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Entrevista a ROSA MARÍA GARCÍA traductore del libro “TRANS. UN ALEGATO POR UN MUNDO MÁS LIBRE Y MÁS JUSTO” de SHON FAYE. Por EDUARDO NABAL


Eduardo Nabal, conversa con Rosa María García, sobre el libro "TRANS. Un alegato por un mundo más libre y más justo" de Shon Faye. Libro del cual es traductore y publicado por la editorial Blackie Books. Rosa María García, es filósofe y sociólogue, y escribe en medios cómo El Salto Diario o Rebelión Feminista. Y ahora ha traducido TRANS, un libro considerado por Judith Butler cómo: “Una obra monumental sobre cómo debería ser el mundo

Rosa María García. Traductore de "TRANS"

-Eduardo Nabal: Hola Rosa María. ¿Cuál es tu implicación ideológica o personal con un libro que aún hoy puede levantar ciertas ampollas, a pesar de su excelente acogida? 

-Rosa María García: Diría que Trans es un libro con el que me siento muy feliz, precisamente por lo interpelade que me hace sentir como autore. Cuando me enviaron la propuesta desde Blackie y empecé a leerlo, lo que me marcaban no eran tanto las historias que hay en él o los datos sobre los que trabaja, o cómo expone capítulo a capítulo —cosas que hace maravillosamente—, sino sobre todo que, por todas esas cosas y más, este es un libro que yo querría haber escrito. Es algo que ya me había pasado con La política de todes como lectore pero, como traductore de Trans, me tocó estar en la situación de implicarme de manera muy directa con cómo iba a llegar el texto al público en España. Es algo que agradezco mucho haber podido tener.


-En este libro, hay una parte, que se remonta a la época del thatcherismo. Pero la reacción conservadora de un sector del movimiento LGTBI oficialista y de cierto espectro del feminismo han renovado su vigencia. ¿Qué ha ocurrido a este respecto a nivel mundial? 

-Rosa María García: Como movimiento político histórico, el feminismo es estructuralmente complejo y, en su amplitud, está atravesado por «contradicciones sociales», por tendencias ideológicas más o menos relacionadas con los espacios que nos tocan en lo social y en lo económico, atrevesados mutuamente. Hay feminismos liberales igual que los hay anticapitalistas; hay feminismos heteros y blancos, y los hay con perspectiva LGTBIA y antirracista y anticolonial. Creo que esta es una parte importante de la clave. Pero la verdad es que la gran mayoría de las feministas estamos a favor del derecho a la autodeterminación legal de género. Es algo que nos lo han dicho las encuestas tanto en el Reino Unido como en España. Muchas personas trans, particularmente las mujeres, somos abierta y orgullosamente feministas. Es una relación natural, casi por necesidad.

Entonces, por un lado tenemos que ver y reconocer que la aceptación absoluta de las realidades trans es algo naturalmente difícil para muchas personas cis. Porque se nos cría en la idea de que sexo, género y sexualidad tienen que funcionar de una determinada manera, que nuestro destino está marcado por la clase de cuerpo que desarrollemos; y en la realidad de que hombres y mujeres tendemos aún a vivir casi mundos distintos en nuestro día a día. Heredamos una historia de injusticia sexual y colonial y racial y económica, del dominio de unos sobre otras, y nos movemos en los márgenes que nos quedan. La existencia trans es difícil de aceptar para muchas personas porque rompe en diferentes sentidos algunas de las lógicas sobre las que se asienta esa historia. Nosotras lo sabemos bien, porque la gran mayoría hemos tenido que hacer frente a esa lógica para poder reconocernos en otro sexo-género. Esa es precisamente la debilidad, pero también la fortaleza, de la campaña ultraconservadora contra la existencia social de la comunidad trans.

