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EL FALO DESCENTRADO. JUDITH BUTLER, DONNA HARAWAY Y BEATRIZ PRECIADO: PERSPECTIVAS CONCEPTUALES EN TORNO AL CUERPO por Ariel Martinez.


Imágen extraida del "Manifiesto contrasexual" de Paul B. Preciado


Introducción 

Las producciones teóricas localizadas en el entrecruzamiento de la teoría feminista y el psicoanálisis se han vertebrado a partir de las fuertes críticas hacia el valor que el falo recibe como ordenador privilegiado y exclusivo del orden simbólico (Irigaray, 2007). Desde la década del ´70, y hasta la actualidad, el falo ha constituido una referencia ineludible para muchas feministas en sus intentos de inaugurar nuevas categorías conceptuales que trastoquen tanto los modos patriarcales y falocéntricos de ordenar el campo social, así como las modalidades de subjetivación que en su interior se despliegan.

El feminismo radical lésbico ha puntualizado con énfasis el lugar de sometimiento al que las mujeres son relegadas por los varones en el contexto de una cultura patriarcal. Varias pensadoras del feminismo lésbico se pronuncian en contra del falo, como organizador simbólico, y, también, del pene, en tanto soporte carnal del poder patriarcal destinado a someter el cuerpo de las mujeres. Tal como han sostenido Denise Thompson (1992), entre otras, en el marco de culturas patriarcales, la sexualidad se organiza falocéntricamente. Bajo esta óptica las mujeres son subordinadas ya que la sexualidad femenina no es pensada sino como complemento de la satisfacción del varón.

La supremacía masculina que plantea Thompson no sólo expone claramente la forma en que las mujeres son relegadas al plano de los objetos, también señala las articulaciones entre el falocentrismo y la heterosexualidad. La autora, al tiempo que se muestra en contra de la heterosexualidad en tanto institución política, propone el fortalecimiento de los vínculos eróticos entre las mujeres como acto político de combatir la heterosexualidad compulsiva (Rich, 1980). Tal como afirma Thompson, todas las mujeres tienen, o deberían tener, el objetivo común de liberarse de la supremacía masculina, para ello adhiere a la idea de continuum lésbico. A su criterio, “…existe una continuidad de intereses y experiencias entre mujeres lesbianas y mujeres heterosexuales. Aquellas mujeres no se encuentran en una categoría diferente a la “mujer”, sino que forman parte de un continuum en el ser mujer. Lesbianismo, como ha sido redefinido por el feminismo, no es sólo la “preferencia sexual” de una “minoría”, pero es central para la redefinición y la recreación de lo que es ser una mujer...” (Thompson, 1992: 387). 

En el pensamiento de Thompson, el lesbianismo constituye una forma de liberación del sistema (hetero)sexual falocéntrico que inscribe a las mujeres como receptáculos adecuados del deseo de los varones. Monique Wittig (2005) también localiza en la figura de la lesbiana un modo posible de oposición y repudio a las identidades delineadas por el sistema patriarcal. Sin embargo las propuestas de ambas son radicalmente diferentes. Wittig, a diferencia de Denise Thompson, sospecha sobre la categoría misma de “Mujer” ya que, a su criterio, no es más que un constructo artificial, ideológico, de un sistema de género dominado por los varones. La “Mujer”, en tanto concepto, mantiene inscripta una marca falocéntrica, pues está cargada de proyecciones y expectaciones que provienen del imaginario masculino, por lo que resulta una categoría poco confiable, desde el punto de vista epistemológico, y sospechosa, desde el punto de vista político (Braidotti, 2004). La autora repudia de manera radical al esencialismo que está a la base de la noción de mujer entendida desde un modelo de heterosexualidad reproductora. 

En esta línea, Monique Witting propone a las feministas desechar el concepto mistificador de “Mujer” para remplazarlo por otra categoría mucho más polémica y subversiva: la “Lesbiana”. Tampoco titubea en afirmar que la lesbiana no es una mujer ya que representa una forma de conciencia política que rechaza las definiciones de mujer forjadas por los varones. Además, centrarse en la categoría de “Lesbiana” pone en tela de juicio el sistema de género con su dicotomía sexual convenientemente organizada en el marco social de la heterosexualidad obligatoria. Por un lado, si nos centramos en las producciones de feministas lesbianas, Denise Thompson y Monique Wititing los son, vemos que apuntan a la delimitación y el enredo que se produce entre deseo y poder en la construcción social de los cuerpos sexuados. 

