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ALGUNAS PALABRAS SOBRE "EL CUERPO LESBIANO" por MONIQUE WITTIG

 

Monique Wittig


El cuerpo lesbiano surgió de la necesidad de escribir un libro totalmente lesbiano en su temática, vocabulario, textura, de la primera a la última página, desde el título hasta la contratapa.

Al comenzar la tarea me encontré con dos espacios vacíos. El que enfrenta cualquier escritor frente a la página en blanco. Pero también el vacío que representaba la inexistencia de un libro semejante. Nunca pasé por un desafío mayor ¿Lo haría? ¿podría hacerlo? ¿cómo sería el resultado? Mantuve el manuscrito encerrado en un armario por seis meses antes de mostrárselo a mi editor.

No había ningún libro lesbiano hasta entonces, excepto los escritos de Safo. Al menos así lo veía yo en ese momento (todavía no conocía a Djuna Barnes) Comencé entonces a escribir fragmentos sobre este territorio virgen, sólo con Safo en el horizonte. Estos fragmentos se perdían. No funcionaban. Me acuerdo de haber elegido como posibilidad formal partir de la obra de Safo y escribir alrededor suyo. Es decir, usar a Safo como el texto principal y escribir alrededor, en sus márgenes. Después me di cuenta de que otra posibilidad era intercalar los textos de Safo directamente en mi escritura. No funcionó tampoco. Los poemas de Safo estaban demasiado lejos, hablaban de un lugar, de un tiempo, de personas que yo no conocía.

Muy pocos versos quedaron de una de las mejores poetas de todos los tiempos. El fragmento más largo que tenemos ha sido imitado como un modelo de lírica, por ejemplo, por Louise Labé, un poeta del siglo 16, y por Boileau, un poeta del siglo 17, autor de un Arte poética. Safo se las ingenió para expresar la pasión con economía de recursos pero logrando una extrema potencia. “Te veo, y me vuelvo verde como el pasto” evoca, por ejemplo, el papel del hígado y la bilis en la pasión carnal, o también la reacción de los órganos al punto de casi morir bajo la violencia de la pasión. La mayoría de los fragmentos sáficos constan de uno o dos versos, algunas veces de sólo dos palabras. En ninguno de estos poemas podemos imaginar que existía opresión de los hombres hacia las mujeres. Más tarde Safo fue comparada con Platón, y su escuela en Lesbos fue comparada con la escuela socrática. Pero nos dejó en el misterio. Ella es un enigma. Si me extendí sobre la obra de Safo es porque la idea de pensarla como EL TEXTO, la Biblia, le livre, y escribir a su alrededor, es una idea recurrente para mí. Pero nunca funciona.

Siempre me quedo con el espacio en blanco de la página, un espacio que llamo el taller literario. Nunca será suficiente insistir en este espacio, que para cualquier escritor puede convertirse en un abismo, un abismo del que nos arriesgamos a no salir. Encontrar una nueva forma, escribir lo que no se atrevía a decir su nombre, forzarme a hacerlo, ese fue el dilema con el que me enfrenté. Así que la violencia estaba doblemente presente en la tarea. Es necesario hablar de la violencia a la hora de escribir porque siempre es el caso con una forma nueva: amenaza y violenta la forma anterior. Lo haces con palabras, con palabras que se cargan a través de la obra de nuevas formas y nuevos sentidos. Lo haces con palabras que tienen que conmocionar a los lectores. Si a los lectores no les llega el shock, entonces el trabajo no está terminado. Esto es verdad para cualquier obra literaria. Entonces desde el comienzo está la violencia hacia el lector. Un buen lector puede estallar en el proceso. (Así me sentí cuando estaba en la calle leyendo por primera vez Tropismos de Nathalie Sarraute. Después de eso, la escritura y la lectura nunca fueron lo mismo) La segunda clase de violencia de la que debía hablar en ese libro todavía inexistente era la violencia de la pasión. La pasión que no se atreve a decir su nombre –la pasión lesbiana. Ahora debería decir, para aclarar por qué mi libro tenía que ser tan críptico y realista en su expresión, que el amor lesbiano en la literatura existía pero como un tipo de amor suave, diluido, con su máximo exponente en la escritora Colette. La asociación de dos seres victimizadas por los hombres, intentando encontrar juntas algún tipo de consuelo. Siempre dos pobres mujeres que debían ayudarse mutuamente –por compasión– a alcanzar el pico de la pasión –el orgasmo– tal como una hermana de caridad ayudaría a un hombre desfalleciente. La literatura sobre lesbianas empezó con Baudelaire, quien inventó el término. Su libro Las flores del mal iba a llamarse en un principio Las lesbianas. Más tarde Verlaine escribió Paralelamente. Fue un momento de éxito para el lesbianismo como paradigma literario, en aquel entonces en que los hombres gays escondían su homosexualidad bajo la máscara lésbica. No es que desee culparlos ¿dónde estaría yo sin ellos? Cuando tenía quince años me dijeron todo lo que necesitaba saber. Así que volvamos a mi taller literario, donde me encuentro con fuego entre los dientes y sin nada todavía más que la página en blanco. De repente me sorprende la risa (se puede reír en medio de la angustia) Dos palabras aparecieron: cuerpo lesbiano ¿Pueden darse cuenta de lo irónico que resultaba? Así es como el libro comenzó a existir: desde la ironía. Cuerpo, una palabra que en francés es masculina, con el calificativo lesbiano modulando y desestabilizando su significado habitual. Me parece bien remarcar la idea de que el escritor trabaja palabra por palabra, cada palabra en su materialidad y su significado.