Como explica Shon Faye, Meg Kilgannon lo dejó bien claro: «Lo trans y la identidad de género son difíciles de vender, así que hay que centrarse en la identidad de género para dividir y vencer. Tendremos más éxito separando la T del resto de la sopa de letras». Este es el programa y está comenzando a dar sus frutos en Estados Unidos: empezaron prohibiendo a las chavalas entrar en sus baños y participar en los deportes de instituto con sus compañeras como parte de una campaña para extender un pánico moral, y ahora hay Estados donde literalmente prohíben a la gente trans acceder a apoyo psicológico, social y médico. Se les impide transicionar. Se les impide existir. En realidad es la estrategia que usan en redes constantemente, como señala Caelan Conrad: todo comienza con “dudas razonables” sobre si las personas trans pertenecemos a nuestro sexo-género si no accedemos a requisitos de modificación corporal —el viejo cuento de quién cuenta como «trans de verdad» y quién es «trans de mentira», transexual/ transgénero…— y termina con hostigamiento y agresiones a personas trans, particularmente mujeres trans. La verdad es que esas nunca fueron dudas razonables. A mí me siguen llamando «tío», siguen hablando de mi barba, después de tres años en estrógenos y dos años de láser en la cara. Y hay personas que tienen dudas de verdad porque nunca han conocido a nadie abiertamente trans, pero esto es otra cosa. La “duda” aquí es si las personas trans existimos; su respuesta es que no deberíamos. Y el plan es impedírnoslo por todos los medios posibles.

Esta campaña ultraconservadora reutiliza constantemente los viejos tropos que funcionaron, y aún funcionan, contra las comunidades gay y lésbica y contra las comunidades racializadas. El truco es el pánico moral y social, el miedo del supremacista. Por eso estos sectores hablan de nosotras en términos de “abusadores de niños”, “pervertidos agresores sexuales”, “un peligro para las mujeres”; e incluso cuentan con su propia versión de Hacendado de la teoría nazi del gran reemplazo, el “borrado de las mujeres”. En Estados Unidos, la alianza entre los grupos religiosos ultraconservadores y un sector trans-odiante dentro del feminismo tiene una historia de medio siglo — Shon dedica un capítulo a explicar y hacer un comentario sobre esta historia. De nuevo, el odio anti-trans nunca ha sido la norma en los espacios y las demandas históricas del feminismo estadounidense: Andrea Dworkin o Catherine MacKinnon son feministas radicales históricas radicalmente favorables a los derechos de las personas trans; Sandy Stone trabajó durante años en la discográfica Olivia Records, explícitamente constituida como una firma feminista radical lesboseparatista. Pero también es cierto que tanto Sandy Stone como Olivia Records recibieron amenazas de muerte; y es cierto que el grupo trans-odiante The Gorgons trató de matar a Sandy Stone, en un acto que cabría perfectamente en la palabra terrorismo. Y panfletos como El Imperio Transexual se hicieron un lugar hasta conseguir la simpatía de la Administración Nixon y apoyar la retirada de asistencia médica a personas trans.

La situación en España y en Latinoamérica en este sentido es algo distinta. En España en particular no contamos históricamente con un feminismo trans-excluyente, eso es algo que se fabrica en la década pasada. Y esa construcción antagónica contra la existencia trans se hace primero a través de un espantajo de la teoría queer, y particularmente de Judith Butler. Algunos de los libros clásicos de Celia Amorós, Amelia Valcárcel o Ana de Miguel, entre otras, mantienen críticas bastante absurdas contra la interrogación que hace Judith Butler sobre la tecnología de género —llamativamente, las referencias a Teresa de Lauretis o Jane Flax, por ejemplo, brillan por su ausencia—, fabricando metáforas como la “percha del género” (una escogería el género que se pone cada mañana) como forma de presentar a “la teoría queer” como una especie de “teoría trans”. Esta idea luego fue reproduciéndose en los círculos de autodenominadas “feministas radicales”, hasta el punto de que aún hoy recibo mensajes privados en Twitter de personas que me preguntan por qué me defino como feminista radical si soy trans, porque “las feministas” dicen que las trans “reproducimos los roles de género”. Muchas de estas personas, que dicen ser el único feminismo real, se terminan quedando con la imagen de que “trans” significa “queer” y “queer” es lo contrario al feminismo. Y lo cierto es que todo en esa conversación es falso: el pensamiento queer no se reduce a una autora, Butler no defiende semejantes chorradas, la línea entre el feminismo radical y el feminismo queer no es especialmente tajante, la comunidad queer y la comunidad trans no son la misma, las personas trans somos quienes menos encajamos en los roles y estereotipos de género tradicionales, y las trans somos, fundamentalmente, feministas.

