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ENTREVISTA A PAUL B. PRECIADO por Apollin Bazin

Paul B. Preciado

Una revolución llamada deseo. Este sería, sin duda, el leitmotiv del movimiento engendrado por la obra épica de Paul B. Preciado, un pensador que lucha por la emancipación de los cuerpos y de las pasiones. El que disecciona apasionadamente los resortes más indecibles de la norma y del control social acaba de publicar Soy el monstruo que os habla2 . Esta publicación marca una nueva etapa en el proyecto de liberación crítica del filósofo que se ocupa aquí del psicoanálisis: se trata de la transcripción de una conferencia en la que llama a la “Escuela de la Causa Freudiana” a tomar posición contra la sociedad patriarcal y colonial, y revolucionar así sus prácticas. Aprovechamos esta oportunidad ideal para discutir con Paul B. Preciado sobre el porvenir de la actual revolución transfeminista y antirracista. 

Presentar su trabajo en pocas palabras es un desafío periodístico. Todo parece simplista y frío comparado con su abundante pensamiento, tanto complejo como evidente. De TestoYonki (2008) a Un apartamento en Urano (2018), el corpus de la obra de Paul B. Preciado va abriendo poco a poco las vías de una salida colectiva, los contornos de un mundo libre de machismo, homofobia, racismo... Sin embargo, el discurso pronunciado por este hombre trans en un cuerpo no-binario ante la asamblea de psicoanalistas de Francia provocó el rechazo y la incomprensión cuando se pronunció el 17 de noviembre de 2019. Hay que decir que invitar al filósofo más trans-marika-torta (transpédégouine) del país a una jornada de estudio sobre “Las mujeres en psicoanálisis” daba pie a los resortes más feroces de su verbo. Si en el título de esta conferencia Paul B. Preciado reivindica su “monstruosidad”, es sólo para criticar mejor, una vez más, la dominación y la norma que se ocultan bajo una aparente “neutralidad”. Ese título también lleva el peso de una historia de patologización y maltrato de los cuerpos diferentes. Aquelles que tuvieron la suerte de asistir a la primera sesión de su seminario “Una nueva historia de la sexualidad” −una relectura radical de la obra de Michel Foucault− en el museo Pompidou a principios de marzo, justo antes del confinamiento, pueden imaginar fácilmente la exaltación del filósofo alegando por la emancipación de todas las subjetividades. Otres pueden imaginárselo así: el pensamiento de Paul B. Preciado parece estar en plena ebullición, en sintonía con una época que se moviliza en favor de un cambio radical de paradigma.

Manifiesto XXI: Durante el confinamiento, usted escribió este texto “Estábamos al borde de una revolución feminista … y luego llegó el virus” en Libération3 . ¿Es usted igual de pesimista con las noticias de Black Lives Matter? 

Paul B. Preciado: La realidad es que, cuando escribí ese texto, no fui para nada pesimista. Es cierto que había para mí un impulso que califico de revolucionario. Justo antes del confinamiento, alrededor de las marchas del 8 de marzo, y cuando hice la primera sesión de mi seminario, había tal impulso de transformación que tuvimos la impresión de que se nos detenía en pleno movimiento... 

Tal vez la palabra no sea pesimista, entonces, sino frustrado. ¿Experimentó con frustración la llegada del coronavirus?

Absolutamente, así es. En el sentido de que sentía que había algún tipo de convergencia. La marcha del 8 de marzo fue mucho más mixta y compleja de lo que habíamos podido ver antes. El seminario también: fue con personas de todas las edades y de horizontes bien distintos. Personas racializadas, movimientos de personas sordas, con diversidad funcional... Era muy amplio. Estaba con un entusiasmo loco, había algo de onírico, se tenía la impresión de que se estaba preparando algo. Creo que lo que le siguió, Black Lives Matter, es la continuidad de ese movimiento. Quiero verlo como una unidad, aunque el movimiento está compuesto por una multiplicidad de fuerzas y por diferentes contestaciones... 

