Begoña Núñez Biurrun. Bollera del 77, transfeminista y educadora social. Licenciada en Comunicación audiovisual. Cofundadora junto a amigas de La Grieta feminista, asociación para la investigación, formación e intervención en las violencias de género. Le interesa todo lo que tienen que ver con las violencias de género, lo bollero, la creatividad trangresora de las estrategias de supervivencia y resistencia de lxs rarxs, y la construcción mutua entre identidad y ficción
¿Bollera o lesbiana? ¿Qué prefieres y por
qué? (Si hay un porqué).
¡Bollera
siempre! Lo prefiero porque para mí tiene que ver con un posicionamiento
político y activista, autodenominarme bollera es un acto de reapropiación del
insulto y una reivindicación de la diferencia y la disidencia, todo lo
contrario de eslóganes como -ames a quien ames- o cosas parecidas: no, no da
igual a quien ames, con quién te acuestes, qué vida decidas llevar. Estoy de
acuerdo cuando Gloria (Fortún) expresa en El
relato bollero que ella usa lesbiana
porque le parece una palabra que está desapareciendo y tenemos que defenderla
de la extinción, pero la mía es bollera.
En este libro reúnes a tres mujeres
bolleras, nacidas en el 77, a las que les haces una serie de preguntas. ¿Por
qué la elección de estas tres mujeres? ¿Qué relato nos quieres contar a través
de estas preguntas?
Las
elegí porque son mis amigas, amigas con las que he crecido como bollera y con
las que he compartido ese crecimiento, distinto para cada una pero con cosas
compartidas muy importantes. Cada una se nombra y entiende de una manera
diferente, cada una ha tenido unos hitos vitales, una forma de construirse en
torno a esta identidad, unos referentes, unas vivencias. Pero todas compartimos
ese crecimiento “a la contra” en un mundo que no nos reconoce, que nos señala y
nos marca como diferentes y peores, niñas y mujeres en cuestionamiento
permanente. El relato bollero que quería contar es cómo, a pesar de esa miseria
referencial y ese machaque sistemático, hemos sido capaces de construir una
diversidad de subjetividades bolleras fuertes, potentes, libres, a través de
estrategias de resistencia y creatividad que transforman nuestra vida y el
mundo.
Este
relato bollero está delimitado por marcas generacionales y, en cierta forma,
también geográficas. ¿Crees que es lo mismo ser bollera en Madrid que en un
pueblo de Euskadi, Burgos o Andalucía? ¿De qué manera nos condicionan todas
estas marcas en nuestras vidas?
Sin
duda, no es lo mismo. En el libro utilizo una cita de Suárez Briones que me
gusta mucho: ella se pregunta si todas las mujeres somos del mismo género y se
responde que no: la sexualidad hace género. También la clase, la geografía, la
cultura, el cuerpo, la racialización, la edad, hacen género, y son marcas que
condicionan nuestra vida no por apartados o cajitas, sino a todos los niveles a
la vez.
A muchas bolleras de nuestra generación
nos robaron los primeros amores adolescentes; quizás algunes ni siquiera
pudimos ponerles nombre y los confundimos con amistad. ¿Cómo se llena la
ausencia de esa huella en nuestra vida?
Un par
de amigas en el libro hablan de esa sustracción, ese robo de la ternura, como
lo nombra Fortún. Es una experiencia dura que creo que afecta a toda nuestra
vida y a nuestra manera de entendernos en el mundo. Sin embargo, y esto lo digo
desde lo más absolutamente personal, luego la compensamos con creces: creo que
de alguna manera esa censura y autocensura obligatoria que vivimos de peques y
adolescentes hace que sepamos valorar el amor y la amistad a lo grande y como
se merecen, hace que conozcamos la soledad, la autodefensa y el elegirnos a
nosotras mismas pese a quien pese. Por eso cuando leo a Lidia García explicando
que la silenciosa niña bollera que fue ni se barruntaba que tendría la
oportunidad de vivir un gran desamor, no puedo sentirme más en sintonía: lo que
está diciendo es doloroso, pero a la vez, agradecido, sabio y vital.