Trans de Shon Faye. Traducción: Rosa María García

-Temas como el bullying, el acoso laboral son casi eternos pero las respuestas difíciles. Máxime, como dice, Faye, cuando afecta a personas sin recursos. ¿Crees que hay menos miedo ya a sacar a la luz la transfobia en empresas, lugares de ocio, trabajo, etc? ¿Se han diversificado las representaciones?

-Rosa María García: La sensación que tengo es que en estos últimos años hay una polarización creciente. La violencia física y verbal hacia la comunidad trans ha aumentado muchísimo, y es algo que muchas notan de forma directa en sus casas, especialmente si viven con sus adres. Y esta violencia es muy cruda, porque la alternativa suele ser la calle; las redes de apoyo están construidas por personas precarias, de forma (económicamente) precaria. La inseguridad laboral y la precariedad, que parecían haberse relajado un poco, siguen ahí para la mayoría. ¿Las cosas han mejorado? Creo que depende mucho de dónde pongamos la línea. La situación hace sólo veinte años era dramática, brutal, para prácticamente todas las personas trans. Pero hace cinco años existía un impulso por nuestros derechos, y ya no tenemos esa fuerza. Quizá ahora no es tan difícil sacar a la luz la transfobia en espacios tan importantes para la vida de las personas como el centro de estudio o el lugar de trabajo, pero la reacción anti-trans es más calculada y organizada, y tiene una representación bien establecida. Seguimos siendo nosotras quienes dependemos de los prejuicios que tengan las personas ante las que somos responsables.

Creo que es muy importante aquí entender que el repunte de la transfobia coincide, no casualmente, con el repunte de la misoginia, aupado en buena medida por el auge de la extrema derecha en Europa y Estados Unidos; y con el backlash económico que hemos visto desde 2008 y que ha sufrido toda la clase trabajadora. Es aquí donde se cuelan discursos como los de Vox, que son la versión recrudecida de los del PP; es aquí donde hemos notado mucho la derechización implacable de los medios de comunicación más extendidos. Hace unos meses vimos que las nuevas generaciones son, por primera vez (si no me equivoco), menos capaces de percibir la violencia de género y, por tanto, de identificar abusos y agresiones sexuales y psicológicas.

Recuerdo que, cuando comencé a estar más en las redes, todavía en la adolescencia, tenía la sensación constante de que estábamos cambiando mucho: éramos cada vez más quienes nos nombrábamos feministas e identificábamos la violencia de género, quienes cuestionábamos los dogmas del modo de producción capitalista, quienes poníamos en duda y reventábamos el modelo heterosexual, binarista, cis, monógamo... Había una efervescencia política con la que sentíamos que estábamos construyendo un cambio generacional que podía hacer el mundo mucho mejor. Obviamente era algo mucho más limitado de lo que pensaba entonces. Pero el contraataque no ha venido sólo contra nosotras: viene a por todas.

Shon Faye con su libro "Trans". Imagen: Blackie Books


-Hoy día con Internet etc. hay más información para les más jóvenes. Pero los protocolos médicos y el estigma psiquiátrico no han cambiado lo suficiente ¿Te sitúas con Faye en la necesidad de una despatologización o los binarismos ya nos vienen dados y es difícil afrontarlos sin recursos como la hormonación, el seguimiento, la adecuación de género?

-Rosa María García: Yo creo que esos debates de “despatologización versus acceso a tratamientos médicos” y “no binarismo y disidencia sexogenérica versus binarismo y adecuación de género (‘reproducción de estereotipos’)”, si entiendo por dónde va la pregunta, son trampas de un pensamiento queer que se quedó en otra época. Irónicamente, son trampas binaristas. Además, son un peligro. Primero, porque esas asociaciones de ideas no son realistas: ser no binarie no implica no modificar tu cuerpo —igual que ser binarie no implica modificar tu cuerpo—; y adecuar tu cuerpo a ti, a tu propia comodidad, no implica que no vivas en una marcada disidencia sexogenérica, en un sentido u otro. Esa supuesta contraposición entre la “adecuación de género” y la despatologización, simplemente, no funciona. Y suele venir de la idea de que una tiene que adaptar su propia vida, su comodidad, su salud, a un mundo sin género que no existe; que el mundo cambia porque algunas de nosotras, individualmente, y precisamente desde comunidades vulnerables, hagamos nuestra vida y cuerpo a imagen y semejanza de una idea. Eso me parece algo tan peligroso como la exigencia actual de adaptarnos a los términos cisexistas.