Al volvernos a poner en contacto a la mayoría de nosotres con un imperativo vital, ¿se podrá decir que esta pausa también ha sido positiva para las conciencias políticas? 

Para mí, el período de confinamiento, este parar, fue muy importante. Se lo ha descrito mucho como una crisis sanitaria, como una crisis política, pero también ha sido una crisis estética y de la subjetividad. Cuando digo estética, me refiero al régimen de la percepción. Por primera vez, hemos oído cosas que jamás habíamos oído, que nunca antes habíamos percibido. De repente ha habido una transformación, nos hemos dicho: sí, las cosas pueden ser diferentes. Hubo dos elementos cruciales: por un lado, esta ruptura estética tan violenta; por otro, el hecho de que, durante este período de crisis, las líneas de opresión más fuertes cayeron precisamente sobre los cuerpos racializados, sexualizados, los cuerpos más precarios.

En cuanto a lo que está sucediendo en Estados Unidos, y en Francia en este momento, creo que es muy importante señalar que se trata de una revolución que se ha movilizado enteramente gracias a Internet. Esto va en el sentido de mis análisis biopolíticos acerca del virus4, el pasaje de un control tradicional más primario hacia un control más digital. Por fin existe la posibilidad de una reapropiación crítica de estas tecnologías digitales. No olvidemos que el video que desencadenó las protestas fue grabado por una mujer en la calle. Es un ejemplo de cómo la revolución podría ponerse en marcha a escala mundial. 

Así que hoy estoy más que entusiasmado... ¡Estoy lleno de alegría! Después hay que tener en cuenta que estamos en un contexto de guerra global, que las luchas serán muy difíciles. 

Este texto publicado en Libération del que me habla, fue publicado en inglés hace algún tiempo y le añadí una parte, porque era imposible no tener en cuenta que hubo una interrupción, sí, pero que eso continúa. También es una bella respuesta a toda esa gente, ya sea a Houellebecq o a Onfray, a esas voces completamente reaccionarias, que decían que nada iba a cambiar... y bueno, no. Por supuesto que estamos haciendo que las cosas cambien. Es más, las personas que están actuando, en contra de lo que habíamos imaginado, no son los políticos, son realmente las nuevas generaciones.

Este compromiso generacional fue de hecho muy visible en la marcha del 2 de junio, “Verdad y Justicia para Adama”…

Es cierto, es una de las cosas que me ha impactado mucho, y que me ha sorprendido. Ese día, por primera vez, como activista, respiré en paz... Sí, me dije: “¡Uf! Están acá.” En mi generación, había una especie de delirio neoliberal, había que tener éxito a toda costa y volver a la norma. La generación que vino después se dio cuenta de que eso no era posible.

En sus escritos, nunca olvida especificar que es crítico de la sociedad patriarcal y colonial. ¿A quién le debe esta conciencia de racismo estructural? 

Crecí y fui educado en una tradición feminista. Hice toda mi educación académica en Estados Unidos, donde el pensamiento de las feministas negras está muy presente. El trabajo de Angela Davis ha sido absolutamente crucial para mí. Es alguien a quien conozco personalmente, con quien he trabajado y a quien adoro. Además, no se dice a menudo, pero es una feminista lesbiana. Nunca se dice abiertamente, pero es verdad, y eso nos ha acercado mucho. Cuando estaba en Estados Unidos, fue la época de la llegada de las teorías queer, pero también de las feministas no blancas. 

Así que no podría separar la teoría queer de la anticolonial. Pero es cierto que cuando llegué a Francia... Bueno, dejemos de lado la impresión de que después de Simone de Beauvoir todo había terminado (risas). Lo que me impresionó tanto, fue que en Estados Unidos había leído mucho a autores como Frantz Fanon, a las feministas negras o a las chicanas. A finales de los 90, todos esos pensamientos eran completamente desconocidos en Francia. Lo que me parecía muy difícil, porque todas las cuestiones relacionadas con las minorías sexuales y étnicas en Francia se clasifican bajo el título de “comunitarismo”. 

