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LA NIÑA, LA LESBIANA, EL ANO TOTAL por BEATRIZ PRECIADO

"Una revolución anal por venir tendría que elaborar un modelo educativo en el que fuera posible explicitar colectivamente los dispositivos de construcción de minorías desviadas (de clase, de raza, de religión, de género, de sexualidad, de edad ... ), así como la historia oposicional, las narrativas disidentes y las plataformas de resistencia que hacen posible la supervivencia de estos sujetos abyectos de la historia".
"Biopolíticamente la edad adulta es eso: la edad del libro y del ano cerrado. Cabría preguntarse con Hocquenghem si es posible leer y escribir con el ano abierto y cómo serían una escricura y una lectura anales".

Beatriz Preciado

Pero, ¿dónde queda la víscera hueca, dónde queda el ano de la niña?
Tanto en la Pedagogía pervertida de Schérer como en El deseo homosexual de Hocquenghem se trata desde el principio de Edipo y del ano masculino, de Emilio y de las relaciones con su preceptor. Se nos dice que el educador -al mismo tiempo parte del dispositivo de vigilancia panóptica y beneficiario de un surplus de placer escópico-pone un lápiz en la mano del pequeño Emilio masturbador- la misma mano que hasta ahora sujetaba frenéticamente su pene- y le enseña a escribir. 
Pero nada se sabe de la niña, que ni tiene pene, ni parece masturbarse. Por tanto, la niña (víscera hueca, lesbiana, marimacho) parece caer fuera del circuito masturbación-escritura-educación que preside la pedagogía masculina. Lo que parece escapar a veces a estos por otra parte agudos y provocativos análisis es que la institución educativa es ante todo, por decirlo con Teresa de Lauretis, «una industria política de genderización» del cuerpo. Si hay, como indica Schérer, des-sexualización, o normalización heterosexual del cuerpo, como dice Hocquenghem, es sobre todo gracias y a través de la producción de la masculinidad y la feminidad normativas. Podríamos decir, con Judith Butler y Deborah Britzman, que el colegio (y por extensión la universidad, el museo, la biblioteca, el archivo...) es un espacio altamente performativo donde el cuerpo del alumno (tubo dérmico más que niño o niña) aprende, ensaya y pone a prueba modelos discursivos, estéticos y biopolíticos de normalidad y de desviación de género.

El desplazamiento que lleva a cabo Judith Butler, desde una ontología del sexo (sexo como anatomía y esencia) a un géneto performativo (género como práctica cultural e histórica), invita a pensar la identidad de género y sexual como tácticas disciplinarias, como efectos de un proceso pedagógico de genderización, un proceso de incorporación de normas a través de repeticiones coercitivas que ocultan su dimensión histórica y contingente y que se afirman como naturales. Frente al espacio educativo como un medio en el que la heterosexualidad institucionalizada constituye la norma de todo posible agenciamiento, el cuerpo queer (ni masculino ni femenino, ni infantil ni adulto, ni humano ni animal ) es aquel que se construye como sujeto que resiste y contesta a ese proceso de normalización pedagógica,encontrando puntos de fuga que permitan agenciamientos desviados.  Aquí queer no se entiende simplemente  como una práctica sexual o una identidad sexual, sino por una parte como el efecto de un conjunto de fuerzas de opresión y de resistencia, pero también como un espacio de empoderamiento y de movilización revolucionaria.

Treinta años después de la publicación de El deseo homosexual y de la Pedagogía pervertida, los movimientos intersexuales darán un golpe definitivo al sistema sexo/género tradicional exponiendo los dispositivos tecnopolíticos a través de los que se construye la normalidad de la diferencia sexual en la infancia. Como mostraron los estudios de Susan Kessler y corroboran hoy las prácticas críticas de activistas intersexuales como Cheryl Chase y Mauro Cabral, si el cuerpo intersexual es intervenido y mutilado en la infancia es precisamente porque las instituciones de socialización (familia, colegio, administraciones estatales y locales...) no pueden funcionar con un cuerpo que pone en cuestión las categorías binarias de sexo y género con las que éstas trabajan. Al rechazar la asignación normativa de sexo masculino o femenino, el cuerpo intersexual es situado en el límite de lo humano: desde un punto de vista institucional, no tiene rostro ni nombre, es un simple ano.

