Beatriz Preciado/Libération



"La estadística, es más fuerte que el amor" por 
Beatriz Preciado
Beatriz Preciado

Existe un estudio anual sobre "ruptura de parejas" (1). Una estadística que mide la catástrofe. O la liberación. Que computa el entusiasmo o el estancamiento. Que mide el dolor. El caos y la reorganización del mundo afectivo.Dependiendo de los años en pareja, la edad y el sexo, el salario, el numero de hijos en común, el tiempo transcurrido desde que hemos dejado el domicilio familiar, la profesión, los lugares de nacimiento y de residencia, las edades respectivas en la finalización de los estudios, el estatus jurídico (casados, parejas de hecho, convivencia, domicilios separados) y el PIB anual, es posible determinar cuales son las probabilidades de que continúe o se derrumbe una pareja. Todo esta aquí, vuestra futura ruptura está escrita en esta estadística, mas fácil de leer que los surcos en las líneas de la mano.
Las estadísticas dicen que en Francia un matrimonio de cada dos dura menos de diez años y que el 15 % de las personas entre 25-65 años viven solas. Que en el 2013, hubo 130.000 divorcios y 10.000  disoluciones de parejas de hecho. Que es entre los 40 y 45 es cuando más se divorcia la gente. Que el 65% de las rupturas se da en periodo vacacional. En consecuencia, 3 de cada 5 parejas se separan en verano. Así pues estamos en periodo de alto riesgo. El 37% de las parejas vuelve después de su primera ruptura pero solo el 12% logra consolidar su relación. El matrimonio favorece la estabilidad de la unión, dice la estadística, de la misma manera que la presencia de hijos pero solo cuando son pequeños. En cambio, las parejas  son mas frágiles cuando comienzan su vida en común muy jóvenes o en un contexto de cierta precariedad económica o social. Los agricultores hombre y mujeres (el estudio no habla de trans o disidentes de genero) y en menos medida los autónomos y los obreros, rompen con menos frecuencia que los empleados. Entre las mujeres, las rupturas son mas numerosas si son jefas; justo lo contrario que los hombres. Las mujeres inactivas de parejas heterosexual son las que aportan más estabilidad a la pareja - el estudio habla de "estabilidad" pero no de la infidelidad del esposo, ni de la realización personal de la esposa. La estabilidad es aquí un afecto controlado por la política. Una sociedad en la cual todos sus parejas se separasen sería una sociedad revolucionaria, puede que una sociedad de la revolución total.
Cuando pienso en mi vida ( mi vida material, mi vida reducida a una información computable) a través de estos estudios, me doy cuenta, primero con sorpresa, después con alivio, que estoy en la media estadística- a pesar de que el estudio no tiene en cuenta las parejas formadas por un trans in between no operado y una mujer fuera de la norma. La singularidad de nuestra resistencia  de genero se pliega ante las leyes estadísticas. La estadística es más fuerte que el amor. Más fuerte que la política queer. La estadística transforma las noches cuando nos amamos y los días sin columna vertebral que vienen después de la ruptura, en materia inerte por un cálculo aritmético. Y ahora, la inmovilidad de estas cifras me hacen sentir bien.
El uso de la estadística como la técnica de representación social apareció desde 1760 con la aplicación de la aritmética en la gestión de la población en los trabajos de Gottfried Achenwall y Bissett Hawkins. Esta técnica se desarrolla como una auténtica " aritmética política " a partir de finales del siglo XIX con André-Michel Guerry y Adolphe Quételet. Francisco Galton soñará con un uso eugenésico de estas correlaciones. Estos matemáticos de los social se van a dedicar a producir un conocimiento a partir de datos psíquicos o sociales difícilmente controlables. Las estadísticas son de los meteorólogos y de los antropómetros. De la misma forma que aprenden a predecir el tiempo que hará, predicen los nacimientos y las muertes, los flechazos y las rupturas. Otra encuesta, realizada en Inglaterra en 2013 según los métodos heredados de la estadística moral de Guerry, concluye que, durante los primeros quince meses de la "luna de miel", las parejas hacen el amor por término medio una vez al día. Después de cuatro años de relación, la media desciende 4 veces al mes. Después de 15 años, el 50 % de las parejas lo hacen 4 veces al año, la otra mitad duerme en habitaciones separadas.
Después de una reelectura detallada de mis días y de un escrupuloso recuento hecho gracias al tiempo libre y a la energía obsesiva que dejan las rupturas, yo calculo que la he amado el 93%de los días que pasé junto a ella. Que he sido feliz el 63% de los días, desdichadx el 11%. No puedo pronunciarme por falta de memoria o de datos precisos sobre el 22% restante. Hemos hecho el amor el 60% de los días, con un 90%de satisfacción en los 3 primeros años, el 76% en los dos siguientes y solo un 17% en los últimos años. Hemos dormido juntas el 87% de las noches, nos hemos abrazado antes de dormir el 97,3% de los días. Hemos leído juntxs el 99% de los días. La calidad relativa (98%) de las palabras intercambiadas durante nuestra relación fue casi invariable en el tiempo- a excepción de los días que precedieron a nuestra separación.
Nuestra pareja, hipérbole de la perversión según la psicología heterocentrada, está dentro de la norma. Jamás los instrumentos de la biopolítica hegemónica me han reconfortado tanto. Constato también que la capacidad de disposición crítica y de rebelión es inversamente proporcional a la intensidad del sufrimiento amoroso. Ya Spinoza lo anunció en 1677, antes de la invención de la estadística, un mismo y único afecto no puede desplegarse en direcciones divergentes. Estoy en el verano de la ruptura y los trastornos que directamente tocan el plexo solar ahuyentan a los héroes. Comienza en mi corazón la batalla entre el apaciguamiento de la estadística y el furor de la revolución.