Para mí significaban exactamente lo contrario: constituían una protesta radical contra la modernidad capitalista. 

Le dedica este último libro a Judith Butler. ¿Recuerda cuando usted descubrió su trabajo?

 Ah, sí, lo recuerdo muy bien. Tenía 23 años y era una estudiante (ya que era una chica en esa época) en la New School. Escuché una de sus conferencias por primera vez y fue una explosión. Para mí, hubo un antes y un después, eso es seguro. Sobre todo porque en ese momento había una verdadera oposición entre las feministas marxistas y las queer. Las marxistas eran consideradas mucho más rigurosas y a las queer se las clasificaba del lado del posmodernismo, como una cuestión de reconocimiento de las minorías... 

Judith Butler fue alguien muy importante para mí, alguien que me ayudó mucho, que estuvo en la defensa de mi tesis... Resulta que este año en California elle logró cambiar su identidad a no-binaria. Elle me llamó para decirme lo feliz que estaba, y como estaba escribiendo este texto, se lo he dedicado. Para mí fue de nuevo un tema generacional, en el sentido de que cuando empecé a tomar testosterona, recuerdo conversaciones con Judith y otras feministas de su generación que nos miraban con ese aire de “Si fuéramos 15 años más jóvenes, tal vez haríamos lo mismo”... Pero era como si la cuestión trans (o ciertas tecnologías de transformación del cuerpo) hubiera llegado demasiado tarde. Creo que es una hermosa mutación, pensar que nos subimos al mismo barco al llamarnos nobinaries.

Usted cita a Frantz Fanon, lo que resuena con esa frase tan fuerte de su conferencia: “El psicoanálisis es un etnocentrismo que no reconoce su posición situada.” Usted plantea toda la parte crítica del psicoanálisis en este texto, ¿cree que esta disciplina puede renovarse? 

Creo que al psicoanálisis le pasa lo mismo que a Francia, a la universidad o a la ciencia, es decir, que hay que pensar que el régimen de los conocimientos y las prácticas de modificación de la subjetividad con las que trabajamos están fuertemente arraigados en esta tradición patriarcal y colonial. Para mí, la cuestión no es simplemente “añadir minorías”. No se trata de pensar que tenemos una herramienta que funciona muy bien y a la que ahora añadiríamos unas notas al pie de página: “Bueno, es verdad, no podemos tratar a los maricas como antes, porque no estaba bien...” o “Bueno, es verdad, la transexualidad no es una enfermedad, pero al mismo tiempo no es normal...”. ¿Ve lo que quiero decir? (Risas)

¡Sí, ya veo! Entonces, ¿qué debe cambiar el psicoanálisis? 

La teoría psicoanalítica, con todo lo que comprende de filosofía del sujeto y de antropología, permanece intocable. Lo que quise mostrar es que no es sólo una cuestión de elegir a diferentes personas. No entro en los debates internos del psicoanálisis. Lo que quise decir es que el psicoanálisis se presenta como una práctica extremadamente progresista y crítica, pero lamentablemente comparte la epistemología de la diferencia sexual. También comparte una taxonomía, no explícita pero muy racializada, muy eurocentrada, y también una taxonomía de la norma y la patología entre la homosexualidad y la heterosexualidad, o la frigidez versus la sexualidad normal. 

