Algo perturbador y a la vez fantástico del posporno es que una siempre se siente primeriza. Nada está demasiado preparado, sobre todo tu herramienta corporal. Cuando tras mil noches de buenos aunque baldíos propósitos, por fin grabamos Siempre que vuelves a casa, Elena-Urko de Post_op anunció que tenía que meterle mi pepino por detrás, ya que no llevaba el chichi rasurado, y yo trataba de estimularme la libido adormecida por esos tiempos, -también las PosPornoStar nos sentimos a veces como un secarral- a lingotazo de Martini del Dia.
Desde que Annie Sprinkle nos exortara a registrar nuestros propios discursos sexuales en la Maratón Posporno de junio de 2003, los videos, performances, talleres, festivales, debates y orgías satánicas se han multiplicado como maíz transgénico. El posporno recupera para el feminismo la centralidad del sexo y ahuyenta los vestigios de la mojigatería cristiana y burguesa.
Todo está hecho y, al tiempo, todo está por hacer. Hay algo radicalmente liberador en el posporno que tiene que ver con poner la carne propia en el asador. Exhibir el gozo grupal de nuestros cuerpos enfermos, sucios, perversos, amorfos, apoteósicos, es una venganza que se sirve en plato hirviendo. No lo pueden soportar.
¡Estábamos tan cachondas y éramos tan monas!
Recuerdo en plan abuelita cebolleta politóxica cómo nos devanábamos los sesos en el Taller de Tecnologías del Género en debates a cerca de qué era posporno y qué no. Las corrientes y contratendencias se sucedían en una vertiginosa espiral lúbrica. También fuimos aprendiendo a protegernos, a exponernos sin hacernos daño, a decir no. One more time.
Aunque algo revelador, radicalmente exorcizante, catártico, explosivo, fue descubrir que, cuando te muestras insultantemente desnuda, abierta, activa, depredadora, nadie se atreve a meterse contigo. No hay macho que tenga cojones lo suficientemente llenos como para importunar a dos zorras en celo que se están comiendo el coño en un parque. De pronto, la escena porno salta de la pantalla al césped. Las tiene ahí, pero no sabe qué hacer con ellas. No hay ningún director que grite ¡acción!, no puede darle al pause.
Esa autosuficiencia es posporno.
Artículo de Itziat Ziga publicado en el Parole de queer 4.
Diseño de la revista por Nac Scratchs.
Otros artículos de Itziar Ziga para Parole de queer: "Queer es compartir" y "Gran surtido en géneros" y "Las personas y el resto"
Itziar Ziga es periodistx y autorx de Devenir perra, Un zulo propio, Glamur i resistència y Sexual herria y escribe habitualmente en Hasta la limusina siempre.