(1) Este estudio lo podríamos extraer de todas las estadísticas publicadas alrededor de las parejas, alrededor de la familia y alrededor de la vida amorosa y sexual.

“La statisque, plus forte que l'amour”, publicado en Libération el 5 de agosto de 2014. 
*Texto traducido por PAROLE DE QUEER & NEVENKA RUBIO


"Marcos for ever" por Beatriz Preciado
Beatriz Preciado.Foto:Lea Crispin

El pasado 25 de mayo, el subcomandante Marcos enviaba una carta abierta al mundo desde la realidad zapatista anunciando la muerte del personaje Marcos que fue construido para servir de soporte mediático y de voz enunciativa al proyecto revolucionario de Chiapas.
“Estas serán mis últimas palabras en público antes de dejar de existir. El mismo comunicado anunciaba el nacimiento del subcomandante Galeano tomando el nombre del compañero José Luis Solís Sánchez Galeano, asesinado por los paramilitares el día 2 de mayo.
“Es necesario que uno de nosotros muera, dice el comunicado, para que Galeano viva. Y para que esa impertinente que es la muerte quede satisfecha, en lugar de Galeano ponemos otro nombre para que él viva y la muerte se lleve no una vida, sino un nombre solamente, unas letras vaciadas de todo sentido, sin historia propia, sin vida."
Sabemos, a su vez, que José Luis Solís había tomado su nombre del escritor de Las venas abiertas de América Latina. El subcomandante, que siempre ha caminado dos millas por delante de los viejos ególatras del postestructuralismo francés, opera en el dominio de la producción política la muerte del autor que Barthes anunció en el espacio del texto.
En los últimos años, los zapatistas han construido la opción más seria frente a las (fracasadas) opciones necropolíticas del neoliberalismo, pero también frente al comunismo. El zapatismo como ningún otro movimiento está inventando una metodología política para organizar la rabia. Y reinventar la vida.
A partir de 1994, el ELNZ concibe, a través del subcomandante Marcos, una nueva manera de hacer filosofía descolonial para el siglo XXI que se aleja del tratado y la tesis (herederos de la cultura eclesiástica y colonial del libro que se inicia en el siglo XVI y declina a finales del siglo pasado) para actuar desde la cultura oral-digital tecno-indígena que susurra en las redes a través de rituales, cartas, mensajes, relatos y parábolas.
He aquí una de las técnicas centrales de producción de subjetividad política que nos han enseñado los zapatistas: desprivatizar el nombre propio con el nombre prestado y deshacer la ficción individualista del rostro con el pasamontañas.
No tan lejos del subcomandante, habito otro espacio político donde se desafía con la misma fuerza teatral y chamánica la estabilidad del nombre propio y la verdad del rostro como últimos referentes de la identidad personal: las culturas transexuales, transgénero, drag king y drag queen.
Toda persona trans tiene (o tuvo) dos (o más) nombres propios. Aquel que le fue asignado en el nacimiento y con el que la cultura dominante buscó normalizarlo y el nombre que señala el inicio de un proceso de subjetivación disidente. Los nombres trans no indican tanto la pertenencia a otro sexo, sino que denotan un proceso de des-identificación.
El subcomandante Marcos, que aprendió más de la pluma del escritor marica mexicano Carlos Monsiváis que de la barba viril de Fidel, era en realidad un personaje drag king: la construcción intencional de una ficción de masculinidad (el héroe y la voz del rebelde) a través de técnicas performativas. Un emblema revolucionario sin rostro ni ego: hecho de palabras y sueños colectivos, construido con un pasamontañas y una pipa.
El nombre prestado, como el pasamontañas, es una máscara paródica que denuncia las máscaras que cubren los rostros de la corrupción política y de la hegemonía: ¿A qué tanto escándalo por el pasamontañas? ¿Acaso está la sociedad mexicana lista a quitarse su máscara? Como el rostro con el pasamontañas, el nombre propio es también deshecho y colectivizado.
Entre los zapatistas, los nombres prestados y los pasamontañas funcionan como lo hacen en la cultura trans los segundos nombres, la peluca drag, el bigote o el taconazo: como signos intencionales e hiperbólicos de un travestismo político-sexual, pero también como armas queer-indígenas que permiten enfrentarse a la estética neoliberal. Y esto no a través del verdadero sexo o del auténtico nombre: sino a través de la construcción de una ficción viva que resiste a la norma.
A lo que nos invitan los experimentos zapatistas, queer y trans es a desprivatizar el rostro y el nombre para hacer del cuerpo de la multitud el agente colectivo de la revolución. Me permito desde esta modesta tribuna responder al subcomandante Galeano diciéndole que a partir de ahora firmaré con mi nombre trans Beatriz Marcos Preciado, recogiendo la fuerza performativa de la ficción que los zapatistas crearon y haciéndola vivir desde las postrimerías de una Europa que se descompone: y para que la realidad zapatista sea.

