miércoles

Entrevista a JUDITH BUTLER


El eco de los bombos de los muchachos de Hugo Moyano, concentrados por la “Marcha del trabajo”, llega hasta el hotel de la calle Bolívar, a metros de la Plaza de Mayo, donde se hospeda Judith Butler, militante feminista y filósofa post-estructuralista audaz que abreva en las aguas del psicoanálisis, la antropología y la teoría literaria. El escenario parece el más apropiado para charlar sobre su último libro, ¿Quién le canta al Estado-Nación? (Paidós, 2009), prologado por Eduardo Grüner, que reproduce el diálogo que mantuvo Butler con Gayatri Chakravorty Spivak, una intelectual india que se define a sí misma como marxista-feminista-deconstructivista. La filósofa norteamericana, consciente de que estamos sujetos a las palabras, pone en cuestión la pretendida unidad de ese invento moderno llamado Estado-Nación. Siguiendo en parte la estela dejada por Hannah Arendt, en las páginas del libro plantea que desde el momento en que el Estado puede ser aquello que expulsa y suspende modos de protección legal y deberes, puede ser en sí mismo una causa de malestar.
Referente en los estudios de género a partir de títulos como El Género en disputa. Feminismo y la subversión de la identidad (1990) y Cuerpos que importan. El límite discursivo del sexo (1993), libros que describen lo que hoy se conoce como teoría Queer, Butler cuenta que votó a Obama, pero con la lucidez que la caracteriza confiesa que no estaba enamorada de él como todo el mundo. “Mi hijo tiene 14 años y todos los compañeros de su clase eran pro Obama –recuerda Butler–. Así que finalmente me dije que le iba a dar el voto a mi hijo y a su generación. No había otra persona a quien votar. Antes de que fuera electo como presidente, en California se debatió el casamiento gay, pero Obama no se mostró a favor del matrimonio y no dijo nada. Cuando Israel ataca Gaza, Obama no dice nada. ¿Por qué no dice nada? Tengo mis dificultades para comprender algunos silencios de Obama, pero al mismo tiempo estoy muy contenta; es mucho mejor que cualquier otro presidente que he visto en mi vida”, admite la filósofa estadounidense.
¿Qué opina ahora a la luz de esta crisis financiera internacional de lo que está ocurriendo con el rol del Estado y su revalorización?
Aunque esta crisis viene de antes, es cierto que el rol del Estado se está consolidando a medida que la gente le pide que regule la economía para castigar la avaricia corporativa y para asegurarse de que la riqueza económica sea distribuida más justamente. Por un lado se escucha que algunos plantean un debate: ¿está volviendo el socialismo a los países capitalistas?, ¿es el socialismo un concepto todavía viable?, que se traduce en un problema para la izquierda porque en los últimos años consideró al Estado como instrumento de guerra y de explotación. Ahora, aparentemente, tenemos que tomar en serio al Estado como un instrumento posible de justicia, de igualdad, que puede garantizar que las personas más precarizadas tengan derecho a la salud, al empleo y a la seguridad que necesitan. Esto está provocando una crisis en la izquierda, después de haber criticado durante tantas décadas al Estado.
¿La crisis obliga a revisar el concepto que la izquierda tiene del Estado pero también el sentido de la palabra pertenencia?
Sí, porque si no entramos en las políticas del Estado lo van a hacer otros, y no vamos a tener ninguna influencia sobre la redistribución. En el libro señalo que en una manifestación de inmigrantes ilegales hispanos en California y en Los Angeles, la mayoría mexicanos pero no todos, bajo la consigna “Nosotros también somos Norteamérica” cantaron el himno estadounidense en castellano junto con el himno de México. La izquierda estadounidense les pedía que no cantaran el himno nacional, “no queremos un amor al país, sólo los conservadores cantan el himno nacional”. De pronto parecía que los inmigrantes ilegales se alineaban con un sentimiento conservador. Los conservadores al mismo tiempo se quejaban y decían que no tenían que cantar el himno en castellano sino en inglés. La mayoría exigía que se cantara el himno en el idioma obligatorio de los Estados Unidos. Esto nos obligó a preguntarnos si los inmigrantes ilegales estaban del lado de la izquierda o de la derecha. Lo que nos decían a todos era: “tenemos este derecho de cantar el himno a pesar de que todavía no nos dieron ese derecho”. Esto me pareció muy radical. Reclamar el ejercicio de la libertad que sólo corresponde a la ciudadanía es hacer ejercicio de esa libertad en forma incipiente: comienza por apropiarse de aquello que se pide.
