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"Todo agua. El Vomitorium, de Diana J. Torres" por Catia Faria

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En su último libro Vomitorium, en particular, en el segundo capítulo titulado “Comer, comer, comer”, le autodenominade activista pornoterrorista Diana J. Torres expone su posición sobre el veganismo y, en general, sobre el movimiento antiespecista. Quisiéramos pensar que se tratara de un enfoque crítico y revolucionario que indagara, en su estilo, desde las entrañas, sobre la política de lo que comemos. Así Diana nos ha acostumbrado al tratar otras cuestiones relevantes y políticamente desatendidas. Sin embargo, nos encontramos con una repetición aburrida del status quo especista, empaquetado en cuñadismo argumental. Y aunque, al final, el libro en lo que toca a este tema no sea más que una mera extensión de su ya conocido “Manifiesto Carnívoro”, nos ha dejado a muches (ingenuamente) perplejas.
Más allá del ruido de fondo, el punto de Diana es el siguiente: el veganismo (en realidad, se refiere al antiespecismo), dicen, es el rechazo a toda forma de explotación y sufrimiento hacia los animales. Pero, los seres humanos también son animales. Dado que la dieta vegana conlleva, en su producción, la explotación y el sufrimiento de seres humanos, entonces ser vegane nos conduce a una “paradoja”: implica, a la vez, explotar animales (humanos) y no explotar animales (no humanos). Así, ser vegane está tan justificado como su contrario y políticamente ninguna opción es preferible a la otra.
El rechazo a toda forma de explotación
Cualquier persona genuinamente interesada en el veganismo y las razones que lo soportan sabe que el antiespecismo es una posición ético-política que consiste, en parte, en rechazar los daños que sufren los animales no humanos bajo explotación humana por razón de su especie. Sabe también que, en la práctica, el veganismo consiste en actuar de modo a tener el mínimo impacto posible en la causa de tales daños, por ejemplo, absteniéndonos directamente de dañar a les demás animales (por ejemplo, no matando a un pollo con nuestras propias manos) y no colaborando mediante actos de consumo en la industria que lo genera (ya sea alimentaria, de vestimenta, entretenimiento u otra). Cualquier persona ya no particularmente interesada en el antiespecismo sino simplemente preocupada por el impacto de su conducta en el mundo, sabe que en un contexto de injusticias estructurales, cualquier fórmula absoluta resulta impracticable y que “el todo o nada” es, en realidad, un falso dilema que omite de forma deliberada alternativas legítimas a la dicotomía “todo” vs “nada”. La alternativa – la única a la vez practicable y éticamente justificada – es actuar intentando causar el menor daño posible.
Esto es algo de lo que les veganes somos completamente conscientes. Sabemos que por mucho que nos abstengamos de participar en la máquina de la explotación animal, siempre habrá algún daño que no podremos evitar (al menos, actualmente), no sólo a seres humanos (como apunta Diana) sino también a no humanos. Pensemos, por ejemplo, en todos aquellos animales no humanos que mueren a causa de la labranza de los campos para cultivo de vegetales. Sin embargo, ésta no es una razón en contra del veganismo, sino justamente una razón a su favor. Siendo veganes contribuimos a disminuir una gran cantidad de explotación, muerte y sufrimiento en el mundo, aunque, resulta evidente, no podamos eliminar toda la explotación, muerte y sufrimiento que existe. El hecho de que, pudiendo hacerlo, optemos por no causar una gran cantidad de sufrimiento y muerte innecesaria, es la razón por la que el veganismo es una opción ética y políticamente preferible a su contraria. Es decir, es preferible a elegir causar muerte y sufrimiento fácilmente evitable a otros individuos cuando podemos no hacerlo y sin costes importantes para nosotres (vuelvo al punto de los costes más abajo).
Los seres humanos también son animales
Que los seres humanos también son animales no sólo no ha sido, al contrario de lo que afirma Diana, “pasado por alto por el movimiento vegano”, sino que es uno de sus eslóganes más apreciados. El objetivo del eslogan es justamente diluir la línea moral que busca distinguir a los seres humanos —cuyos intereses en vivir y en no sufrir consideramos, en general, que deben ser respetados— de los animales no humanos —cuyos intereses, o bien no importan en absoluto o siempre importan menos que intereses humanos (incluso los más triviales como disfrutar de un determinado sabor). El eslogan denuncia, pues, que la diferencia de consideración y trato entre humanos y no humanos está injustificada, basándose en la “animalidad” de estos. Esto es porque, en sentido estricto, ambos grupos (humanos y no humanos) son animales desde un punto de vista taxonómico.
