Itziar Ziga |
Una vez pegó a un nazi, lo sabía por mi amiga Itxaso, su orgullosa nieta. Y hace unos meses, tuve la inmensa suerte de que me lo contara ella, desde sus 96 espléndidos años. Su hostia al nazi y otras portentosas historias. Recorrió el mundo con Maitea, el primer grupo coral de mujeres que cantó en euskera. Vestidas cual vestales de Balenciaga, en pleno franquismo. Debía ser 1940 y, una tarde de verano, Dori Gracia caminaba por su Donosti natal. Asfixiadas: ella, la ciudad, el país. En la calle Okendo, divisó a un alemán borracho. Uno de aquellos nazis a los que Franco trajo de recreo. De los que bailaron frenéticamente jotas en sanfermines, mientras colgaban esvásticas en la Estafeta. Ella intuyó sus violadoras intenciones, no había nadie más en la calle. Y continuó caminando, hasta meterle una hostia que le permitió escapar. ¡Brava!
Una vez más me maravilló que la intuición siempre nos avisa: solo tenemos que escucharla. Y jamás culpabilizarnos si no le hicimos caso, o si no tuvimos opción. Mil veces he recordado cómo aquel desconocido que entró tras de mí al portal de mi amona cuando yo tenía quince años, me había dado mala espina. Reconocer esa punzada en el estómago y recordar que la sentí, me ha hecho más fuerte para no dejarme destruir en este mundo. Aunque aquella tarde de domingo de agosto me atraparan en el ascensor, del que logró salir no solo mi cuerpo.
Para que las mujeres traguemos con la superioridad masculina, nos socializan haciéndonos desconectar de nosotras mismas. Así externalizaremos el centro de nuestra existencia hacia la mirada, bajo la amenaza y por el cuidado de los hombres. Así funciona el patriarcado y es terrible: a las mujeres, nos desintegra por dentro. Pero llevamos toda la vida recomponiéndonos. Compartiendo nuestras historias de violencia y superación, rompiendo el opresivo silencio patriarcal. Y nos venimos arriba escuchando que, siempre, hubo mujeres que se libraron de un asaltante. Todas nosotras de varios, si lo pensamos. Aunque otros, lograran cazarnos. Y que alguna, llamada Dori, incluso pegó a un nazi.