martes

¿DONDE HABITA L.? por PAUL B. PRECIADO

Porque “hasta que todas las mujeres sean lesbianas,
no habrá una verdadera revolución política”. Jill Johnston



L. ha crecido en la casa del padre. En la madre ha crecido. La casa es el lugar donde el padre ha instalado la industria de la simulación de los géneros. El sistema sexo-género es la tecnología que permite perpetuar la industria paterna, su nombre, su linaje. Sin saber cómo, la industria es más fuerte que ellos. Ellos son sólo maquinaria para sí mismos y como a la máquina les está prohibido conocer o desear más allá de la productividad con la que se repiten.

L. es el accidente de ese sistema, es la avería inverosímil de los géneros que pone en peligro el nombre del padre. Pero en toda tecnología, el accidente, aún inhabitual, es inevitable. Los accidentes del género certifican el género como tecnología. La matriz heterosexual es una tecnología límite que no puede funcionar sin provocar constantes accidentes. L. y su antidisciplina han crecido al amparo vigilante de la violencia del orden del padre. Tácticamente L. ha leído la ley de pólemos escrita en el reverso de la maquinaria romántica. Poco a poco ha afilado el cuchillo con el que el padre sacrifica al animal hasta formar un Labrys .

En la casa, la madre sabe como dividir los espacios: el parto, la regla, la boda... seguramente la muerte. El día y la noche, el sol y la luna. De eso es de lo que sabe Mamá, de la muerte pequeña y de la Muerte grande. Mamá sabe a muerte. Sabe como aliñar las catástrofes: conoce el descarrilamiento, el choque, el naufragio, la colisión, el cálculo fallido, el error, la avería, el fracaso, la depresión. La madre conoce la política de la muerte que la obliga a permanecer en casa: thanatopolítica.

La pequeña L., hasta que descubre por error la falibilidad de los géneros, es también una función diferencial de un sistema que está tocado de muerte: el espacio heterosexual. Monique Wittig fue la primera feminista que entrevió el eterno retorno de lo mismo, la compulsión a la repetición, la dificultad de hablar de L. sin destruir su sentido y su fenómeno en cada palabra. La heterosexualidad de mamá, es un régimen político, un sistema de dominación que legitima la opresión de la mujer bajo el dominio del hombre . Naturaleza es heterosexualidad. Es el destino natural de la mujer producir y reproducir sin descanso, ser objeto de vejación, de mutilación, de abuso físico y psíquico. La sumisión, el matrimonio y el servicio público y doméstico son el destino escrito en su cuerpo: sus genes, sus hormonas, su útero vacío y lleno son la gramática en el que este lenguaje de dominación ha sido cifrado. El ideal del amor romántico es el orden en el que ese destino se estructura como deseo. Entender la negativa a reproducir la normalidad de ese deseo como perversión es practicar el disimulo, es, de otro modo, trabajar en la empresa de los géneros.

Pero L. sale de la caverna mediática donde su madre ha hecho el hogar: cruza a sala de espera de los embarazos, el salón de los partos, la cocina de la crianza, baja hasta el final de la escalera de caracol de las menstruaciones y las pérdidas. L. no frena el movimiento que la saca del sentido común, porque intuye que sólo así puede evitar el “asesinato arcaico de l madre” . Quiere devolver a su madre a la vida. Desea a su madre viva.

L. siente miedo al dejar el hogar, teme perder lo íntimo. Porque en el interior se guarda lo íntimo. Pero, ¿qué puede ser lo íntimo cuando lo interior es sólo un efecto de separación creado por el orden patriarcal? : la casa cerrada, privada, limitada, constreñida. “La mujer es la casa y con la pata quebrada” . De eso es de lo que sabe Mamá, de la muerte pequeña y de la Muerte grande.

L. busca en el archivo de su ciudad la historia de su clan. El archivo guarda silencio. Cuando habla dice: sifilítica, alquimista, blasfema, demente. ¿Qué ha pasado con las huellas de las que fueron como L.?. Debe haber detrás del silencio de la historia la complicidad de las madres en el asesinato de las que fueron como L.. L. siente que no es de la ciudad, que no pertenece, como Antígona, a la ley de la ciudad que ha silenciado sus nombres. L. no pertenece. Porque está fuera del intercambio de la oikonomia, el intercambio de la casa, ni pertenece a nadie ni nadie le pertenece. Siente que no es ser-humano.

L. no tiene lugar. Es de afuera. Afuera está lo primitivo. Lo salvaje. Aquello que no ha sido aún domesticado. Lo crudo antes de abandonar la vida. L. está afuera. Ha sido expulsada del paraíso heterosexual más allá del cual no hay memoria. Afuera no hay nada. No hay cosas. Ni sujeto ni objeto. No hay technê, no ha episteme que enseñe la vuelta al paraíso. Sólo acontecimientos.

L. ha heredado una pérdida. una tradición perdida. Es preciso recordar inventando, hacer memoria imaginando, desenterrar los nombres de las que fueron como L. en cada nueva palabra. es entonces cuando aprende a leer en el lenguaje de la ciudad los signos cifrados de una tradición oculta: Archibollo.

L. acepta la imposibilidad que le da lugar. L. busca un lugar donde poder definirse. O mejor, un lugar donde al tener poder no necesita ya definirse. Un lugar anterior y posterior a la definición. L., la no poseída, la desposeída, habita sin tener espacio. No posee una casa. Porque poseer no es su esencia. Porque poseer en el intercambio oikonomico, es tener un pene, tener un hijo, eso dice Freud que definió con precisión los términos de este consumo sexual. L. abandona el espacio donde el hombre posee y la madre es casa poseída. No tiene cuerpo ni hace sexo . L. no tiene vagina . No es un estuche. No es una vaina, ni una cáscara. No tiene casa ni posesión. Ni identidad ni diferencia. Y así construye con las que son como L. una heterotopía que no hace sexo. Que no naturaliza la opresión. Espacio que invierte. Espacio invertido. Inversión en la pérdida.

Mira atentamente: detrás de cada espacio hay un afuera donde camina L..
Escucha atentamente: detrás de cada texto hay una línea borrada que habla de L..
Rastrea atentamente: detrás de cada espacio dominado por la red de disciplinas hay un punto de fuga por donde empieza el afuera, un paisaje de acontecimientos.

New York, 1998


Artículo compartido de Hartza