Hay dos sentidos en los que Diana busca recuperar este eslogan a favor de su argumento. En el primer sentido, pretende decir que los seres humanos están siendo desconsiderados en sus intereses por les veganes, pero que al igual que los demás animales, también deberían ser tenidos en cuenta por el antiespecismo (o “veganismo”, que usa indistintamente). Sin embargo, a lo que nos obliga el antiespecismo es a considerar de forma igual intereses iguales, independientemente de la especie de los individuos de cuyos intereses se traten. Por tanto, lo que hay que juzgar para saber si estamos desatendiendo injustificadamente intereses humanos es saber en qué medida en las mismas circunstancias estamos tratando mejor a animales no humanos que a animales humanos. Pero parece claro que una vez hagamos el ejercicio, el cálculo deja mucho peor parados a los animales no humanos en comparación con los animales humanos. La explotación de seres humanos, sobre todo de aquellos que se encuentran en peor situación, es algo a lo que debemos oponernos sin matices. Sin embargo, los daños a seres humanos que conlleva la producción de vegetales palidece frente a las muertes masivas y al sufrimiento atroz causados cada año por el consumo de animales no humanos. Muestra de ello son las cifras: 160.000.000.000 de muertes al año, sin contar con los animales acuáticos. Ser antiespecista implica renunciar a participar de esta muerte y sufrimiento, tal y como lo haríamos si se trataran de seres humanos en circunstancias similares.
Resulta evidente también que el sentido en el que los seres humanos son dañados bajo explotación laboral es cualitativamente distinto al sentido en que los animales no humanos son dañados bajo explotación humana, por ejemplo, al ser confinados en una jaula de gestación o aniquilados en un matadero. Además, si de verdad nos preocupan los intereses humanos, deberían preocuparnos las condiciones laborales a las que se enfrentan les trabajadores de toda la industria agroalimentaria y no sólo en las plantaciones de vegetales. Concretamente, en las granjas, en los mataderos, etc. —como, de hecho, lo vienen señalando les activistas antiespecistas con enfoque interseccional. Por fin, y denunciando una cierta falta de honestidad argumentativa por parte de Diana, toca reconocer que los daños causados a seres humanos por una dieta vegana son, evidentemente, daños de los que también participan todes aquelles que llevan una dieta omnívora. ¿O es que les omnívores no consumen vegetales? Con el añadido de que les omnívores, además, contribuyen a la muerte y al sufrimiento causado a no humanos. La conclusión es, pues, que no hay ningún sentido verdaderamente antiespecista en el que, rechazando la explotación de otros individuos (humanos o no humanos), una dieta omnívora pueda ser preferible a una dieta vegana.
El segundo significado que Diana atribuye al eslogan es que los seres humanos son animales en un sentido de ‘depredadores’. Aceptar nuestra animalidad conllevaría, así, aceptar que nos comportemos, al igual que los animales de otras especies, de forma depredadora, es decir, matando a otros animales para alimentarnos. Esto no funciona. En primer lugar, si el comportamiento de los demás animales justifica prácticas similares en seres humanos, aceptemos también la copulación forzada (lo hacen los patos) o la violación en grupo (lo hacen los delfines). No lo aceptamos, evidentemente, porque somos conscientes que aunque todos seamos animales, hay una diferencia relevante que consiste en que unos (los no humanos) no pueden elegir causar más o menos daño a les demás, y otros (la mayoría de seres humanos) sí puede hacerlo.
En cualquier caso, apelar a lo que ocurre de forma natural, ya sea como resultado de la evolución (como lo hace Diana cuando apunta, en otro momento, a las ventajas evolutivas del consumo de carne para la supervivencia de la especie humana) o como producto del “instinto”, no determina que una práctica sea más o menos aceptable. Que algo sea resultado de un proceso natural es una mera descripción de un fenómeno, completamente irrelevante para determinar si su existencia es buena o mala o si debe guiar nuestra conducta. La evolución no es el resultado de un diseño cuyo fin es producir lo que es mejor para los individuos. De hecho, no ha sido diseñada en absoluto. Por el contrario, procede seleccionando lo que es más adaptativo para lograr la transmisión de genes de generación en generación. Por ejemplo, la agresividad y la competitividad de una parte de los Homo sapiens han conferido probablemente a la especie humana una ventaja evolutiva en relación a otras especies, sin que ello justifique a día de hoy preservar esos rasgos. De hecho, consideramos que tales rasgos, en la medida en que causan daño a otros seres humanos (sobre todo a quienes no son cisvarones) deben ser combatidos más que promovidos.
Pero lo mismo ocurre en el caso de los animales no humanos. Es decir, del hecho que nuestra supervivencia haya podido depender en un momento dado de causar graves daños a otros individuos (humanos y no humanos), no justifica que hoy sigamos perpetuando tales daños de forma absolutamente innecesaria. Y lo mismo se aplica al “instinto”. Si el instinto no sirve para justificar prácticas claramente dañinas (agresiones, violaciones) cuando estas afectan a seres humanos tampoco puede servirlo cuando los afectados son no humanos. Afirmar lo contrario tiene un nombre y se llama especismo.  Asumir nuestra animalidad (si eso significa algo) significa justamente asumir que nuestros intereses en vivir y en no sufrir no cuentan más que intereses similares en vivir y en no sufrir de los animales de otras especies.
