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| Itziar Ziga |
Hace quizás trece años en Barcelona, escuché a Judith Butler explicar emocionada cómo los prisioneros de Guantánamo, a quienes se negaba todo, incluso papel y boli, sobrevivían por dentro grabando su alma sobre lo único que tenían, los vasos de cartón. Nacida en Ohio en 1956, de ascendencia judía, esta filósofa lleva desde el 11S centrada en las encrucijadas de la democracia y en la injusticia internacional. Es muy crítica con el estado de Israel. Hace unas semanas fue a Sao Paulo y a poco no le dejan hablar. Algo así como el foro de la familia de Brasil recogió 320.000 firmas para que cancelaran su conferencia y se manifestó hostilmente frente al centro cultural donde logró darla. Incluso una fanática cristiana le golpeó ya en el aeropuerto, de vuelta a casa.
No son los posicionamientos políticos de la Butler los que han encolerizado al facherío brasileiro, sino los sexuales, que ocuparon su trabajo en el milenio anterior. Claro que el sexo, también es política. Ya lo decía el arzobispo de Valencia, “la ideología más insidiosa y destructora de la historia de la humanidad es la ideología de género”. Y tiene razón: las feministas, los maricones y toda clase de parias sexuales hemos puesto su mundo del revés porque en su mundo, simplemente, no éramos posibles. Judith Butler no hace más que llevar hasta sus últimas y libertadoras consecuencias el sortilegio que lanzó Simone de Beauvoir en 1949: una mujer, y un hombre, no nace, llega a serlo. O a no serlo, porque nadie elige libremente no tener opciones. Si las identidades sexuales son construidas, podemos cambiarlas. Y es lo que hemos hecho.
La filósofa respondió, gloriosa. "El mundo que los conservadores quieren destruir, el mundo gay y lésbico, el mundo trans, el mundo feminista, ya es muy poderoso. Ellos no tienen ninguna posibilidad de destruirlo. Este mundo está siendo cada vez más aceptado y, mientras más se acepta, más se enfurecen ellos. Tenemos la alegría y la libertad de nuestro lado y por eso, al final, venceremos.”