Las instituciones educativas operan aquí como auténticas técnicas de normalización del sexo y del género. Los críticos transgénero y transexuales, corno Del LaGrace Volcano, Dean Spader o Pat Califia insisten hoy en que existe una continuidad coercitiva entre el control de los dispositivos culturales de reproducción sexual y de filiación y la normalización de los modelos educativos de reproducción cultural. Una revolución anal por venir tendría que elaborar un modelo educativo en el que fuera posible explicitar colectivamente los dispositivos de construcción de minorías desviadas (de clase, de raza, de religión, de género, de sexualidad, de edad ... ), así como la historia oposicional, las narrativas disidentes y las plataformas de resistencia que hacen posible la supervivencia de estos sujetos abyectos de la historia.
La historia de la normalización, de la lectura, de la escritura y de su pedagogía no son historias de signos, no son hermenéuticas, sino historias de cuerpos, procesos de incorporación subjetivamente de saber que determinan potencias de actuar. Biopolíticamente la edad adulta es eso: la edad del libro y del ano cerrado. Cabría preguntarse con Hocquenghem si es posible leer y escribir con el ano abierto y cómo serían una escricura y una lectura anales.

Lo que parece claro es que el movimiento de censura desencadenado en Francia tras la publicación de los textos de Hocquenghem, Schérer y el FHAR sobre el «amor por los niños» era el síntoma de una mutación de las categorías medico-jurídicas con las que occidente había modelado el deseo y la producción de la especie. Las estrategias de conocimiento y control que llevan a la estigmatización o la criminalización social estaban desplazándose desde la figura decimonónica del homosexual, absorbida y normalizada por la «culcura gay», hasta la figura del pedófilo como nuevo límite de lo humano. 19 Habría que preguntarse con Hocquenghem y Schérer: ¿Qué quiere decir pedofilia? ¿Cuál es la relación política que existe entre los constructor de edad y de sexualidad? ¿Cuál es la máquina social que la pedofilia encarna? ¿Qué produce y qué consume esta máquina pedofílica? ¿Qué placer colectivo nos procura la sexualización de la infancia? ¿Cuál es el deseo sublimado tras el delirio paranoico frente a la pedofilia? ¿Acaso no es el miedo a reconocer los deseos pedófilos colectivos que se codifican y territorializan a través de la institución de la familia lo que nos hace ver e inventar al pedófilo como figura de lo abyecto? ¿Qué hay de pedofilia en el "deseo de tener un hijo»? ¿Y en la promoción del cuerpo joven y su reconstrucción técnica?

En los textos publicados en 1973 en la revista Recherches, el lenguaje del FHAR abre una nueva dirección política.20 Habla un colectivo de niños pederastas. No es éste un movimiento de adultos que buscan «proteger» a los menores de los peligros de la sexualidad o de «iniciarlos» al placer, sino un movimiento de menores que buscan redefinir los límites de su cuerpo, hablar de su propia sexualidad, tomar decisiones acerca del placer y de los modos de producirlo y regularlo. «El FHAR ha formado una comisión de menores que dicen: no queremos que los tipos nos tiren los tejos, que nos obliguen a hacer el amor, como si los menores fuéramos el objeto sexual de los pederastas, de la pederastia platónica, pedagógica, reaccionaria. La liberación del colegio pasa por la liberación contra ese tipo de pederastas. Ese movimiento de liberación es también un movimiento de menores contra los pederastas adultos.»

19. La categoría de sexo transgeneracional (junto con la necrofilia, por ejemplo) es la única que continúa siendo en las sociedades democráticas europeas objeto de represión legal después de 1979.

20. Los artículos sobre «pedofilia» fueron una de las causas de la prohibición de la revista y continúan hoy siendo inaccesibles en las republicaciones digitales del número de «Trois milliards de pervers».


Capítulo extraído del texto Terror anal de Beatriz Preciado. Terror anal constituye un diálogo radical con "El deseo homosexual" de Hocquenghem. Supone revisitar, tras más de treinta años de lucha, las posiciones primigenias de los visionarios y reivindicar su furia, si cabe con más rabia. Éste el desafío anal: un golpe de Estado en toda regla larvado en las mismísimas entrañas de la heteronormatividad. Y, sin embargo, ésa es también su terrorífica promesa...