Por otro lado, es posible notar la homologación falo/pene que subyace tanto a la significación social que reciben los cuerpos sexuados, como a los intentos de evadir el alcance del falocentrismo atacando y repudiando las relaciones concretas con los varones. En términos generales, es posible trazar una trayectoria de la forma en que el feminismo lésbico procede en la comprensión del tema: *Se concibe una economía política del sexo donde todas las instituciones que integran el orden social y cultural patriarcal se encuentran sostenidas por la Heterosexualidad Obligatoria y Compulsiva; *La regulación simbólica de los flujos deseantes que entreteje la complementariedad entre los sexos es falocéntrica, a partir de allí se produce una doble localización de los cuerpos que delimita dos colectivos sociales con una distribución desigual de poder; *Opera un continuum falopene, entonces los cuerpos provistos con pene advienen pilares concretos de la subordinación propia del sistema heteropatriarcal, los cuerpos sin pene, marcados como mujeres, constituyen el colectivo subordinado; *Es posible escapar de las redes de tal organización social a partir de una recodificación en clave lesbiana, ya sea porque los lazos eróticos/políticos entre mujeres excluyen al pene y al varón opresor que lo porta, o porque la categoría de lesbiana produce un desplazamiento y abandono de la categoría mujer, la cual es intrínsecamente subsidiaria a la economía falocéntrica y heterosexual. 

Judith Butler: el falo lesbiano.

En su ensayo El falo lesbiano y el imaginario morfológico, Judith Butler (2002) propone una alternativa para socavar los esquemas hegemónicos a partir de los cuales se decodifican los cuerpos. Como operación de rescate destinada a arrebatar el cuerpo de un campo delimitado a partir de fundamentos naturales, la autora instala la pregunta: “¿Qué es lo que constituye, en última instancia, una parte corporal? Como no es de extrañar, nuevamente, lo que podríamos denominar como el recurso al psicoanálisis es lo que entreteje el grueso de sus argumentos.

La captura crítica de aquello que percibimos como la carne real (Kirby, 2011:68), supone el análisis de procesos culturales que comandan la materialización de los cuerpos. En otras palabras, Butler se propone un cambio de perspectiva desde la cual se torna visible el código cultural oculto tras la apariencia de la materialidad de la existencia bruta. El nuevo punto de mira sólo se logra cuando el espectador ha agudizado su capacidad de extrañamiento a un punto tal que se torna capaz de desarticular la densa trama de los regímenes sociales de sognificación que invisten fantasmáticamente los cuerpos, pilares de una/esta realidad de género contingente.

En este contexto conceptual construido por Butler, el cuerpo, en su sentido anatómico, no constituye un referente original. El cuerpo adquiere existencia cuando es contorneado por límites, no naturales, que imponen una morfología, tampoco natural. La pregunta que emerge pareciera ser: ¿Cuáles son los mecanismos que instalan una versión, fálica, de los cuerpos en detrimento de otras?

Butler recurre a Freud y Lacan para exponer la ambivalencia, implícita en las operaciones de escritura, con la que se enfrentan los autores en algunos de sus textos fundamentales. La trayectoria de Butler, en el ensayo en cuestión, tiene como punto de inicio, punto que se expande abarcando casi la totalidad del ensayo, sus intentos de retratar a los padres del psicoanálisis en el mismo instante en que satisfacen el ideal fálico mediante explicaciones teóricas que sofocan la ambivalencia emergente; el punto de llegada es la posibilidad de emergencia del falo lesbiano, con el cual Butler no sólo se aparta del ideal antes mencionado sino que también vislumbra nuevos imaginarios morfológicos posibles.

El arco de tensiones que conecta ambos puntos comienza su recorrido con Introducción del Narcisismo, en el cual Freud vincula la autoinvestidura libidinal con el dolor y, finalmente, con la hipocondría. Estas vinculaciones le permiten a Butler fijar como epicentro las experiencias corporales del narcisismo para instalar el desplazamiento que conduce a la idea de que no hay cuerpo antes de tales experiencias. Tanto el dolor como la hipocondría vienen a dar cuenta del depósito de libido sobre una parte del cuerpo, la que no existe para la conciencia antes de la catexia. Siguiendo esta línea, todo parece indicar que no es tan sencillo establecer una frontera entre heridas físicas y heridas imaginarias, dicho en otras palabras, la parte corporal y la partición fantasmática que la torna cognoscible bajo la conciencia son indisolubles. La ambivalencia anteriormente sugerida, detectada por Butler, comienza a instalarse cuando Freud fija como órgano prototípico, en tanto sensible al dolor, el órgano sexual en estado de excitación. Claramente los genitales son delineados como el ejemplo paradigmático de una parte del cuerpo que se torna epistemológicamente accesible mediante una investidura fantasmática. En tanto prototipo, los genitales son susceptibles de sustituir otras partes del cuerpo, con lo cual el órgano sexual posee la capacidad de desplazarse y proliferar, hasta, incluso, emplazarse en localizaciones inesperadas.