En uno de los capítulos de tu libro hablas
de la adolescencia. Como dice Gloria Fortún, hay personas que tienen que luchar
por cosas que la gente ni imagina que son batallas. Desde el inicio de los
tiempos hasta los años 90 (o más), las bolleras y personas queer no hemos
tenido referentes. Y, en caso de que los hubiese, siempre era la bollera
pérfida, la muerta, o ambas cosas a la vez. Nos querían convencer de que la
heterosexualidad era el único camino a seguir. ¿Se le sigue haciendo bola el
bollo al patriarcado?
Por
supuesto que sí, ¡y ese es nuestro superpoder! Esto se ve muy bien,
precisamente, en Superbollo, vuestro
cómic: al patriarcado siempre se le va a hacer bola el bollo, ¡y menos mal!
Ahora hay muchos más referentes y diversidad en los mismos, y sobre todo, hay
muchas más historias, personajes, relatos que nos reconocen y nos visibilizan.
Sin embargo, se ve muy bien quién los escribe y desde dónde: cuándo se mete un
personaje queer para contarnos por millonésima vez una salida del armario o
cómo se siente la prota hetero respecto a su amiga lesbiana, por ejemplo, y
cuándo hay una historia ahí que no pretende hacerte creer que la vida de una
persona queer es la misma que la de una hetero pero acostándose con X. El otro
día en la presentación del libro en la Mary
Read (librería LGBTIQ+ referente en Madrid) se comentó cómo sigue
existiendo esa miseria referencial para nuestra generación, cómo seguimos sin
ver gente de nuestra edad o más en ninguna ficción, noticia o relato familiar,
cómo seguimos sin ver bolleras mayores de 40, abuelas lesbianas, una idea de
cómo podrá ser tu vida después… nada. Lo bueno de eso es que podemos
inventárnosla, como hemos venido haciendo hasta ahora.
A lo largo de la historia, las personas
queer hemos tenido que desarrollar lenguajes secretos o códigos para poder
comunicarnos de manera segura y proteger nuestra identidad. ¿Crees que, en la
actualidad, aún existe esa necesidad de códigos secretos, o la visibilidad y la
aceptación han transformado esta forma de comunicación?
Creo
que ha habido una transformación enorme, sin duda, no tiene nada que ver lo que
vivimos nosotras con 15 o con 30 años, y lo que se vive ahora. Pero sigue
habiendo la necesidad de códigos, más que secretos, compartidos solo entre
nosotras: porque la gente hetero sigue sin ver lo importante, creo que lo que
han entendido (algunxs) es que tenemos derechos y somos “como todo el mundo”
pero no que hay otras formas de querer, de hacer redes, de priorizarlas por
encima de la pareja nuclear, de vivir y de estar en el mundo. Que no queremos
ser como ellxs.
En el
libro exploro esta necesidad de códigos y lenguajes secretos a través de los
diarios y cómo las niñas y adolescentes lesbianas utilizaban esta forma de
ocultar y mostrar a la vez, con cambios de letras y géneros, idiomas
inventados, etc. para poder contarse a sí mismas lo que estaban viviendo sin
ser descubiertas por quienes cuestionaban esto mismo, su propia familia, sus
amigas, el mundo en general. Me interesa mucho esta idea de que los diarios
bolleros adolescentes ocultan tanto como muestran y son una forma de buscarse y
a la vez no querer encontrarse y, sobre todo, no querer ser encontradas.