Publicado en el diario "Libération" el 6 de Junio de 2014.

*Texto compartido de la web Telar



"Feminismo Amnésico" por Beatriz Preciado

Como es el caso en casi todas las prácticas de oposición política y de resistencia minoritaria, el feminismo sufre de un desconocimiento crónico de su propia genealogía. Ignora sus lenguajes, olvida sus fuentes, borra sus voces, pierde sus textos y no cuenta con la llave de sus propios archivos. En las Tesis sobre el concepto de historia, Walter Benjamin nos recuerda que la historia está escrita desde el punto de vista de los vencedores. Es por esto que el espíritu del feminismo resulta amnésico. Aquello a lo que Benjamin nos invita es a escribir la historia desde el punto de vista de los vencidos. Es con esta condición, dice, que será posible interrumpir el tiempo de la opresión.
Cada palabra de nuestro lenguaje contiene, como enrollada sobre sí misma, un ovillo de tiempo constituido de operaciones históricas. Mientras que el profeta y el político se esfuerzan en sacralizar las palabras ocultando su historicidad, corresponde a la filosofía y a la poesía la tarea profana de restituir las palabras sacralizadas al uso cotidiano: desatar los nudos de tiempo, arrebatar las palabras a los vencedores para volverlas a colocar sobre la plaza pública, donde podrán ser objeto de una resignificación colectiva.
Es urgente recordar, por ejemplo, frente a la oleada “antigénero”, que las palabras "feminismo”, “homosexualidad”, “transexualidad” o “género” no han sido inventadas por activistas radicales, sino antes bien por el discurso médico de los últimos dos siglos. Ésta es una de las características de los lenguajes que han servido para legitimar las prácticas de dominación somatopolítica en la modernidad: mientras que los lenguajes de la dominación anteriores al siglo XVII trabajaban con un aparato de verificación teológica, los lenguajes modernos de la dominación se han articulado alrededor de un aparato de verificación científico-técnico. Tal es nuestra pesada historia común, y es con ella que nos hará falta volver a dar sentido.
Subamos, por ejemplo, el túnel del tiempo que nos abre la palabra “feminismo”. La noción de feminismo fue inventada en 1871 por el joven médico francés Ferdinand-Valère Fanneau de La Cour en su tesis doctoral “Del feminismo y el infantilismo en los tuberculosos”. Según la hipótesis científica de Ferdinand-Valère Fanneau de La Cour, el “feminismo” era una patología que afectaba a los hombres tuberculosos, produciendo, como un síntoma secundario, una “feminización” del cuerpo masculino. El varón tuberculoso, dice Ferdinand-Valère Fanneau de La Cour, “tiene los cabellos y las cejas finas, las pestañas largas y finas como las de las mujeres; la piel es blanca, fina y flexible, la panícula adiposa subcutánea muy desarrollada, y por consiguiente los contornos fingen una suavidad considerable, al mismo tiempo que las articulaciones y los músculos combinan su acción para proporcionar a los movimientos esta flexibilidad, ese yo-no-sé-qué de ondulante y de gracioso que es lo propio de la gata y de la mujer. Si el sujeto ha alcanzado la edad en que la virilidad determina el incremento de la barba, uno encuentra que esta producción o bien hace completamente falta o bien no existe más que en ciertos lugares, que son ordinariamente el labio superior primero, y después el mentón y la región de las patillas. Y aún más, esos pocos pelos son delgados, tenues y casi siempre alocados. [...] Los órganos genitales son remarcables por su pequeñez.” Feminizado, sin “potencia de generación y facultad de concepción”, el hombre tuberculoso pierde su condición de ciudadano viril y deviene un agente contaminador que debe ser colocado bajo la tutela de la medicina pública.
Un año después de la publicación de la tesis de Ferdinand-Valère Fanneau de La Cour, Alexandre Dumas hijo retoma, en uno de sus panfletos, la noción médica de feminismo para calificar a los hombres solidarios de la causa de las “ciudadanas”, movimiento de mujeres que luchan por el derecho al voto y la igualdad política. Así pues, los primeros feministas han sido hombres: hombres que el discurso médico ha considerado como anormales por haber perdido sus “atributos viriles”; pero también, hombres acusados de feminizarse en razón de su proximidad con el movimiento político de las ciudadanas. Habrá que esperar algunos años para que las sufragistas se reapropien esta denominación patológica y la transformen en un lugar de identificación y de acción política.
Pero ¿dónde están hoy los nuevos feministas? ¿Quiénes son los nuevos tuberculosos y las nuevas sufragistas? Nos hace falta liberar el feminismo de la tiranía de las políticas identitarias y abrirlo a las alianzas con los nuevos sujetos que resisten a la normalización y a la exclusión, a los afeminados de la historia; a los ciudadanos de segunda clase, a los apátridas y a los viajeros ensangrentados de las cercas de púas de Melilla.

