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Entrevista a PAUL B.PRECIADO: DO YOU SWALLOW?

"Cuando tú tomas una píldora anticonceptiva, esta hace parte de ti. Un condón, en cambio, es una ortopedia política, hay una diferencia entre un pene y un condón, uno se pone y se retira. La píldora es un mecanismo de control por vía oral, una ingestión; de ahí que la anorexia y a la bulimia sean los males actuales, porque la relación que tenemos con el poder es una relación de oralidad y ¿qué hacemos con las tecnologías de poder? Nos las tragamos"
Beatriz Preciado
Beatriz Preciado
Beatriz Preciado (también conocida como Paul. B. Preciado) es una/o  de las/os  filósofos/as que lidera la vanguardia en Teoría Queer. Sus libros (los más populares son Manifiesto Contrasexual y Testo Yonqui) son una mezcla de manifiesto filosófico y performance, una especie de academia experimental que se escribe desde el propio cuerpo.
Preciado se doctoró en Teoría de la Arquitectura en Princeton e hizo una maestría en Filosofía contemporánea y Teoría de género en la New School for Social Research de Nueva York, donde tuvo como maestros a Ágnes Heller y Jacques Derridá. Su trabajo en filosofía retoma a autores contemporáneos como Deleuze, Guattari y Foucault, con quienes cuestiona los procesos biopolíticos de la cultura. Para él, las barreras entre “mujer” y “hombre” son tan arbitrarias como la delimitación de las fronteras en los países. Su crítica también señala a una sociedad de consumo dispuesta a permitir y vender todo tipo de intervenciones y modificaciones corporales para que se ajusten al canon pero que, al mismo tiempo, rechaza toda intervención que particularice al sujeto. Tras una investigación sobre la píldora anticonceptiva -o, mejor dicho, sobre las hormonas que consumimos y por qué las consumimos-, empezó a experimentar en él misma con testosterona, un ejercicio que dio origen a uno de sus manifiestos más famosos.
No es “hombre”, ni es“mujer”; no es “heterosexual”, ni “homosexual”, ni “transexual”. Simplemente es. Todo su trabajo se trata de desmontar estas categorías y señalar que son construcciones arbitrarias, etiquetas. Quizás sería mejor definirla como alguien en constante revolución, que va en contra de las normas que determinan políticamente el sexo y el género. O como un ejercicio filosófico sobre la vida en su dimensión somática, carnal y corporal.
En persona, Paul es, digamos, la encarnación de los mismos cuestionamientos al género que hace en sus textos. La conocí el año pasado en el Hay Festival, en Cartagena, Colombia, donde tuve la oportunidad de entrevistarlo. Beatriz me habló de sus críticas al movimiento LGBTI y al feminismo, y también sobre sus posturas frente a la identidad, las drogas y el sexo.  Esta fue nuestra conversación:
¿Qué significa “Queer”?
Bueno, es un término que es anglosajón, pero, la verdad, podría decirse maricón, podría decirse puta, y hoy hasta se dice “cuir”, y se usa para reivindicar a las minorías sexuales.
Hay que diferenciar las políticas queer de las políticas de identidad. Queer en realidad es una injuria, un insulto del que se apropian resignificándolo los movimientos feministas y queer, retomándolo de los años 80, cuando estalló  la epidemia  del sida en EE. UU, precisamente como reacción a esas políticas de identidad que buscan la integración, ya sea de los gais y las lesbianas o de las mujeres en la sociedad dominante. El movimiento queerno busca relaciones supuestamente de igualdad y justicia dentro de la sociedad dominante.
Cuando las feminista quieren que las mujeres tengan los mismos derechos de los hombres o, en el caso de los homosexuales, que los homosexuales tengan los mismos derechos de los heterosexuales (derecho al matrimonio, derecho a la adopción), hay unos grupos que, por el contrario, dicen  “nosotros no queremos la igualdad dentro la norma heterosexual sino que lo que queremos es cuestionar la norma e inventar otras formas de relación social. No hacemos políticas gais o feministas; hacemos políticas queer, que cuestionan la norma“.