Desde estas dos palabras “cuerpo lesbiano” el libro emergió. No entero, sino pieza por pieza, tal como uno describiría una armadura. Primero el casco, luego la espalda, luego el pecho. Así era mi “cuerpo lesbiano”, una paradoja pero no tanto, una broma pero no tanto, una imposibilidad pero no tanto. De todas maneras, gracias a estas dos palabras, cualquier cosa que dijera se iba a transformar. Toda la ficción de El cuerpo lesbiano se desprende de un rígido vocabulario anatómico. Me formé de un set preciso de palabras con las cuales hablar del cuerpo sin metáforas, manteniéndome en un nivel pragmático sin sentimentalidad o romanticismo. Esto se ajustaba a mi idea de que los lectores debían estar familiarizados previamente con las palabras que usara el escritor. Podía entonces comenzar a escribir en mi página en blanco. El vocabulario anatómico era la base primaria de la construcción. Lo tenía perforando el libro, exhibiendo así su instrumentalidad. Desde este estricto vocabulario podía lesbianizar el mapa entero del amor tal como se conocía (mi modelo era En busca del tiempo perdido de Proust)

Capa tras capa pude sumar referencias múltiples al amor físico, y mezclar todo para crear lo que llamé la pasión lesbiana. Este vocabulario anatómico es frío y distante; lo usé como herramienta para fracturar las zonas del texto dedicadas al amor. Sentí la necesidad de la violencia textual como metáfora para expresar la pasión de la carne. Robé otros textos e incorporé referencias a Ovidio (La metamorfosis), Du Bellay, Genet, Baudelaire, Lautréamont, Raymond Roussel, Nathalie Sarraute, el Nuevo Testamento, varios poemas homéricos. Podía usarlos con la condición de que remitieran a la violencia en la mente de los lectores.

Estos textos fueron funcionales a la tensión que busqué entre un “tú” y un “yo”, los protagonistas del libro. Todo el proyecto es una descripción impasible de la pasión lésbica; intenté dejar atrás a Baudelaire, a Verlaine, a Lautréamont. ¿Qué es el éxtasis total entre dos amantes sino una muerte exquisita? Un acto violento (aquí en palabras) que sólo puede ser redimido por una inmediata resurrección. Los grandes amantes de la cultura heterosexual (Don Juan, Otelo, y hasta el dulce Orfeo) son el primero un violador, el segundo un asesino y el tercero un descerebrado. Ahora, por el contrario, cuando los amantes de El cuerpo lesbiano matan, resucitan. Así ilustré la sentencia poética de la Biblia que dice que el amor es más fuerte que la muerte. De alguna manera nos mantenemos todavía en el nivel de la ironía.

También quería hablar del amor lesbiano desde un punto de vista carnal, donde los sentimientos, el abandono, las lágrimas, todos estos signos sociales pudieran anexarse sólo desde el punto de vista físico, un momentáneo punto de vista. Acá no hay parejas para siempre o el amor que asegura al lector un “para siempre felices”. Sólo describo un momento, un estado del ser que le podría suceder a cualquiera y que no está destinado a durar. No son las bases para un modo de vida. No tiene nada que ver con la vida social, ya que los poemas no son representaciones de la vida real.

 Y cuando se dan las coincidencias entre ambos, el texto de la vida y el texto del libro, sólo puede tratarse de un relámpago inexplicable, como esos versos de Rimbaud que todavía me obsesionan: “Au bois il y a un oiseau/ Son chant vous arrête ety vous fait rougir” “En el bosque hay un pájaro/ Su canto te detiene y te sonroja” Tal como dije en mi libro La mente hétero, los pronombres personales son parte de la cuestión acerca del sujeto. Algunas veces considero a El cuerpo lesbiano como el reverso de aquel análisis tan bello de los pronombres je y tu del lingüista Émile Benveniste. La barra en mi j/e es un signo de exceso. Un exceso del “yo”, un “yo” exaltado en la pasión lésbica, un “yo” tan poderoso que puede atacar el orden heterosexual de los textos y lesbianizar a los héroes del amor, lesbianizar los símbolos, lesbianizar a dioses y diosas, lesbianizar a Cristo, lesbianizar a los hombres y a las mujeres.

Este “yo” y este “tú” son intercambiables. No hay jerarquía entre un “yo” y un “tú” que son lo mismo. También ese “yo” y ese “tú” son múltiples. Podría ser el caso de que en cada fragmento fueran diferentes protagonistas. Como en Las guerrilleras, usé en El cuerpo lesbiano una técnica de montaje (de edición) que lo asemeja a un film. Todos los fragmentos fueron dispersos por el suelo y organizados. El libro se construyó de acuerdo a este principio. La organización final produjo una asimetría simétrica. Quiero decir que cada fragmento se duplicó en otro, de forma y sentido apenas diferente. El libro entonces tomó forma en dos partes. Se abre y se cierra sobre sí mismo. Puede compararse a una cáscara de nuez, a una almeja, a una vulva.


Este texto fue traducido del inglés para Baruyeras por Paula Torricella (“Some Remarks on The lesbian body” en On Monique Wittig. Theoretical, Political and Literary Essays California, University of Illinois Press, 2005) Según Namascar Shaktini, editora del libro, Wittig escribió estas reflexiones entre 1997 y 2001. Es decir, casi 30 años después de que fuera publicado Le corps lesbien (1973) y unos pocos años antes de su muerte (2003)

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