“Féminisme amnésique”, publicado en Libération el 9 de mayo de 2014. 
*Texto traducido compartido del blog artilleria inmanente


"Homosexuales, transexuales: estamos por todas partes" por Beatriz Preciado
La homosexualidad es un francotirador silencioso que pega un tiro al corazón de los niños en la hora del recreo, apunta sin intenciones de saber si son hijxs de burgueses bohemios, de agnósticos o de católicos integristas. Su mano no tiembla, ni en los colegios del VI distrito de París ni en las zonas de educación prioritaria. Dispara con la misma precisión en las calles de Chicago, en las aldeas de Italia o en las periferias de Johannesburgo. La homosexualidad es un francotirador ciego como el amor, estridente como una risa y tan tierno como un perro. Y si se cansa de tomar a los niñxs como blanco, dispara una ráfaga de balas perdidas que se alojarán en el corazón de un agricultor, un taxista, un cantante de hip-hop, una cartera durante su recorrido… la última bala impactó en una mujer de 80 años mientras dormía.
La transexualidad es un francotirador silencioso que pega un tiro al pecho de niñxs plantados ante un espejo o que cuentan sus pasos camino a la escuela. No se preocupa por saber si nacieron por inseminación artificial o coito católico. No se pregunta si provienen de familias monoparentales o si papá se vestía de azul y mamá de rosa. No tiembla por el frío de Sochi ni por el calor de Cartagena. Abre fuego tanto sobre Israel como sobre Palestina. La transexualidad es un francotirador ciego como la risa, brillante como el amor, tan tierno y tolerante como lo son los perros. De vez en cuando dispara, sobre un profesor de provincia o sobre un padre de familia, y bang.
Para aquellxs que tienen el coraje de mirar la herida de frente, la bala deviene la llave de un mundo que jamás habían visto antes. Las cortinas se abren, la matriz se descompone. Pero entre aquellos que llevan la bala en el pecho, algunos optan por vivir como si no sintieran nada.
Otros compensan el peso de la bala haciendo enormes gestos de Don Juan o de princesa. Lxs médicxs y las Iglesias prometen extirpar la bala. Se dice que una nueva clínica evangelista en Ecuador abre todos los días para volver a educar a los homosexuales y a los transexuales. Las iras [les foudres, lit. los rayos] de la fe devienen descargas eléctricas. Pero nadie ha sabido nunca cómo extirpar la bala. Ni los mormones ni los castristas. Uno puede enterrarla más profundamente en su pecho, pero jamás la puede extirpar. Tu bala es un ángel de la guarda: siempre estará a tu lado.
Yo tenía 3 años cuando por primera vez sentí el peso de la bala. Me di cuenta de que la portaba cuando escuché a mi padre tratar como sucias tortilleras repugnantes a dos chicas extranjeras que caminaban tomadas de la mano en la calle. Mi pecho comenzó a arder. Esa noche, sin saber por qué, me imaginé por primera vez que me escapaba de mi ciudad y que partía a otro país. Los días que siguieron fueron días de miedo, y de vergüenza.
No es difícil imaginar que entre los adultos que participan en las manifestaciones de cólera hay varios que portan, enquistadas en sus plexos, una bala ardiente. Por simple deducción estadística y conociendo la virtuosidad de los francotiradores, sé que algunos de sus hijxs portan ya la bala en el corazón. Desconozco cuántos son, cuál es su edad, pero sé que algunos de ellos llevan el ardor en el pecho.
Ellxs llevan pancartas que alguien ha puesto entre sus manos, que dicen “no toquen nuestros estereotipos”. Pero saben que nunca conseguirán estar a la altura de esos estereotipos. Sus padres gritan que los grupos LGBT jamás deben entrar en los colegios, pero esos niños saben que son ellos mismos los portadores de la bala LGBT. En la noche, como cuando yo era niñx, se van a la cama con la vergüenza de ser los únicos en saber que son la decepción de sus padres, y se acuestan con el temor de que sus padres los abandonen si se enteran, o incluso prefieren que mueran. Y tal vez sueñan, como yo antes que ellxs, que se fugan a un país extranjero, en el que los niñxs que portan la bala son bienvenidos. Y yo quisiera decir a esos niños: la vida es maravillosa, nosotros los esperamos, aquí, somos numerosos, todos caímos bajo la ráfaga, somos los amantes con los pechos abiertos. No están solos.

