"El feminismo queer es para todo el mundo" por Gracia Trujillo
El libro de Gracia Trujillo, editado por Catarata, nos acerca de forma clara, documentada y dinámica a los meandros de algo que se está siempre moviendo, algo tan indefinible como “lo queer” desde la crisis del Sida a las actuaciones contra la patologización de la transexualidad y la capacidad del término de actuar como paraguas interseccional de distintas opresiones. No obstante, nos gustaría ser tan optimistas como su ameno, lúcido e inteligente ensayo, aunque ella misma ya apunta aquellos elementos a los que se está enfrentando en la actualidad: lo que se ha llamado, muchas veces desde la ignorancia, “teoría o práctica queer”. En la actualidad nos resulta algo desalentador que se considere algo fagocitado por la academia cuando, al menos en el contexto en el que nos movemos, la propia teoría o el enfoque feminista tiene que entrar a codazos en los programas vigentes. Además, está la mirada paternalista de un sector de la izquierda que considera que la reivindicación de la diferencia y la posibilidad de hablar desde nuestras propias subjetividades limita el objetivo de las “grandes revoluciones”.
Tal vez en esto esté el origen de este hermoso ensayo: la resistencia del feminismo al uso por hacer suyas demandas como los derechos y la visibilidad de las personas transexuales, la lucha contra el racismo o el eurocentrismo, por no hablar del reconocimiento del trabajo sexual. Trujillo nos habla de activismos queer de los noventa en el Estado Español, que fueron, y siguen siendo, sobre todo luchas en la calle, contra el Orgullo Oficial y Mercantilista, que excluía a muchas personas sin recursos, otras visiones desde otras culturas de la diversidad sexual, y la falta de fe en las promesas de algunos políticos. Hoy en día, frente al “Orgullo Oficial” existe el “Orgullo Indignado”, pero si no reconocemos nuestras propias limitaciones corremos el peligro de quedarnos solo en hermosos discursos, que no dejan de tener su valor como punto de partida.
Como decía Paco Vidarte “ni lo queer nació en la academia ni entrará nunca en ella de forma pacífica”, reflexionando sobre un tipo de estudios y programas que han empezado a incorporar con timidez las cuestiones de género. Cuando pasamos por la Universidad, a Genet solo se le conocía por “Las criadas”, Violette Leduc no existía, e incluso Jeannette Winterson sólo era mencionada por las mujeres más lúcidas del plantel profesoral.
Debemos reconocer nuestras limitaciones para poder tejer esas redes de solidaridad, cuyo origen viene, sin duda, del feminismo, y hacer factible una lucha tan compleja y llena de productivas paradojas. Trujillo, en su libro ameno y didáctico, recoge la herencia de aquellas mujeres que desde el feminismo y el compromiso social empezaron a cuestionar los binarismos de género, como Monique Wittig, Rossi Braidotti o aquellas compañeras de lucha con las que, en distintos momentos, ha compartido talleres y debates, como Itziar Ziga, Javier Sáez, Aiztole Araneta o Pablo Pérez Navarro, encontrándose, en ocasiones, con la hostilidad e incomprensión de los algo anquilosados frentes institucionales. Es necesario no solo visibilizar nuestros cuerpos y reclamar nuestros espacios de otra forma sino también darnos cuenta del tiempo y los lugares en los que habitamos para que el poder de lo que ella explica de una forma tan precisa y llena de ejemplos nada desdeñables, no siga siendo algo atacado por la ignorancia y los movimientos en su vertiente más tradicionalista. Ni todos somos de una etnia disidente, ni siempre antiespecistas, y nuestras maneras de ver las luchas sociosexuales están claras ni siquiera dentro de nosotras mismas. El poder transformador de lo queer, su perpetuo estado de cambio, su pedagogía en transformación, puede ser, como indica Trujillo, el camino a seguir.
Quienes en algún momento de nuestra vida fuimos conscientes de los límites que el "régimen heterosexual" nos imponía, y, acto seguido, comprendimos que tanto la pareja nuclear como la familia (en cualquiera de sus variantes) no eran más que dispositivos de dominación de ese régimen, al caer en la cuenta, leyendo a Foucault, de que la "célula familiar", a través de sus dos ejes principales: marido-mujer y padres-hijos, permitía controlar la regulación de la sexualidad, persiguiendo y/o psiquiatrizando las mal llamadas "perversiones", pensamos que la única disidencia posible era tomar distancia frente a las consignas hegemónicas de ese régimen, recreando y reivindicando otras formas de placer que contravinieran la construcción del sexo "normativo", tal y como se nos quería inculcar, e incluyendo en nuestra "transgresión" de la heteronorma la crítica contra las categorías identitarias que constituían la principal causa de exclusión de las personas que cuestionaban su género y/o no encajaban dentro del modelo racial, de clase o estilo de vida propio de la sociedad occidental capitalista que nos había legado el prejuicio colonial. "Pajas y orgías contra las parejillas", "porque no somos medio hombres ni medio mujeres", "rechazamos la idea de tener que juntarnos de dos en dos para lograr lo que es nuestro", se clamaba desde la Radical Gai en los noventa. Ha llovido mucho desde entonces, y el marco de lo "marica" se rompió de golpe para "queerificar" nuestro pensamiento, sobre todo tras comprobar que buena parte del movimiento gay se ha adaptado muy bien a las tradicionales formas heterosexuales de concebir la estructura social.