Sin embargo, una declaración invertida de Freud llama la atención de Butler. El autor menciona que los genitales pueden ser sustituidos por zonas erógenas. Butler se enfrenta, entonces, con una contradicción lógica: los genitales, podríamos agregar, junto a Butler, masculinos, se instalan como sitio originario de erotización del que es posible desplegar sustituciones a modo de ejemplificaciones secundarias, pero al mismo tiempo es caracterizado como objeto de sustituciones, es decir el efecto de un conjunto de desplazamientos.

En este proceso paradójico el falo, en primera instancia adquiere un papel privilegiado y generativo para luego quedar relegado, al mismo tiempo, a una zona generada por una serie de ejemplos de zonas erógenas. Butler se permite, con gensto irreverente, interpretar a Freud. A criterio de la autora, la contradicción emergente es síntoma del deseo no articulado de construir a los genitales masculinos en una idealización originadora. Freud, sin saberlo, instala teóricamente el límite de todo imaginario posible en “materia” de morfología corporal/sexual, pues instala el falo como origen, como único elemento, simbólicamente codificado, que confiere significación a las partes del cuerpo.

Butler se ve habilitada, a esta altura de su ensayo, a utilizar de manera intercambiable el término falo con la referencia a los genitales masculinos, es decir el pene. A la autora le resultan claras las dos caras de todas y cada una de las referencias de Freud a los genitales. La autora argumenta el modo en que Freud, mediante analogías y sustituciones, afirma retóricamente el carácter transferible de la propiedad fálica como estrategia para devolver al pene tal propiedad. En Freud, el carácter transferible del falo otorga accesibilidad epistemológica a las partes del cuerpo. El falo no se localiza de manera fija y exclusiva en ninguna parte del cuerpo. La superposición pene/falo constituye la solución freudiana de una ambivalencia mediante la invocación a un ideal. Así queda expuesta la valoración y constitución imaginaria de las partes del cuerpo.

Queda claro que para Butler el cuerpo es materia de significación. El cuerpo, como efecto, se materializa cuando asume una morphé. De aquí en más, para la autora es posible reescribir el imaginario corporal. Al analizar las ideas de Lacan, en La significación del falo (…), Butler también detecta el modo en que el falo, como figura fantasmática, sufre contradicciones perturbadoras. Butler concluye que el falo es un significante privilegiado que obtiene tal privilegio en su reiteración, que tiene efectos imaginarios en las articulaciones fantasmáticas que constituye el referente tanto de las morfologías femeninas como masculinas en tanto cuerpo diferenciados.

Butler inaugura un campo prolífico para pensar de modo diferente el cuerpo cuando afirma que “…los actos simultáneos de quitarle su posición privilegiada al falo apartándolo de la forma heterosexual normativa de intercambio y circunscribirlo dándole un lugar de privilegio entre las mujeres son un modo de romper la cadena significante en la cual opera convencionalmente el falo. Si una lesbiana ‘tiene’ el falo, también esta claro que no lo ´tiene´ en el sentido tradicional y su actividad promueve una crisis en elsentido de lo que significa ‘tener’ el falo. La posición fantasmática del hecho de ´tener´ se rediseña, se hace transferible, sustituible, plástica; y el erotismo producido dentro de este tipo de intercambio depende tanto del desplazamiento desde los contextos masculinistas tradicionales como el redespliegue crítico de sus figuras centrales de poder” (Butler, 1993:139).

Donna Haraway: el Cyborg. 

Tal como señala Michelle Renée Matisons (1998), Manifiesto para Cyborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX de Donna Haraway (1995) constituye un hito ineludible en la búsqueda de una nueva forma de comprender conceptualmente el cuerpo. El trabajo de Haraway se constituye como una fuerte crítica al esencialismo biológico a partir de la ironía condensada en la figura del Cyborg. 