¿Qué opina del movimiento global por el matrimonio igualitario que en ciertos momentos ha usado como estrategia la comunidad homosexual para mostrarse como “normal“ y “tradicional“?
Sería erróneo hacer de la normalización de los homosexuales en la sociedad un objetivo político. Me parece más interesante poner en cuestión el matrimonio, que reúne a dos personas y las imagina como una célula de reproducción nacional. Cuando en Europa han aparecido las luchas para pedir el matrimonio homosexual, -aunque yo soy antimatrimonio-, he tenido que apoyar al movimiento porque la reacción homófoba ha sido tan fuerte y ha generado unas violencias sociales tan terribles que uno dice “bueno, si esto es lo que pensáis de la homosexualidad pues eso hay que batallarlo“.
Hay dos estrategias distintas: la crítica de la norma y transformación de la norma. El hecho de que dos personas homosexuales se puedan casar cambia el escenario político en el que de alguna manera la sociedad dominante ve el matrimonio. Estas políticas pueden ser estratégicas y hasta necesarias, pero no pueden ser el único objetivo de los movimientos de minorías sexuales. Sin una crítica de la norma se convierten en políticas que generan injusticia y desigualdad.
¿Cuál es el papel de la heterosexualidad dentro de esas construcciones sociales?
Cuando hablamos de heterosexualidad no hablamos de una manera de hacer el amor sino de un régimen político de pensar la masculinidad y la feminidad en función de la reproducción sexual y la normalización del ciudadano. No tiene nada que ver con si a usted le gustan los chicos o las chicas. Hay que darse cuenta de que por tu posición tienes un cúmulo de privilegios y de que estás situado en un lugar con poder político, no reconocerlo sería obsceno.  Por eso, uno puede tener una práctica heterosexual y ser crítico dentro de la heterosexualidad y ser incluso heterodisidente.
¿A usted le parece que la orientación sexual es una construcción política?
Creo que no hay una modificación política que no trasforme nuestras prácticas de deseo. Si tú comienzas a tener una mirada crítica respecto a la historia de la Colonización o la heterosexualidad, entonces tu mirada, el otro, cambia, y probablemente tu estructura de deseo cambia. Eso no quiere decir que, de repente, antes te gustaban los chicos y ahora te gustan las chicas, no. Lo que quiere decir es que es posible que tú imagines tu propio deseo de otro modo y de manera más abierta, e incluso que si esa posición disidente la llevas hasta el límite es posible que un día digas “no entiendo por qué sigo siendo heterosexual.“
Butler y Preciado
Judith Butler y Beatriz Preciado en entrevista con la revista Têtu
El deseo se entiende como algo instintivo y primario ¿usted piensa que es intelectual?
No se trata de que sea intelectual. El cuerpo es un espacio de construcción política y el deseo es el lugar invisible a través del cual se construye la norma. Por eso en una sociedad hegemónica, normativa, heterosexual, ser homosexual es, sobre todo, desear de otro modo. ¿Por qué cuando un niño quiere vestirse de mujer no se le deja? Porque está trasformando su estructura de deseo y lo que está mostrando al vestirse de otro modo es que es capaz de imaginar otra realidad.
Por eso me parece tan importante la práctica artística, la plástica, el cine, porque son los lugares donde se construye y se manipula la estructura del deseo.
¿Más que en escenarios legales o de derechos humanos?
Exactamente. Esos son los lugares en los que se dialogan de manera mayoritaria las políticas dominantes,  ya sea sobre gais y lesbianas o feministas. Van a decir, “bueno, cambiemos la ley”, pero la ley es posible que no modifique la estructura de deseo. Por eso me interesa la relación entre el activismo, la crítica y el arte. Un problema es que históricamente los artistas están en un lugar, los filósofos en otro y los activistas muy, muy lejos.