La pregunta fundamental para mí es: “¿Qué hacemos con la subjetividad que ha sido destruida por la violencia?” Cuando vamos al psi, es porque no estamos bien, es porque estamos sufriendo, y si sufrimos, es porque nuestro aparato psíquico ha sido marcado o profundamente herido por la violencia. Esta violencia no puede ser tratada volviendo a relatos extremadamente normativos como el complejo de Edipo. Cuando eres trans, la confrontación con el psicoanálisis es aterradora, porque de inmediato la pregunta es: “¿Por qué quiere usted hacerse eso?” ¿Pero “eso” qué? Es más bien la sociedad la que nos hace algo con ese régimen binario extremadamente normativo, que no permite ninguna variación, sutileza o complejidad. Si una mujer es demasiado masculina, no está bien. Si un hombre es demasiado femenino, tampoco está bien. No me refiero sólo a la cuestión trans, sino al hecho de que la posibilidad de salir adelante como sujeto dentro de este régimen binario es casi imposible. 

De hecho, estoy preparando otro libro de relectura de Edipo, porque en las conversaciones que siguieron a esta conferencia, entendí que les analistas están elles mismes obligades a trabajar con estas herramientas. Hay un terrible desfasaje entre su práctica, que está mucho más viva, y la teoría, que no tiene nada que ver. Entonces, ¿por qué seguimos hablando de todo eso? ¿Por qué seguir hablando del orgasmo clitoriano o vaginal? ¿Corresponde esto acaso a las prácticas contemporáneas del género y de la sexualidad? No creo que lo haga. Sin embargo, mi texto ha sido interpretado por una parte de la comunidad científica, como si estuviera lanzando una bomba... 

Aún así, hay algunas frases picantes que deben haber dolido efectivamente.

Sí, es verdad. ¡Pero “toma y daca” tengo ganas de decir! (risas) En realidad, lo que veo en los colectivos que frecuento desde hace mucho tiempo, feministas, antirracistas, transmarika-tortas, es precisamente la herida de esta violencia patriarcal y colonial y la necesidad imponente de tratamiento. El psicoanálisis no es capaz de eso. 

Hablábamos de Frantz Fanon: yo diría que existe otra tradición de psicoanálisis con François Tosquelles, que era su alumno, y del que Félix Guattari y Jean Oury serán, a su vez, alumnos. Fue un momento de gran politización del psicoanálisis. ¡Hoy estamos lejos, pero lejos de ese entusiasmo político! Hemos entrado en un momento de normalización aterradora... Las voces que se escuchan sobre las cuestiones de la homoparentalidad, la transexualidad, hablando en términos de psicosis, del peligro que suponen para los niños, etc... El psicoanálisis no es mi trabajo, simplemente les digo a mis amigues psicoanalistas: es hora, para ustedes también, de mutar. Porque estamos en un momento muy importante. Deberíamos sentirnos completamente felices de vivir en un momento como este. Históricamente, no creo que encontremos muchos similares, es decir, un momento en el que cientos de miles de cuerpos que han sido construidos como objetos de la violencia patriarcal y colonial −mujeres, niños, personas racializadas, personas consideradas discapacitadas− se levanten y digan basta.

Esa fue la conclusión de su primera conferencia en el Pompidou: llamó a la creación de un Parlamento de cuerpos menores. Usted llamó a una forma de solidaridad trascendente, de unidad entre las diferentes luchas. ¿Nos faltan palabras para poner eso en práctica? La identidad y la identificación con un grupo siguen siendo la base de las movilizaciones militantes. 

Sí, hasta ahora todas las luchas políticas han sido concebidas en términos de identidad, incluso en el feminismo. Si piensa en las sufragistas, la lucha ya era identitaria, había que ser mujer para luchar. Las feministas han llevado adelante un combate enorme, pero los hombres quedaron como por fuera, y se han atajado de eso como de la lluvia. Lo mismo pasó con el movimiento homosexual, teníamos la impresión de que sólo te concernía si eras gay, y no si eras heterosexual. Para mí, desde un punto de vista filosófico, es la diferencia misma entre homosexualidad y heterosexualidad, entre masculinidad y feminidad, lo que tenemos que repensar. 