En palabras de Haraway, “… la ironía se ocupa de las contradicciones que, incluso dialécticamente, no dan lugar a totalidades mayores, se ocupa de la tensión inherente a mantener juntas cosas incompatibles, consideradas necesarias y verdaderas. La ironía trata del humor la seriedad. Es también una estratégica retórica y un método político para el que yo pido más respeto dentro del feminismo socialista. En el centro de mi irónica fé, mi blasfemia es la imagen del cyborg” (Haraway, 1995:253).

A partir de la imaginería del cyborg, Haraway intenta mantener, irónicamente, unidas cosas incompatibles. La nueva era tecnológica es un nuevo sitio de emplazamiento en donde es posible pensar la conjunción de elementos naturales y tecnológicos, a partir de donde es posible derivar una nueva alternativa o redefinición de la “naturaleza” que escape a las concepciones esencialistas y biológicas como la “naturaleza femenina” o la “naturaleza masculina”.

La autora intenta elaborar una filosofía del cuerpo localizada entre naturaleza y cultura. El cyborg, nuestra ontología, como ella menciona, es su nueva figura de una subjetividad antiesencialista. El cyborg recuerda la complejidad y la complicidad, es inmune a las seducciones dialécticas de una totalidad orgánica imaginado, sin embargo, mantiene la capacidad de imaginación. “Un cyborg es un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción (…) una ficción que abraca nuestra realidad social y corporal, un recurso imaginativo sugerente de acoplamientos muy fructíferos (…) A finales del siglo XX –nuestra era, un tiempo mítico- todos somos quimeras, híbridos teorizados y fabricados de máquina y organismo” (Haraway, 1995: 253-254).

La imaginería del cyborg constituye la posibilidad de pensar en términos híbridos, más allá del binarismo intrínseco a la lógica de género. Tal planteo también impacta sobre la forma en que pensamos lo límites entre sujeto y objeto, entre lo orgánico y lo artificial, entre naturaleza y cultura. A criterio de Haraway, el cyborg difumina la lógica dicotómica que sostiene al “falogocentrismo occidental”.

Por otra parte, los aportes de Haraway cuestionan la idea de un cuerpo en términos de superficie natural. En este sentido no es posible delimitar a priori partes del cuerpo, tampoco límites corporales definidos por fuera de cualquier discurso que, a modo de tecnología, constituya aquello que entendemos por cuerpo natural. La naturaleza adviene, entonces, como artefacto, como tecnología. Es, entonces, válido y necesario interrogarnos sobre las líneas genealógicas que dan cuenta de los procesos históricos que instalan y delimitan zonas corporales en detrimento de otras. Es necesario y válido preguntarnos qué excluyen los límites del cuerpo que los discursos, en tanto tecnologías, instalan.

Beatriz Preciado: el Dildo 

Como heredera de la teoría Queer, inaugurada por Butler, Beatriz Preciado lleva hasta sus últimas consecuencias los supuestos de la filosofía posestructuralista en las formas de conceptualizar el cuerpo. En su primer libro, Manifiesto Contrasexual, Preciado conceptualiza el sexo en término de producto de tecnologías de género. A partir de la concepción foucaultiana de poder, que no puede ser entendido sin la idea de resistencia, Preciado retoma la posibilidad de subvertir el campo epistémico que instala el dispositivo de la sexualidad, donde la verdad del sexo emana como producción que instala el dimorfismo sexual como base naturalizada que oculta lo político como productor de ontología.

La posibilidad de una resistencia posible, al menos en el campo de la sexualidad, transcurre por la noción de contra-sexualidad, la cual encierra, por otra parte, una nueva forma de delimitar analíticamente la categoría de cuerpo. Por contra-sexualidad, Preciado entiende “el fin de la naturaleza como orden que legitima la sujeción de unos cuerpos a otros (…) un análisis crítico de la diferencia de género y de sexo, producto del contrato social heterocentrado, cuyas performatividades normativas han sido inscritas en los cuerpos como verdades biológicas (…) [por otra parte,] la contra-sexualidad apunta a sustituir este contrato social que denominamos Naturaleza por un contrato contra-sexual. En el marco del contrato contra-sexual, los cuerpos (…), en tanto sujetos que la historia ha determinado como masculinas, femeninas, perversas, (…) renuncian no sólo a una identidad sexual cerrada y determinada naturalmente…” (Preciado, 2011:18-19).