Los daños de la dieta vegana
Dile a alguien que eres vegane e inmediatamente se volverá experte en nutrición. Así dice el meme y Diana no es una excepción. Cuando empecé a leer esta sección del libro consideré la posibilidad de que Diana estuviera llevando a cabo un experimento social de algún tipo. Por ejemplo, usando argumentos débiles y monitorizando la adhesión a los mismos para luego denunciar las falacias de apelación a la autoridad en los espacios transfeministas y su aceptación acrítica (tal ha sido la dimensión del espanto).
Asumiendo que habla en serio, Diana está preocupada con la supuesta pobreza nutritiva de la dieta vegana y con la falta de información explícita sobre las insuficiencias de B12 en una dieta de origen exclusivamente vegetal en los espacios sociales del rollo (aka okupas). De algún modo oscuro, a su entender, esto constituye razón suficiente para dejar de “imponer” el feminismo, digo, el veganismo, en los espacios sociales y ofrecer “opciones” que incluyan productos de origen animal. Supongo que se refiere a menús que incluyan carne, huevos, o leche, todos ellos productos tremendamente saludables y capaces de suplir en una sola porción todas las necesidades nutricionales de un organismo humano, tal y como lo han informado distintas organizaciones mundiales de salud (¿o habrá sido al revés?). Este llamamiento a la responsabilidad de les okupas con la salud humana me resulta inesperado. Pero, si cuaja, sugiero, entonces, que en los menús omnívoros que vengan a sustituir a los veganos se informe también de las insuficiencias nutricionales en cuestión, del impacto del consumo de animales para la salud humana y, ya puestas, del impacto para la salud e integridad física de los animales no humanos afectados, al mejor estilo gráfico de paquete de tabaco.
Pero, en realidad, toda esta preocupación nutricional está infundada. Sabemos que una dieta libre de productos de origen animal, adecuadamente planificada es perfectamente saludable en todas las etapas del ciclo vital humano. Esta información es de fácil acceso. Tampoco el intento de asociar el veganismo con colonialismo funciona, más allá del poder retórico sobre les menos informades. Prueba de ello es la extensa producción existente desde perspectivas antiespecistas negras, indígenas y decoloniales que han sido simplemente ignoradas en el análisis de Diana. Dado el punto de su crítica, resulta, como mínimo, sorprendente que el trabajo de documentación que ha llevado a cabo ejemplifique justamente lo que acusa (sin fundamento) a les demás.
La supuesta paradoja
Como he comentado al inicio de este texto, el antiespecismo no conduce a una paradoja. Ni siquiera implica contradicción alguna, ya que lo que debemos hacer está limitado por lo que es posible. Por tanto, aunque estemos en contra de toda forma de explotación animal, lo que buscamos, en la práctica, como antiespecistas, es causar el mínimo daño posible a les demás individuos priorizando a aquellos que se encuentran en peor situación. Para ello tenemos a nuestra disposición alternativas de consumo menos dañinas e igualmente nutritivas.
Sin embargo, si todavía no estamos convencides de por qué la supuesta paradoja no funciona, la siguiente analogía puede que ayude a aclararlo:
El feminismo, dicen, es el rechazo a toda forma de explotación y sufrimiento causado por el patriarcado. Pero, los cisvarones también son afectados por el patriarcado. Dado que el feminismo acepta la explotación y el sufrimiento de algunos de los afectados por el patriarcado, entonces ser feminista nos conduce a una “paradoja”: implica, a la vez, aceptar la explotación patriarcal (cisvarones) y no aceptar la explotación patriarcal (no cisvarones). Así, ser feminista está tan justificado como su contrario y políticamente ninguna opción es preferible a la otra.
Si suena absurdo, es porque lo es.
La conclusión
Lo que concluyamos en este y otros casos que afectan a seres humanos debería seguirse del mismo modo para el caso no humano. Eso es el antiespecismo. Y, sí, hay un mínimo de consistencia al que estamos obligades si queremos entendernos y avanzar en algún sentido diferente al engañoso monólogo interior. Porque no: escribir “Soy antiespecista” mientras no se admite lo mínimo —el veganismo— no te convierte en antiespecista, del mismo modo que escribir “Soy feminista” no te convierte en feminista, por más letras de neón que tengas a tu disposición para anunciarte.
Se dice del feminismo que nos ha jodido la vida, pero el antiespecismo, os aseguro, nos la joderá mucho más. Y eso es justamente lo que toca. Aunque este sea quizá asunto para otra vomitada.


Take care.