Itziar ZigaVerónika Arauzo |
Hace unos treinta años, yo paseaba mi adolescencia por una feria del libro en Sarasate, cuando me atacó la inevitabilidad del patriarcado. Estuve entre comprármelo y vomitar sobre él. Qué cabrón el que lo había escrito, qué fácil es vocearlo desde lo más alto de la pirámide social: las violencias que asfixian vuestras vidas serán eternas, mujeres. Con un padre maltratador y tras un asalto sexual paralizante, yo no estaba para que me dijeran que las feministas teníamos la partida perdida de antemano. Fui lista, pasé de leerlo.
Adivina, ¿por qué según el inevitable idiota nunca podremos derrocar al patriarcado? ¡Por mandato biológico! Chica lista, te ha tocado la muñeca chochona. Cómo si el resto de las animalas no evolucionaran: de asaltadas chimpancés a dichosas bonobas, casi ná. La reacción se repite más que el ajo: la Tierra es plana, las mujeres nunca podrán votar, España es indisoluble.
Preferí leer a Simone de Beauvoir: una mujer no nace, llega a serlo. 1949. Patapam, atrás maldición patriarcal. Las feministas hemos refutado tenazmente todo esencialismo: el binarismo de género es una construcción social, por tanto, transformable. Pero Simone nos ha llevado hasta la raíz, y hasta culturas antiguas y persistentes que ni nos dividen en dos ni nos jerarquizan: tampoco la bifurcación en machos y hembras era determinante. Si el feminismo descuartizó las bases teóricas, científicas y políticas del sistema patriarcal, la lucha trans e intersex lo ha hecho volar por los aires en irrecomponibles pedazos. Aunque a algunas compañeras les haya dado últimamente por exigir que nos repleguemos hacia una fantasía viejuna de pureza, partida de nacimiento genérico-genital en boca.
Las grandes alamedas de Santiago de Chile, de Ciudad de México, del planeta, rebosantes de revolución me inundan de dicha. ¡Lo inevitable era el feminismo! Y concluyo con las preciosas palabras de Carla Antonelli: “hagámoslo unidas, desde nuestras sanas diferencias y complejas intersecciones, en un feminismo que no deja a nadie atrás”.