Por otra parte Preciado ubica la contrasexualidad implica una teoría del cuerpo que va más allá de los binarios de género que entretejen la cultura occidental. Supone un movimiento profundamente desnaturalizador que conlleva un cuestionamiento de los límites del cuerpo y de los esquemas a partir de los cuales pensamos tales límites. En esta línea, el cuerpo emerge con nuevas posibilidades que habilitan permiten ir más allá de las restricciones que las normas de sexo y género imponen al cuerpo y a las identidades. Una proyección queer del cuerpo, desplegada en múltiples direcciones, se impone como una de las vías posibles para la delimitación de nuevos imaginarios alternativos que contemplen la diversidad.

En suma, Beatriz Preciado se propone una aproximación teórica del sexo y la sexualidad intentando escapar a los términos naturalizados que constriñen el pensamiento. En esa línea, el dildo constituye su operador conceptual para demostrar el efecto prostético de la tecnología en la constitución del cuerpo, originando una deconstrucción de la naturalización de las prácticas sexuales. Para la autora, el dildo antecede al pene y así nos conduce a concebir la transformación tecnológica de los cuerpos, por ende su producción no natural. En palabras de la autora, “…el deseo, la excitación sexual y el orgasmo no son sino los productos retrospectivos de cierta tecnología sexual que identifica los órganos reproductivos como órganos sexuales, en detrimento de una sexualización de la totalidad del cuerpo” (Preciado, 2011:14-15). La arquitectura corporal pertenece, entonces, a una dimensión biopolítica. La propuesta es, en última instancia, trastocar la “fábrica” para alcanzar un cuerpo contrasexual poshumano.

Conclusiones 

Tal como se ha señalado sintéticamente, las categorías aportadas por cada una de las autoras contribuyen a desvincular la relación naturalizada, aunque muchas veces explícitamente negada, que comúnmente se instala entre el pene y el falo. Asimismo, las posturas expuestas constituyen marcos teóricos que permiten pensar más allá de la lógica binaria que nos aporta el género, a partir de la cual decodificamos los cuerpos. 

El falo lesbiano de Judith Butler instala la posibilidad de recodificar, en clave post-género, los cuerpos construidos en el interior de la matriz heterosexual (Soley-Beltrán, 2009). Sin dudas el cuestionamiento apunta a cuestionar el falo como un concepto universal de poder, que actúa como un mito legitimada desde múltiples narrativas, incluida la del psicoanálisis, y que se ha sostenido durante tanto tiempo como evidencia de un orden patriarcal naturalizado.

Con el dildo, Beatriz Preciado desordena las categorías de identidad de género y sexualidad, ya que revela que el elemento prostético que produce y otorga inteligibilidad al pene en tanto órgano, está separado y antecede al cuerpo. El dildo no es una copia de un original -el pene-, por tanto el placer sexual puede ser desconectado de la identidad sexual. Es así que Preciado combate las perspectivas esencialistas al respecto. En esta línea, la autora demuestra que el dildo es capaz de desarticular las narraciones que acompañan al pene fálicamente investido.

En este mismo movimiento, el dildo es capaz de alterar los límites del género, pues ofrece flexibilidad a las identidades de género y sexuales, en última instancia culmina por exponer el carácter construido de los cuerpos. De aquí es posible desprender la perspectiva cyborg de Donna Haraway, cuerpos híbridos desde el mismo momento de su construcción donde a partir de la incorporación de un elemento tecnológico, incluido lo discursivo en tanto dispositivos semióticos, como el dildo, o incluso cualquier parte del cuerpo u objeto recodificado, se torna factible desnaturalizar el género, la sexualidad, el cuerpo, generando centros de contrasexualidad (Preciado, 2011) que van más allá de la significación fálica que captura los cuerpos… y sus partes..


Bibliografía 

-Braidotti, R. (2004). Sujetos nómades. Buenos Aires: Paidós. 
-Butler, J. (2002). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del sexo. Buenos Aires: Paidós. 
-Haraway, D. (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra. 
-Irigaray, L. (2007). Espéculo de la otra mujer. Madrid: Akal. 
-Kirby, V. (2011). Judith Butler: pensamiento en acción. Barcelona: Bellaterra. -Matisons, M. R. (1998) The New Feminist Philosophy of the Body: Haraway, Butler and Brennan. European Journal of Women’s Studies, 5(9): 9-34. 
-Preciado, B. (2011). Manifiesto Contrasexual. Barcelona: Anagrama.


Texto compartido de Ariel Martinez.