¿El Manifiesto Contrasexual fue un híbrido entre academia y activismo?
El Manifiesto Contrasexual es como una locura, en el mejor sentido del término. Mucha gente no entiende el manifiesto porque lo lee como si se tratara de una palabra autoritaria y en realidad es una parodia, tiene un estatuto performativo. Me interesaba trabajar en ese género particular que es el manifiesto, que es un estatuto de palabra que no busca representar nada, sino movilizar la realidad. Es como un puño que intenta golpear lo real y trasformarlo.
¿Como arte conceptual?
Exacto. Ese texto en realidad surgió de que yo estaba en un departamento de teoría de arquitectura y empecé a trabajar mucho sobre la historia de la sexualidad como historia de las tecnologías. Entonces el debate en el que yo estaba era con respecto a los juguetes sexuales, los dildos… y bueno, era algo muy histriónico porque en los debates feministas o lesbianos, si alguien hablaba de un dildo era como “¡oh, aquello es la representación del falo, el poder que viene a inmiscuirse en las relaciones lesbianas!”, y de pronto sacaban nociones psicoanalíticas lacanianas por todas partes. Nosotros en el departamento de arquitectura aprendíamos a entender la historia industrial del diseño desde el punto de vista de las historia de las tecnologías. Por ejemplo, yo me di cuenta de que el vibrador no es un sustituto del pene sino de la mano, la mano masturbadora. Con eso cambia mucho su lectura. El pene es una de las variantes del dildo, y no al contrario.
Usted también ha escrito sobre el condón y la píldora…
Cuando empecé a hacer una genealogía crítica de las hormonas, estaba mirando la historia de la comercialización de las hormonas sexuales y me encuentro con la píldora, que es el fármaco más vendido de la historia de la humanidad, la clave de la trasformación histórica y política del siglo XX, y me encuentro con un conjunto de elementos que desconocía. La píldora se inventa en los años 50 y se pone a prueba en Riopiedras, en Puerto Rico, pues se piensa originalmente como una técnica de depuración racial. En lo que están pensando es en contender el crecimiento de las razas no blancas. La altísimas dosis de estrógeno deja a una serie de mujeres esterilizadas de por vida y con otras complicaciones. Pero lo que ocurre es que cuando la píldora se ponen en venta, las mujeres blancas de clase media se apropian de la píldora y hacen algo distinto.
Usted, además, está experimentando con el consumo de testosterona, ¿cómo es eso?
En un momento dado yo decidí que quería tomar testosterona, pero no dentro de un proceso de cambio de sexo o de reasignación sexual. Yo no creo en la masculinidad y la feminidad, creo que son estructuras sociales de conocimiento que no existen en la Naturaleza y que, como la opresión de raza, han servido para materializar un dominio históricamente. Lo que me interesa es una especie de disidencia crítica de género, aunque yo entiendo que esa posición es un lujo político. Para aquellos que quieran hacer un cambio de sexo o un proceso de reasignación sexual me parece perfecto, no tengo una crítica, pero todos deben hacer un uso crítico de las tecnologías de gestión del cuerpo y de la sexualidad. Penetración vaginal con eyaculación, eso también es una técnica, entre muchas.
Después de mi aproximación crítica a la sexualidad yo no me haría un cambio de sexo. Sin mi tradición feminista seguramente yo hubiera cambiado de sexo, pero ahora me costaría identificarme como hombre y tener una posición masculina. Lo que decidí es que quería inventar, llevar a cabo, un protocolo de administración de testosterona que no fuera uno de cambio de sexo. Hoy la gente habla de inbetweens (intermedios), que son gente como yo, que no está ni en la masculinidad ni en la feminidad… pero no es que la masculinidad esté aquí, la feminidad en otro lado, y hubiera un espacio intermedio. Es, más bien, que la feminidad y la masculinidad realmente no existen.
