“Vete a fregar”, “puta”, “chúpamela”, “abortistas”, “tú lo que necesitas es que tu marido te pegue una buena hostia”. Son injurias que puede escuchar una mujer activista por los derechos de los animales que se manifieste en la puerta de una plaza de toros. Si es hombre, se le califica invariablemente de “maricón”. La hostilidad en el mundo de la “fiesta nacional” (donde a quienes protestan se les llama asimismo “catalanistas”), así como la jerga atravesada de homofobia, sexismo y “especismo”, hace casi necesaria la hermandad entre los movimientos feminista (también por los derechos de gays, lesbianas y transexuales) y animalista.
En el feminismo se utiliza habitualmente la metáfora de las “gafas” violeta. Permite denunciar que el “rosa” es el color natural de las niñas, mientras que el azul se reserva para los varones. La mirada feminista denuncia que se trata de construcciones culturales para nada inocentes. Muñecas con vestido rosa y cocinas de juguete preparan a las niñas para el espacio privado (la casa, la maternidad forzosa y el cuidado de la familia). A los niños, dentro del reparto de roles sexista, se les dirige hacia los juegos de acción.
El animalismo también utiliza unas gafas, apunta la activista y trabajadora precaria, Eva Benet, en las jornadas feministas organizadas por el sindicato Acontracorrent en Valencia. Donde el “especismo” humano presenta la muerte de un animal como tradición, arte y cultura, la mirada animalista observa la sangre, la tortura y la muerte de un ser vivo encerrado. En este caso, la discriminación no se da en función del sexo, la raza o la clase social, sino de la especie. Como ejemplo de agravio comparativo, se consideraría inadmisible insertar un tubo de acero en una testa humana, pero el criterio no sería el mismo si el experimento se realizara con una mona, para medir los efectos del estrés y la menstruación (caso que realmente ocurre). “Hay por tanto un proceso de apropiación de los cuerpos ajenos, como ocurría también (con el cuerpo de la mujer) en la ley del aborto impulsada por Ruiz Gallardón”, concluye Eva Benet.
Un anuncio publicado en los periódicos de 1845 se refería de este modo a una mujer esclavizada: “se vende, recientemente parida, con abundante leche”. La explotación de las mujeres y de los animales se desarrolla en paralelo. Las vacas también producen la leche, como mamíferos, cuando han parido una ternera tras una gestación de nueve meses. Cuando se convierte en una vaca “seca” (en el lenguaje de la industria), será conducida al matadero y el vástago le sustituirá en el proceso de producción. “Se hormona a la vaca para que genere 45 litros diarios de leche, diez veces más de su capacidad natural, y será medicada con el fin de que soporte el confinamiento”, explica Eva Benet. El 80% de los antibióticos producidos en Estados Unidos se destinan a los animales de granja. Además, una vaca podría vivir perfectamente 25 años, pero entre los cuatro y los seis es conducida al matadero.
El ejemplo no difiere gran cosa del descrito por Frederick Douglass en la autobiografía “Vida de un esclavo americano contada por el mismo”, publicada en 1845. En uno de los pasajes cuenta cómo un hombre blanco, tras años de trabajo duro y ahorro, se compra a una mujer negra (Caroline) y, para rentabilizar la inversión, alquila a un hombre negro (esclavo) para encerrarlo con ella en una habitación. Al cabo de un tiempo Caroline dio a luz a gemelos, con lo que el propietario obtuvo el rédito esperado.
Según Eva Benet, “el heteropatriarcado, el racismo y el especismo se complementan; la violencia se presenta como situación excepcional, como una locura, y no como la consecuencia de un sistema opresor”. Por eso en muchas ocasiones la violencia machista se justifica como un crimen pasional, una consecuencia del alcohol o incluso una verdadera demostración de amor. También se despacharon como episódicas las denuncias de sadismo en la granja de cerdos “El Escobar” (Fuente Álamo, provincia de Murcia), planteadas por la ONG Igualdad Animal en febrero de 2012. “Si la violencia es excepcional, el sistema no ha de cambiar; y a quien denuncie la violencia lo acusarán de terrorismo, como se ha hecho históricamente”, explica la activista.
Otra consecuencia de la violencia sistémica es la cosificación, entendida como la eliminación de la personalidad para la conversión en objeto. “Todo proceso de cosificación empieza por el lenguaje”, apunta Eva Benet. “El lenguaje es una herramienta ideológica muy poderosa”, añade, “y no es casual la negativa de la Real Academia Española a incorporar y fomentar un lenguaje no sexista”. Las conexiones simbólicas entre las jergas especista y machista resultan palmarias: “zorra”, “puerca”, “pájara”, “guarra”, “víbora”. Los diccionarios taurinos, accesibles en Internet, incluyen expresiones como “machorra” (vaca esteril); “maricón” (toro al que “montan” otros machos de la camada) o “desecho” (toro que no sirve para la lidia). La ristra de ejemplos resultaría inacabable: alusiones a la frivolidad de las mujeres, presentadores de televisión que se refieren a una mujer transexual como “ello” o la idea de que los cerdos son sucios, cuando –apunta Eva Benet- se trata de animales limpios cuando se les deja en libertad.
