mí y al curador Valentín Roma. Éste fue el año en el que por primera vez entendí cómo funciona la política del olvido: cómo olvidamos la colonización, cómo olvidamos el genocidio, cómo olvidamos el franquismo. El olvido es la operación central de las instituciones de la transición democrática. Se nos pedía archivar, hacer museo, exponer… con el único objetivo de olvidar.
Éste fue el año en el que soñé que abría una ventana y que desde el otro lado Agnes Heller me decía: “Salut Paul”. Heller me contaba que habían encontrado los libros de poesía que Karl Marx había escrito en secreto durante su vida y que estaban haciendo una nueva edición de sus obras completas en la Pléyade que por primera vez incluiría los poemas. “¿Quieres editar con nosotros este volumen?”, preguntaba. Yo aceptaba y saltaba por la ventana como si fuera el tío de la película de Tati. Luego veía sobre la portada del libro de Marx escrito: Paul B. Preciado. Allí estaba mi nuevo nombre. No era cómo esperaba. ¿Era Paul la poesía de Marx? Hubiera podido negarlo, pero supe que había llegado y salí a recibirlo.
Éste fue el año en el que todo me fue dado de nuevo como un regalo. Ya no quería nada. Pero vino ese nombre. Se abrió una puerta y subí unas escaleras rojas. Itziar dijo: te echaré de menos cuando te vayas. No me he ido todavía, respondí. Itziar me llamó Paul y yo empecé a buscar la poesía de Marx. Éste fue el año en el que dejé el Testogel y pasé a la inyección de 250 mg de testosterona líquida cada dos semanas. El año-rito, el año-investidura. Éste fue el año en el que tuve que fabricar un cuerpo para el nuevo nombre. Le hice un rostro, le inventé un sexo. Y el alma cayó sobre él como un manto.
Éste fue el año del desplazamiento, de la desposesión, de la pérdida. Éste fue el año del viaje y de la gracia. Millones de personas huyen de la miseria y de la guerra: las veo por todas partes, en la estación de trenes de Berlín, en el parque Gazi de Estambul, en las carreteras que salen de Tesalónica. Pienso: soy como ellos. La misma práctica del exilio, pero con distinto estatuto político. ¿Quién les dará un nombre?, ¿quién les regalará un cuerpo?
Artículo compartido de El Estado Mental