domingo

"LA VALENTÍA DE SER UNO MISMO" por PAUL B. PRECIADO

Paul B. Preciado


Cuando recibo una invitación para hablar de la valentía de ser yo mismo, al principio, se regodea mi ego como frente a una página publicitaria en la que soy al mismo tiempo objeto y consumidor. Me veo ya cargado de medallas, vestido de héroe…pero luego la memoria de los subalternos me ataca y borra toda complacencia. 

Me dais ahora el privilegio de hablar de la valentía de ser yo mismo después de haberme hecho llevar el peso de la exclusión y la vergüenza toda mi infancia. Venís a darme este privilegio como daríais un vasito más a un enfermo de cirrosis, al mismo tiempo que me negáis mis derechos fundamentales en nombre de la naturaleza y de la nación, que me confiscáis mis células y mis órganos para vuestra delirante gestión política. Me acordáis ahora la valentía como daríais una ficha de casino a un adicto al juego, mientras os negáis a llamarme con un nombre masculino o a declinar para mi nombre los adjetivos no femeninos, simplemente porque no tengo ni los documentos oficiales adecuados ni la barba necesaria. 

Y nos reunís aquí como a un grupo de esclavos que han sabido alargar sus cadenas pero que se muestran todavía cooperantes, que tienen diplomas y que aceptan hablar en el lenguaje de los amos: estamos aquí, frente a vosotros, todos cuerpos asignados sexo femenino en el nacimiento, Catherine Millet, Cécile Guibert, Helene Cixous, como una banda de putas, de bisexuales, de mujeres como voz ronca, de argelinas, de judías, con caras oscuras, marimachos, españolas. Pero, ¿No os cansaréis nunca de sentaros frente a nuestra “valentía” como uno se sienta frente a un divertimento? ¿No os cansaréis de alterizarnos para poder convertiros en vosotros mismos?

Me acordáis valentía, imagino, porque he militado junto con las putas, los sidáicos y los discapacitados, porque he hablado en mis libros de prácticas sexuales con dildos y prótesis, porque he contado mi relación con la testosterona. Este ese todo mi mundo. Esta es mi vida y no la he vivido con valentía, sino con entusiasmo y júbilo. Pero vosotros no queréis saber nada de mi dicha. Preferís lamentaros y garantizarme un poco más de valentía todavía porque en nuestro régimen político-sexual, en el capitalismo farmacopornográfico reinante, negar la diferencia sexual equivale a negar la encarnación de Cristo en la edad media. Me concedéis un paquete de valentía porque frente a los teoremas genéticos y a los papeles administrativos negar la diferencia sexual hoy equivale a escupir a la cara del rey en el siglo XV. 

Y me decís “háblamos de la valentía de ser tú”, como los jueces del tribunal de la inquisición dijeron a Giordano Bruno durante ocho años “háblanos del heliocentrismo, de la imposibilidad de la santa trinidad”, mientras preparaban un saco de ramitas para encender un buen fuego. Efectivamente, como Giordano Bruno y aunque huelo también a humo, pienso que un pequeño cambio no va a ser suficiente. Que va a ver que pegar una buena sacudida a todo esto. Hacer saltar el campo semántico y el dominio de lo pragmático. 

Despertar del sueño colectivo de la verdad del sexo, como tuvimos un día que despertar de la idea según la cual el sol giraba alrededor de la tierra. Para hablar de sexo, de género y de sexualidad hace falta empezar por un acto de ruptura epistemológica, una desaprobación categórica, una quiebra de la columna conceptual que permita una primera emancipación cognitiva: hay que abandonar totalmente el lenguaje de la diferencia sexual y de la identidad sexual (incluso el lenguaje de la identidad estratégica como quiere Spivak o de la identidad nómada como pide Rossi Braidotti). El sexo y la sexualidad no son propiedades esenciales del sujeto, sino más bien el producto de diversas tecnologías sociales y discursivas, de prácticas políticas de gestión de la verdad y de la vida. Son el producto de vuestro coraje. No hay ni sexos ni sexualidades, sino usos del cuerpo reconocidos como naturales o sancionados como desviantes. Y no vale la pena que saquéis la última carta trascendental: la maternidad no es sino otro uso posible del cuerpo, en ningún caso una garantía de diferencia sexual o de feminidad. 

Guardad la valentía para vosotros. Para vuestros matrimonios y vuestros divorcios, para vuestras infidelidades y mentiras, para vuestra familias y vuestras maternidades, para vuestros hijos y vuestros nietos. Guardad la valentía que necesitáis para mantener la norma. Guardar la sangre fría que os hace falta para prestar vuestros cuerpos al incesante proceso de repetición regulada. La valentía, como la violencia y el silencio, como la fuerza y el orden, son de vuestro lado. Por el contrario, yo reivindico aquí la legendaria falta de valentía de Virginia Wolf y de Klauss Mann, d’Audre Lorde et d’Adrienne Rich, d’Angela Davis et de Fred Moten, de Kathy Acker y de Annie Sprinkle, de June Jordan y de Pedro Lemebel, de Eve K. Sedgwick y de Gegg Bordowitch, de Guillaume Dustan y de Amelia Baggs, de Judith Butler y de Dean Spade.


Pero porque os amo, mis iguales valientes, os deseo que vosotros también perdáis la valentía. Os deseo que os falte la fuerza de repetir la norma, que no tengáis la energía de seguir fabricando la identidad, que perdáis la determinación de seguir creyendo que vuestros papeles dicen la verdad sobre vosotros. Y cuando hayáis perdido toda la valentía, locos de cobardía, os deseo que inventéis un manual de uso para vuestros cuerpos. Porque os amo, os deseo débiles y no valientes. Porque es a través de la debilidad que la revolución actúa.

Traducción Paul B. Preciado
Texto compartido del periódico Libération. "Le courage d’être soi" de Paul B. Preciado