* Publicado en Libération el 14 de febrero de 2014, bajo el mismo contexto del movimiento anti-matrimonio no-heterosexual en Francia. Ver también: ¿Quién defiende al niño queer?.
*Texto traducido compartido del blog artilleria inmanente

"CANDY CRUSH REHAB" por BEATRIZ PRECIADO
La Asociacion americana de psiquiatría ( que no es, por otro lado, un congreso de santos) reclamaba hace unos días que el fenómeno Candy Crush Saga (cuyo número de adictos aumenta cada día), sea reconocido como una epidemia nacional y que en su lugar se ponga una "unidad" virtual de desintoxicación. 
Lanzada por la empresa británica King en el 2012, Candy Crush es ( junto con su equivalente oriental Puzzle and Dragons) la aplicación más descargada del mundo. Cuenta con 80 millones de usuarios y proporciona, al día, unos 700.000 euros de beneficios. Los analistas de videojuegos se preguntan: ¿como es posible que una aplicación tan tonta, a base de caramelos multicolores flotantes, haya podido sobrepasar los juegos mas sofisticados desarrollados durante años por los programadores de Nintendo? 
Pero la clave del éxito de Candy Crush reside justamente en sus defectos : su carácter infantil e inofensivo (no hay ni violencia ni sexo), el eterno comienzo (hasta 410 niveles), así como la ausencia de contenidos culturales específicos que puedan suscitar adhesión o rechazo. Castidad, idiotez y gratuidad son las condiciones que posibilitan la globalización de la adicción. 
Candy Crush es una disciplina del alma, una prisión inmaterial que propone una estricta temporalización del deseo y de la acción. El juego se dirige a un sujeto genérico despojado de sus defensas sociales secundarias (puede ser que esto explicase el porqué la mayoría de los jugadores son eso que socialmente llamamos "mujeres"): el juego establece un circuito cerrado entre el cerebro límbico ­donde se genera la memoria afectiva­, la mano y la pantalla. Candy Crush no es un juego de aprendizaje que ejercite la habilidad del jugador para mejorar. Es un simple juego de azar instalado en uno de nuestros tecno­-órganos externos más accesibles e íntimos: el teléfono móvil.  
Unas Vegas en la palma de tu mano. 
El objetivo de Candy Crush no es enseñar cualquier cosa al usuario, sino más bien capturar la totalidad de sus capacidades cognitivas durante un tiempo dado y apropiarse de sus recursos libidinosos, haciendo de la pantalla una superficie masturbatoria subrogada. Con Candy Crush, el jugador nunca gana nada cuando acaba un nivel, es la pantalla quien "orgasmea". 
Por otro lado, Cany Crush pone en cuestión la relación entre la libertad y la gratuidad defendida por los partidarios de la piratería: la nueva estrategia de colonización del mundo virtual pasa por la creación de un juego tan simple que se puede ofrecer gratuitamente, consiguiendo que el jugador potencial pase el mayor número de horas conectado. Una vez que el juego está implantado en las costumbres vitales del usuario, comienza el juego mismo y los gastos (vidas suplementarias y "boosters") que son los que producen beneficios.  
El jugador de Candy Crush administra multitud de pantallas: a menudo está situado físicamente frente a una pantalla de ordenador o de televisión que no funciona como marco visual principal, sino más bien como fondo y periferia, ya que al mismo tiempo mantiene un ir y venir incesante entre Facebook,Yahoo, Twitter, Instagram. ..El casto trabajador tecno­-masturbador es como un guardagujas virtual encerrado en una torre de control quijotesca desde la cual actualiza el juego  con una mano mientras que con la otra ordena hileras de caramelos. 
Las aplicaciones descargables de Facebook, Google Play o Appel Store son los nuevos operadores de la subjetividad. Seamos conscientes de que cuando descargamos una aplicación, no la instalamos simplemente en el móvil, sino directamente en el aparato cognitivo. Si René Schérer nos enseñó que las disciplinas pedagógicas desarrolladas durante la modernidad, sirvieron para poner la mano masturbadora a escribir y a trabajar; comprendamos en lo sucesivo que las nuevas disciplinas digitales ponen la mano "fordista" que escribe y trabaja a masturbar la pantalla del capitalismo cognitivo. 

“Candy Crush Rehab", publicado en Libération el 25 de octubre de 2013. 
*Texto traducido por PAROLE DE QUEER & NEVENKA RUBIO