En este sentido, creo que Kate Bornstein lo dice perfectamente: «Sé que las modificaciones corporales no son la respuesta. No es la respuesta para todo el mundo. Y no es verdad que haya sólo dos opciones. Sé que [el género] no se define por los genitales. Pero es una cuestión de comodidad personal: hay personas que necesitan esa modificación corporal para vivir sus propias vidas de la mejor forma que puedan. Creo que, si se reconocen distintas formas de expresión de género, habrá menos gente que tenga ciertas necesidades —unas necesidades muy, muy profundas—; y probablemente nunca dejará de haber personas que demanden esos cambios.»

La despatologización implica que no se considere la condición trans como una enfermedad mental. Yo pondría en duda que exista tal cosa como una enfermedad mental, por distintas razones. Pero, al margen de eso, hay unas cuantas cosas que decir.

En primer lugar, los controles médicos son una realidad para la mayoría de la gente. Obviamente, a la hora de llevar un tratamiento es un apoyo que puede ser muy, muy importante, y es algo que hay que valorar en cualquier caso. Pero, en segundo lugar, la falta de reconocimiento de las personas trans tanto en la endocrinología como en la psicología y en la psiquiatría es abrumadora. No es algo que nos pueda sorprender: en las carreras se enseñan ideas profundamente cis (o sea, patologizantes y otrerizantes en general) sobre la condición trans. Muchos “expertos” y “expertas en personas trans” salen de las UIGs (las Unidades de Identidad de Género, antes llamadas Unidades de Trastorno de…), espacios supuestamente construidos para nosotras pero que, en realidad, se hacen contra nosotras, exigiendo que nos adaptemos a estándares sexistas y acumulando reclamaciones y demandas por trato vejatorio y mala praxis.

Y no es sólo una falta de reconocimiento general —algo que afecta de manera directa al acceso a esa atención sanitaria que se nos promete—, sino una falta de conocimiento sobre las posibilidades, los riesgos y los efectos del tratamiento hormonal. Lo normal es que ni siquiera se les pregunte a las personas qué cambios les pueden interesar, ni se les informe de las diferentes posibilidades que tienen. Incluso si te preguntan, ¿te arriesgarías a decir que no quieres los cambios que tienen en la cabeza cuando miran a una persona trans? Dependes de sus prejuicios para que te receten una cosa u otra, una dosis u otra; dependes de que conozcan las opciones y de que sepan hacer su trabajo, porque tienen autoridad sobre ti. En 2020, la Agencia Española del Medicamento publicó el aviso de que el androcur (acetato de ciproterona) tiene riesgos importantes a largo plazo; a muchas nos pasaron a espironolactona y otras opciones menos potentes. Lo que nunca dijeron es que el androcur tiene los mismos efectos y menos riesgos que un tercio de la dosis que suelen recetarnos. Lo que nunca dijeron es que, con dosis apropiadas de ciertos estrógenos por la vía adecuada, es poco probable que haga falta siquiera el androcur, un anti-andrógeno. Desde hace 15 años ni siquiera tenemos opción de estrógenos inyectables en este país. Estamos hablando de algo que, para muchas personas, es una necesidad.

Hay otro debate, hoy más enterrado, sobre la autonomía frente a la medicina y la tutela del Estado. Creo que es importante porque supone preguntas claras y directas sobre el modelo jurídico que tenemos, y sobre políticas concretas. Además, ayuda a poner en cuestión el sistema de propiedad privada y trabajo en el que vivimos actualmente. Creo que hablar del régimen de propiedad de las farmacéuticas y del control de la organización y distribución del trabajo y el producto de trabajo es tan fundamental para todo el mundo como lo es para nosotras. Por desgracia, es una conversación que no vemos a menudo al tratar estos temas.


