"Ante las últimas decapitaciones cometidas por Daesh, hemos escuchado sobre todo acusaciones de "barbarie". En la lengua del Imperio romano, la palabra "bárbaro" servía para describir a los extranjeros que no hablaban latín. Invocando a la barbarie, la dimensión "primitiva" y anacrónica del crimen es subrayada. "Barbarie" es un operador de alteridad. No somos nosotros. Pero estas decapitaciones no son bárbaras. Nos hablan. Son codificadas en nuestra lengua, han sido organizadas para que las veamos. Sus técnicas de representación no son arcaicas sino no más bien de alta tecnología. Son los niños de Wes Craven, John Carpenter y James Wan que hacen sampling con el Corán".
Beatriz Preciado
Ante las últimas decapitaciones cometidas por Daesh, hemos escuchado sobre todo acusaciones de "barbarie". En la lengua del Imperio romano, la palabra "bárbaro" servía para describir a los extranjeros que no hablaban latín. Invocando a la barbarie, la dimensión "primitiva" y anacrónica del crimen es subrayada. "Barbarie" es un operador de alteridad. No somos nosotros. Pero estas decapitaciones no son bárbaras. Nos hablan. Son codificadas en nuestra lengua, han sido organizadas para que las veamos. Sus técnicas de representación no son arcaicas sino no más bien de alta tecnología. Son los niños de Wes Craven, John Carpenter y James Wan que hacen sampling con el Corán.
Mi objetivo no es hacer una iconografía crítica del yihadismo, sino más bien el de comprender cómo y por qué estamos resituando la teatralización de la muerte en el centro de un nuevo régimen escópico farmacopornográfico. El tiempo, en que las técnicas de gobierno ocultaban el castigo y la muerte ha acabado. Una nueva gestión de la subjetividad política pide la producción de los afectos de espanto y de pánico a través de técnicas audiovisuales y bioquímicas. La retransmisión en directo de la destrucción de la Torres Gemelas nos introdujo en la era del snuff televisivo. En esta nueva guerra, la difusión audiovisual a través de los medios de comunicación de masas es tan importante como la muerte del enemigo. Si la soberanía tradicional, entendida como poder de matar, circulaba a través del fluido sangre, las nuevas formas de soberanía pasan ahora a través de la imagen y el sonido, luego a través del fluido ininterrumpido de los datos numéricos de Internet.
En el imaginario visual de las guerras en el Medio Oriente, vimos el paso del cuerpo impotente del kamikaze al cuerpo poderoso del verdugo, donde se juega a la fabricación de una nueva forma de soberanía snuff. En el caso del kamikaze, la división del cuerpo individual representa la destrucción del cuerpo político del territorio. Luego, esta fragmentación se extiende en el espacio, de tal modo que es imposible distinguir el cuerpo muerto del agresor del cuerpo del atacado. Aquí atacado y atacador son ambos víctimas de la misma política. El cuerpo del kamikaze, encarnación de un territorio nacional imposible, no está simplemente despedazado: su carne se mezcla para siempre con la del enemigo. Esta promiscuidad niega la diferencia irreconciliable entre los cuerpos (individuales y políticos) en guerra. El ritual social del kamikaze materializa con la destrucción de una geografía política constantemente amenazada cuyos elementos dispersos no pueden ser reconciliados en un solo cuerpo vivo y solo son reunidos en la sangre.
Al contrario, la nueva figura del verdugo actor que los yihadistas están construyendo remite a una superestructura estatal transnacional, encarnada en un cuerpo masculino que teatraliza hiperbólicamente rituales de muerte. Allí dónde la soberanía masculina tradicional de carácter teocrático difunde la palabra divina a través de la sangre, la neosoberanía yihadista la transmite por Internet y las redes sociales. El macho neosoberano es en lo sucesivo un actor en una puesta en escena de snuff política. Este desplazamiento contiene el riesgo de un cambio de sacrificio: el kamikaze era un mártir, ahora el mártir es la víctima occidental.
La escena de la ejecución busca instituir un nuevo ritual necropolítico en el que la plaza pública global es una página de internet. Y lo que quiere mostrar es una teatralización publicitaria de una nueva masculinidad soberana. El yihadismo inventa una forma teocirbernética de snuff que se articula alrededor de dos cuerpos masculinos despojados de su individualidad: un cuerpo encarna el Estado islámico, el otro es reducido al papel de víctima actor, situado allí como objeto de sacrificio, como objeto político transnacional, como cuerpo-para-la-muerte. El horizonte de la imagen se va acercando hasta un punto en el que la cara de la víctima satura el plano. La representación política exige el primer plano, el sonido de la voz, la palabra íntima, signos capaces de tener una identificación narrativa. El snuff capitaliza aquí las técnicas modernas del retrato fotográfico así como la subjetivación intimista de la diégesis cinematográfica. El verdugo actor levanta la cabeza de la víctima y la degüella. Tobe Hooper encuentra a Al-Qaeda: después de la decapitación viene un corte y luego un plano de la bandera. La amputación de la cabeza destruye el cuerpo político, niega la racionalidad del poder occidental. Pero la amputación no basta: el vídeo se transforma en una técnica necropolítica. No estamos hablando de Islam. Esta forma de soberanía masculina snuff no basa su poder en un dios transcendental, sino en la red inmanente y todopoderosa de Internet.
* “Souveraineté "snuff", publicado en Libération el 24 de octubre de 2014.
*Texto traducido por PAROLE DE QUEER & Elsa Maury
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