"Procreación políticamente asistida" por Beatriz Preciado
Beatriz Preciado.Foto:Lea Crispin
En términos biológicos afirmar que el encuentro sexual entre un hombre y una mujer es necesario para desencadenar un proceso de reproducción sexual es tan poco científico como lo fueron en otros tiempos las afirmaciones según las cuales la reproducción no podía tener lugar entre dos sujetos pertenecientes a una misma religión, con el mismo color de piel o idéntica clase social. Si somos capaces de identificar estas afirmaciones como prescripciones políticas ligadas a ideas religiosas, raciales o de clase deberíamos también ser capaces de identificar hoy la ideología heterosexista como impulsora de los argumentos que sostienen que la unión sexopolítica entre un hombre y una mujer son las condiciones necesarias e inmutables para la reproducción.
Detrás de la defensa de la heterosexualidad como única forma de reproducción natural se esconde la engañosa confusión entre la práctica y reproducción sexual. La bióloga Lynn Margulis nos avisa de que la reproducción social humana es mayéutica: la mayor parte de nuestros cuerpos son diploides, es decir series de 23 cromosomas. Al contrario, los espermatozoides y los óvulos son células halópidas. Solo tienen tres cromosomas en juego. La reproducción sexual no exige la unión erótica o política entre un hombre y una mujer: ni hetero ni homo, es un proceso de recombinación del material genético de dos células haploides
Pero las células haploides no se encuentran nunca por casualidad. Todos los animales humanos procrean de manera políticamente asistida, la reproducción supone siempre la colectivización o puesta en común del material genético de un cuerpo a través de una práctica social más o menos regulada, sea mediante una técnica heterosexual (la eyaculación del pene en el interior de la vagina) sea por un intercambio amistoso de fluidos sea por una jeringa en una clínica o sea por una placa en un laboratorio.
Históricamente diferentes formas de poder han buscado controlar los procesos reproductivos. Hasta el siglo XX; cuando aún no se podía intervenir a nivel molecular, la dominación más fuerte se ejercía sobre el cuerpo femenino, útero en potencia para la gestación.
No importa lo que produce un útero, siempre es considerado como propiedad del “pater familias”. Formando parte de un proyecto biopolítico en el seno del cual la población era objeto de cálculos economicistas y el apareamiento heterosexual se convirtió en un dispositivo de reproducción “nacional”
Todos los cuerpos cuya unión no daba lugar a la reproducción fueron excluidos del “contrato heterosexual” soporte de las modernas democracias. Es el carácter asimétrico y normativo lo que llevará a Monique Wittig a decir, en los años setenta, que la heterosexualidad no es solo una práctica sino también “un régimen político”.
Para los gays, para algunos transexuales, para algunos heterosexuales, para los asexuados o las personas con alguna diversidad funcional no es posible tener un encuentro pene-vagina con eyaculación. Pero esto no quiere decir que no seamos fértiles o que no tengamos el derecho de transmitir nuestra información genética. Gays, lesbianas y transexuales no somos únicamente “minorías sexuales” (yo utilizo aquí el término minoría en el sentido deleuziano, no en términos estadísticos, sino como en términos de un sector social políticamente oprimido, como se ha utilizado en ocasiones con “las mujeres”), somos también “minorías reproductivas”
Hasta ahora, hemos pagado nuestra “disidencia sexual” con el precio del silencio genético en torno a nuestros cromosomas. No solo se nos ha privado de la posibilidad de la transmisión de un patrimonio económico, también nos han confiscado nuestro “patrimonio genético”. Gays, lesbianas, transexuales, transgéneros y los cuerpos considerados todavía “discapacitados” hemos sido políticamente esterilizados o bien hemos sido forzados/as a reproducirnos mediante tecnologías heterosexistas. La actual batalla por la extensión de la reproducción asistida a los cuerpos “no heterosexuales” es una guerra política y económica por la total despatologización de nuestras formas de vida y por el control de nuestros materiales reproductivos.
El rechazo de algunos gobiernos a la reproducción asistida para personas LGTB, para las parejas “no heterosexuales” viene a sostener las formas hegemónicas y clásicas de reproducción y algunos gobiernos europeos, aun aprobando leyes de “matrimonio igualitario”, perpetúan una política de “Heterosexismo de Estado”.

Traducción al castellano de Eduardo Nabal en  La cabra se echa al monte
Publicado en Libération el 27 de Setiembre de 2013.



"Nosotrxs decimos revolución" por Beatriz Preciado




Parece que los gurúes de la vieja Europa colonial se obstinan últimamente en querer explicar a lxs activistas de los movimientos Occupy, Indignados, dicapacitadxs[1]-trans-gays-lésbicos-intersex y post porno que no podemos hacer la revolución porque no tenemos una ideología. Dicen “una ideología” como mi madre decía “un marido”. Ciertamente, nosotros no tenemos necesidad de una ideología ni de marido. Las nuevas feministas no tenemos necesidad de maridos porque no somos más mujeres. Como no tenemos necesidad de ideología, porque no somos más un pueblo. Ni comunismo, ni liberalismo. Ni la cantinela católica-musulmana-judía. Nosotrxs hablamos otra lengua. Ellos dicen representación. Nosotrxs decimos experimentación. Ellos dicen identidad. Nosotrxs decimos multitud. Ellos hablan de controlar los barrios. Nosotrxs decimos mestizar la ciudad. Ellos dicen deuda. Nosotrxs decimos cooperación sexual e interdependencia somática. Ellos dicen capital humano. Nosotrxs decimos alianza multiespecie. Ellos dicen carne de caballo en nuestros platos. Nosotrxs decimos montemos en los caballos para escapar juntxs del matadero mundial. Ellos dicen poder. Nosotrxs decimos potencia. Ellos dicen integración. Nosotrxs decimos códigos abiertos. Ellos dicen hombre-mujer, blanco-negro, humano-animal, homosexual-heterosexual, Israel-Palestina. Nosotrxs decimos que vos sabes bien que tu aparato de producción de verdad ya no camina más… ¿Cuántos Galileos serán necesarios esta vez para aprender a nombrar las cosas por nosotrxs mismos? Nos hacen la guerra económica a golpe de machete digital neoliberal. Pero nosotrxs no vamos a llorar por el fin del Estado de Bienestar, porque el Estado de Bienestar era también el hospital psiquiátrico, el centro de inserción de los discapacitadxs, la prisión, la escuela patriarcal-colonial-heterocentrada. Es tiempo de poner a Foucault en la dieta de los discapacitadxs-queer y escribir la Muerte de la clínica. Es tiempo de invitar a Marx a un taller eco-sexual. Nosotrxs no vamos a jugar al Estado disciplinario contra el mercado neoliberal. Esos dos han alcanzado un acuerdo: en la nueva Europa el mercado es la única razón gubernamental, el estado deviene brazo punitivo cuya única función será recrear la ficción de la identidad nacional para el miedo de la seguridad. No queremos definirnos ni como trabajadores cognitivxs, ni como consumidores fármaco-pornográficos. No somos Facebook, ni Shell, ni Nestlé, ni Pfizer-Wyeth. No queremos producir francés, menos aún europeo. No queremos producir. Somos la red viviente descentralizada. Rechazamos una ciudadanía definida por nuestra fuerza de producción o nuestra fuerza de reproducción. Queremos una ciudadanía total definida por compartir las técnicas, los fluidos, las semillas, el agua, los saberes… Ellos dicen que la nueva guerra limpia se hará con los drones. Nosotrxs queremos hacer el amor con los drones. Nuestra insurrección es la paz, el afecto total. Ellos dicen crisis. Nosotrxs decimos revolución. 