Hay otra posibilidad, de deconstrucción a la manera de Derrida, o de destitución si vienes de una tradición más bien anarquista, y que consiste en decir de una vez: “¡No, no creemos en esta taxonomía que describe quiénes somos!” Para mí, ahí está la belleza de lo que está sucediendo ahora con la nueva generación. En ese sentido, me siento más cerca de ustedes que de mi generación, que era muy “política de identidad o nada”. Lo que sucede ahora es que lo que más nos interesa es la transformación misma. 

Por supuesto que ahora, en momentos como los de Black Lives Matter, hay que pasar por las políticas de la identidad. Y, estos momentos de identidad, creo que debemos vivirlos como una especie de fiesta política colectiva. Debemos pensar: “Sí, tenemos que honrar la cultura negra porque es una cultura de increíble resistencia y supervivencia.” Eso es lo que me gusta: que nos juntemos para respaldar la cultura negra hasta las últimas consecuencias. Así como hemos visto emerger las voces de mujeres que han sido violadas, agredidas sexualmente. Es algo único, eso necesita ser escuchado y no puede ser borrado, porque eso habla cada vez de violencias específicas que nos informan acerca de la propia infraestructura y de los mecanismos de control y de poder. Nos indican dónde habrá que actuar. Hay una gran sutileza, habrá que hacer esta revolución, y de algún modo ella atravesará los cuerpos y los deseos, la subjetividad en su conjunto. 

Pero, ¿cómo traducir esta intención de convergencia compleja en discurso político? A veces nos vemos limitados a la hora de hablar de solidaridad y de aliades. 

En realidad, con Black Lives Matter, ya estamos siendo testigos de la convergencia de las tradiciones feministas y negras. Las fundadoras del movimiento son lesbianas feministas. Nuestra representación política tradicional nos obliga de nuevo a ver esto en términos de movimientos “de negros”, como un movimiento únicamente de representación. Pero es muy importante ver cómo se formó el movimiento en Estados Unidos y cómo creció en Francia. Mujeres como Françoise Vergès6 , Fania Noël7 , feministas negras, están ahí. En realidad, todo está ya entrelazado. 

¿Cómo están representadas políticamente? Ese es el problema. Una de las cosas que me sorprendió en la marcha del 2 de junio, aunque no fue el caso en las afueras de París, fue que había tantas chicas como chicos, personas queer... como en la del 8 de marzo. Esa marcha lleva consigo esta convergencia. La cuestión es cómo vamos a ser capaces de articularla. Queerizar el movimiento negro, decolonizar el movimiento gay... y por eso necesitamos este Parlamento de cuerpos. Durante el período de confinamiento, el cierre de todas las instituciones, incluida la escuela, ha demostrado su colapso. Ahora bien, estas eran formas muy patriarcales y coloniales de aprender historia y literatura... Así que, de algún modo, necesitamos nuevas instituciones.

Se plantea entonces la cuestión de los (nuevos) espacios para encontrarse... 

Este fue el sueño utópico que compartí en ese seminario en el Pompidou: pensar un foro, un lugar de debate, en el que cada une aporte sus tradiciones, sus genealogías... Es una tarea apasionante y enteramente por hacer. Por supuesto, el movimiento contrarrevolucionario, de Trump, Bolsonaro y otros, va a durar un poco más en los próximos años, pero creo que estamos experimentando un cambio de perspectiva comparable al descubrimiento de Galileo de que la Tierra es redonda. Es por eso que las cuestiones de gramática y de lenguaje son importantes. Llegará un momento en que percibiremos la realidad de forma diferente. Es por eso que el psicoanálisis es importante. El psicoanálisis se arroga, se da el poder de capturar la totalidad del aparato deseante. Encuentro que es muy importante extraer al deseo de esta captación, porque es con este deseo que podremos hacer la revolución.

¿Hay otras tradiciones o culturas en las que se inspira para pensar el género de manera diferente? 