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Regalito que todes les que tenemos libro desearíamos tener ¡Ahí lo dejo! |
Para
acabar, cuéntanos tu relato bollero:
● Un referente de cuando eras pequeña, bollo o pseudo bollo o novia imaginaria que te acompañara
Más que novia imaginaria era una especie
de reflejo o posibilidad de existir: recuerdo mucho a Calamity Jane, un personaje de Lucky
Lucke que salía en una sola historia, y que a mí me apasionaba, porque
demostraba que podías ser vaquera, chulita, independiente y con caballo, y no
tenías porqué ser como todas las demás mujeres, que se limitaban a tomar el té
en sus casas y lavar la ropa de sus maridos. Todo el mundo la criticaba y se
reía de ella, ella intentaba encajar, pero a mitad del cómic decía-pero
esto ¿qué?- y pasaba de todos y todo y se dedicaba a ser quien era. Mi tío
Ramón, que murió hace unos meses, me regaló esta historia, en la dedicatoria me
puso -Para mi Calamity Jane-, lo que en su momento fue un reconocimiento súper
importante para mí, como si me vieran y me dijeran que así estaba todo bien.
También Alaska en la portada de No es
pecado (mi primer vinilo), Gloria Fuertes con su voz y su corbata, una
chica en la serie Degrassi High School
cuya vida no giraba en torno a cómo era percibida o gustada por los chicos,
cualquier atisbo era agua en el desierto. Ya de mayor, mis referentes bolleros
y feministas: Audre Lorde y Virginie Despentes.
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Olvido Gara. Cuando nos hizo creer que no era conservadora |
●
El
sitio de ambiente que te salvó. No era un sitio de ambiente,
pero cuando yo era joven veinteañera encontramos un lugar en Argüelles (un
barrio de derechas en el que muchas vivimos agresiones homófobas de skins y
pijos) que nos salvó mucho a todas, se llamaba MAD y ahí podíamos escuchar
Hole, PJ Harvey, Rage against the machine, podíamos bailar y gritar sin que nos
molestaran los tíos, podíamos pasarlo bien siendo un grupo de chicas a nuestra
bola y nos dejaban en paz. Recuerdo también el Gris, en Chueca, donde mi mejor
amiga, hetero, y yo, podíamos ser felices a la vez, porque era medio siniestro,
como mi amiga, y a la vez medio queer, lo recuerdo como un oasis que nos
permitía ese “entremedias” tan imposible de encontrar entonces.
●
Una
canción, cantante o grupo. PJ Harvey fue una diosa para mí, la
primera vez que escuché el “4-track demos” me quedé en un estado de shock que
me duró el resto de su carrera, aunque luego se haya ido convirtiendo en una
señora más aburrida, para mí seguirá siendo una punki desgarrada y desatada,
una mujer que, sin serlo, para mí era bollera y punto. Cualquier mujer fuerte,
punki, arrogante y arrasadoramente sexi se convierte en bollera en mi mente de
manera automática. ¿Bollera música referente? Tracy Chapman.
●
Un libro. Cuando
era adolescente había un libro, “Canciones para una armónica”, de Barbara
Wersba, que me marcó muchísimo. Era del Círculo de lectores y tenía una
protagonista completamente bollera en todo, menos en que en el libro se
empeñaban en que se enamorara de un profesor de inglés. ¡Pero no podía ser más
bollera! Era una tipa con muchísima personalidad, pelo corto, pantalones
anchos, chupa de cuero o militar, resistente a su madre y sus deseos de que sea
una “señorita”, que iba por ahí tocando la armónica por la calle y
enfrentándose a todos y todo, con una amiga maravillosa que la quería
incondicionalmente, con una forma de estar en el mundo completamente singular,
a su bola, libre y feliz. Cuando lo pienso ahora es cuando me doy cuenta de lo
absolutamente bollera que era, en su momento simplemente me apasionaba ese
personaje y esa historia sin saber por qué. Y he buscado a la autora ahora, al
responder a esta pregunta, y me encuentro con la foto de una mujer que es
como….¡pero esto qué es! Una Greta Garbo en Cristina de Suecia total.