[1] Me tomé la libertad de usar la “x”, que no aparece en el original.


Traducción temblorosa del francés por Laura Contrera.
Publicado en Liberation, 20 mars 2013.


¿Quién defiende al niño queer? por Beatriz Preciado
Beatriz Preciado

Los católicos, judíos y musulmanes integristas, los copeístas* desinhibidos, los psicoanalistas edípicos, los socialistas naturalistas à la Jospin, los izquierdistas heteronormativos y el rebaño creciente de los modernos reaccionarios, estuvieron de acuerdo este domingo en hacer del derecho del niño a tener un padre y una madre el argumento central que justifica la limitación de los derechos de los homosexuales. Se trató de su día de salida, la gigantesca salida del clóset de los hererócratas. Ellos defienden una ideología naturalista y religiosa cuyos principios conocemos. Su hegemonía heterosexual ha reposado siempre sobre el derecho de oprimir a las minorías sexuales y de género. Se tiene la costumbre de verlos blandir un hacha. Lo que es problemático es que fuerzan a los niños a portar esa hacha patriarcal.
El niño que Frigide Barjot asegura proteger no existe. Los defensores de la infancia y la familia hacen llamado de la familia política de un niño que ellos construyen, un niño presupuesto heterosexual y bajo la norma del género. Un niño que privan de toda fuerza de resistencia, de toda posibilidad de hacer un uso libre y colectivo de su cuerpo, sus órganos y sus fluidos sexuales. Esta niñez que ellos aseguran proteger exige el terror, la opresión y la muerte.
Frigide Barjot, su musa, aprovecha que es imposible para un niño rebelarse políticamente contra el discurso de los adultos: el niño es siempre un cuerpo a quien no se reconoce el derecho de gobernar. Permítanme inventar, retrospectivamente, una escena de enunciación, de hacer un derecho de réplica en nombre del niño gobernado que fui, de defender otra forma de gobierno de los niños que no son como los otros.
Alguna vez fui el niño que Frigide Barjot se enorgullece de proteger. Y me sublevo hoy en nombre de los niños que estos discursos falaces esperan preservar. ¿Quién defiende los derechos del niño diferente? ¿Los derechos del chico pequeño que ama vestir de rosa? ¿De la chica pequeña que sueña con casarse con su mejor amiga? ¿Los derechos del niño queer, maricón, tortillera, transexual o transgénero? ¿Quién defiende los derechos del niño para cambiar de género si lo deseara? ¿Los derechos del niño a la libre autodeterminación de género y sexualidad? ¿Quién defiende los derechos del niño a crecer en un mundo sin violencia sexual ni de género?
El discurso omnipresente de Frigide Barjot y de los protectores de los “derechos del niño a tener un padre y una madre” me hace volver al lenguaje del nacional-catolicismo de mi infancia. Nací en la España franquista, en la cual crecí con una familia heterosexual católica de derecha. Una familia ejemplar, que los copeístas podrían erigir como emblema de virtud moral. Tuve un padre, y una madre. Cumplieron escrupulosamente su función de garantes domésticos del orden heterosexual.
En el discurso francés actual contra el matrimonio y la Procreación Médicamente Asistida (PMA) para todos, reconozco las ideas y los argumentos de mi padre. En la intimidad del hogar familiar, desplegaba un silogismo que invocaba la naturaleza y la ley moral con el fin de justificar la exclusión, violencia e inclusive asesinato de los homosexuales, travestis y transexuales. Comenzaba por “un hombre debe ser un hombre y una mujer una mujer, así como Dios lo ha querido”, continuaba por “lo que es natural, es la unión de un hombre y una mujer, es por esto que los homosexuales son estériles”, hasta la conclusión, implacable, “si mi hijo es homosexual prefiero matarlo”. Y ese hijo, era yo.
El niño a proteger de Frigide Barjot es el efecto de un dispositivo pedagógico temible, el lugar de proyección de todos los fantasmas, la coartada que permite al adulto naturalizar la norma. La biopolítica1 es vivípara y pedófila. La reproducción nacional depende de ello. El niño es un artefacto biopolítico garante de la normalización del adulto. La policía del género vigila la cuna de los vivientes por nacer, para transformarlos en niños heterosexuales. La norma realiza su ronda alrededor de los cuerpos tiernos. Si tú no eres heterosexual, es la muerte quien te espera. La policía del género exige cualidades diferentes del pequeño chico y la pequeña chica. Da forma a los cuerpos a fin de dibujar órganos sexuales complementarios. Prepara la reproducción, desde la escuela al Parlamento, industrializándola. El niño que Frigide Barjot desea proteger es la creatura de una máquina despótica: un copeísta empequeñecido que hace campaña a favor de la muerte en nombre de la protección de la vida.