-Aunque la T, en cierto sentido, abriera fuego en los famosos disturbios de Stonewall hoy existe un sendero hacia la asimilación y la llamada “buena imagen” que tiende a invisibilizarla ¿Cómo combatir esto? Porque también hay personas que no se sienten siempre cómodas como “cis”. Yo, por ejemplo.


-Rosa María García: No tengo claro que algo así exista de manera relevante en la comunidad trans en España, en ningún sentido. No es que no exista un asimilacionismo, obviamente, pero es profundamente minoritario, aunque muchas personas cis lo prefieran por ser una posición cómoda. Aquí hay que mencionar también una brecha generacional muy marcada entre la población trans, mayormente definida por la edad de acceso a las redes sociales y la comunicación digital en general —que permite construir otros debates y otra forma de relacionarse—. Pero actualmente las tendencias radicales de la gran mayoría de las personas trans son incluso un estereotipo en la comunidad. Quienes construyen las narrativas sobre la necesidad de una “disforia” arquetípica y modificaciones corporales concretas no son las personas trans, sino mayormente personas cis.

Creo que la pregunta sobre el binarismo cis/ trans es muy distinta. “Trans” se ha construido como un término que resulta inclusivo para muchas personas, pero también es excluyente de otras. Al hablar sobre el “género asignado al nacer”, dejamos en el aire qué significa “género”, esa palabra tan disputada. Para muchas personas, las categorías de género son “hombre”, “mujer”, “no binarie” y, de forma más amplia, todas las posibilidades que encajan en ellas; y se asignan las tradicionales según los genitales y las expectativas que se ponen sobre los cuerpos sexuados, pero serían totalmente independiente de ellos. En consecuencia, “cis” significaría que una “encaja con su género asignado al nacer”: si una persona nace con pene y es un hombre, es un hombre cis; si una persona nace con vulva y es una mujer, es una mujer cis. Este marco tiene sentido en la medida en que hay que nombrar los supuestos que se han entendido como naturales y que nosotras, como personas expulsadas de esa lógica, rompemos. Si tenemos una palabra para las personas trans pero no para las personas cis, sería como tener una palabra para gays y lesbianas y no tenerla para heteros. Si no tenemos un concepto y una definición mínima, seguimos siendo, simplemente, anormales —en contraposición a “los normales”—.

Pero las cosas no son tan sencillas, claro. Las categorías de género nunca son sólo de género; las categorías de sexo nunca son sólo de sexo. Cuando hablamos del sexo-género, hablamos de una forma de estructurar el mundo y de atribuir expectativas que construyen identidades concretas. El sexo-género es también, entonces, una forma particular de relacionarnos con el mundo y, en consecuencia, con nosotras mismas. La sociedad cis ha intentado constantemente encajarnos en esa manera cerrada y fallida de entender la vida humana, como si hubiera un factor decisivo que nos marcara de forma total y absoluta como hombres y mujeres. Llamativamente, ha habido ocasiones en las que, a la hora de enfrentarse a “no normalidades” sexogenéricas —como las sufragistas que desafiaban los mandatos de la feminidad “virtuosa” en su servilismo hacia los hombres, o los hombres gays en el primer posfranquismo, o en cierto sentido a personas intersexuales—, se ha tendido a separarlas en un “tercer sexo/ género”. La clave está en que los mandatos de la sexuación de los cuerpos, de la identidad generizada y de la “orientación sexual”, por no hablar directamente de los regímenes de racialización y las discapacidades, van de la mano. El binarismo cis/ trans es inagotablemente útil, pero es también muy limitado, y exactamente por las mismas razones.

Trans de Shon Faye. Traducción: Rosa María García

Más información sobre TRANS de Shon Faye. Traducción: Rosa María García

¿POR QUÉ TODO EL MUNDO HABLA DE LO TRANS?

Podría extrañarnos de entrada ese interés sospechosamente repentino por la liberación de una minoría. Y sin embargo el debate, partidista e ignorante, sobre riesgos y supuestos anecdóticos, predomina en los medios. Un debate y una polémica que a menudo pasan por alto el sufrimiento y la dignidad de sus protagonistas. Este libro es el texto definitivo para entender el debate, pero sobre todo para empezar a escuchar a las personas.

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