¿Su discurso ha cambiado con los cambios que ha tenido su cuerpo al tomar testosterona?
Cuando yo escribo Testo Yonki estoy pensando en muchos protocolos que inventan otros escritores a principios del siglo que XX. Están trabajando con otras drogas que modifican la percepción, como Benjamin con el hachís o Freud con la cocaína o Micheaux con la mezcalina. Hay toda una tradición de narcoestéticas, de pensadores que usan las drogas para pensar. Para mí esa es una tradición en la que yo me inspiro.
¿Y la testosterona es una sustancia que modifica la percepción?
Claro que modifica la percepción, pero no modifica tu modo de pensar. La testosterona es un compuesto químico y produce un conjunto de variaciones endocrinológicas de temperatura, de masa muscular, pero lo mismo podemos decir del LSD, del MDMA o de la insulina o del Prozac. Es una sustancia que obviamente pasa por tu metabolismo, es una tecnología de la subjetividad, pero no modifica tu postura ideológica. Sobre todo con esa relación construida e imaginada entre violencia y testosterona. Yo no soy nada violento y la testosterona no me ha vuelto más violento en absoluto. Por ejemplo, lo que sí me dio fue un hambre tremenda, también excita sexualmente, o la excitación sexual aumenta, pero puede ser como la de ciertos momentos del ciclo menstrual. Me gusta mirarlo de una manera más transversal y más amplia. En realidad todos los cuerpos producen testosterona, progesterona y estrógeno, y trazar el límite de dónde termina un hombre y dónde comienza una mujer es muy difícil. La píldora también modifica la percepción del cuerpo que la toma.
¿De qué se trata la Farmacopornografía?
La farmacopornografía es un régimen político. Yo decido en un momento dado inventar esa noción, porque la filosofía también inventa conceptos para, no solo describir lo real, también es un ejercicio de proyección política y ficción.
¿Cómo se construye la masculinidad y la feminidad? A través de un paso por instituciones: el colegio, la academia, el espacio doméstico, el hospital (para establecer la diferencia entre lo normal y lo patológico); el espacio doméstico para establecer la diferencia entre el cuerpo productivo y reproductivo. Eso también explica por qué yo trabajo mucho con arquitectos. Porque me interesa nuestra estrecha relación con las técnicas de normalización del cuerpo y cómo son observables desde la arquitectura. Pero en el siglo XX me doy cuenta de que hay una serie de técnicas que se convierten en “el sujeto sexual”; ya no son arquitectónicas, son técnicas que podemos llamar “ligeras”, “blandas”; que tienen la forma de lo bioquímico, o que son técnicas mediáticas audiovisuales que tienen la forma de lo numérico, son digitales.
Ejemplos  puedo darte desde los más simples hasta los más complejos. Imagínate la diferencia entre un corsé del siglo XIX, que moldea el cuerpo femenino y el pecho, realzándolo, como forma de representación social en el espacio. ¿Diferencia entre el corsé y el pecho de silicona? El pecho de silicona está en el cuerpo, toma la forma del cuerpo mismo y, sobre todo, ya no puede separarse… y de ahí los conflictos interminables que ha habido con la adulteración de la silicona: las mujeres volvían a sacarse sus implantes y resulta que el implante se disolvió y se volvió parte del cuerpo. Para mí eso es un ejemplo perfecto de cómo operan las tecnologías farmacopornográficas: cuando tú tomas una píldora anticonceptiva, esta hace parte de ti. Un condón, en cambio, es una ortopedia política, hay una diferencia entre un pene y un condón, uno se pone y se retira. La píldora es un mecanismo de control por vía oral, una ingestión; de ahí que la anorexia y a la bulimia sean los males actuales, porque la relación que tenemos con el poder es una relación de oralidad y ¿qué hacemos con las tecnologías de poder? Nos las tragamos.

Entrevista realizada por Catalina Ruiz-Navarro, publicada en sinembargo el 27 Enero de 2015.