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LA ÚLTIMA TERRÍCOLA SERÁ TRANSEXUAL por ITZIAR ZIGA

 

 Fotografía de Josep María Miró


Tras nueve años obsesionada y obsesionante, por fin ascendí a Montevirgine, acompañando a la horda queer napolitana que celebra cada 2 de febrero su Candelaria. Una fiesta tan cristiana como pagana, tan sagrada como impúdica, tan espiritual como política, encabezada por los femminielli, ese tercer género pre-moderno que pervive frente al Vesubio. ¡Cómo no mitificarlos, la prueba irreductible de que este asfixiante binarismo patriarcal nos fue impuesto también en Europa! La antropología nos lo reveló desde sus primeros coloniales pasos: en todas las culturas conocidas han existido seres intermedios que conciliaban el mundo de los vivos y de los muertos, aliviando la humana necesidad de seguir adelante sin olvidar a los ancestros. Los terceros géneros han sido venerados o masacrados, depende de hace cuanto el imperialismo occidental hiciera sus estragos en tu territorio. Pero perseguidas y aniquiladas, con una esperanza de vida menguada en décadas respecto al resto de la población, el doble de feminizadas que el resto de las mujeres, las travas y otres no binaries han existido y existirán siempre.

Subimos a la montaña en un autobús repleto de transexuales, bolleras, mariconas, zorras, berreando pachanga tradicional de letras obscenísimas. Nada más salir a ser engullidas por el caos napolitano la noche anterior, nos habíamos topado con un femminiello: se les nombra en masculino pero su feminidad es manifiesta. En la gélida algarabía de Montevirgine, creía verlos por todas partes y a la vez en ninguna. Hasta que recordé las palabras de Judith Butler. “¡La vida no es la identidad! La vida resiste a la idea de la identidad, es necesario admitir la ambigüedad. A menudo la identidad puede ser vital para enfrentar una situación de opresión, pero sería un error utilizarla para no afrontar la complejidad. No puedes saturar la vida con la identidad."

Desde lo que nunca fue conquistado y desde lo que se levantó tras la conquista, desde lo alto de Montevirgine, ¡oh, diosas, qué herido de muerte se ve el binarismo de género!

Il Femminiello, 1740–60, Giuseppe Bonito