En el circo de Carl Hagenbeck, un circo humano que recorrió Europa a finales del siglo XIX, se trataba a los hombres, mujeres, niños y niñas igual que a animales. El público pagaba la correspondiente entrada por ver actuar a personas de la etnia Kawésqar, emplazada en el Chile austral (muchos de ellos murieron por las condiciones de explotación a las que se vieron sometidos). En este tipo de situaciones late una lógica de la dominación, que se traduce en un sistema de valores que tiene un grupo dominador que ejerce poder sobre otro. Y que además elabora una teoría para justificar su dominación. Otra de las claves, indica Eva Benet, es la imposición de dicotomías como naturaleza/cultura; razón/emoción; masculino/femenino; humano/animal. “Una acusación tópica que nos hacen a las personas que defendemos a los animales es dejarnos llevar por los sentimientos y las emociones”, explica la activista. “La emoción en el sistema patriarcal es una característica femenina y, por tanto, devaluada”.
La contraposición interesada entre razón y emoción, o entre cultura y naturaleza, se visualiza perfectamente en una corrida de toros, según la filósofa y teórica ecofeminista Alicia Puleo, quien ha estudiado los vínculos entre la opresión a la naturaleza y a las mujeres. “La muerte del toro es concebida como el triunfo de la razón sobre un ser inferior; una razón patriarcal que ha expulsado del concepto verdaderamente humano todo aquello que no forma parte de la masculinidad”, sostiene. Beatriz Preciado, feminista y escritora queer, explica que el feminismo no es un humanismo, ya que éste se ha construido basándose en un hombre blanco y heterosexual. Define además el animalismo como un feminismo no antropocéntrico. El paralelismo se establece del siguiente modo: los animales han experimentado siempre en carne propia la razón patriarcal, en jaulas, laboratorios o mataderos; y las mujeres también conocen perfectamente los procesos de destrucción de sus cuerpos, por ejemplo mediante la hormonación.
Eva Benet explica el caso de la terapia hormonal sustitutiva (aplicadas a mujeres con menopausia para que no dejen de menstruar), como modelo de control y cosificación del cuerpo femenino. La menopausia era concebida históricamente como una época plena, un periodo en que las mujeres podían mantener relaciones sexuales sin riesgo de embarazo. Pero esta idea se modificó. Así, en la década de los 60 del siglo XX se publicó un libro, “Femeninas para siempre”, donde se identificaba la desaparición de la regla con una especie de abismo. A las mujeres se les rompían los huesos, se les paraba el corazón y perdían el deseo sexual. “De este modo se relacionó feminidad con menstruación, y se creó una enfermedad”, apunta la activista. Con campañas de mercadotecnia muy potentes, se ofreció una solución: las pastillas evitarían que una mujer dejara de serlo. Sin embargo, en 2005 se suspendieron estas terapias al constatarse que morían mujeres. Además, se han relacionado con cáncer de mama y el de ovario.
En el ámbito filosófico y teórico, el libro “Liberación animal” (1975), de Peter Singer, marcó un hito. Fue el punto de partida del movimiento por los derechos de los animales, al que dotó de argumentos y discurso. Sin embargo, la reflexión sobre la ética en el trato a los animales figura ya en autores como Voltaire, Bentham y Rousseau. Henry Salt publicó en 1892 “Derechos de los animales”, precedente de la obra de Singer. Dos siglos antes de que “Liberación animal” viera la luz, Mary Wollstonecraft escribió “Vindicación de los derechos de la mujer”, una de las obras fundacionales del movimiento feminista. Aunque no se diga en los libros de historia, resalta Eva Benet, las mujeres destacaron por reivindicar un trato ético a los animales: Mary Wollstonecraft, Lucy Stone, Virginia Wolf… “Escribieron y trabajaron para evitar la crueldad humana con los animales”. Y también eran feministas. Luchaban en dos frentes: por el derecho al voto (sufragismo) y contra la vivisección (experimentos con animales vivos). Eva Benet recuerda que muchas sufragistas fueron vegetarianas. El “feminismo cultural” del siglo XX volvió a relacionar vegetarianismo y feminismo.
Resumen de la charla de la activista Eva Benet en las jornadas feministas del sindicato Acontracorrent. Este resumen fue publicado por Enric Llopis en Rebelión