Recuerdo el día en que, en mi escuela de monjas, las Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús, la madre Pilar nos pidió dibujar a nuestra futura familia. Tenía 7 años. Me dibujé casada con mi mejor amiga Marta, tres niños y varios perros y gatas. Había ya imaginado una utopía sexual, en la cual existía el matrimonio para todos, la adopción, la PMA... Algunos días después, la escuela envió una carta a mi casa, aconsejando a mis padres llevarme a ver a un psiquiatra, a fin de arreglar lo antes posible un problema de identificación sexual. Numerosas represalias siguieron a esta visita. El desprecio y rechazo de mi padre, la vergüenza y culpabilidad de mi madre. En la escuela, se extendió el rumor de que yo era lesbiana. Una mani de copeístas y frigide-barjotianos se organizaba cotidianamente delante de mi clase. “Sal tortillera —decían— te violaremos para que aprendas a besar como Dios quiere.” Tenía un padre y una madre, pero fueron incapaces de protegerme de la depresión, la exclusión, la violencia.
Lo que protegían mi padre y mi madre, no eran mis derechos de niño, sino las normas sexuales y de género que se habían ellos mismos inculcado en el dolor, a través de un sistema educativo y social que castigaba toda forma de disidencia con la amenaza, intimidación, castigo, y muerte. Tenía un padre y una madre, pero ninguno de los dos pudo proteger mi derecho a la libre autodeterminación de género y de sexualidad.
Huí de este padre y esta madre que Frigide Barjot exige para mí, mi supervivencia dependía de ello. Así, aunque tuve un padre y una madre, la ideología de la diferencia sexual y la heterosexualidad normativa me los había confiscado. Mi padre fue reducido al rol de representante represivo de la ley del género. Mi madre fue privada de todo lo que habría podido ir más allá de su función de útero, de reproductora de la norma sexual. La ideología de Frigide Barjot (que se articulaba entonces con el franquismo nacional-católico) desolló al niño que yo era del derecho de tener un padre y una madre que habrían podido amarme, y cuidar de mí.
Nos llevó mucho tiempo, conflictos y heridas superar esta violencia. Cuando el gobierno socialista de Zapatero propuso, en 2005, la ley del matrimonio homosexual en España, mis padres, siempre católicos practicantes de derecho, se manifestaron a favor de esta ley. Votaron a favor del partido socialista por primera vez en su vida. No se manifestaron únicamente a favor de defender mis derechos, sino también de reivindicar su propio derecho a ser padre y madre de un niño no-heterosexual. A favor del derecho a la paternidad de todos los niños, independientemente de su género, sexo u orientación sexual. Mi madre me contó que tuvo que convencer a mi padre, más reacio. Me dijo “nosotros también, nosotros tenemos el derecho de ser tus padres”.
Los manifestantes del 13 de enero no defendieron el derecho de los niños. Defienden el poder de educar a los hijos en la norma sexual y de género, como supuestos heterosexuales. Desfilan para mantener el derecho de discriminar, castigar y corregir toda forma de disidencia o desviación, pero también para recordar a los padres de hijos no-heterosexuales que su deber es tener vergüenza por ellos, rechazarlos y corregirlos. Nosotros defendemos el derecho de los niños a no ser educados exclusivamente como fuerza de trabajo y reproducción. Defendemos el derecho de los niños a no ser considerados como futuros productores de esperma y futuros úteros. Defendemos el derecho de los niños a ser subjetividades políticas irreductibles a una identidad de género, sexo o raza.
Qui défend l'enfant queer ?, publicado en Libération el 14 de enero de 2013, en el contexto de las manifestaciones en contra del matrimonio no-heterosexual en Francia.
* Seguidor de Jean-François Copé, político francés.
1 Concepto de Michel Foucault que designa un poder que se ejercer sobre el cuerpo y las poblaciones. Autora de “Pornotopía: Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría”, (Anagrama, 2010).
Texto compartido de la web Artillería Imanente.