Absolutamente, pero no soy antropólogo, hay gente que conoce estos temas mucho mejor que yo. Más que representarme un lugar distinto, diría que me especialicé en cómo ver estas tradiciones al interior de nuestras sociedades. Son las tradiciones minoritarias. Y cada vez me siento asombrado. ¿Cómo ha podido escribir Gertrude Stein? ¿Cómo pudo escribir Virginia Woolf? ¿Cómo fue posible, en ese contexto de borramiento institucional del saber de las mujeres? Si es difícil hoy en día, ¿cómo sería en el siglo XIX? A pesar de todo, siento un vínculo muy fuerte con esta genealogía de la resistencia. Es más bien ahí que me inscribo. Aunque es cierto que, en este momento de cambio de paradigma, interesarse por una tradición alternativa completamente diferente, ya sea la de los pueblos indígenas o la de las culturas precoloniales de África (que contaban más de dos géneros), es interesante. Esas tradiciones demuestran que es posible organizar instituciones más allá de la binaridad del género o de la raza. 

Me parece importante porque la raza y el género han sido tan inscritos en nuestros cuerpos por las tecnologías de control que parecen algo natural. La raza es una tecnología de control que ha sido desarrollada durante la época del colonialismo capitalista. Sucede lo mismo con la diferencia sexual. Lo que me interesa es preguntarme: ¿qué vamos a ser colectivamente? ¿Qué seríamos si no estuviéramos formados por tecnologías de poder patriarcales y coloniales? ¿Cómo vamos a desear? Es fascinante, todo el proyecto de emancipación de la libertad está ahí.

En su conferencia, evoca sus diferentes experiencias de psicoanálisis. ¿Tendría algún consejo para transmitir a los jóvenes monstruos que buscan empezar un análisis? 

En primer lugar, tengo que decir que no emprendí un psicoanálisis porque quería. Esto es lo que simplemente sucedió: cuando era niña, como vivía en un pequeño pueblo muy católico, alguien llamó por teléfono a la casa de mis padres, le dijo a mi madre: “Su hija es lesbiana”, y colgó. Eso generó una especie de catástrofe familiar. Mi madre fue a la escuela y le aconsejaron el psicoanálisis. Así que fue realmente con la idea de corrección, de normalización. Para mis padres, se trataba de ayudarme a pesar de que para elles era una enfermedad. Luego fui a Estados Unidos, donde el feminismo había tomado el camino del psicoanálisis en torno a los escritos de Hélène Cixous, Luce Irigaray, Julia Kristeva; incluso, en cierto momento, de Judith Butler. Ella fue también una ávida lectora de Lacan. Estudié mucho el psicoanálisis y también me analicé, porque eso formaba parte de las prácticas. Luego, diría que soy bulímico de las tecnologías de la subjetividad. Hice psicoanálisis kleiniano, jungiano, guattariano... 

En resumen, cuando no se trata de un proyecto de normalización forzada, es un privilegio psicoanalizarse. Es un tiempo tarifado, dedicado a explorar la infraestructura de la conciencia, así que me parece un privilegio. Pero fue en el transcurso de toda esta serie de análisis, y a través de mis propias lecturas, que comprendí cómo funcionaba el dispositivo psicoanalítico y, por lo tanto, su dificultad en aceptar que me importa un carajo mi género. 

Tengo muchos problemas en mi vida, pero mi género no es un problema. A los psicoanalistas, en cambio, eso les plantea muchos problemas. Es lo mismo con la sexualidad. He estado con chicas, con chicos, con todo, y ni me importó. Pero eso también le planteó muchos problemas al psicoanálisis. “¿Es usted una verdadera lesbiana?” Y cuando te conviertes en trans, ¿en qué te conviertes? ¿Hetero? Todo esto es totalmente ridículo. Fue entonces cuando me di cuenta de que, a pesar de la voluntad de transformación del psicoanálisis, era una disciplina muy, muy limitada. Para mí, una sesión en un colectivo drag-king o una colonia de verano en un campamento decolonial es mil veces más interesante que diez años de psicoanálisis. Porque, de hecho, el psicoanálisis recoge lo que busca. ¿Y su padre, y su madre? ¿Y el pene? ¿Tiene usted un pene? No me interesa, ese no es el punto. Dos sesiones de tecno- chamanismo, y hemos avanzado mil veces más. (risas) 

Escribe al principio de su libro que hace de su cuerpo un espectáculo. Somos muchos los que nos beneficiamos de las luces de este show maravilloso pero, ¿para usted no constituye a veces una postura alienante? 