Butler cuenta que todos los sindicatos norteamericanos apoyaron la legalización de los inmigrantes ilegales, cuando ella esperaba que se opusieran. “Las cosas están cambiando de un modo que me está sorprendiendo. Hace siete años la mayoría de los estadounidenses estaban a favor de la tortura y contra la legalización de inmigrantes; eran muy nacionalistas y con visiones muy acotadas y racistas. Pero ahora tenemos un presidente negro, tenemos una mayoría que abiertamente se opone a la tortura y no quiere verse como un país que priva a la gente de derechos como la salud o un trabajo decente. Me parece que ha habido un cambio muy interesante, pero soy muy cuidadosamente optimista –subraya–. Cuando Obama da dinero, se lo da a los bancos. Básicamente la fórmula sigue siendo la de un capitalismo estándar: se les da dinero a los bancos, pero no hay asistencia directa a la gente que está en condiciones precarias.”
¿Por qué rechaza que el Estado pueda producir un sentido de pertenencia?
Ha habido muchas críticas al Estado-Nación que representa a un pueblo solo, a una nación única. Siempre hay parte de una población que no se considera parte de la nación. Hannah Arendt, en la década del ’50, analizó cómo el Estado-Nación producía expulsados. Si la Nación tiene que poder estar unificada pero ser multicultural, multilingüística y multirracial, la única manera de reproducir su existencia es con estrategias de expulsión o encarcelación. La pregunta que nos tenemos que hacer es quién está incluido en la pluralidad. Porque hay gente que no es parte de la ciudadanía. La única forma en que el Estado puede garantizar la pertenencia es asegurando la multiculturalidad, pero tiene una estructura que no puede producir ese sentimiento de pertenencia. Tiene que ordenar la vida religiosa, la educación, la familia, la salud; ésa es la forma del Estado de producir pertenencia. Por ejemplo, en cuanto a los bienes de consumo, comprar ropa de Calvin Klein es una señal de ciudadanía. Lo interesante es que el Estado nunca tiene éxito cuando trata de decidir los términos de pertenencia. Hay un espacio público donde se juegan distintos aspectos del sentido de pertenencia que nos muestra que la pertenencia no adopta una forma única. A través de la legalización de inmigrantes y la educación, al Estado le gustaría producir una idea uniforme de pertenencia, pero no tiene el poder de ir contra el idioma y la herencia de esos inmigrantes. Me parece que el idioma y la herencia son buenas tensiones que limitan el poder del Estado.
¿Lo dice por experiencia personal?
Yo vengo de una familia judía que quería asimilarse a los Estados Unidos en la década del ’30. Mi abuelo proyectaba películas de las estrellas de Hollywood. Mi abuela y todas sus amigas iban al cine y veían cómo era ser estadounidense mirando a las actrices de Hollywood. Yo pertenecía a la comunidad judía pero además trataba de entender la dificultad de la asimilación. Pertenecía a comunidades lesbianas y gays, pero también tenía dificultades con ellos. Siempre estoy en una posición de identificarme y desindentificarme con las comunidades a las que pertenezco. Y lo mismo me pasa con la izquierda política.
¿Qué reparos tiene respecto de las demandas que plantean los movimientos de lesbianas y gays?
Tenemos que incluir a tantas personas como podamos en la guerra contra la homofobia. Pero muchos de mis compañeros de lucha sólo se basan en un único tema: el matrimonio gay. Si el matrimonio existe, cualquier homosexual tendría que participar en la institución. Pero al mismo tiempo me pregunto por qué nos ocupamos tanto de esa institución y por qué no hablamos de la violencia que padecen los transexuales. También tenemos que pensar en redes sociales para los enfermos, para los jóvenes. A veces el entusiasmo hacia el tema del matrimonio nos priva de otras obligaciones. Es irónico que estemos luchando para ser parte de una institución como el matrimonio, que por todos lados se está desmoronando. El matrimonio es un derecho importante, voto a favor (levanta la mano), pero nunca me movilizaría a favor.

Entrevista compartida de Página 12. Publicada el 2 de Mayo de 2009.