El afán por defender sentimientos "identitarios" obtura y reprime nuestra capacidad de producir y ampliar deseos sexuales, puesto que señala cuales son las formas de entender y practicar esos deseos dependiendo de las identidades adquiridas, excluyendo a las disidencias que se "desvían" de las categorías construidas y se aferran al enfoque "biologicista" por el que se quiere distribuir al conjunto de "identidades" que han ido abriéndose paso en el marco jurídico reciente. Si algo ha hecho la heterosexualidad como "régimen político" es hacernos creer que siempre estuvo ahí, que todas las formas sociales, en todos los periodos históricos, han sido heterosexuales. Nada más falso. Incluso en la actualidad el género no es una categoría que lo estructure todo en este mundo de la misma forma. Esta es una manera etnocéntrica de pensar, impuesta a partir de la ampliación del modelo de vida occidental "manu militari" durante la expansión colonial y la consiguiente globalización. Hemos interiorizado que la mentalidad y las necesidades de un hombre o mujer blanc@ europe@ o norteamerican@ deben ser un clon de las de aquell@s que viven en los márgenes del mundo, sin proceder a la más mínima empatía cultural, por lo que pensar en términos "queer" es superar estas limitaciones y saber distinguir entre las dos grandes formas de interpretar el género: la que lo configura como un conjunto de conductas que se imponen sobre un cuerpo biológico "natural" (es decir, el cuerpo produce el género), cuya idea, a nuestro entender, no resiste el más mínimo análisis arqueológico y que hereda los principios que marcaron la exclusión étnica y social del Occidente colonialista; y la que entiende el género como productor de los cuerpos, sea via performativa (Butler), tecnológica (Lauretis) o mediante un régimen fármaco-pornográfico (Preciado).
La globlalización (que no es otra cosa que un colonialismo encubierto) ha hecho posible que las personas del llamado "tercer mundo" hablen dos lenguajes sexuales: el propio de su comunidad cultural, anterior a la llegada del hombre blanco, y el del "régimen heterosexual" impuesto por la colonización, siendo el primero invisible al colonizador y restringido a las normas internas de su tradición, y el segundo el que se expresa externamente en su relación con el occidental. Pensar en términos "queer" también es tomar conciencia de esta realidad y asumir una diversidad mucho más amplia que la que aprendimos en nuestro entorno privilegiado. Por ello, hacer una pedagogía de la memoria disidente, como ha hecho Gracia Trujillo, sobre todo en un contexto neoliberal, en el que se legitima la criminalización de la protesta social y se intensifica el sentimiento nacionalista, en el que grandes masas de población ven precarizado su nivel de vida (sobre todo disidentes sexuales, pobres marginalizados, racializados y migrantes), y comprobamos un giro conservador en la cultura, donde vemos una reedición del esencialismo y viejas formas neolocoliales de pensamiento, junto a políticas migratorias restrictivas, persecución del trabajo sexual e involucionismo en temas como el aborto y el género, nos parece valiente y necesario.
Gracia Trujillo
Los debates sobre “lo queer” recuperan su actualidad debido a la oposición, por un lado, de un amplio sector del feminismo y, por otro, de los partidos conservadores.
¿Qué es “lo queer”? ¿Cuáles son sus orígenes y herramientas teóricas? ¿Cuáles son sus discrepancias con un sector del feminismo que lo considera un caballo de Troya dentro del movimiento? En un momento en que estos debates parecían haber pasado, la reacción del llamado sector trans-excluyente y la ultraderecha los han traído de vuelta, alimentando no pocos malentendidos. “Lo queer” no es un producto neoliberal ni las personas queer eligen su sexo/género/identidad así, sin más. Las teorías queer aportan muchas claves para entender de forma más fluida cuestiones relativas a los géneros, las sexualidades, identidades y corporalidades, más allá de los binarismos. Además, tienen en cuenta cómo se entrecruzan el género, la clase, la sexualidad, la edad, la capacidad, la raza, la etnia, el estatus migratorio... cuestiones clave para cuestionar los propios privilegios de blanquitud, clase o ciudadanía, entre otros. Gracia Trujillo reivindica también que las pedagogías queer lleguen al ámbito educativo, que se conozcan y valoren los recorridos activistas, las coaliciones entre la lucha feminista y la de los colectivos LGTBI+ y queer. Recuperar estos pactos, centrarse más en objetivos comunes y menos en identidades, adquiere ahora especial relevancia.