Nooooo. Cuando escribo eso, es que de todos modos cuando eres trans y hablas en público... Se creyó durante mucho tiempo que en filosofía siempre se trataba de poner la Razón delante de los cuerpos, y se tenía la impresión de que los filósofos no tenían cuerpos. Así, que el cuerpo esté en el centro de este relato filosófico me parece muy importante. Por supuesto que atañe a una ficción política, pero el cuerpo también lo es. Está construido como una ficción política. Así que, por el contrario, me da una enorme alegría. Es quizá mi dimensión pornográfica, pero también es una forma de colectivizar el cuerpo propio. En nuestra tradición occidental, los cuerpos de las mujeres y las minorías deben permanecer ocultos. Acá, es lo contrario. Mi cuerpo está construido por todas estas lecturas cruzadas y se despliega mucho más de lo que mi pobre cuerpo podría desear. Con todas las cosas duras por las que ha pasado, tiene una bella potencia de vida. Pero no todos los días. Tiene que saberlo porque, si no, se cree que siempre soy super entusiasta. También he tenido grandes momentos de angustia. Pero es como en ese artículo (“Estábamos al borde de…”) donde hablaba de la cadena trófica: depende de qué comemos y de cómo lo hacemos. Así que todo es cuestión de energía. La alegría también se aprende. La alegría es una tecnología de vida. Y la alegría es también una técnica de resistencia. Si mucha gente no está alegre, está bien igual. Lo que realmente me asusta es la forma solapada en la que la apatía se vuelve tal vez la forma más sofisticada de captura neoliberal. Ante esto, la utopía es necesaria. Puede ser musical, poética... Ahí es donde el arte es fundamental para mí, en tanto baluarte contra la tristeza. Porque el arte es siempre una estrategia de la alegría.


1 Entrevista publicada en francés en Manifesto XXI, 29 de junio de 2020. Disponible en: https://manifesto21.com/paul-b-preciado-interview/ 

2 N. de E.: Paul B. Preciado, Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una Academia de psicoanalistas, Anagrama, Barcelona, 2020.

3 N. de E.: Versión en español en: https://www.elindependiente.sv/2020/05/04/paul-b-preciadoestabamos-al-borde-de-una-revolucion-feminista-y-luego-llegoelvirus/ 

4 N. de E.: Ver: https://sxpolitics.org/es/paul-b-preciado-aprendiendo-del-virus/4740

5 N. de E.: Ver: http://www.laizquierdadiario.com.uy/Cuarta-movilizacion-en-Francia-en-reclamo-de-justicia-por-Adama-Traore

6 N. de E.: Ver: https://ctxt.es/es/20191023/Politica/29004/Fran%C3%A7oise-Verges-feminismodecolonial-racismo-mujeres-migrantes-racializadas.htm 

7 N. de E.: Ver: http://www.afrocubaweb.com/mwasi.html 

8 N. de E.: Drag kings son personas artistas de performance que se visten masculinamente y personifican estereotipos de género masculinos como parte de su actuación. 


Entrevista a Paul B. Preciado publicada en francés en Manifesto XXI

Y traducida y publicada en castellano en la revista Ñácate quién nos ha permitido su difusión en Parole de Queer. Desde aquí les damos mil gracias.

Traducción: Carlos Arévalo Plá 

Revisión: Marcelo Real